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domingo, 12 de abril de 2015

Debate: La izquierda jurásica y el compromiso democrático. Una reflexión para los jóvenes latinoamericanos

Armando Chaguaceda  

Una verdad medias, repetida hasta el cansancio, es el compromiso de la izquierda latinoamericana con la democracia. Supuestamente, tras la  caída del Muro de Berlín y con el fin de las dictaduras anticomunistas, el progresismo continental habría abrazado principios como la participación en elecciones, la organización civil, legal y pacífica y la defensa y léxico de los Derechos Humanos. Abandonando –por superado- aquel paradigma radical, hijo de la escuela leninista y las condiciones del clandestinaje, que consagra el culto a la disciplina y organización guerrilleras, el rechazo a toda política reformistas y el autoconvencimiento de ser una vanguardia, imbuida de superioridad moral frente al  resto de una sociedad reaccionaria o inmadura.  Elementos que, en condiciones de oposición heroica a los gorilas, podrían manifestarse como épica salpicada de dogmatismo. Pero que una vez conquistado el poder - como sucedió en Cuba y, por corto tiempo en Nicaragua- convirtieron a los antiguos revolucionarios en un poder tan absoluto e implacable como el del tirano derrotado.

Bajo la legitimidad –y garantías- del proyecto democrático, nuestras izquierdas impulsaron la innovación participativa en gobiernos locales, encauzaron protestas contra las políticas de privatización y frente al despojo de las trasnacionales. Castigaron gobiernos corruptos y alcanzaron, en buena parte del continente y mediante las urnas, el poder nacional. En dos siglos de vida republicana, nunca habían logrado tanto avance como en estos años de inserción en la vida democrática. 

Sin embargo, un segmento de esas izquierdas revela permanentemente que cambió de formas pero no de esencias. Su mentalidad siguió siendo tan intolerante como la de sus padres fundadores y, paradójicamente, emula con lo peor de las derechas locales. Si se valieron de los Derechos Humanos frente a presidentes neoliberales, ahora denuncian ese discurso como “propaganda del Imperio”. Si defendieron la autonomía de sus movimientos ante los partidos de la burguesía, ahora la prescriben para los ciudadanos que les adversan. Si promulgaban el pensamiento crítico frente al totalitarismo del mercado, ahora recuperan el culto monolítico al líder, al partido y a la  causa. La mezcla de silencio o solidaridad vergonzantes que han practicado con el gobierno represor de Nicolás Maduro es apenas un capitulo reciente. Su lealtad, añeja y resiliente, la preservan para el régimen y discurso que, después de medio siglo,  siguen (auto)denominándose “la Revolución Cubana”.



La misiva enviada por un grupo de organizaciones sociales y políticas panameñas a la cancillería de su país, sede de la Cumbre de las Américas, es un triste ejemplo de esos lastres autoritarios. En la carta se expone, sin mucho disfraz, el guion habanero, a tal punto que su redacción es contradictoria y sus sesgos son palpables. Por ejemplo, al mencionar su preocupación por las “reuniones, actividades y movilizaciones de protestas, convocadas por sectores de oposición y disidencias de las repúblicas de Cuba y Venezuela” parecen olvidar que ellos han ejercido esos mismos derechos en manifestaciones organizadas por el Foro de Sao Paolo, en los Foros Sociales y en las contracumbres de los Pueblos. Entonces no les preocupaba, como expresan hoy haciendo gala de un respetable lenguaje diplomático, si sus actos podían “ofender y denigrar en nuestro país la dignidad de los jefes de estados y de las delegaciones oficiales”.  Simplemente marchaban, boicoteaban cónclaves y abucheaban a los presidentes neoliberales, llamándolos “títeres del Imperio”.

Al repetir que los opositores usarán la Cumbre como “plataforma de conspiración contra los legítimos gobiernos de Cuba y Venezuela”, los firmantes parecen desconocer que eso que llaman con toda propiedad opositores, son seres criminalizados en sus países de origen, sin distingo de postura ideológica, nexos internacionales y compromiso con el ejercicio pacifico de los derechos ciudadanos. Son, para La Habana, mercenarios terroristas y, para Caracas, oligarcas y golpistas. Nos pueden gustar o no sus ideologías, pero son, en su mayoría, seres humanos que merecen  respeto, máxime cuando ejercen su lucha bajo condiciones autoritarias.

¿No saben estos ciudadanos panameños que la inmensa mayoría de los opositores cubanos van a su país precisamente a ejercer el derecho a la libre expresión que le es conculcado en su patria? ¿Bajo qué pruebas -que no sean los bodrios fabricados por los aparatos de inteligencia y propaganda cubanos y sus discípulos bolivarianos- pueden demostrar el talante terrorista del conjunto de activistas y defensores de derechos humanos, artistas y comunicadores independientes, asistentes a la Cumbre? Fervorosos antibelicistas ¿no consideraron una amenaza al derecho internacional y amenaza a la paz regional que aquel buque capturado, en la propia Panamá, con armas no declaradas, procedentes de la Habana y en tránsito al régimen forajido de Norcorea? 

