Raúl Cartaya
* Reseña y reflexión sobre el libro de Peter Gelderloos: The Failure of nonviolence. From the Arab Spring to Occupy. Seattle, Left bank books, 2013.
Peter Gelderloos es una activista de origen norteamericano que ha pasado gran parte de sus últimos años viviendo por Europa, analizando y participando en movimientos sociales diversos. Es conocedor de las diferentes formas culturales de protesta, cosa que expresa en una obra anterior (2010) To Get to the Other Side: a journey through Europe and its anarchist movements. En el análisis que despliega en sus últimos trabajos, llama la atención su interés por reavivar el debate sobre el uso de la diversidad táctica entre los movimientos sociales contemporáneos. Él mismo señala que el objeto de The Failure of nonviolence. From the Arab Spring to Occupy “no es tanto deslegitimar aquellos que prefieren optar por formas de lucha no violenta, ya que dentro de un conflicto que usa una diversidad de tácticas hay espacio para aquellos que prefieren métodos de carácter pacífico, siempre y cuando éstos no intenten imponer unas normas para el movimiento entero o intenten colaborar con la policía o otras estructuras de poder” (p.19; traducción de R.C.).
Gelderloos es bien consciente de la transformación que en general han venido sufriendo los movimientos sociales de los últimos años, los cuales han ido arrinconando(se) y demonizando estrategias de resistencia y lucha de carácter combativo (bien tradicionales en las historia de cualquier lucha y conflicto social), al tiempo que se solidificaban tendencias y metodologías no violentas para el cambio social. Esta mutación no es sino parte de un trabajo coordinado por los intereses del poder y de las instituciones promotoras de la cultura democrático-capitalista, una red de poder que incluye los Estados, instituciones financieras y medios de comunicación en el marco de las sociedades de control.
La presente publicación de Gelderloos no es sino una actualización de otro trabajo anterior (Cómo la no violencia protege al Estado, publicada en 2004 y reeditada en 2006), y es fruto, según comenta el propio autor, de haberse reavivado de forma notable en el mundo de habla inglesa el debate sobre la no violencia y el uso diverso de métodos, tras los recientes acontecimientos como el movimiento Occupy en EUA, el movimiento estudiantil, así como los disturbios en Tottenham y en Reino Unido.
En breve, podemos decir que en la citada obra anterior, Gelderloos analizó históricas movilizaciones como el movimiento por los derechos civiles en EUA, el movimiento anti-guerra durante la ocupación de Vietnam, el movimiento de independencia de la India, y el movimiento antinuclear internacional, entre otros. Su objeto era desmitificarlas en tanto que victorias propias de estrategias unificadas de lucha no violenta, presentadas todas en la historia oficial como grandes logros de este tipo de movilizaciones. Señala que en cada caso existió una lucha mucho más heterogénea y diversa que la que se cuenta, a menudo con la participación de movimientos combativos, que han sido encubiertos por la historia. Así por ejemplo, destaca perfiles poco conocidos tanto de Gandhi como de Martin Luther King colaborando con formaciones de carácter belicoso que apoyaron, y con las que cohabitaron en el proceso de sus respectivas luchas.
En The Failure of nonviolence. From the Arab Spring to Occupy, vuelve a denunciar cómo es el propio poder (del Estado, de las corporaciones, de los medios de comunicación, etc.) el que está interesado en fomentar la vía de la no violencia entre las redes sociales, deslegitimando y demonizando la violencia (concepto ambiguo y objeto de manipulación), no solo para mantener a raya una metodología revolucionaria más diversa, potencial y amenazante, sino y sobre todo, para conseguir incorporar las luchas en la tarea de reformar y mejorar el sistema dominante y por tanto reforzarlo, lo que el autor denomina con el concepto de «recuperate social struggles». El objetivo del gobierno, más que eliminar el conflicto, pretende manejarlo de forma que se mantenga en unos niveles bajos de amenaza. «Recuperation» es la forma mediante la que aquellos que intentan romper las estructuras y las relaciones de poder son inducidos a formar parte de la misma haciéndola más efectiva, volviendo los indicios de rebelión en meros símbolos inofensivos. Las luchas de las sociedades democráticas son derrotadas más a través de este mecanismo de «soft power» que mediante represión explícita. La mayor fuerza de las democracias por tanto, es la capacidad para ganar el consenso y la participación de los explotados, haciendo que acaben mejorando y reformando el sistema sin llegar a eliminar la opresión y la explotación de las relaciones sociales. En este sentido, al imponerse la metodología de la no violencia sobre el movimiento entero, se excluye toda una gama diversa de estrategias facilitando el diálogo entre las autoridades y los líderes de los movimientos. La no violencia es una restricción de las posibilidades tácticas generada por la amnesia provocada consecuencia de eliminar la memoria colectiva de las luchas. Gelderloos destaca que la gente que recuerda los cientos de años de luchas, sabe que lo poco que se tiene se ganó luchando y haciendo uso de una amplia gama de estrategias.
