Mario Szichman
“Nuestros héroes
son sociables, pero no comen;
nuestras mujeres
tienen emociones, pero no asentaderas;
en cambio nuestros
ancianos hablan
como si tuvieran la
dentadura completa”.
Bertolt
Brecht
Dos
cosas aprendí en Venezuela: renunciar a la arrogancia y observar a los héroes
con crítica mirada. La primera lección me la ofreció un lustrabotas en 1967, en
la Plaza Bolívar de Caracas. Acababa de llegar de Buenos Aires, cargado de
ínfulas, dispuesto a tragarme el mundo, (tenía 21 años). Mientras acicalaba mis
zapatos, el lustrabotas me decía a cada rato “doctor” de aquí, y “doctor” de
allá. Al cabo de un rato, inquieto ante tanta zalamería, le dije al lustrabotas
que le agradecía el tratamiento, pero yo no era doctor. Entonces el hombre me
miró atentamente a los ojos, y me dijo (Pardon my French): “No se preocupe,
aquí, a todos los que tienen cara de huevones, les decimos doctor”.
Al
mes de estar en Caracas, descubrí el mejor libro de historia que se ha
publicado en Venezuela: El culto a Bolívar, de Germán Carrera Damas.
Nadie puede seguir creyendo en las mentiras y en las tonterías que pueblan la
historia de América Latina después de leer ese libro. Con una fina, devastadora
ironía, y una documentación impecable, Carrera Damas destruyó el mito de Simón
Bolívar como guerrero inmortal, y lo convirtió en un ser de carne y hueso. De
no ser por ese libro, no hubiera escrito la Trilogía de la Patria Boba,
ni me hubiera animado a escudriñar el mito de próceres como Bolívar, Francisco
de Miranda, o el Diablo Briceño. En ese sentido, los héroes que brindó
Venezuela tienen la enorme calidad de los seres imperfectos. Son humanos, demasiado
humanos, pero además, brindan la ilusión, a cualquier mortal, de que algún día
podrá tener acceso al panteón de los héroes, pues muchas vicisitudes resultan
similares. Lo más importante es no
rendirse ante la adversidad.
El visor del pasado
El
doctor William Beaumont revolucionó la cirugía intestinal a comienzos del siglo
diecinueve. Beaumont trató en junio de 1822 a Alexis St. Martin, quien recibió
un balazo de mosquete en el estómago en una zona del Lago Huron, en Estados
Unidos. El balazo expuso las vísceras de St. Martin. El médico le salvó la
vida, pero el período postoperatorio causó un extraño proceso en el enfermo. El
agujero en el estómago se fue transformando en una especie de ventana, a través
de la cual Beaumont podía observar claramente los procesos digestivos del
paciente, inclusive registrar las alteraciones causadas por los cambios de
humor de St. Martin.
Una
ventana similar se abrió en Venezuela con la muerte de Chávez. La Revolución
Bolivariana tuvo la dinámica de El romance de la casada infiel. Chávez
corrió, como el protagonista de poema de García Lorca, el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos. Luego, vino la hora de la
rendición de cuentas. Pero él ya no estaba en condiciones de rendirle cuentas a
nadie.
Venezuela
es un país habitado por seres dicharacheros que no temen sacar los trapitos al
sol. Muerto el promotor de noticias, mal atendido por sus herederos, el proceso
se convirtió en una colcha empatada de retazos. Numerosas ventanitas han permitido
atisbar un fenomenal desbarajuste. La coherencia de un discurso ha sido
reemplazada por múltiples voces incapaces de estructurar una leyenda.
