Franela del Che que comercializa la editorial Ocean Sur |
Ernesto Pérez
Hace un par de meses, la empresa
farmacéutica cubana Labiofam desató una escandalosa polémica con el anuncio de
dos fragancias con los nombres Ernesto (Che Guevara) y Hugo (Chávez).
Algunos medios de prensa alertaron que tras la censura del
proyecto podían esconderse los intereses comerciales de las familias del
guerrillero argentino y del fallecido presidente venezolano.
La “nota oficial”, publicada por el gobierno cubano, hacía pensar que la prohibición era un asunto exclusivamente ideológico. Pero la teoría de una disputa por los derechos de comercialización de un producto dedicado al Che Guevara se torna posible.
En primer lugar: la imagen del Che está en cientos de
productos artesanales que se venden a los turistas, lo cual hace pensar que el
gobierno cubano no quiera quedarse fuera del lucrativo negocio.
Segundo: llama la atención que el director de Labiofam sea
José Antonio Fraga Castro, sobrino de Fidel Castro. Cualquier otro dirigente no
consanguíneo con el dictador hubiera sido removido inmediatamente del cargo.
Y tercero: ya se ha hecho habitual que los familiares
cubanos del Che Guevara (aquellos reconocidos oficialmente), tanto su viuda
como su hija Aleida, pasen el tiempo enredados en litigios y disputas por los
beneficios económicos que les provee el fantasma del guerrillero.
Viuda administradora
Apartada de la vida pública durante años, después de
confesar su convivencia con un antiguo miembro de la escolta de su difunto
esposo, Aleida March nunca ha sido vista con muy buenos ojos por los
principales dirigentes cubanos, mucho menos cuando decidió administrar
personalmente los derechos de autor del Che y beneficiarse de ellos sin dar
cuenta a nadie, ni siquiera a Fidel Castro, solo haciendo valer sus “beneficios
de viudez”.
A principios de los años 90, en medio del desastre económico
de la Isla, las formidables ganancias por la venta de escritos e imágenes de su
esposo a editoriales europeas, estimularon la faceta de empresaria de Aleida
March, que en un estilo bien “capitalista”, tomó la decisión de crear una
especie de Fundación, disimulada bajo el nombre de “Centro de Estudios Che
Guevara”.
El carácter personal de la decisión de Aleida no entusiasmó
a Fidel Castro, que, fuera de las ganancias del negocio, jamás permitió una
inauguración oficial del “Centro de Estudios” y lo ha mantenido al margen de
las instituciones académicas. La “corporación” familiar, aunque tolerada, no es
tomada en cuenta en las actividades oficiales relacionadas con el Che. En fin,
el Centro no existe de manera oficial, aunque sí legal.
Tal vez, para evitar un escándalo por declaraciones adversas
de la viuda de tan famoso personaje, Fidel Castro permitió que se construyera
el fastuoso edificio (a fin de cuentas el capital no saldría de su bolsillo
verdeolivo) y se le autorizara una existencia en plano secundario, controlada
por el gobierno (como todo lo que existe en la Isla) pero con libertades a la
hora de comercializar aquella sustancia volátil, intangible, llamada “Che”, y
que más por conveniencia que por derecho correspondía a los herederos directos.
Tengamos en cuenta que una mujer enfurecida frente a los
medios de prensa extranjeros (primero, por los años de silencio y, segundo, por
no haber sido consultada sobre los detalles arquitectónicos del mausoleo al
Che, en Santa Clara, ni sobre el destino final de los restos de su esposo), no
convenía a nadie.
La familia excluída
Ignorando aquella famosa carta de 1965 donde el Che renuncia
a sus cargos en el gobierno cubano, y al mismo tiempo, declara que no lega nada
a su mujer y sus hijos, los herederos cubanos no han titubeado a la hora de
convertir al “paradigma del hombre nuevo” en la gallina de los huevos de oro.
A tono con los tiempos, el modelo de “revolucionario” que
promovían los discursos oficiales terminó por transformarse en un lucrativo
negocio que ha llevado a la familia Guevara March a enfrentamientos con la
extrema izquierda que se niega a aceptar que el “legado ideológico” de aquel
que han erigido en su símbolo, sea comercializado por editoriales que se
anuncian como “alternativas” y hasta voceras de las “izquierdas” más violentas.
Hace solo unos años fue de gran resonancia ―y continúa
siéndolo― la querella que Aleida Guevara March mantuviera con miembros del
grupo político latinoamericano Revolución o Muerte, quienes, de manera
gratuita, pusieron a disposición del público, en su sitio digital, el texto
íntegro de Apuntes críticos a la economía política.
En aquella ocasión, esgrimiendo un discurso bien agresivo
con amenazas de fuertes demandas internacionales, la hija del Che reclamó la
exclusividad de los derechos de comercialización y hasta hizo una apología de
la editorial Ocean Sur, a quienes han “rentado” por un tiempo una buena parte
de la papelería e iconografía del Che.
Es con el emporio editorial Ocean Sur ―que busca mano de
obra barata en Cuba y comercializa una buena parte de su producción en los
Estados Unidos― con quien la familia del Che ha establecido nexos muy
beneficiosos.
El lujo del Centro Che Guevara (en la exclusiva barriada de
Nuevo Vedado, justo frente a una de las casas de la familia Guevara March),
permite sospechar el monto de las ganancias de una empresa próspera cuya
mercancía está compuesta por una terrible sombra.
Las giras de Aleida Guevara March
Las constantes giras mundiales que realiza Aleida Guevara
March para la presentación de los libros de su padre son equiparables a los
programas de actuación de una diva de la escena.
Detrás de todas estas apariciones públicas y discursos
“revolucionarios”, están los intereses financieros de Ocean Sur, que ha
establecido un convenio con el eufemísticamente nombrado “Proyecto Editorial
Che Guevara” perteneciente a la “Fundación” presidida por la viuda del
guerrillero, y que, como afirman algunos, es un verdadero “monopolio”.
Cuando estalló el escándalo por el anuncio de la
“revolucionaria” línea de perfumería de Labiofam, los que conocen la avidez
económica de los Guevara y los Castro, estaban claros de cuánto de tufo financiero
se escondía detrás de los sucesos.
El hecho de que no le hayan cortado la cabeza a José Antonio
Fraga Castro, por lo que pudo parecer una torpeza ideológica, habla mucho de la
naturaleza “familiar” de los intereses monopólicos de nuestro socialismo
insular.
A fin de cuentas, todo fue un asunto entre familias.
Negocios son negocios.
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