Orlando S.
No se puede hablar o reflexionar críticamente de la locura, por los psiquiatras denominada enfermedad mental, sin antes poner en tela de juicio la normalidad y su intento a través de sus agentes e instituciones de normalizar a todos los individuos. Primero queremos servirnos de una definición exacta y clara de la normalización, de la sociedad de la normalización, la cual no puede ser separada del concepto de “poder”, con esto citamos: “El poder es el nombre que se presta en una relación estratégica en una sociedad dada, es toda relación de lucha que se establece entre fuerzas, por tanto no se ejerce sin resistencia (contrapoder). Lo más importante es que no actúa por represión (con impedimentos, imposiciones violentas, prohibiciones), sino que actúa por normalización, vinculando al sujeto y a las poblaciones a la norma. Las normas son códigos médicos, psicológicos, sexológicos, sociológicos, etc. de los que los sujetos no deben salirse, desviarse. Nuestra sociedad es una sociedad de normalización donde se entrecruzan la norma disciplinaria (normativa) la norma aplicada al individuo como cuerpo máquina rentable, y la norma reguladora (mayoría) de los procesos de vida en el interior da las poblaciones. Se trata de un poder normalizador que ha tomado a su cargo el cuerpo y la vida, con un discurso específico que no es el del derecho, ni el de la ley, sino el de las ciencias humanas con un saber clínico de fondo.” (1)
Michel Foucault a través de “La historia de la locura en la época clásica (1961)” nos describió de manera muy eficaz la evolución de la locura, y cómo era entendida desde las instituciones desde el periodo del renacimiento hasta la modernidad, lo cual seguramente nos sugerirá inmediatamente a hablar de la psiquiatría cómo institución encargada de normalizar a los sujetos que son catalogados de padecer algún tipo de enfermedad mental. La psiquiatría según nos ayudarían a entender además de Foucault, diversos teóricos del movimiento de antipsiquiatría impulsado por el psiquiatra David Cooper, es una institución que carecerá de todo argumento científico, ético, y su existencia es una cuestión netamente política (e incluso en el siglo XX y otros periodos fue religiosa) que tiene cómo objetivo ayudar a la construcción del dualismo anormal/normal -dualismo al cual aporta con herramientas también la psicología dominante, tanto la académica como institucional-, él que tendría cómo fin el mantenimiento del orden actual imperante, por lo cual se debe construir una normalidad subjetiva a la que todos los sujetos deban someterse de manera implícita y explicita para mantener el sistema, el poder y las relaciones alienadas y pobres en funcionamiento, entonces se hace necesario catalogar de anormal a quien no esté actuando o desarrollándose dentro de los parámetros de la normalidad, en este caso nos referimos a los enfermos mentales y también algunos criminales. La psiquiatría también hace uso de la denominación y el concepto “criminal”, esto a partir del siglo XX a raíz de la publicación “El Criminal, el juez y el público (1929)”, de F. Alexander y H. Staub, dónde se postulaba que habían dos tipos de criminales: el normal y el anormal, en el primer caso la pena legislativa vendría a cubrir, pero en el segundo se proponía netamente un tratamiento psiquiátrico. A partir de esto, quienes practicaban crimen dentro de parámetros aceptables según el contexto cultural y la subjetividad colectiva eran catalogados de normales pero en el caso del criminal que no fuera así, no sería un juez el encargado de juzgar, sino un psiquiatra, que con el juez son ambos encargados de mantener la dualidad razón/no razón, anormal/normal y el no menos importante dualismo ético y moral de lo “bueno y lo malo”.
