Pedro Pablo Peñaloza
El presidente Nicolás Maduro decidió negarle a una serie de funcionarios norteamericanos el ingreso al país. Grave error. Si la idea era hacerlos sufrir, ha debido más bien traer a esos gringos a vivir aquí en Venezuela.
La resolución de Maduro tuvo efectos inmediatos. Esa misma tarde, George W. Bush intentó comprar en Walmart con su tarjeta del Buen Vivir y no le pasó. Sin embargo, ese es un castigo muy leve para un hombre que ha hecho tanto daño a la humanidad. Mejor sería aplicarle una versión endógena de su propia medicina: darle un conuquito en Apure, prometerle todo el apoyo para producir y, acto seguido, invadirle el terreno en nombre de la libertad y la igualdad. Algo similar a lo que míster Danger hizo en Afganistán e Irak, pero con el método Chaz.
Sobre Dick Cheney pesa la sospecha de que promovía las guerras por sus intereses en el mercado de los hidrocarburos. Dicen los entendidos que a este daddy yankee le gustaba mucho la gasolina. Pues bien, el peor castigo para Cheney sería mudarlo a Táchira y darle un carrito con un chip. Ver a este magnate petrolero enfrentando los rigores del racionamiento de combustible, no tiene precio. Y si lo tiene, es muy superior al que marca el barril venezolano en estos momentos.
En la lista de sancionados también figura George Tenet, ex director de la CIA. A éste, que le gustaba asfixiar gente en Guantámano, habría que meterlo a las 5:35 de la tarde en la estación de Chacao y montarlo en un vagón rumbo a Plaza Venezuela. Apretujado con esa muchedumbre y sin ventilación, el espía Tenet preferirá mil veces haber caído en las garras de Al Qaeda. Para rematar, podemos detener el tren en medio del túnel, mientras el audio interno celebra que la revolución salvó al Metro de la derecha fascista.
La congresista Ileana Ros-Lehtinen ha insultado de tal manera a las autoridades venezolanas, que merece ser nacionalizada de inmediato. Su tono arrogante y prepotente no aguanta dos horas de cola en un Mercal a cielo abierto en Los Próceres. Qué bueno sería verla llevando sol a las puertas del Bicentenario de Zona Rental o buscando pañales para los nietos entre los buhoneros de Catia o la redoma de Petare. Con sus palabras, señora Ros-Lehtinen, usted ha manchado el honor de nuestra patria y aquí no se consigue jabón en polvo para lavar tamaña afrenta.
Por último, está el senador Marco Rubio, quien no se cansa de agredir a nuestro Gobierno. ¡A este republicano habría que darle una cédula ya! En un país donde no se consiguen champú, desodorante, hojillas y crema de afeitar, muy difícilmente podrá conservar esa pinta de muñequito de torta que lo caracteriza. Lo mejor sería cambiarle toda su fortuna en dólares a 6,30 y si por la rabia le da un infarto, ruletearlo por varios hospitales hasta internarlo en el Clínico Universitario. Con un poco de suerte, ese día entra un colectivo a la Emergencia o lo pica un zancudo con chikungunya. Rubio tendrá que arrepentirse de todos sus agravios contra la Venezuela potencia.
Entonces, presidente Maduro, ábrale las puertas a todos esos gringos insolentes. Pero eso sí, que se vengan a vivir sin privilegios, ni escoltas ni nada, como unos venezolanitos comunes y corrientes. Una vez estén aquí no podrán irse, pues tampoco encontrarán pasajes para volver a su terrible Imperio. Aquí estamos todos los hijos de Bolívar y Chávez esperándolos con pancartas y banderas para darles la más cordial bienvenida. ¡Gringos welcome home!
[Tomado de http://www.notiminuto.com/noticia/torturemos-a-los-gringos/.]
El presidente Nicolás Maduro decidió negarle a una serie de funcionarios norteamericanos el ingreso al país. Grave error. Si la idea era hacerlos sufrir, ha debido más bien traer a esos gringos a vivir aquí en Venezuela.
La resolución de Maduro tuvo efectos inmediatos. Esa misma tarde, George W. Bush intentó comprar en Walmart con su tarjeta del Buen Vivir y no le pasó. Sin embargo, ese es un castigo muy leve para un hombre que ha hecho tanto daño a la humanidad. Mejor sería aplicarle una versión endógena de su propia medicina: darle un conuquito en Apure, prometerle todo el apoyo para producir y, acto seguido, invadirle el terreno en nombre de la libertad y la igualdad. Algo similar a lo que míster Danger hizo en Afganistán e Irak, pero con el método Chaz.
Sobre Dick Cheney pesa la sospecha de que promovía las guerras por sus intereses en el mercado de los hidrocarburos. Dicen los entendidos que a este daddy yankee le gustaba mucho la gasolina. Pues bien, el peor castigo para Cheney sería mudarlo a Táchira y darle un carrito con un chip. Ver a este magnate petrolero enfrentando los rigores del racionamiento de combustible, no tiene precio. Y si lo tiene, es muy superior al que marca el barril venezolano en estos momentos.
En la lista de sancionados también figura George Tenet, ex director de la CIA. A éste, que le gustaba asfixiar gente en Guantámano, habría que meterlo a las 5:35 de la tarde en la estación de Chacao y montarlo en un vagón rumbo a Plaza Venezuela. Apretujado con esa muchedumbre y sin ventilación, el espía Tenet preferirá mil veces haber caído en las garras de Al Qaeda. Para rematar, podemos detener el tren en medio del túnel, mientras el audio interno celebra que la revolución salvó al Metro de la derecha fascista.
La congresista Ileana Ros-Lehtinen ha insultado de tal manera a las autoridades venezolanas, que merece ser nacionalizada de inmediato. Su tono arrogante y prepotente no aguanta dos horas de cola en un Mercal a cielo abierto en Los Próceres. Qué bueno sería verla llevando sol a las puertas del Bicentenario de Zona Rental o buscando pañales para los nietos entre los buhoneros de Catia o la redoma de Petare. Con sus palabras, señora Ros-Lehtinen, usted ha manchado el honor de nuestra patria y aquí no se consigue jabón en polvo para lavar tamaña afrenta.
Por último, está el senador Marco Rubio, quien no se cansa de agredir a nuestro Gobierno. ¡A este republicano habría que darle una cédula ya! En un país donde no se consiguen champú, desodorante, hojillas y crema de afeitar, muy difícilmente podrá conservar esa pinta de muñequito de torta que lo caracteriza. Lo mejor sería cambiarle toda su fortuna en dólares a 6,30 y si por la rabia le da un infarto, ruletearlo por varios hospitales hasta internarlo en el Clínico Universitario. Con un poco de suerte, ese día entra un colectivo a la Emergencia o lo pica un zancudo con chikungunya. Rubio tendrá que arrepentirse de todos sus agravios contra la Venezuela potencia.
Entonces, presidente Maduro, ábrale las puertas a todos esos gringos insolentes. Pero eso sí, que se vengan a vivir sin privilegios, ni escoltas ni nada, como unos venezolanitos comunes y corrientes. Una vez estén aquí no podrán irse, pues tampoco encontrarán pasajes para volver a su terrible Imperio. Aquí estamos todos los hijos de Bolívar y Chávez esperándolos con pancartas y banderas para darles la más cordial bienvenida. ¡Gringos welcome home!
[Tomado de http://www.notiminuto.com/noticia/torturemos-a-los-gringos/.]
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