Carlos Solero
En 1939 Jean Paul Sartre dio a conocer su novela La náusea en la que exponía en clave literaria su perspectiva filosófica de la angustia existencial y la alienación vigente en las sociedades capitalistas.
En sus ensayos de la segunda post guerra mundial Albert Camus señalaba que vivimos en una época donde se da la legitimación del homicidio. Este fenómeno emerge por diversas vías.
Los acontecimientos ocurridos en Francia en los últimos días, por un lado fanáticos religiosos que masacraron a un grupo de periodistas y dibujantes irreverentes y satíricos, por otro la ultramontana dirigente nacionalista Le Pen buscando restaurar la pena de muerte y explotar el sentimiento xenófobo.
La mayoría de los Estados europeos han endurecido en los últimos años sus políticas antiinmigratorias. España, Italia, Francia y Alemania son ejemplos palmarios de esto.
Las imágenes de mujeres y hombres a la deriva en pleno mar procurando llegar desde el castigado continente africano asolado por guerras propiciadas por las potencias como EE UU, Francia, China y Rusia entre otras, librando sus disputas en tierras lejanas a las metrópolis pero con eco y rebote en la grandes ciudades de estos países.
Además, los diversos conflictos generados en Oriente Medio fogoneados desde los centros de poder para mantener la industria armamentista y trasladar sus crisis a la periferia del sistema del capital-mercancía.
Resultaba patético observar a personajes como Ángela Merkel, propulsora de los draconianos ajustes para las poblaciones de Grecia y Portugal, Mariano Rajoy, que elabora una legislación represiva de las protestas sociales en España, al Premier Italiano Mateo Renzi que lanzó una hiper-regresiva reforma laboral en Italia y al inefable Francois Hollande hablando de libertad, igualdad y fraternidad cuando él también junto al ministro Valls es parte del aparato de estigmatización de los jóvenes pobres que habitan la periferia de París.
Los descendientes de los argelinos, tunecinos y otros habitantes de territorios colonizados y expoliados durante años son despreciados de modo impiadoso. Los que fueron bienvenidos como fuerza de trabajo barata para engrosar las arcas de los ricos son considerados escoria y obligados a “germanizarse”, “occidentalizarse” y adaptarse a la rutina del maltrato cotidiano.
Sombríos tiempos en los que la violencia se hace explícita y los dogmas son la coartada para aumentar el control social y el dominio de las poblaciones.
En 1939 Jean Paul Sartre dio a conocer su novela La náusea en la que exponía en clave literaria su perspectiva filosófica de la angustia existencial y la alienación vigente en las sociedades capitalistas.
En sus ensayos de la segunda post guerra mundial Albert Camus señalaba que vivimos en una época donde se da la legitimación del homicidio. Este fenómeno emerge por diversas vías.
Los acontecimientos ocurridos en Francia en los últimos días, por un lado fanáticos religiosos que masacraron a un grupo de periodistas y dibujantes irreverentes y satíricos, por otro la ultramontana dirigente nacionalista Le Pen buscando restaurar la pena de muerte y explotar el sentimiento xenófobo.
La mayoría de los Estados europeos han endurecido en los últimos años sus políticas antiinmigratorias. España, Italia, Francia y Alemania son ejemplos palmarios de esto.
Las imágenes de mujeres y hombres a la deriva en pleno mar procurando llegar desde el castigado continente africano asolado por guerras propiciadas por las potencias como EE UU, Francia, China y Rusia entre otras, librando sus disputas en tierras lejanas a las metrópolis pero con eco y rebote en la grandes ciudades de estos países.
Además, los diversos conflictos generados en Oriente Medio fogoneados desde los centros de poder para mantener la industria armamentista y trasladar sus crisis a la periferia del sistema del capital-mercancía.
Resultaba patético observar a personajes como Ángela Merkel, propulsora de los draconianos ajustes para las poblaciones de Grecia y Portugal, Mariano Rajoy, que elabora una legislación represiva de las protestas sociales en España, al Premier Italiano Mateo Renzi que lanzó una hiper-regresiva reforma laboral en Italia y al inefable Francois Hollande hablando de libertad, igualdad y fraternidad cuando él también junto al ministro Valls es parte del aparato de estigmatización de los jóvenes pobres que habitan la periferia de París.
Los descendientes de los argelinos, tunecinos y otros habitantes de territorios colonizados y expoliados durante años son despreciados de modo impiadoso. Los que fueron bienvenidos como fuerza de trabajo barata para engrosar las arcas de los ricos son considerados escoria y obligados a “germanizarse”, “occidentalizarse” y adaptarse a la rutina del maltrato cotidiano.
Sombríos tiempos en los que la violencia se hace explícita y los dogmas son la coartada para aumentar el control social y el dominio de las poblaciones.
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