Ernesto Soltero
Desde que se anunció la realización del Festival Suena Caracas la polémica se hizo presente. La razón: el financiamiento de un mega evento con estrellas internacionales, mediante el uso de fondos públicos. En otros países han ocurrido cosas similares, siempre hay quién considera que hacer eventos gratuitos es más un gasto que una inversión. La diferencia es que en otros países no dependen totalmente de la renta petrolera. La caída del precio de un barril de crudo puede resultar fatal para nuestra economía.
A lo dicho en el párrafo anterior (que es de por si, pésimo) hay que agregar algo más: Los patrocinantes privados no son tomados en cuenta por un tema de fanatismo ideológico. Además, quienes tienen el poder político en nuestro país son, en el mejor de los casos, unos ineptos, dentro de su tendencia socialista son ineficaces. No sólo tenemos un socialismo autoritario y contradictorio (o hipócrita, mejor dicho, porque lo contradictorio puede conciliar) es que es un socialismo autoritario, contradictorio y mal aplicado.
Ante un evento de esa envergadura y de esa naturaleza siempre quedan varias opciones. Se puede aceptar o rechazar por razones éticas ligadas al gasto público. Se pueden obviar esos temas y asumir la postura despreocupada, cínica, la del que dice “que fastidio la política, yo no le paro a eso”. No falta la posición meramente estética, la de justificar el arte por el arte y separarlo de la política, reconociendo, por ejemplo, que Mozart era un gran compositor financiando por monarcas déspotas. Yo asumí otra opción: la de ser testigo de un evento polémico sólo por el morbo de ser testigo.
Desde el principio la información sobre el festival Suena Caracas fue un poco confusa. Si bien, en la página del evento anunciaban los conciertos gratuitos a las 5:00 pm, otras fuentes indicaban que sería a las 3:00. Ninguna de las dos horas fue la correcta. Fue después de las 6 que se montó la primera agrupación, Palmeras Kaníbales. Llegué tarde, pero estuve más de una hora de pie, en un mar de gente que crecía, sin que al menos pusieran una música de fondo. Cultura Profética había probado sonido, y muchos se sorprendieron al saber que era sólo eso: una prueba.
Palmeras Kaníbales tuvieron un set corto pero efectivo musicalmente. Mostraron un sonido entre ska-latino y rock mestizo noventoso un poco en la onda de grupos como Mano Negra y La Maldita Vecindad. Difiero de su postura política, aunque reconozco que cantaban sobre lo mismo aun antes de que “el comandante” diera su primer golpe de Estado. Mejor obviar ese aspecto, y reconocer que el rock mestizo fue nuestro grunge y nos reconcilió (a quienes veníamos de oir rock puro y duro) con nuestras raíces latinas.
Después del recital de las Palmeras ocurrió uno de esos intermedios eternos entre banda y banda que fueron una constante incómoda. En ocasiones, nos entretuvimos con la animación de una especie de Winston Vallenilla afrodescendiente y “la gurú sexual” Yei-love, a quién por cierto, le falta mucho como animadora. El evitar querer “sexy ajuro” sería un buen comienzo. Pero en otras fue peor: no aparecía nadie en tarima, eran 40 minutos (acaso más) de espera a veces silenciosos y a veces amenizados por el mejor indie-rock y el mejor rock californiano made in USA. Nunca supimos si fue sabotaje o ingenuidad del DJ.
Posteriormente vino el recital de Campesinos Rap, quienes a pesar de su postura abiertamente oficialista (porque es bueno que lo sepan, gran parte de los asistentes eran opositores) fueron aplaudidos con su performance hip hopero lleno de referencias al llano, incluyendo breakdance y rimas llenas de coloquios sabaneros, alusivas incluso al acto de copular con burras. Lo mejor fue cuando tocaron hip hop con músicos joroperos en vivo, algo que deberían seguir explotando. Son tan vacilables como los Beastie Boys o Insane Clown Pose, algo original en su estilo aunque claramente explotan clichés algo caricaturescos de su gentilicio.
Lo que vino después es un paréntesis. La agrupación Los Que Rezan no suena mal musicalmente. Simplemente tuvieron la desdicha de ser mal presentados, de tocar cuando la gente esperaba a Desorden Público, de sonar como a “banda tributo al Soda Stereo de los 90” y de extenderse en un repertorio que nadie aplaudió. Todo ello generó rechazo. Personalmente creí que estaban matando tiempo para ver como hacían con Desorden Público, pues, días antes Caplís (el bajista de toda la vida) había dicho por twitter que “no se prestaría a ese circo”. Me imaginé una conversación tensa tras bambalinas convenciendo a los “desordenados” de que debían tocar.