A pesar de que hemos querido reflexionar en torno a la normalidad y la locura, no queremos dejar de mencionar la enfermedad mental, la cual el movimiento antipsiquiatra postula su inexistencia, postulado que por supuesto compartimos ya que nos anteponemos en negativa a la existencia de una normalidad subjetiva, pero serán los antipsiquiatras los encargados de destruirla científicamente, por lo cual citamos: “La teoría de la enfermedad mental tuvo, pues, su utilidad histórica hasta el siglo pasado pero es, en la actualidad, científica y médicamente anticuada pues permite diagnosticar y tratar como enfermos mentales a pacientes con enfermedades cerebrales o de otro tipo que cursan con trastornos involuntarios de conducta; y es moral y políticamente dañina porque se ha vuelto una cortina de humo para toda una serie de problemas económicos, existenciales, morales y políticos que, estrictamente hablando, no requieren terapias médicas sino alternativas económicas, existenciales, morales y políticas” (2), y también es importante que nos dice la historia sobre esto: “El enfermo mental no ha existido siempre, del mismo modo que no ha existido siempre el médico encargado de curar esa enfermedad mental. ¿Locos?, quizás han existido siempre, pero antes del siglo XVIII la locura no era considerada una enfermedad, sino una forma de error, de estar equivocado, y los locos no eran obligatoriamente internados. El loco se entregaba a sus quimeras, pero estas quimeras eran como otras tantas ilusiones (por ej. el enamorado idealiza a su pareja). Al loco se le intentaba hacer salir de sus errores, pero mediante el contacto con la naturaleza, el teatro,… Pero a principios del siglo XIX tiene lugar dos grandes rupturas, por una parte el loco es obligatoriamente internado en un lugar de reclusión exclusivo para los locos, un asilo de alienados. La segunda ruptura es que la locura ya no se percibe como error del juicio, sino en relación a la conducta normal (perturbación del actuar, querer, decidir)” (3).
No queremos negar ni aceptar la existencia de locura, la cual aún sigue generando interrogantes desde la filosofía, lo cual por supuesto merecerá páginas más adelante, sino poner en tela de juicio la sociedad de la normalización que ha sido la culpable de miles de suicidios, encarcelamientos y sufrimientos de personas que no encajan o no se dejan normalizar.
Notas:
(1) Versus un proyecto colectivo en busca de otras psicologías, http://www.sindominio.net/versus/.
(2) Antipsiquiatría: Deconstrucción del concepto de enfermedad mental, Adolfo Vásquez Rocca.
(3) Seminario de Psicología y Poder.
[Publicado originalmente en periódico El Amanecer # 26, Chillán, noviembre 2013. Edición completa accesible en https://periodicoelamanecer.wordpress.com/ultimo-amanecer/.]
No se puede hablar o reflexionar críticamente de la locura, por los psiquiatras denominada enfermedad mental, sin antes poner en tela de juicio la normalidad y su intento a través de sus agentes e instituciones de normalizar a todos los individuos. Primero queremos servirnos de una definición exacta y clara de la normalización, de la sociedad de la normalización, la cual no puede ser separada del concepto de “poder”, con esto citamos: “El poder es el nombre que se presta en una relación estratégica en una sociedad dada, es toda relación de lucha que se establece entre fuerzas, por tanto no se ejerce sin resistencia (contrapoder). Lo más importante es que no actúa por represión (con impedimentos, imposiciones violentas, prohibiciones), sino que actúa por normalización, vinculando al sujeto y a las poblaciones a la norma. Las normas son códigos médicos, psicológicos, sexológicos, sociológicos, etc. de los que los sujetos no deben salirse, desviarse. Nuestra sociedad es una sociedad de normalización donde se entrecruzan la norma disciplinaria (normativa) la norma aplicada al individuo como cuerpo máquina rentable, y la norma reguladora (mayoría) de los procesos de vida en el interior da las poblaciones. Se trata de un poder normalizador que ha tomado a su cargo el cuerpo y la vida, con un discurso específico que no es el del derecho, ni el de la ley, sino el de las ciencias humanas con un saber clínico de fondo.” (1)
