Tomás Ibáñez (Zaragoza, 1944) vive con los ideales libertarios como guía. Hijo del exilio en Francia, comenzó su andadura política en los grupos juveniles anarquistas franceses y de jóvenes exiliados españoles. Desde principios de los sesenta hasta inicios de los ochenta, volcó sus energías en la construcción de organizaciones libertarias, la lucha antifranquista y la reconstrucción de la CNT en 1976.
Autor de numerosos ensayos sobre disidencia, anarquismo y lucha contra la dominación, recientemente ha publicado Anarquismo es movimiento (Virus, 2014), en el que repasa la vigencia de los ideales y postulados anarquistas en la actualidad. Ibáñez analiza el resurgimiento del anarquismo en el siglo XXI, y cómo este ha impregnado las luchas de los movimientos sociales, desde el 15M a la expansión de los centros sociales autogestionados, las cooperativas de consumo y las redes de economía alternativa. Alerta de los peligros que deben afrontar estos movimientos en el paso a la lucha por la vía electoral que algunos de estos ya preparan.
“Los cantos de sirena que anunciaban amaneceres radiantes se han extinguido”, afirma en el libro. ¿Ya no es posible esperar la liberación, la ‘anarquía’ como estado de las cosas, que postulaba el anarquismo?
Esos cantos de sirena situaban en un futuro más o menos lejano la recompensa que recibirían las luchas emancipadoras, y esa recompensa era tan fabulosa que servía para evaluar las luchas en función de cuanto nos acercaban a la ansiada meta. Lo que ya no es posible es mantener ese tipo de discurso de claro raigambre religioso, hoy hemos aprendido que el valor de las luchas no depende de las promesas que encierran sino que radica en su propio acontecer, en sus características substantivas, y en lo que permiten crear en el presente. La extinción de esos cantos oblitera la fascinación por la tierra prometida y la supeditación del trayecto a su desenlace, pero nada nos dice acerca de la posibilidad o no de alcanzar algún día una sociedad de tipo anarquista. Con independencia de que esto ocurra o no, la anarquía no radica en el futuro sino en el presente, en cada lucha, en cada logro, que reflejen sus preceptos. Con la extinción de los cantos de sirena también se derrumba la creencia en el brusco advenimiento de una sociedad que camine hacia la anarquía sobre las ruinas aun humeantes del actual sistema, el gran y fulgurante estallido revolucionario que aportaría la definitiva liberación es tan solo un mito, como también es un mito una sociedad libre de conflictos, de tensiones y de luchas. No hay ningún amanecer radiante al final del camino, simplemente porque el camino no tiene final, cada amanecer deberá ser luchado día a día, una y otra vez. Ahora bien, esto no significa que no sea preciso cultivar la utopía, pero sabiendo que sólo representa una guía para actuar en el presente y no la prefiguración de la meta que se alcanzará algún día.
Sostiene que “el anarquismo resurge en el siglo XXI, se reinventa”. ¿Qué características deja atrás y cuáles aparecen?
En la medida en que el anarquismo se fragua en el seno de las luchas contra la dominación es lógico que cambie cuando estas se modifican para seguir haciendo frente a la emergencia de los nuevos dispositivos de poder. Es decir, aquello a lo que se enfrenta el anarquismo cambia y eso le hace cambiar. Lo que el anarquismo contemporáneo deja atrás es, entre otras cosas, un conjunto de ideas influenciadas por la Modernidad, tales como la fe inquebrantable en el progreso, el encumbramiento acrítico de la Razón, una concepción demasiado simplificadora del poder, unas prácticas acordes con lo que fue la centralidad del trabajo, y también deja atrás un imaginario revolucionario construido en torno a la gran insurrección del proletariado. Se configura un anarquismo más táctico que estratégico, más presentista que utópico, donde lo que importa es la subversión puntual, local, limitada, pero radical, de los dispositivos de dominación, y la creación aquí y ahora de prácticas y de espacios que anclan la revolución en el presente, transformando radicalmente las subjetividades de quienes las desarrollan. Lo que también caracteriza al anarquismo contemporáneo es un menor encapsulamiento en sí mismo, una mayor apertura a construir conjuntamente con otras tradiciones no específicamente anarquistas una serie de proyectos y de luchas comunes.
Señala que el anarquismo “es una cosa del hoy, aquí y ahora”. ¿En qué se concreta actualmente en nuestros barrios?
