Carlos Solero
George Orwell, autor de ficciones, ensayista y periodista muchas veces vapuleado por las sectas de autoritarios de diverso pelaje y calumniado y difamado por apologistas del sistema establecido, continúa brindando múltiples elementos que aportar a nuestros análisis de la realidad social contemporánea. Este señalamiento es inquietante pero real, patéticamente real.
Eric Blair nació en Motihari, Raj Británico [nombre que se daba a la India bajo dominio colonial inglés], el 25 de junio de 1903, y murió en Londres el 21 de enero de 1950. Pero su nombre dice poco, nada en realidad que haga presumir de quién se trata. George Orwell, en cambio, el alias que adoptó en Londres hacia 1932/33 cuando decidió que además de periodista y profesor se transformaría en escritor dando a conocer con cautela su novela Los desplazados, nos pone frente a un agudo crítico de la realidad de su tiempo.
En esta obra, también conocida como Sin Blanca en París y Londres, en la que narra sus desventuras entre los marginados por las clases acomodadas y dominantes de estas capitales europeas, Orwell muestra el revés de la trama social, el submundo de los que buscan el sustento entre los residuos, las mujeres obligadas a la prostitución y los habitantes de sórdidas pensiones.
Es también en esta época que elabora la novela Que no muera la aspisdistra, una irónica y mordaz obra que retrata casi como en un estudio etnográfico las clases sociales de Londres, sus fantasías, deseos y frustraciones, las desigualdades y la mediocridad a que la sociedad mercantil capitalista condena a la mayoría de la población laboriosa.
Podemos decir que por el talante existencialista de esta novela Orwell está en sintonía con el Jean Paul Sartre que publica La náusea y el Albert Camus que escribe El extranjero: la literatura les permite una reflexión filosófica agónica y lúcida sobre la condición humana.
George Orwell alterna su labor de docente con la de periodista, crítico literario y escritor de carácter social.
Su compromiso
Desatada la Guerra Civil en España (1936-1939), Orwell viajó para participar primero como cronista y luego como miliciano internacionalista a favor de los antifascistas y republicanos. Su experiencia en el frente de Aragón y Barcelona, bajo control primero de los anarquistas de la CNT-FAI y luego de los bolcheviques, quedó plasmada en el libro Homenaje a Cataluña.
Para Orwell, la participación activa en la lucha antifascista, la vivencia de un aunque breve intenso período revolucionario encabezado por obreros y campesinos y la traición de la URSS encabezada por Stalin será definitoria de sus escritos posteriores, como Rebelión en la granja y 1984.
En efecto, La granja de los animales o Rebelión en la granja [las dos maneras en que se ha traducido el título al castellano], concebida como una fábula política, ilustra acerca de cómo un movimiento revolucionario radical muta en el entronizamiento de una élite despótica montada sobre los principios de igualdad. Orwell muestra cómo se opera un cambio en la subjetividad a partir del goce de privilegios por parte de una minoría opresora del resto.
1984, obra de ficción anticipatoria, es un alegato contra todo totalitarismo, no sólo el encarnado por el estalinismo. Orwell es contemporáneo al pacto Von Ribbentopp-Molotov entre Stalin y Hitler, pero también de la tolerancia cómplice de las democracias occidentales de EE. UU., Inglaterra y Francia, que dejaron germinar al fascismo mussoliniano, al nazismo alemán y al expansionismo japonés.
El “doble lenguaje”, el control omnipresente de los Estados, la paranoia de los tecno-burócratas, la resistencia de los disidentes, todo esto y mucho más están en las páginas de este monumental e imperecedero libro.
La obra de George Orwell, el nombre literario de Eric Blair, aún interpela nuestra subjetividad y nos incita a una profunda reflexión sobre la condición humana de nuestro tiempo y los múltiples desafíos a afrontar.
Orwell revisitado
En un ciclo organizado por la Biblioteca y Archivo Histórico Social Alberto Ghiraldo [en Rosario, Argentina] se proyectó una de las versiones de la película "1984", filme basado en la novela que George Orwell escribiera en 1948. Reencontrarnos con esa distopía dispara algunas reflexiones sobre la escena contemporánea.
