Leo Campos
Esta semana, el actual Ministro del Interior, Justicia y Paz, Gustavo González López, quien fue director general del Sebin, afirmó que "la inseguridad en Venezuela no es un problema de hampa común, sino de hampa por paramilitares traducido en bandas”. Esa declaración la hizo dos días después de un operativo conjunto en el estado Aragua integrado por 1500 funcionarios de la Guardia Nacional, el Ejército y el Cicpc. El comandante de la zona, General de División Jesús Suárez Chourio, reveló que buscaban a un criminal peligroso y solicitado al que llaman Johan “Petrica”. No lo capturaron.
Miguel Rodríguez Torres ostentó el mismo cargo que González López durante año y medio y salió destituido en octubre del año pasado, días después de un operativo del Cicpc en Quinta Crespo, Caracas, que terminó con un enfrentamiento armado y varios asesinados, entre ellos el líder del colectivo 5 de marzo, José Odreman, quien en vida fue policía, estuvo señalado de integrar una banda delictiva y se retrató a placer con altos funcionarios del gobierno. Un mes antes de su destitución, Rodríguez Torres había asegurado que tenía identificadas a 96 bandas “para neutralizarlas” y que se sentaría con 16 de ellas para negociar y “buscar la paz”.
No sé a ti, pero a mí algo me perturba cuando cruzo esas declaraciones de ambos ministros, en especial porque sabemos que las cifras oficiales sobre homicidios en Venezuela hace años que están más maquilladas que un cadáver y más ocultas que un pran en fuga. O desde el alto gobierno saben muy bien de lo que hablan y el drama les explotó en la cara, se les fue de las manos, pusieron a los habitantes de Venezuela desnudos y contra la pared, o no tienen ni puta idea y se aferran al juego macabro de la política cínica para mover la cintura con discursos y mensajes de Twitter como pañitos de agua tibia para combatir un cáncer.
En febrero de este año, el viceministro de Política Interior y Seguridad Jurídica, José Vicente Rangel Ávalos –hijo de su padre– declaró que ha comido con José Tovar Colina, alias “El Picure”, quien mantiene operaciones criminales en el estado Guárico al mando de 300 hombres bien armados. Dijo entonces Rangel Ávalos que “El Picure” quiere pacificarse e hizo una propuesta, pero que está esperando a que el Gobierno haga su contraoferta, que le regateen, pues, como si se tratara de una negociación con el portugués de la frutería, para no hablar de Día Día, Farmatodo o la Polar.
Milicanos, comerciantes, líderes estudiantiles, mototaxistas, niños, músicos, niños músicos, deportistas, funcionarias del Estado, escoltas gubernamentales, profesores y policías han sido asesinados en las últimas semanas. No faltará quien pretenda rociar de mierda a los medios de comunicación, porque para ellos la pornografía no es esta realidad tremendamente sangrienta, sino la ventana que abrimos los periodistas para que puedan notarla.
Desde la argumentación, desde la retórica, desde el poder de la palabra, siempre será posible que alguien intente ponerse un antifaz para no ver el sol, para lavarle las manos a un Gobierno que ha democratizado el dolor por el asesinato a un ser querido, poque podrá sonar demagógico, pero es irrebatible y triste: en este momento no hay en Venezuela algo que nos iguale más que la impotencia frente al crimen.
Bandas traducidas, paramilitares, ultraderecha, CIA, Mossad, que le pongan el nombre que quieran y sitúen la culpa en alguna medida de Carlos Andrés Pérez o Rafael Caldera, total, ya se murieron y quienes aún no cumplen 20 años –las víctimas favoritas de las balas en este país, mi país, tu país– apenas si tienen una idea de quiénes fueron esos señores de paltó. Que le echen la culpa a Bush, a Felipe González, a Alan García, a cualquier bicho de uña que haya sido presidente en otro lado y haya pretendido boicotear el proyecto chavista. Que se pisen la bolita derecha, porque la izquierda hace rato que la tienen amoratada, pero que reconozcan que si la económica a la que mientan nos tiene a los venezolanos contra las cuerdas, la criminal, cuando hablamos de guerra, nos puso a pedir perdón de rodillas hace mucho.