El anarquismo se ha involucrado en el intento de construir una realidad vecinal hecha de realizaciones concretas, como son las cooperativas de consumo, de producción, de educación, los CSOA, las librerías, las redes de economía alternativa. No hay que olvidar que la progresiva destrucción de la vida vecinal ha sido uno de los factores que han restado fuerza al anarquismo en la medida en que es precisamente en los barrios donde se pueden tejer relaciones transversales que cuestionan distintos dispositivos de dominación, y no sólo los que se sitúan en el ámbito laboral.
También hace referencia a los “guardianes del templo”, que pretenden un “anarquismo embalsamado”, como una amenaza para la pervivencia del anarquismo. ¿Quiénes son los ‘guardianes del templo’? ¿Qué anarquismo pretenden preservar contra la fuerza de los cambios?
Digo en el libro que estuve guerreando durante un tiempo contra los “guardianes del templo” y, en efecto, durante los años de mi militancia anarquista más intensa, es decir desde principios de los años sesenta hasta los ochenta, estos constituían un serio problema en el seno de los movimientos libertarios de Francia, de Italia, o de España, por citar tan solo los que mejor conozco. Su voluntad de preservar la pureza del anarquismo heredado, de evitar cualquier contaminación por ideas o por prácticas surgidas fuera de sus fronteras, su fe, casi religiosa, en la incuestionable superioridad del anarquismo, y su dedicación a la tarea de velar por la inmutabilidad de su esencia, les encerraban en un dogmatismo y en un sectarismo impropios de cualquier sensibilidad mínimamente anarquista. Las expulsiones, las descalificaciones, las escisiones, no eran, por aquel entonces, nada infrecuentes. Hoy la propia fuerza de los cambios ha vaciado de energía las proclividades sectarias y los “guardianes del templo” ya no representan ningún problema, aunque no está de más permanecer atentas a eventuales rebrotes de actitudes fundamentalistas.
¿Qué puede aportar el anarquismo a los movimientos sociales en la actualidad?
Mucho. El anarquismo puede hacerles beneficiar de la larga experiencia que ha acumulado con relación a unos modos de funcionamiento que estos movimientos están reinventando actualmente, pero que él viene practicando desde hace mucho tiempo: modos de debatir, de decidir, de actuar basados en la democracia directa, en la horizontalidad, en el respeto de las minorías, en la no delegación permanente, en la acción directa, etc. También puede fortalecerles en el recelo que ya manifiestan hacia el ejercicio del poder, o en su desconfianza hacia la figura política de la “representación”. Vale la pena recordar en este punto la manera en la que Michel Foucault denunciaba “la indignidad de hablar en el nombre de los demás”. En la medida en que la memoria histórica de innumerables luchas surgidas “desde abajo” ha sedimentado en el seno del anarquismo, y en la medida en que las experiencias y los saberes históricos ayudan a entender mejor el presente, es obvio que el anarquismo puede ser de gran utilidad para los movimientos emergentes. Por fin, el anarquismo también puede revelarse útil poniendo de manifiesto, de forma crítica, los errores que se han cometido bajo los pliegues de su propia bandera.
¿Y qué prácticas actuales de los movimientos sociales pueden inscribirse en los preceptos del anarquismo?
La horizontalidad, el modo de conducir los debates, de elaborar las propuestas y de tomar las decisiones, el acento puesto sobre el carácter “prefigurativo” que debe impregnar los contenidos y las formas de las luchas, es decir, la insistencia sobre la necesidad de que las prácticas que se desarrollan no contradigan los fines que se persiguen. También cabe mencionar la práctica de la acción directa y el escepticismo frente a las mediaciones, la crítica de la delegación y de la representación, o el rechazo del centralismo y del vanguardismo, sin olvidar la aversión hacia cualquier forma de dominación, etc.
¿Hubo anarquismo en la eclosión del 15M?
Lo hubo, por supuesto. Suscribo plenamente las palabras de Rafael Cid cuando se refiere a él como a una “inesperada primavera libertaria”. A partir del momento en que el único sujeto político legítimo fue la propia gente que estaba presente en las plazas y que estaba implicada en la lucha, al margen de cualquier instancia exterior a ella misma, ya estábamos de lleno en el corazón de los preceptos anarquistas. Si añadimos que el recelo hacia la representación se manifestaba con una fuerza impresionante, aun resaltan más nitidamente los rasgos libertarios que lo caracterizaban. Desde mi propia concepción del anarquismo, el hecho mismo de que no se aceptasen manifestaciones identitarias, aunque fuesen anarquistas, refuerza el carácter anarquista del 15M. Saber si hay anarquismo, hoy, en el 15M es algo que se me escapa por no haber seguido con la suficiente atención su evolución más reciente, pero intuyo que su carácter heterogéneo y polimorfo habrá sabido preservar enclaves de anarquismo.