Se montó Zapato 3 posteriormente. Sin ser santos de mi devoción, sentí que presencié a unos verdaderos rockstars criollos, un grupo consagrado. No es exagerado decir que están al nivel de cualquier grupo pop-rock inglés de los 80/90 y que bien podrían encabezar un Glastonbury de cantar en lengua anglosajona. Los temas de su repertorio tardío, posterior a “ Bésame y Suicídate”, me generaron rechazo en su momento, quizás por considerarlos pretenciosos. A la distancia del tiempo se reivindican. Niños de 20 años no sabían lo que escuchaban, pero se enteraron cuando oyeron “Pantaletas Negras”.
La cosa se puso mejor con Desorden, quienes contra todo pronóstico se presentaron. Un bajista suplente en el lugar de Caplís nos hizo suponer que habría algo de autocensura. Pero no, Desorden Público lanzó su balazo con el tema “Todo está normal”, y tocó temas de su disco “Los Contrarios” incluyendo el duo con Rubén Albarrán “El Poder emborracha”. No cayeron en la descalificación, lograron mostrar su rebeldía llamando a la vez a la unidad de la gente. Una forma ágil de neutralizar a la censura y utilizar plataformas para difundir su mensaje. La frase “Si van a robar al menos cambien los ladrones” quedará para la posteridad. Un single seguro.
Y luego vino lo que muchos esperábamos: la presentación de Café Tacuba, una agrupación a la que le tengo cariño por haberme demostrado, en aquéllos 90, que las guayaberas y los sombreros de charros podían ser más rebeldes que cualquier muñequera de cuero con puyas. Pese a su postura contestataria, comenzaron con lo más bailable de su repertorio, el tema disco “el baile de salón”. No faltaron éxitos como “La Ingrata” o su versión ska de Leon Dan del tema “Cómo te extraño”. Tocaron de más por la insistencia del público. El discurso ecologista de Rubén Albarrán y a favor del agua cayó sobre la gente como un hechizo azteca en forma de lluvia mientras el público se encontraba en trance musical.
Todo parecía perfecto. Ya era tarde. Pero el animador, a quién bautizamos como “El Winston Vallenilla afrodescendiente” se encargó de tranquilizarnos diciendo varias veces que el metro de Caracas cerraría tarde, primero a las 12, luego “cuando acabara el concierto”. Falso.Otra promesa política incumplida en un evento que pretende lavarle la cara al gobierno. La suave llovizna se convirtió en un torrencial aguacero con frío. Y la espera por Cultura Profética,con ese cambio climático, fue peor. Hubiese sido preferIble ser honestos y posponer su presentación aunque fuera en una fecha no pautada.
Cultura Profética sonaron bien, al menos en los tres temas que escuché antes de querer engriparme o morir de neumonía. Quienes se quedaron, obviamente, lo hicieron por voluntad propia. Pero seguramente se sorprendieron, al igual que yo, cuando, a pesar de la lluvia y la hora se encontraron con las estaciones del metro en Capitolio y Teatros cerradas. El “circo”, como forma de distracción, no funcionó, porque se organizó tan mal que nos hizo darnos nuestro coñazo con la realidad. Un verdadero “Circo Cruel”, parafraseando la canción de Sentimiento Muerto.
No estuvimos solos al menos. Fuimos miles de personas regadas anárquicamente por el centro de Caracas, desde El Silencio hasta La Candelaria, tratando en vano de agarrar algún taxi o buseta. Personalmente, al ver indigentes durmiendo en los alrededores de la Plaza Caracas pensé que mi suerte, mi mala suerte, era la que vivían estas personas los siete días de la semana, porque ni siquiera Misión Vivienda y Negra Hipólita les resolvieron su vida. La basura en los alrededores del centro Simón Bolívar, la obra arquitectónica que alberga, entre otras instituciones, al Ministerio de Salud y al Ministerio del ambiente nos pareció también una horrible contradicción. Nunca la canción “Dónde está el futuro” de Desorden Público sonó tan actual.
[Tomado de http://www.panfletonegro.com/v/2014/11/30/suena-caracas-como-montar-un-circo-sin-lograr-ocultar-la-realidad/.]