Hay dos verdades incómodas que no aceptan discusión, aparte de la impunidad rampante que supera el 90% de los crímenes que se cometen en el país. La primera: desde 1999 Venezuela ha tenido 15 Ministros de Justicia con los diferentes nombres que la han puesto a ese ministerio. Esto es casi uno por año y ya son cuatro los que han pasado con sus equipos por ese gabinete durante la gestión del presidente Nicolás Maduro. La segunda: esta crisis de violencia armada que padecemos la reconocen de forma implícita los propios líderes del Gobierno, cuando se rodean de escoltas como escudos,y se forran de chalecos antibalas sobre sus camionetas blindadas. ¿Cuántos de ellos, en realidad, mientras hablan de la dignidad de la pobreza, están en capacidad de tomar un autobús o caminar solos y anónimos por la calle después de las diez de la noche sin que exista un operativo? No se atreven. Les da pereza. ¿Y para qué? Son millonarios. Ya sabemos que a esa gente la invade el miedo cuando se queda sin privilegios, cuando se iguala con el pueblo.
El pasado viernes 15 de mayo, día de la familia, hice una encuesta informal vía Twitter con una pregunta: ¿conoces personalmente a alguien que haya sido víctima de asesinato, secuestro o robo con arma de fuego? Las respuestas fueron –y siguen siendo– trágicamente previsibles. Haz tú el ejercicio, pregúntale a tu entorno, no importa si crees que Nicolás Maduro y su equipo harán de este país uno mejor, más humano, más justo y más armónico.
Yo he sido apuntado con una pistola dos veces en Caracas, una de ellas para asaltarme, tengo apenas 35 años y tres amigos muertos a balazos, y en apenas media tarde recibí 44 testimonios via Twitter de esos sobrevivientes de los “paramilitares” en los que nos hemos convertido. No te preocupes, no los voy a poner aquí para que no me llamen sensacionalista
[Tomado de http://www.contrapunto.com/index.php/columnistas/item/21291-verdades-incomodas.]
Esta semana, el actual Ministro del Interior, Justicia y Paz, Gustavo González López, quien fue director general del Sebin, afirmó que "la inseguridad en Venezuela no es un problema de hampa común, sino de hampa por paramilitares traducido en bandas”. Esa declaración la hizo dos días después de un operativo conjunto en el estado Aragua integrado por 1500 funcionarios de la Guardia Nacional, el Ejército y el Cicpc. El comandante de la zona, General de División Jesús Suárez Chourio, reveló que buscaban a un criminal peligroso y solicitado al que llaman Johan “Petrica”. No lo capturaron.
Miguel Rodríguez Torres ostentó el mismo cargo que González López durante año y medio y salió destituido en octubre del año pasado, días después de un operativo del Cicpc en Quinta Crespo, Caracas, que terminó con un enfrentamiento armado y varios asesinados, entre ellos el líder del colectivo 5 de marzo, José Odreman, quien en vida fue policía, estuvo señalado de integrar una banda delictiva y se retrató a placer con altos funcionarios del gobierno. Un mes antes de su destitución, Rodríguez Torres había asegurado que tenía identificadas a 96 bandas “para neutralizarlas” y que se sentaría con 16 de ellas para negociar y “buscar la paz”.
No sé a ti, pero a mí algo me perturba cuando cruzo esas declaraciones de ambos ministros, en especial porque sabemos que las cifras oficiales sobre homicidios en Venezuela hace años que están más maquilladas que un cadáver y más ocultas que un pran en fuga. O desde el alto gobierno saben muy bien de lo que hablan y el drama les explotó en la cara, se les fue de las manos, pusieron a los habitantes de Venezuela desnudos y contra la pared, o no tienen ni puta idea y se aferran al juego macabro de la política cínica para mover la cintura con discursos y mensajes de Twitter como pañitos de agua tibia para combatir un cáncer.
