Colectivo Editorial “La Neurosis o Las Barricadas”
Arte y artistas, ¿dos caras de una misma moneda? ¿Son posibles el uno sin el otro?
El arte no existe. Especialmente no existe el Arte, éste que se escribe con mayúsculas. Si acaso, debemos reconocer que existen formas de expresión que una determinada sociedad considera especiales, diferentes, más valiosas. En realidad es una cuestión de prestigio. Las formas de expresión consideradas así son encumbradas por la élite académica a la categoría de arte, es decir, de alta cultura, frente a otras formas de expresión menos prestigiosas por sus valores que son consideradas artesanía, folclore, subcultura, etc.
Las diversas formas de expresión que a menudo tienen prestigio en cada sociedad son tan diferentes de un tiempo a otro y de un lugar a otro que nos parece peligroso hablar de Arte, porque los modelos dominantes de lo que se conoce mayoritariamente bajo ese nombre suelen asociarse a toda una serie de valores muy vinculados al sistema de dominación actual.
Del cuestionamiento del arte se deriva un cuestionamiento radical del artista. El artista, como no podía ser de otra manera, es una construcción social e histórica, derivada de la necesidad del Poder de dividir el mundo en dos: los privilegiados y los que necesitan quien los guíe. Para este propósito, nada tan justificador como aducir la genialidad de nacimiento. Esta construcción, como todos los valores impuestos por las clases dominantes, es tratada como si fuese un hecho natural, eterno y universal.
Lo cierto es que la figura del artista es una figura a erradicar en cualquier movimiento anticapitalista porque detrás de ella, tal y como se concibe en nuestra sociedad, se esconde la legitimación de un mundo de creadores y espectadores y del privilegio de formas de expresión intelectualizadas frente a los cauces vinculados a saberes de la gente corriente. Contiene, por tanto, el germen de la sociedad del espectáculo que se construye sobre la pasividad del espectador, que es llevada hasta límites extremos. La figura del artista profesionaliza la actividad creadora arrebatándola del espacio de lo común, de lo colectivo, para convertirla en algo de unos pocos (supuestamente) especialmente dotados. En este sentido es fundamental desmitificar la creación como algo extraordinario y excepcional para llevarlo a lo cotidiano, a lo sencillo y así destruir un canon artístico rígido, mercantilista, aristocrático, “universal” e individualista y acercar la creación al campo de lo lexible, desinteresado, popular, local y colectivo. Logrado este objetivo no tiene sentido la figura del artista, porque para que exista tiene que haber alguien que destaque sobre los demás.
La desprofesionalización de la tarea artística conlleva un ataque a una sociedad que valora lo abstracto sobre lo concreto, lo intelectual sobre lo manual y lo emocional, que en deinitiva son valores vinculados a los intereses del Poder (sobra decir que, además, son valores patriarcales y eurocéntricos). El artista como institución es valedor, por tanto, de una meritocracia que jerarquiza la creación para llevar un campo de expresión de todos hacia el terreno de unos pocos.
La profesionalización del artista ha pretendido servir, entre otras cosas, para difundir o legitimar una supuesta separación entre el arte (que queda en manos de dichos profesionales de la creatividad) y la vida. Dicha separación entre arte y vida supone la enajenación de un tipo de actividad social y común, enajenación perfectamente entendible en una sociedad que nos disciplina en la supuesta normalidad de la enajenación cotidiana del trabajo asalariado.
El arte y la artista en el marco de un movimiento revolucionario
¿El arte y/o la artista tienen algún papel que cumplir en la lucha por el cambio social? ¿Cómo se podrían relacionar estos con los demás agentes que abogan por una transformación de la sociedad?
Hay determinados movimientos que han idealizado la figura del intelectual y el artista y lo han considerado dotado de especial sensibilidad, inteligencia y con una aguda capacidad de análisis capaz de servir a los oprimidos. Las cualidades anteriormente mencionadas convertirían al artista o al intelectual en un ser capaz de despertar conciencias de una manera diferente al de otras personas. De él o ella se espera una capacidad retórica superior, un elevado poder de convicción, unas posibilidades de bucear por debajo de las apariencias que ocultan las verdaderas caras de la dominación. La realidad, para nosotras, es bien otra.