Han
aparecido varios ensayos en inglés sobre la figura de Chávez, y en su mayoría
están obsoletos y periclitados, pues se detienen poco antes de la muerte del
líder. Varios de ellos formulan pronósticos que obviamente no pudieron
concretarse. Uno de ellos, publicado en el 2009 por Encounter Books se titula The
Revolutionary Has No Clothes: Hugo Chavez’s Bolivarian Farce (El
revolucionario está desnudo: la farsa bolivariana de Hugo Chávez). Su autor es
A.C. Clark, un seudónimo. El autor dijo que lo usó para protegerse, y proteger
a su familia de posibles represalias de las autoridades venezolanas. Una de las
facetas más interesantes del libro es el intento por rescatar algunas gemas
entre las interminables peroratas del caudillo. A veces, el propio autor se
muestra sorprendido por la "incontinencia verbal" de Chávez, como
cuando describió en cadena por televisión un ataque de diarrea. Para demostrar
que eso efectivamente ocurrió, A.C. Clark nos proporciona el enlace del
discurso divulgado por el internet.
Otro
libro, que seguramente perdurará, es Comandante: Hugo Chávez’s Venezuela,
escrito por Rory Carroll (Penguin Press), quien reseñó múltiples aspectos de la
Revolución Bolivariana cuando fue corresponsal en Caracas del periódico
londinense The Guardian entre el 2006
y el 2012. Carroll supo tomar distancias, y con una mirada más cercana al
narrador que al periodista, supo anticiparse a la decadencia y oxidación del
régimen que presidió Chávez durante la época más próspera en la historia de
Venezuela. (Lo digo de manera descriptiva. Hay regímenes que sufren la
enfermedad de la piedra, y otros que se oxidan, de acuerdo al material que
utilizan en sus esperpénticas construcciones).
Señalar
que la Venezuela de Chávez nadaba en la abundancia es hablar con discreción.
Decir que el exceso de dinero lejos de resolver los problemas económicos los
agravó, es minimizar el problema. Esa nave llamada Venezuela está filtrando
agua desde la proa hasta la popa, y el óxido puede verse en todas partes, menos
en los lustrosos artefactos usados por distintos tipos de bandas armadas, las
oficiales y las otras, que dirimen continuamente sus disputas territoriales en
las principales ciudades del país.
¿Cómo
se llegó a la situación actual? ¿Acaso la muerte de Chávez puso fin a un
proyecto traicionado por su reemplazante, el presidente Nicolás Maduro? Eso
sería lo mismo que considerar a Maduro un injerto, cuando ha servido, en
realidad para demostrar que el fruto nunca cae muy lejos del árbol. La
estructura de la Revolución Bolivariana se mantuvo intacta, aunque el gobierno
ha ido ajustando las tuercas de manera progresiva. Nunca en la historia de
Venezuela el petróleo se vendió a un precio tan alto, como durante el mandato
de Chávez. Hubo una época en que se cotizaba a 120 dólares el barril. Y el
despilfarro se cotizó inclusive más alto que los ingresos. Ahora el crudo está
a menos de la mitad. El gobierno de Caracas nunca aprendió a controlar el
despilfarro, debe suponer que es algo tan complicado como enviar un cohete a
Marte. Como resultado, ha cundido la escasez y la inflación. Que se compensa
con las colas. Lo más fácil del mundo es controlar una cola. Abundan los
helicópteros y las avionetas.
Por
lo demás, el modelo de gobierno chavista es sencillo, según nos informa
Carroll. Más allá de agitar enormes banderas en antiguas y novedosas efemérides
patrióticas, y de arropar a seres obesos en flamantes uniformes, y ponerlos a
desfilar, se intenta resolver problemas echando ministros o creando nuevos
ministerios. El periodista dijo que en el curso de una década, 180 ministros
pasaron por Miraflores. Chávez estaba en todas partes, y no estaba en ninguna.
Un productor del programa de televisión Aló Presidente, dijo al autor del libro
que el fallecido presidente venezolano hasta elegía los lugares donde había que
grabar, los ángulos de la cámara, los temas y los invitados. Y como nadie se animaba
a contradecirlo, era imposible mantener el orden en el programa, o grabarlo en
el horario estipulado. Así actuaba Chávez en todas partes. Él sabía de todo,
opinaba sobre todo, e impedía a los profesionales dedicarse a sus tareas. Ah, y
además las arcas del estado eran de su exclusivo control.