Michel Foucault a través de “La historia de la locura en la época clásica (1961)” nos describió de manera muy eficaz la evolución de la locura, y cómo era entendida desde las instituciones desde el periodo del renacimiento hasta la modernidad, lo cual seguramente nos sugerirá inmediatamente a hablar de la psiquiatría cómo institución encargada de normalizar a los sujetos que son catalogados de padecer algún tipo de enfermedad mental. La psiquiatría según nos ayudarían a entender además de Foucault, diversos teóricos del movimiento de antipsiquiatría impulsado por el psiquiatra David Cooper, es una institución que carecerá de todo argumento científico, ético, y su existencia es una cuestión netamente política (e incluso en el siglo XX y otros periodos fue religiosa) que tiene cómo objetivo ayudar a la construcción del dualismo anormal/normal -dualismo al cual aporta con herramientas también la psicología dominante, tanto la académica como institucional-, él que tendría cómo fin el mantenimiento del orden actual imperante, por lo cual se debe construir una normalidad subjetiva a la que todos los sujetos deban someterse de manera implícita y explicita para mantener el sistema, el poder y las relaciones alienadas y pobres en funcionamiento, entonces se hace necesario catalogar de anormal a quien no esté actuando o desarrollándose dentro de los parámetros de la normalidad, en este caso nos referimos a los enfermos mentales y también algunos criminales. La psiquiatría también hace uso de la denominación y el concepto “criminal”, esto a partir del siglo XX a raíz de la publicación “El Criminal, el juez y el público (1929)”, de F. Alexander y H. Staub, dónde se postulaba que habían dos tipos de criminales: el normal y el anormal, en el primer caso la pena legislativa vendría a cubrir, pero en el segundo se proponía netamente un tratamiento psiquiátrico. A partir de esto, quienes practicaban crimen dentro de parámetros aceptables según el contexto cultural y la subjetividad colectiva eran catalogados de normales pero en el caso del criminal que no fuera así, no sería un juez el encargado de juzgar, sino un psiquiatra, que con el juez son ambos encargados de mantener la dualidad razón/no razón, anormal/normal y el no menos importante dualismo ético y moral de lo “bueno y lo malo”.
A pesar de que hemos querido reflexionar en torno a la normalidad y la locura, no queremos dejar de mencionar la enfermedad mental, la cual el movimiento antipsiquiatra postula su inexistencia, postulado que por supuesto compartimos ya que nos anteponemos en negativa a la existencia de una normalidad subjetiva, pero serán los antipsiquiatras los encargados de destruirla científicamente, por lo cual citamos: “La teoría de la enfermedad mental tuvo, pues, su utilidad histórica hasta el siglo pasado pero es, en la actualidad, científica y médicamente anticuada pues permite diagnosticar y tratar como enfermos mentales a pacientes con enfermedades cerebrales o de otro tipo que cursan con trastornos involuntarios de conducta; y es moral y políticamente dañina porque se ha vuelto una cortina de humo para toda una serie de problemas económicos, existenciales, morales y políticos que, estrictamente hablando, no requieren terapias médicas sino alternativas económicas, existenciales, morales y políticas” (2), y también es importante que nos dice la historia sobre esto: “El enfermo mental no ha existido siempre, del mismo modo que no ha existido siempre el médico encargado de curar esa enfermedad mental. ¿Locos?, quizás han existido siempre, pero antes del siglo XVIII la locura no era considerada una enfermedad, sino una forma de error, de estar equivocado, y los locos no eran obligatoriamente internados. El loco se entregaba a sus quimeras, pero estas quimeras eran como otras tantas ilusiones (por ej. el enamorado idealiza a su pareja). Al loco se le intentaba hacer salir de sus errores, pero mediante el contacto con la naturaleza, el teatro,… Pero a principios del siglo XIX tiene lugar dos grandes rupturas, por una parte el loco es obligatoriamente internado en un lugar de reclusión exclusivo para los locos, un asilo de alienados. La segunda ruptura es que la locura ya no se percibe como error del juicio, sino en relación a la conducta normal (perturbación del actuar, querer, decidir)” (3).
No queremos negar ni aceptar la existencia de locura, la cual aún sigue generando interrogantes desde la filosofía, lo cual por supuesto merecerá páginas más adelante, sino poner en tela de juicio la sociedad de la normalización que ha sido la culpable de miles de suicidios, encarcelamientos y sufrimientos de personas que no encajan o no se dejan normalizar.
Notas:
(1) Versus un proyecto colectivo en busca de otras psicologías, http://www.sindominio.net/versus/.
(2) Antipsiquiatría: Deconstrucción del concepto de enfermedad mental, Adolfo Vásquez Rocca.
(3) Seminario de Psicología y Poder.
[Publicado originalmente en periódico El Amanecer # 26, Chillán, noviembre 2013. Edición completa accesible en https://periodicoelamanecer.wordpress.com/ultimo-amanecer/.]
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