Nelson Méndez y Alfredo Vallota
* Extracto tomado del libro Bitácora de la Utopía: Anarquismo para el Siglo XXI, 2da. edición corregida y aumentada, México, Hormiga Libertaria, 2006. Edición accesible en http://ia600508.us.archive.org/20/items/BitacoraDeLaUtopia_848/BitacoraDeLaUtopia.pdf
El anarquismo conlleva una preocupación por los derechos del individuo. Ningún sentido tiene estar teorizando o ejecutando actividades si finalmente ello no va a servir para mejorar la vida de cada uno de nosotros. A diferencia de los marxistas y otros seudo-socialistas, los ácratas insisten en que se deben intentar poner en práctica en el día a día los principios que se defienden. Si se cree en la igualdad, se debe tratar a los demás como iguales siempre que se pueda. La forma en que nos relacionamos unos a otros refleja lo que pasa en la totalidad de la sociedad, así que una sociedad anda mal si la gente se trata mal, y a diario vivimos ese maltrato.
Los hippies de la década de 1960 y los “new age” del 2000 están equivocados. Es falso que "todo esté en tu mente" o que todo valga igual. Respuestas individuales como las drogas evasivas (legales o ilegales), el esoterismo y la vida en aislamiento campestre resultan no ser soluciones en absoluto, sino simplemente escapismo, por más que se recubran de coartadas místicas o verborrea semi-filosófica. En el mundo de hoy es imposible vivir como si se fuera libre aislándose de los demás, pues no puede hacerse, ya que siempre nos relacionamos con otras personas y si a ellas les falta la libertad, tampoco la tenemos nosotros. La libertad de cada uno llega a donde llega la libertad del vecino, no hasta donde comienza, y se extiende con ella. La solución exclusivamente individual, sin atender a que otros también logren resolver sus premuras, es ajena a lo que el anarquismo persigue porque nunca es una solución.
La condición para la revolución es la de creer, como seres humanos razonables, que es posible un mundo razonable. Es difícil, pero no imposible, evolucionar con la ayuda de los otros a una situación mucho mejor que la simple condición de dependencia, brutal sometimiento y anulación de las potencialidades de cada uno, en que esta sociedad intenta mantenernos. A menos que podamos ayudarnos y ayudar a la gente a perder el miedo, la ansiedad y la inseguridad, carece de sentido esperar que haya un comportamiento con mayor sensatez al que ahora predomina y empecemos a construir una sociedad libre y creativa. Las ideas autoritarias y el odio irracional a minorías étnicas, extranjeras, religiosas, culturales, políticas, sexuales, u opositores de cualquier tipo son parte de la locura colectiva. Para vencer esa demencia general debemos comenzar por combatirla en nosotros mismos, retro-alimentándonos con la superación que logren todos mediante una comunicación ininterrumpida.
Ciertos ácratas consideran que vivir en comuna con compañeros de ideas es una forma de cambiar la sociedad, pero debemos tener en claro que si bien es una decisión respetable, habitar en la misma casa con un grupo de afinidad política no es en sí mismo la clave del futuro afectivo ideal, como no lo fueron los monasterios en la Edad Media. Lo importante es cambiar las actitudes propias y las actitudes de todos, abrirse a los otros, ser más solidarios y menos competitivos, unirse en lugar de temer a, o huir de, los demás. La generalidad de los libertarios se esfuerza por ser, al menos, un poco más sociable que la mayor parte de la gente, haciendo lo que se puede a favor de los demás, conscientes de que la perfección es imposible en una sociedad represiva, pero que sólo así podemos ir cambiándola. No hay santos anarquistas, sólo hombres y mujeres que pretenden ser mejores con ellos mismos y con los otros.
El estilo de organización anarquista propicia un prometedor camino: la tendencia a actuar en grupos pequeños, donde es más fácil romper con las barreras psicológicas que pudieran inhibir la acción social de muchos individuos. El trabajo de estos colectivos de afinidad puede ser de gran ayuda y crear autoestima en las personas que los forman, ya que este modo de organizarse tiende al desarrollo positivo de la salud mental de trabajadores, consumidores y usuarios, mujeres en lucha por sus reivindicaciones, okupas de casas y otros espacios, defensores de los derechos de las minorías, grupos de autogestión de la salud, colectivos culturales alternativos, etc. Todo lo que anime a las personas a romper con el miedo de adquirir responsabilidades en las luchas por el cambio y a examinar sus relaciones con el resto del mundo debe apoyarse. Finalmente, los libertarios esperan que las actitudes cambiarán lo suficiente para permitir a la gente que vuelva a tomar las riendas de su propia vida, de las que se les empezó a despojar sistemáticamente con la aparición del Estado.