¿Lo sucedido en Can Vies (en el barrio de Sants de Barcelona), en la que sus ocupantes, con los vecinos, han seguido trabajando al margen de lo que pudiera pretender el ayuntamiento (por ejemplo reconstruyendo el centro) refleja la pervivencia de las ideas anarquistas?
Más que la pervivencia de las ideas anarquistas, lo que refleja lo sucedido en Sants es el entronque, o la sintonía, entre algunas de las características del anarquismo por una parte, y el tipo de prácticas que se desarrollaron, y que se siguen desarrollando, en el conflicto de Can Vies, por otra. Sintonía también con la sensibilidad que manifiestan amplios sectores de los colectivos que protagonizan la actual insumisión de carácter social y político. Las asambleas abiertas, la negativa a negociar lo que se considera innegociable, el rechazo de cualquier pacto que implique participar en el sistema y someterse a su lógica, la fusión de lo existencial y de lo político, es decir la no separación entre la forma de vivir y de ser, por una parte, y las prácticas políticas por otra, la acción directa manifestada incluso en la decisión de no dejar en manos ajenas la reconstrucción del edificio, todo esto establece fuertes resonancias entre el anarquismo y lo sucedido en Can Vies. La pervivencia, o incluso, la actual pujanza del anarquismo barcelonés en el seno de algunos colectivos jóvenes se manifestó en los enfrentamientos nutridos, en parte, por las columnas que confluyeron hacia Sants desde diversos barrios.
En un pasaje del libro afirma que “luchar contra el Estado consiste también en cambiar las cosas ‘abajo’, en las prácticas locales”. En los últimos años han surgido diversas experiencias autogestionadas y movimientos sociales que, como la PAH, han ejercido de contrapoder al Estado. Si estas optan por la vía electoral, ¿corren peligro de perder su fuerza emancipadora?
Desde mi punto de vista ese peligro es evidente. La integración en el sistema, asumiendo algunas de sus prácticas y adquiriendo parcelas de poder, con el loable propósito de combatirlo y de transformarlo desde dentro, desactiva más pronto que tarde la fuerza de cualquier política emancipadora. No es que, como reza el consabido tópico, “el poder corrompe…”, sino que “para llegar al poder ya hay que estar corrompido”, es imposible de otra forma porque no hay camino hacia el poder que no implique prácticas más o menos torticeras, así como múltiples dejaciones y compromisos de mayor o menor calado. Por eso soy tan ferviente defensor del ejercicio del “contrapoder” como virulento crítico del “poder popular”. El hecho de reivindicar y de trabajar para consolidar este último conduce casi siempre a dar finalmente el salto hacia la vía electoral, y, claro, cabe preguntarse ¿qué pasa entonces con el clamor de que “no nos representan”, o con el legítimo grito de “que se vayan todos”?
En línea con lo anterior, si movimientos sociales y grupos con prácticas horizontales, asamblearias y autogestionarias, llegan al ‘poder’, toman las instituciones, ¿pueden llegar a perder estas características?
No es que puedan llegar a perderlas, es que las perderán sí o sí, inevitablemente. Nunca se “toma” el poder sino que es el poder quien “nos toma”, porque como bien decía Agustín García Calvo, “el enemigo está inscrito en la forma misma de sus armas”, usarlas es reconocer su victoria y adoptar su rostro. No es preciso haber estudiado mucha psicología ni mucha sociología para saber que la inmersión en un determinado contexto y el hecho de asumir sus prácticas incide sobre la forma de ser y de pensar de cualquiera que se preste a ello. Para poder auto justificar la propia conducta es preciso poner en consonancia las ideas asumidas hasta entonces como propias con las practicas efectivamente realizadas, ignorando la indesligable simbiosis entre ideas y prácticas propugnada por el anarquismo, y olvidando aquella famosa pintada en los muros del Paris de 1968 que decía: “Actúa como piensas o acabaras pensando como actúas” . Un movimiento como el que mencionas en tu pregunta no intentaría nunca dar el salto hacia la conquista del poder si estuviese animado por la profunda convicción de que nunca ningún ejercicio de poder conseguirá engendrar un espacio de libertad.
Tomado de: http://www.lamarea.com/2014/06/29/tomas-ibanez/
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