En la lista de firmantes se mezclan viejos aliados del gobierno cubano - que compran por dogma o compromiso su agenda- y jóvenes que desconocen las contradicciones de la realidad cubana, muchachos comprometidos con causas sociales y justamente impacientes frente a las políticas de la derecha nativa. Y es importante diferenciar un esbirro consciente de un idealista candoroso y manipulado. Por eso al escribir este texto pienso, en especial, en aquellos jóvenes simpatizantes de las causas sociales, cuya militancia o sentido de la solidaridad los haya enrolado en esta falaz aventura. Ese vino nuevo que los estalinistas quieren corromper, encerrándolo en odres viejos.

Defensores del arte popular y comprometido ¿sabrán esos jóvenes cuyas organizaciones suscriben el panfleto procastrista, que el rapero Silvito el Libre- hijo del ícono Silvio Rodríguez- es una voz vetada en su suelo natal; y que usa su arte para denunciar la marginación y pobreza, la falta de oportunidades y el encumbramiento de una dirigencia que ha secuestrado la esperanza de un noble pueblo? ¿Acaso hay diferencias raigales entre esas demandas y lo que hacen en sus países grupos, como Calle 13, encumbrados por la progresía regional? ¿Hay, para esos chicos de melena larga y remeras del Ché, contestatarios repudiables y dominaciones defendibles?

Hijos rebeldes de la era del software libre y la comunicación alternativa ¿no consideran, al menos, escuchar con prudencia y respeto a sus contemporáneos que no repiten mecánicamente consignas comunistas? ¿No sería mejor, después de eso, poder debatir con personas y no rechazar a priori espantajos preconcebidos? ¿Sabrán que la inmensa mayoría de los opositores cubanos presentes denuncian el bloqueo gringo y cualquier (hoy improbable) amenaza de invasión a Venezuela; que celebran el restablecimiento de relaciones y que lo que desean es dialogar con un oficialismo que se niega a reconocerlos? ¿Saben que son agredidos verbal y moralmente en los Foros de la Cumbre? ¿Les parecen tales comportamientos coherentes con cualquier idea de democracia participativa y soberanía popular?

No, queridos jóvenes; entre la pluralidad creativa de vuestros movimientos sociales y el fórceps autoritario de gobiernos como el cubano hay una enorme distancia. La Habana de 2015 está más cerca del Palacio Nacional y el Tlatelolco del 68 que de las comunas zapatistas de 1994. Lo dominante es la censura y represión autoritaria, y no esa supuesta libertad y utopía desencadenadas que los propagandistas del régimen venden por doquier.  Frente a esos hombres, uds son distintos. Uds tienen sueños, ellos intereses. Aunque los unan las banderas rojas y las consignas guevaristas, en ustedes esa invocación expresa el anhelo por un mundo mejor, menos injusto, más hermoso. En ellos es la máscara que encubre un poder viejo –en ideas y administradores-, un poder que negocia con banqueros y fomenta transgénicos, que reprime sindicalistas y anula movimientos comunitarios. Un poder que, por décadas, ha envilecido los mejores ideales de la izquierda, generando confusión y desencanto. Un poder amigo de Díaz Ordaz y Videla, de Gadaffi y Noriega, de traficantes y  terroristas. Un poder que ha enajenado a tanta gente noble, creativa y socialmente sensible; orillándola al ostracismo o el exilio, en medio (aún) del silencio cómplice y trágico de tantos camaradas de la izquierda mundial. Un poder que nos ha robado afectos, memorias, futuros y familias.

Podrían añadirse otros muchos argumentos, pero dejo aquí esta reflexión. Nuestro continente, campeón en la desigualdad y exclusión política de los pobres, ha avanzado mucho en estas décadas de democracia representativa; pero falta mucho por lograr. Por suerte el respeto universal a los Derechos Humanos, la búsqueda de nuevos modos de vivir y expandir la democracia y el protagonismo de los movimientos sociales nos dan esperanzas de que “otro mundo mejor (y radicalmente distinto) es posible”; un mundo diferente al que las oligarquías y los caudillos, las botas y los dogmas revolucionarios nos han secuestrado por siglos. Mi propia experiencia con varios movimientos sociales del continente – con los luchadores contra el TLC en Costa Rica, con los zapatistas mexicanos, con los colectivos urbanos brasileños, con los cooperativistas venezolanos- me dan energías para pensar que, superando nuestros lastres y las barreras del sistema, aún hay mucho por hacer, desde la izquierda, en pro de sociedades más justas, libres y democráticas. Conjugando lo mejor del pensamiento y la praxis socialista, republicana, liberal, comunitarista, ambientalista, feminista…humano.

Vergüenzas como esta no bastan para demeritar las luchas por la justicia social del continente. Pero alertan de que cierta “izquierda jurásica” sigue viva e influyente, hipotecando el mejor legado del progresismo continental. Y destierran  las enseñanzas de aquel indígena liberal que nos enseñó que el respeto al derecho ajeno es la paz. Y de aquella luchadora marxista que sentenció: la libertad es siempre libertad para quien piensa diferente.

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