No creemos en la figura del artista comprometido. El artista comprometido reproduce la igura del pastor de rebaños. Es una igura paternalista capaz de decir al populacho cómo, dónde y cuándo se maniiesta la opresión. Imprescindible, según algunos, para dotar de herramientas a los oprimidos/as en su guerra contra la dominación.
Nuestro punto de vista es pesimista en este campo. Para nosotras la intelectualidad (en la que incluimos obviamente a los artistas) forma una casta dentro de las estructuras de poder.
Querer que una casta inserta en las estructuras de poder sirva a los oprimidos es ingenuo. Los únicos que sirven a los oprimidos son los propios oprimidos. La casta intelectual no puede luchar contra las diferentes formas en las que se maniiesta la dominación porque en ese caso se autodestruiría y, para nosotras, toda forma de poder siempre busca las herramientas para perpetuarse a sí misma. No quiere decir esto que neguemos que existan artistas comprometidos. Sin duda los hay, pero con un cambio que no supone la total erradicación de la meritocracia, a partir de cuyos valores se puede ensalzar la igura del artista en concreto o del intelectual en general. El compromiso del artista solo es real cuando se autodestruye a sí mismo como artista.
En este mismo sentido, el arte sólo es revolucionario y libertario cuando se autodestruye, es decir, cuando subvierte todos los valores que lo convierten en arte. Por tanto, trabajar por un cambio revolucionario signiica la destrucción del arte para generar formas de expresión que la sociedad de hoy no puede reconocer como tales o que simplemente aparezcan como subarte, arte malo, etc.
[Publicado originalmente en revista Des/Bordes # 1, otoño 2014, Madrid. La edición completa está disponible en www.glad-madrid.org/des-bordes/kiosko.]
Arte y artistas, ¿dos caras de una misma moneda? ¿Son posibles el uno sin el otro?
El arte no existe. Especialmente no existe el Arte, éste que se escribe con mayúsculas. Si acaso, debemos reconocer que existen formas de expresión que una determinada sociedad considera especiales, diferentes, más valiosas. En realidad es una cuestión de prestigio. Las formas de expresión consideradas así son encumbradas por la élite académica a la categoría de arte, es decir, de alta cultura, frente a otras formas de expresión menos prestigiosas por sus valores que son consideradas artesanía, folclore, subcultura, etc.
Las diversas formas de expresión que a menudo tienen prestigio en cada sociedad son tan diferentes de un tiempo a otro y de un lugar a otro que nos parece peligroso hablar de Arte, porque los modelos dominantes de lo que se conoce mayoritariamente bajo ese nombre suelen asociarse a toda una serie de valores muy vinculados al sistema de dominación actual.
Del cuestionamiento del arte se deriva un cuestionamiento radical del artista. El artista, como no podía ser de otra manera, es una construcción social e histórica, derivada de la necesidad del Poder de dividir el mundo en dos: los privilegiados y los que necesitan quien los guíe. Para este propósito, nada tan justificador como aducir la genialidad de nacimiento. Esta construcción, como todos los valores impuestos por las clases dominantes, es tratada como si fuese un hecho natural, eterno y universal.
Lo cierto es que la figura del artista es una figura a erradicar en cualquier movimiento anticapitalista porque detrás de ella, tal y como se concibe en nuestra sociedad, se esconde la legitimación de un mundo de creadores y espectadores y del privilegio de formas de expresión intelectualizadas frente a los cauces vinculados a saberes de la gente corriente. Contiene, por tanto, el germen de la sociedad del espectáculo que se construye sobre la pasividad del espectador, que es llevada hasta límites extremos. La figura del artista profesionaliza la actividad creadora arrebatándola del espacio de lo común, de lo colectivo, para convertirla en algo de unos pocos (supuestamente) especialmente dotados. En este sentido es fundamental desmitificar la creación como algo extraordinario y excepcional para llevarlo a lo cotidiano, a lo sencillo y así destruir un canon artístico rígido, mercantilista, aristocrático, “universal” e individualista y acercar la creación al campo de lo lexible, desinteresado, popular, local y colectivo. Logrado este objetivo no tiene sentido la figura del artista, porque para que exista tiene que haber alguien que destaque sobre los demás.