En febrero de este año, el viceministro de Política Interior y Seguridad Jurídica, José Vicente Rangel Ávalos –hijo de su padre– declaró que ha comido con José Tovar Colina, alias “El Picure”, quien mantiene operaciones criminales en el estado Guárico al mando de 300 hombres bien armados. Dijo entonces Rangel Ávalos que “El Picure” quiere pacificarse e hizo una propuesta, pero que está esperando a que el Gobierno haga su contraoferta, que le regateen, pues, como si se tratara de una negociación con el portugués de la frutería, para no hablar de Día Día, Farmatodo o la Polar.
Milicanos, comerciantes, líderes estudiantiles, mototaxistas, niños, músicos, niños músicos, deportistas, funcionarias del Estado, escoltas gubernamentales, profesores y policías han sido asesinados en las últimas semanas. No faltará quien pretenda rociar de mierda a los medios de comunicación, porque para ellos la pornografía no es esta realidad tremendamente sangrienta, sino la ventana que abrimos los periodistas para que puedan notarla.
Desde la argumentación, desde la retórica, desde el poder de la palabra, siempre será posible que alguien intente ponerse un antifaz para no ver el sol, para lavarle las manos a un Gobierno que ha democratizado el dolor por el asesinato a un ser querido, poque podrá sonar demagógico, pero es irrebatible y triste: en este momento no hay en Venezuela algo que nos iguale más que la impotencia frente al crimen.
Bandas traducidas, paramilitares, ultraderecha, CIA, Mossad, que le pongan el nombre que quieran y sitúen la culpa en alguna medida de Carlos Andrés Pérez o Rafael Caldera, total, ya se murieron y quienes aún no cumplen 20 años –las víctimas favoritas de las balas en este país, mi país, tu país– apenas si tienen una idea de quiénes fueron esos señores de paltó. Que le echen la culpa a Bush, a Felipe González, a Alan García, a cualquier bicho de uña que haya sido presidente en otro lado y haya pretendido boicotear el proyecto chavista. Que se pisen la bolita derecha, porque la izquierda hace rato que la tienen amoratada, pero que reconozcan que si la económica a la que mientan nos tiene a los venezolanos contra las cuerdas, la criminal, cuando hablamos de guerra, nos puso a pedir perdón de rodillas hace mucho.
Hay dos verdades incómodas que no aceptan discusión, aparte de la impunidad rampante que supera el 90% de los crímenes que se cometen en el país. La primera: desde 1999 Venezuela ha tenido 15 Ministros de Justicia con los diferentes nombres que la han puesto a ese ministerio. Esto es casi uno por año y ya son cuatro los que han pasado con sus equipos por ese gabinete durante la gestión del presidente Nicolás Maduro. La segunda: esta crisis de violencia armada que padecemos la reconocen de forma implícita los propios líderes del Gobierno, cuando se rodean de escoltas como escudos,y se forran de chalecos antibalas sobre sus camionetas blindadas. ¿Cuántos de ellos, en realidad, mientras hablan de la dignidad de la pobreza, están en capacidad de tomar un autobús o caminar solos y anónimos por la calle después de las diez de la noche sin que exista un operativo? No se atreven. Les da pereza. ¿Y para qué? Son millonarios. Ya sabemos que a esa gente la invade el miedo cuando se queda sin privilegios, cuando se iguala con el pueblo.
El pasado viernes 15 de mayo, día de la familia, hice una encuesta informal vía Twitter con una pregunta: ¿conoces personalmente a alguien que haya sido víctima de asesinato, secuestro o robo con arma de fuego? Las respuestas fueron –y siguen siendo– trágicamente previsibles. Haz tú el ejercicio, pregúntale a tu entorno, no importa si crees que Nicolás Maduro y su equipo harán de este país uno mejor, más humano, más justo y más armónico.
Yo he sido apuntado con una pistola dos veces en Caracas, una de ellas para asaltarme, tengo apenas 35 años y tres amigos muertos a balazos, y en apenas media tarde recibí 44 testimonios via Twitter de esos sobrevivientes de los “paramilitares” en los que nos hemos convertido. No te preocupes, no los voy a poner aquí para que no me llamen sensacionalista
[Tomado de http://www.contrapunto.com/index.php/columnistas/item/21291-verdades-incomodas.]
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