Desde que se anunció la realización del Festival Suena Caracas la polémica se hizo presente. La razón: el financiamiento de un mega evento con estrellas internacionales, mediante el uso de fondos públicos. En otros países han ocurrido cosas similares, siempre hay quién considera que hacer eventos gratuitos es más un gasto que una inversión. La diferencia es que en otros países no dependen totalmente de la renta petrolera. La caída del precio de un barril de crudo puede resultar fatal para nuestra economía.
A lo dicho en el párrafo anterior (que es de por si, pésimo) hay que agregar algo más: Los patrocinantes privados no son tomados en cuenta por un tema de fanatismo ideológico. Además, quienes tienen el poder político en nuestro país son, en el mejor de los casos, unos ineptos, dentro de su tendencia socialista son ineficaces. No sólo tenemos un socialismo autoritario y contradictorio (o hipócrita, mejor dicho, porque lo contradictorio puede conciliar) es que es un socialismo autoritario, contradictorio y mal aplicado.
Ante un evento de esa envergadura y de esa naturaleza siempre quedan varias opciones. Se puede aceptar o rechazar por razones éticas ligadas al gasto público. Se pueden obviar esos temas y asumir la postura despreocupada, cínica, la del que dice “que fastidio la política, yo no le paro a eso”. No falta la posición meramente estética, la de justificar el arte por el arte y separarlo de la política, reconociendo, por ejemplo, que Mozart era un gran compositor financiando por monarcas déspotas. Yo asumí otra opción: la de ser testigo de un evento polémico sólo por el morbo de ser testigo.
Desde el principio la información sobre el festival Suena Caracas fue un poco confusa. Si bien, en la página del evento anunciaban los conciertos gratuitos a las 5:00 pm, otras fuentes indicaban que sería a las 3:00. Ninguna de las dos horas fue la correcta. Fue después de las 6 que se montó la primera agrupación, Palmeras Kaníbales. Llegué tarde, pero estuve más de una hora de pie, en un mar de gente que crecía, sin que al menos pusieran una música de fondo. Cultura Profética había probado sonido, y muchos se sorprendieron al saber que era sólo eso: una prueba.
Palmeras Kaníbales tuvieron un set corto pero efectivo musicalmente. Mostraron un sonido entre ska-latino y rock mestizo noventoso un poco en la onda de grupos como Mano Negra y La Maldita Vecindad. Difiero de su postura política, aunque reconozco que cantaban sobre lo mismo aun antes de que “el comandante” diera su primer golpe de Estado. Mejor obviar ese aspecto, y reconocer que el rock mestizo fue nuestro grunge y nos reconcilió (a quienes veníamos de oir rock puro y duro) con nuestras raíces latinas.
Después del recital de las Palmeras ocurrió uno de esos intermedios eternos entre banda y banda que fueron una constante incómoda. En ocasiones, nos entretuvimos con la animación de una especie de Winston Vallenilla afrodescendiente y “la gurú sexual” Yei-love, a quién por cierto, le falta mucho como animadora. El evitar querer “sexy ajuro” sería un buen comienzo. Pero en otras fue peor: no aparecía nadie en tarima, eran 40 minutos (acaso más) de espera a veces silenciosos y a veces amenizados por el mejor indie-rock y el mejor rock californiano made in USA. Nunca supimos si fue sabotaje o ingenuidad del DJ.
Posteriormente vino el recital de Campesinos Rap, quienes a pesar de su postura abiertamente oficialista (porque es bueno que lo sepan, gran parte de los asistentes eran opositores) fueron aplaudidos con su performance hip hopero lleno de referencias al llano, incluyendo breakdance y rimas llenas de coloquios sabaneros, alusivas incluso al acto de copular con burras. Lo mejor fue cuando tocaron hip hop con músicos joroperos en vivo, algo que deberían seguir explotando. Son tan vacilables como los Beastie Boys o Insane Clown Pose, algo original en su estilo aunque claramente explotan clichés algo caricaturescos de su gentilicio.
Lo que vino después es un paréntesis. La agrupación Los Que Rezan no suena mal musicalmente. Simplemente tuvieron la desdicha de ser mal presentados, de tocar cuando la gente esperaba a Desorden Público, de sonar como a “banda tributo al Soda Stereo de los 90” y de extenderse en un repertorio que nadie aplaudió. Todo ello generó rechazo. Personalmente creí que estaban matando tiempo para ver como hacían con Desorden Público, pues, días antes Caplís (el bajista de toda la vida) había dicho por twitter que “no se prestaría a ese circo”. Me imaginé una conversación tensa tras bambalinas convenciendo a los “desordenados” de que debían tocar.