La desprofesionalización de la tarea artística conlleva un ataque a una sociedad que valora lo abstracto sobre lo concreto, lo intelectual sobre lo manual y lo emocional, que en deinitiva son valores vinculados a los intereses del Poder (sobra decir que, además, son valores patriarcales y eurocéntricos). El artista como institución es valedor, por tanto, de una meritocracia que jerarquiza la creación para llevar un campo de expresión de todos hacia el terreno de unos pocos.
La profesionalización del artista ha pretendido servir, entre otras cosas, para difundir o legitimar una supuesta separación entre el arte (que queda en manos de dichos profesionales de la creatividad) y la vida. Dicha separación entre arte y vida supone la enajenación de un tipo de actividad social y común, enajenación perfectamente entendible en una sociedad que nos disciplina en la supuesta normalidad de la enajenación cotidiana del trabajo asalariado.
El arte y la artista en el marco de un movimiento revolucionario
¿El arte y/o la artista tienen algún papel que cumplir en la lucha por el cambio social? ¿Cómo se podrían relacionar estos con los demás agentes que abogan por una transformación de la sociedad?
Hay determinados movimientos que han idealizado la figura del intelectual y el artista y lo han considerado dotado de especial sensibilidad, inteligencia y con una aguda capacidad de análisis capaz de servir a los oprimidos. Las cualidades anteriormente mencionadas convertirían al artista o al intelectual en un ser capaz de despertar conciencias de una manera diferente al de otras personas. De él o ella se espera una capacidad retórica superior, un elevado poder de convicción, unas posibilidades de bucear por debajo de las apariencias que ocultan las verdaderas caras de la dominación. La realidad, para nosotras, es bien otra.
No creemos en la figura del artista comprometido. El artista comprometido reproduce la igura del pastor de rebaños. Es una igura paternalista capaz de decir al populacho cómo, dónde y cuándo se maniiesta la opresión. Imprescindible, según algunos, para dotar de herramientas a los oprimidos/as en su guerra contra la dominación.
Nuestro punto de vista es pesimista en este campo. Para nosotras la intelectualidad (en la que incluimos obviamente a los artistas) forma una casta dentro de las estructuras de poder.
Querer que una casta inserta en las estructuras de poder sirva a los oprimidos es ingenuo. Los únicos que sirven a los oprimidos son los propios oprimidos. La casta intelectual no puede luchar contra las diferentes formas en las que se maniiesta la dominación porque en ese caso se autodestruiría y, para nosotras, toda forma de poder siempre busca las herramientas para perpetuarse a sí misma. No quiere decir esto que neguemos que existan artistas comprometidos. Sin duda los hay, pero con un cambio que no supone la total erradicación de la meritocracia, a partir de cuyos valores se puede ensalzar la igura del artista en concreto o del intelectual en general. El compromiso del artista solo es real cuando se autodestruye a sí mismo como artista.
En este mismo sentido, el arte sólo es revolucionario y libertario cuando se autodestruye, es decir, cuando subvierte todos los valores que lo convierten en arte. Por tanto, trabajar por un cambio revolucionario signiica la destrucción del arte para generar formas de expresión que la sociedad de hoy no puede reconocer como tales o que simplemente aparezcan como subarte, arte malo, etc.
[Publicado originalmente en revista Des/Bordes # 1, otoño 2014, Madrid. La edición completa está disponible en www.glad-madrid.org/des-bordes/kiosko.]
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