“Aló
Presidente era más bien una especie de lotería”, dijo el productor del
programa. “Cada uno llamaba para obtener un empleo, una casa, algo. Así no se
gobierna un país”. De esa manera, ese “autoritarismo caótico” que presidió la
gestión de Chávez concluyó en lo que es hoy Venezuela. Un país con puentes que
se caen a pedazos, refinerías que estallan, una inflación incontrolable, un
desabastecimiento que sólo existe en naciones sin poder central, y tasas de asesinatos
que recuerdan a guerras civiles de baja intensidad. Al final, dijo Carroll,
inclusive el palacio de Miraflores empezó a oxidarse y a caerse a pedazos.
Había filtraciones de agua en el ascensor privado del jefe de Estado. El
patriarca en su otoño, el comandante en su laberinto, empezó a ser rodeado por
la decadencia en su mar de la felicidad.
Caudillos y biología
La
única forma de consolidar un mandato autocrático consiste en lograr la
perpetuación de un caudillo. Los milagros biológicos son frecuentes en América
Latina. En Venezuela, Juan Vicente Gómez gobernó entre 1908 y su fallecimiento
en 1935. En Paraguay, José Gaspar Rodríguez de Francia lideró la nación durante
26 años. El generalísimo Rafael Leónidas Trujillo Molina controló la República
Dominicana 31 años, hasta ser asesinado en 1961. Chávez no logró concretar la
hazaña. Produjo, en cambio, un milagro biológico distinto, arrojando todas las
culpas sobre su heredero. Dicen que nunca segundas partes fueron buenas, aunque
nadie explica en concreto las bondades de la primera.
Uno
de los resultados es que la beatificación de Chávez se ha transformado en un
work in progress. Sus hazañas cambian todos los días de perfil, del mismo modo
en que el chavismo ha desmantelado el frontispicio del Libertador dándole una
cara más al gusto y placer del difunto mandatario, pese a que Bolívar fue uno
de los próceres más retratados de la historia.
Hace
poco descubrí en el internet un excelente libro sobre la España católica, con
un título engañoso: History of Civilization in England, de Henry Thomas
Buckle (1865). El patriótico intento del autor era demostrar que la
civilización inglesa era superior al resto de las europeas. En el segundo
volumen, Buckle se dedicó a destripar a España. No olvidemos que en el siglo
diecinueve España era considerada la “Verduga” de Europa. Buckle dijo que en el
siglo diecisiete España estaba abrumada por la enorme cantidad de milagros.
Además, proliferaban las biografías de santos. Todas ellas “mostraban una gran
indiferencia hacia la verdad, algo que suele caracterizar esos tipos de
composición”. Cada orden religiosa
contaba al menos con un recopilador de milagros, o en ocasiones, con varios.
Posiblemente algunas versiones entraban en conflicto con otras y la forma de
discernir la versión oficial de la interpretación herética, era sencilla: los
herejes solían ser quemados en la hoguera.
El nuevo santoral
Hace
varios años le pregunté al director de un periódico venezolano si era factible
escribir una biografía de Chávez. Me dijo que era prácticamente imposible. No
por la ausencia de información, sino por el exceso de datos triviales. ¡Si al
menos hubiera existido una hazaña que reseñar!, lamentó mi interlocutor. Por
una serie de avatares del destino, y de la revolución tecnológica, la gesta
chavista se quedó a medio hacer y está afectada por una serie de problemas
narrativos que ni siquiera la hagiografía puede resolverlos.
Si
bien la Venezuela de la Revolución Bolivariana ha creado su propio héroe
epónimo, la propaganda del gobierno lo ha caricaturizado hasta la saciedad,
obviamente sin proponérselo. Chávez se
ha convertido en un héroe típico del santoral cristiano, y por ende, sus
hazañas y milagros carecen de todo asidero en la realidad.
Explicarle
al mundo exterior la isla de la fantasía creada en Venezuela por la Revolución
Bonita parece una tarea difícil. La aplanadora de la propaganda chavista logró
arrojar una lechada de cal sobre un proceso político muchas veces enigmático,
en otras ocasiones, absolutamente inexplicable.
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