Se montó Zapato 3 posteriormente. Sin ser santos de mi devoción, sentí que presencié a unos verdaderos rockstars criollos, un grupo consagrado. No es exagerado decir que están al nivel de cualquier grupo pop-rock inglés de los 80/90 y que bien podrían encabezar un Glastonbury de cantar en lengua anglosajona. Los temas de su repertorio tardío, posterior a “ Bésame y Suicídate”, me generaron rechazo en su momento, quizás por considerarlos pretenciosos. A la distancia del tiempo se reivindican. Niños de 20 años no sabían lo que escuchaban, pero se enteraron cuando oyeron “Pantaletas Negras”.
La cosa se puso mejor con Desorden, quienes contra todo pronóstico se presentaron. Un bajista suplente en el lugar de Caplís nos hizo suponer que habría algo de autocensura. Pero no, Desorden Público lanzó su balazo con el tema “Todo está normal”, y tocó temas de su disco “Los Contrarios” incluyendo el duo con Rubén Albarrán “El Poder emborracha”. No cayeron en la descalificación, lograron mostrar su rebeldía llamando a la vez a la unidad de la gente. Una forma ágil de neutralizar a la censura y utilizar plataformas para difundir su mensaje. La frase “Si van a robar al menos cambien los ladrones” quedará para la posteridad. Un single seguro.
Y luego vino lo que muchos esperábamos: la presentación de Café Tacuba, una agrupación a la que le tengo cariño por haberme demostrado, en aquéllos 90, que las guayaberas y los sombreros de charros podían ser más rebeldes que cualquier muñequera de cuero con puyas. Pese a su postura contestataria, comenzaron con lo más bailable de su repertorio, el tema disco “el baile de salón”. No faltaron éxitos como “La Ingrata” o su versión ska de Leon Dan del tema “Cómo te extraño”. Tocaron de más por la insistencia del público. El discurso ecologista de Rubén Albarrán y a favor del agua cayó sobre la gente como un hechizo azteca en forma de lluvia mientras el público se encontraba en trance musical.
Todo parecía perfecto. Ya era tarde. Pero el animador, a quién bautizamos como “El Winston Vallenilla afrodescendiente” se encargó de tranquilizarnos diciendo varias veces que el metro de Caracas cerraría tarde, primero a las 12, luego “cuando acabara el concierto”. Falso.Otra promesa política incumplida en un evento que pretende lavarle la cara al gobierno. La suave llovizna se convirtió en un torrencial aguacero con frío. Y la espera por Cultura Profética,con ese cambio climático, fue peor. Hubiese sido preferIble ser honestos y posponer su presentación aunque fuera en una fecha no pautada.
Cultura Profética sonaron bien, al menos en los tres temas que escuché antes de querer engriparme o morir de neumonía. Quienes se quedaron, obviamente, lo hicieron por voluntad propia. Pero seguramente se sorprendieron, al igual que yo, cuando, a pesar de la lluvia y la hora se encontraron con las estaciones del metro en Capitolio y Teatros cerradas. El “circo”, como forma de distracción, no funcionó, porque se organizó tan mal que nos hizo darnos nuestro coñazo con la realidad. Un verdadero “Circo Cruel”, parafraseando la canción de Sentimiento Muerto.
No estuvimos solos al menos. Fuimos miles de personas regadas anárquicamente por el centro de Caracas, desde El Silencio hasta La Candelaria, tratando en vano de agarrar algún taxi o buseta. Personalmente, al ver indigentes durmiendo en los alrededores de la Plaza Caracas pensé que mi suerte, mi mala suerte, era la que vivían estas personas los siete días de la semana, porque ni siquiera Misión Vivienda y Negra Hipólita les resolvieron su vida. La basura en los alrededores del centro Simón Bolívar, la obra arquitectónica que alberga, entre otras instituciones, al Ministerio de Salud y al Ministerio del ambiente nos pareció también una horrible contradicción. Nunca la canción “Dónde está el futuro” de Desorden Público sonó tan actual.
[Tomado de http://www.panfletonegro.com/v/2014/11/30/suena-caracas-como-montar-un-circo-sin-lograr-ocultar-la-realidad/.]
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