* Extracto tomado del libro Bitácora de la Utopía: Anarquismo para el Siglo XXI, 2da. edición corregida y aumentada, México, Hormiga Libertaria, 2006. Edición accesible en http://ia600508.us.archive.org/20/items/BitacoraDeLaUtopia_848/BitacoraDeLaUtopia.pdf
El anarquismo conlleva una preocupación por los derechos del individuo. Ningún sentido tiene estar teorizando o ejecutando actividades si finalmente ello no va a servir para mejorar la vida de cada uno de nosotros. A diferencia de los marxistas y otros seudo-socialistas, los ácratas insisten en que se deben intentar poner en práctica en el día a día los principios que se defienden. Si se cree en la igualdad, se debe tratar a los demás como iguales siempre que se pueda. La forma en que nos relacionamos unos a otros refleja lo que pasa en la totalidad de la sociedad, así que una sociedad anda mal si la gente se trata mal, y a diario vivimos ese maltrato.
Los hippies de la década de 1960 y los “new age” del 2000 están equivocados. Es falso que "todo esté en tu mente" o que todo valga igual. Respuestas individuales como las drogas evasivas (legales o ilegales), el esoterismo y la vida en aislamiento campestre resultan no ser soluciones en absoluto, sino simplemente escapismo, por más que se recubran de coartadas místicas o verborrea semi-filosófica. En el mundo de hoy es imposible vivir como si se fuera libre aislándose de los demás, pues no puede hacerse, ya que siempre nos relacionamos con otras personas y si a ellas les falta la libertad, tampoco la tenemos nosotros. La libertad de cada uno llega a donde llega la libertad del vecino, no hasta donde comienza, y se extiende con ella. La solución exclusivamente individual, sin atender a que otros también logren resolver sus premuras, es ajena a lo que el anarquismo persigue porque nunca es una solución.
La condición para la revolución es la de creer, como seres humanos razonables, que es posible un mundo razonable. Es difícil, pero no imposible, evolucionar con la ayuda de los otros a una situación mucho mejor que la simple condición de dependencia, brutal sometimiento y anulación de las potencialidades de cada uno, en que esta sociedad intenta mantenernos. A menos que podamos ayudarnos y ayudar a la gente a perder el miedo, la ansiedad y la inseguridad, carece de sentido esperar que haya un comportamiento con mayor sensatez al que ahora predomina y empecemos a construir una sociedad libre y creativa. Las ideas autoritarias y el odio irracional a minorías étnicas, extranjeras, religiosas, culturales, políticas, sexuales, u opositores de cualquier tipo son parte de la locura colectiva. Para vencer esa demencia general debemos comenzar por combatirla en nosotros mismos, retro-alimentándonos con la superación que logren todos mediante una comunicación ininterrumpida.
Ciertos ácratas consideran que vivir en comuna con compañeros de ideas es una forma de cambiar la sociedad, pero debemos tener en claro que si bien es una decisión respetable, habitar en la misma casa con un grupo de afinidad política no es en sí mismo la clave del futuro afectivo ideal, como no lo fueron los monasterios en la Edad Media. Lo importante es cambiar las actitudes propias y las actitudes de todos, abrirse a los otros, ser más solidarios y menos competitivos, unirse en lugar de temer a, o huir de, los demás. La generalidad de los libertarios se esfuerza por ser, al menos, un poco más sociable que la mayor parte de la gente, haciendo lo que se puede a favor de los demás, conscientes de que la perfección es imposible en una sociedad represiva, pero que sólo así podemos ir cambiándola. No hay santos anarquistas, sólo hombres y mujeres que pretenden ser mejores con ellos mismos y con los otros.
El estilo de organización anarquista propicia un prometedor camino: la tendencia a actuar en grupos pequeños, donde es más fácil romper con las barreras psicológicas que pudieran inhibir la acción social de muchos individuos. El trabajo de estos colectivos de afinidad puede ser de gran ayuda y crear autoestima en las personas que los forman, ya que este modo de organizarse tiende al desarrollo positivo de la salud mental de trabajadores, consumidores y usuarios, mujeres en lucha por sus reivindicaciones, okupas de casas y otros espacios, defensores de los derechos de las minorías, grupos de autogestión de la salud, colectivos culturales alternativos, etc. Todo lo que anime a las personas a romper con el miedo de adquirir responsabilidades en las luchas por el cambio y a examinar sus relaciones con el resto del mundo debe apoyarse. Finalmente, los libertarios esperan que las actitudes cambiarán lo suficiente para permitir a la gente que vuelva a tomar las riendas de su propia vida, de las que se les empezó a despojar sistemáticamente con la aparición del Estado.
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