Resulta escalofriante observar cómo muchas de las cuestiones planteadas en la novela y también en el filme no sólo ocurrieron en lugares como la ex URSS, sino que también se dieron durante en Italia durante la etapa del fascismo mussoliniano y en la Alemania bajo el liderazgo omnipotente y omnipresente de Adolfo Hitler y sus temibles SS.
Ahora bien: las sociedades del capitalismo avanzado como por ejemplo Estados Unidos de Norteamérica o Inglaterra, caben perfectamente en el molde de la distopía orwelliana. También muchas de las sociedades asiáticas como China y los sultanatos árabes, Corea y países de Latinoamérica durante las dictaduras cívico-militares, o bien bajo el imperio de regímenes populistas con fuerte culto a la personalidad de los jerarcas entronizados.
En efecto, el personaje principal de 1984, Winston Smith, tiene como función trabajando en el Ministerio de la Verdad la de “actualizar”, rectificar los datos del periódico de mayor circulación que opera como vocero oficial del gobierno de Oceanía.
La telepantalla, instalada en todos los edificios y viviendas, anuncia sobre las victorias del régimen dominante en las guerras permanentes y a su vez vocifera el exitoso alcance de las metas fijadas por los jerarcas dominantes. La imagen del Gran Hermano también está esparcida en todos los ámbitos.
Hoy las telecámaras son parte del paisaje cotidiano: lugares de trabajo y vivienda, edificios públicos y privados están plagados de estos artefactos. Lo grave es que la población los acepta sin cuestionamientos, mansa y hasta servilmente.
Para quien lea la novela 1984 o lea los ensayos políticos de Orwell resultará evidente que las palabras o imágenes allí contenidas no son sólo ficción sino patéticas realidades contra las que es un imperativo ético impostergable resistir y rebelarse.
La obra de George Orwell aún interpela nuestra subjetividad, nos incita a una profunda reflexión sobre la condición humana de nuestro tiempo y los múltiples desafíos a afrontar.
George Orwell, autor de ficciones, ensayista y periodista muchas veces vapuleado por las sectas de autoritarios de diverso pelaje y calumniado y difamado por apologistas del sistema establecido, continúa brindando múltiples elementos que aportar a nuestros análisis de la realidad social contemporánea. Este señalamiento es inquietante pero real, patéticamente real.
Eric Blair nació en Motihari, Raj Británico [nombre que se daba a la India bajo dominio colonial inglés], el 25 de junio de 1903, y murió en Londres el 21 de enero de 1950. Pero su nombre dice poco, nada en realidad que haga presumir de quién se trata. George Orwell, en cambio, el alias que adoptó en Londres hacia 1932/33 cuando decidió que además de periodista y profesor se transformaría en escritor dando a conocer con cautela su novela Los desplazados, nos pone frente a un agudo crítico de la realidad de su tiempo.
En esta obra, también conocida como Sin Blanca en París y Londres, en la que narra sus desventuras entre los marginados por las clases acomodadas y dominantes de estas capitales europeas, Orwell muestra el revés de la trama social, el submundo de los que buscan el sustento entre los residuos, las mujeres obligadas a la prostitución y los habitantes de sórdidas pensiones.
Es también en esta época que elabora la novela Que no muera la aspisdistra, una irónica y mordaz obra que retrata casi como en un estudio etnográfico las clases sociales de Londres, sus fantasías, deseos y frustraciones, las desigualdades y la mediocridad a que la sociedad mercantil capitalista condena a la mayoría de la población laboriosa.
Podemos decir que por el talante existencialista de esta novela Orwell está en sintonía con el Jean Paul Sartre que publica La náusea y el Albert Camus que escribe El extranjero: la literatura les permite una reflexión filosófica agónica y lúcida sobre la condición humana.
George Orwell alterna su labor de docente con la de periodista, crítico literario y escritor de carácter social.
Su compromiso
Desatada la Guerra Civil en España (1936-1939), Orwell viajó para participar primero como cronista y luego como miliciano internacionalista a favor de los antifascistas y republicanos. Su experiencia en el frente de Aragón y Barcelona, bajo control primero de los anarquistas de la CNT-FAI y luego de los bolcheviques, quedó plasmada en el libro Homenaje a Cataluña.
Para Orwell, la participación activa en la lucha antifascista, la vivencia de un aunque breve intenso período revolucionario encabezado por obreros y campesinos y la traición de la URSS encabezada por Stalin será definitoria de sus escritos posteriores, como Rebelión en la granja y 1984.
En efecto, La granja de los animales o Rebelión en la granja [las dos maneras en que se ha traducido el título al castellano], concebida como una fábula política, ilustra acerca de cómo un movimiento revolucionario radical muta en el entronizamiento de una élite despótica montada sobre los principios de igualdad. Orwell muestra cómo se opera un cambio en la subjetividad a partir del goce de privilegios por parte de una minoría opresora del resto.
1984, obra de ficción anticipatoria, es un alegato contra todo totalitarismo, no sólo el encarnado por el estalinismo. Orwell es contemporáneo al pacto Von Ribbentopp-Molotov entre Stalin y Hitler, pero también de la tolerancia cómplice de las democracias occidentales de EE. UU., Inglaterra y Francia, que dejaron germinar al fascismo mussoliniano, al nazismo alemán y al expansionismo japonés.
El “doble lenguaje”, el control omnipresente de los Estados, la paranoia de los tecno-burócratas, la resistencia de los disidentes, todo esto y mucho más están en las páginas de este monumental e imperecedero libro.
La obra de George Orwell, el nombre literario de Eric Blair, aún interpela nuestra subjetividad y nos incita a una profunda reflexión sobre la condición humana de nuestro tiempo y los múltiples desafíos a afrontar.
Orwell revisitado
En un ciclo organizado por la Biblioteca y Archivo Histórico Social Alberto Ghiraldo [en Rosario, Argentina] se proyectó una de las versiones de la película "1984", filme basado en la novela que George Orwell escribiera en 1948. Reencontrarnos con esa distopía dispara algunas reflexiones sobre la escena contemporánea.
Resulta escalofriante observar cómo muchas de las cuestiones planteadas en la novela y también en el filme no sólo ocurrieron en lugares como la ex URSS, sino que también se dieron durante en Italia durante la etapa del fascismo mussoliniano y en la Alemania bajo el liderazgo omnipotente y omnipresente de Adolfo Hitler y sus temibles SS.
Ahora bien: las sociedades del capitalismo avanzado como por ejemplo Estados Unidos de Norteamérica o Inglaterra, caben perfectamente en el molde de la distopía orwelliana. También muchas de las sociedades asiáticas como China y los sultanatos árabes, Corea y países de Latinoamérica durante las dictaduras cívico-militares, o bien bajo el imperio de regímenes populistas con fuerte culto a la personalidad de los jerarcas entronizados.
En efecto, el personaje principal de 1984, Winston Smith, tiene como función trabajando en el Ministerio de la Verdad la de “actualizar”, rectificar los datos del periódico de mayor circulación que opera como vocero oficial del gobierno de Oceanía.
La telepantalla, instalada en todos los edificios y viviendas, anuncia sobre las victorias del régimen dominante en las guerras permanentes y a su vez vocifera el exitoso alcance de las metas fijadas por los jerarcas dominantes. La imagen del Gran Hermano también está esparcida en todos los ámbitos.
Hoy las telecámaras son parte del paisaje cotidiano: lugares de trabajo y vivienda, edificios públicos y privados están plagados de estos artefactos. Lo grave es que la población los acepta sin cuestionamientos, mansa y hasta servilmente.
Para quien lea la novela 1984 o lea los ensayos políticos de Orwell resultará evidente que las palabras o imágenes allí contenidas no son sólo ficción sino patéticas realidades contra las que es un imperativo ético impostergable resistir y rebelarse.
La obra de George Orwell aún interpela nuestra subjetividad, nos incita a una profunda reflexión sobre la condición humana de nuestro tiempo y los múltiples desafíos a afrontar.
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