A la hora de valorar la efectividad de un movimiento social, Gelderloos establece cuatro premisas a tener en cuenta: Si el movimiento se apoderó de un determinado espacio para crear nuevas relaciones sociales; Si consiguió propagar concienciación de la problemática social, y de forma secundaria, si ésta fue de carácter pasivo o bien llegó a inspirar otras luchas sociales; Si tuvo apoyo de élites; Si logró algún beneficio concreto en la mejora de la vida de las personas.
Entre los más de 30 casos de movilizaciones sociales que estudia, siendo todos ellos contemporáneos y ocurridos en diferentes partes del globo, aparecen la lucha zapatista, el movimiento contra la guerra de Irak, la Revoluciones de Color, la lucha en defensa del agua y el gas boliviano, la Rebelión de Oaxaca, Las protestas de Birmania en 2007, los movimientos estudiantiles de Reino Unido, la Revolución tunecina, la Revolución de Egipto, el movimiento 15-M, Occupy y Las protestas estudiantiles de Chile 2011-2013. Tras su análisis, señala que las movilizaciones de carácter no violento demostraron que en algunas ocasiones (por ejemplo en las revoluciones de color) consiguieron derrocar el gobierno no democrático forzando elecciones democráticas o reformas electorales, aunque sin embargo, (y podemos destacar la revolución naranja de Ucrania en 2005) acabaron por desvanecerse rápidamente una vez conseguido su objetivo, el cual señala el autor, no fueron significativos pues con el paso del tiempo el régimen democrático no acabó por mejorar la vida de las personas, sino que significó un mero cambio oligárquico. Por otro lado, los movimientos analizados de carácter más combativos que no excluyen la diversidad de tácticas, tienden a permanecer en una búsqueda más profunda y significativa de cambios sociales. Estos últimos suelen tener un carácter de crítica al sistema capitalista y a la autoridad del Estado, mientras que las movilizaciones no violentas tienden a mantener los gobiernos democráticos, intentando reformarlos de forma superficial.
Es claro que no se trata de reivindicar la constitución de una práctica revolucionaria armada o violenta excluyendo otras formas o estrategias no violentas de resistencia. Por eso el autor prefiere usar el concepto de «diversity of tactics», puesto que no es de carácter excluyente, como en el caso de la no violencia, que delimita el conjunto del movimiento social. La idea es ser capaz de compaginar diferentes formas de lucha en una misma, sin caer en las trampas de los medios de comunicación, la policía o del gobierno, dividiendo y creando controversia en el seno del movimiento. De esta forma, bloqueos no violentos de vías, marchas pacíficas, sabotajes, la autodefensa o el contraataque, pueden tomar las calles de forma conjunta causando la mayor perturbación posible, respetándose unos a otros y ofreciendo la posibilidad a cada cual de participar de la forma que quiera. Lo ideal es crear un equilibrio beneficioso entre los diferentes métodos y no idolatrar unas actividades y demonizar otras, pues es necesario un amplio abanico de formas de lucha y posibilitar que cada cual, dentro de sus posibilidades, habilidades, temperamento, gusto, etc. pueda participar en actividades de una misma lucha. Al darle más importancia a las tácticas combativas o ilegales que al resto, se pierde la verdadera riqueza y complejidad de la lucha, reproduciendo el mismo patrón que los defensores de la no violencia, los cuales mantienen un discurso que trata de justificarse mediante una especie de superioridad moral y táctica. La forma de lucha más efectiva es aquella que es capaz de combinar y de complementarse creando ciclos de apoyo mutuo, encontrando vías para reforzar las debilidades de cada uno y sobre todo, respetando aquellos con los que protestamos.
El conocido movimiento antiglobalización por ejemplo, experimentó en sus primeros años un rápido aumento en apoyo y participación, adhiriéndose en las reivindicaciones colectivos muy variopintos (que si pacifistas cristianos de base, ecologistas, ONG, sindicatos, trotskistas, colectivos transgénero, anarquistas, etc). Pronto se tuvieron que tomar medidas para organizarse de forma que la diversidad de tácticas que contenía en la práctica tal variedad de colectivos, no entorpeciera y respetara la pluralidad de formas de acción entre los diferentes protestantes. De esta forma se inició, tras las protestas en Seattle (1999), un modelo en el que se coordinara esta diferencia de forma que fuera beneficiosa para el movimiento entero. Este modelo partía de un acuerdo táctico y coordinado previamente a cada cumbre, en el que la participación dividía los activistas en diferentes zonas, columnas y funciones, dependiendo de la decisión y carácter de cada colectivo. El modelo resultó ser un éxito tal y como se demostró en las posteriores citas del movimiento (Como en las cumbres de Praga y Quebec). Sin embargo, desde el encuentro de Génova (2001) marcado por la dura represión que recibieron todas las columnas durante la protesta, incluyendo la muerte de un activista por disparo de la policía, las brutales palizas posteriores a la cumbre en una escuela donde dormían multitud de activistas, las torturas a los detenidos, la propia acción de gobiernos y medios de comunicación en culpar los manifestantes combativos, etc. el movimiento, empezó a declinar, se consiguió crear discordia dentro del movimiento, dividiéndolo y debilitándolo, se abandonó el modelo de protesta abierto a la diversidad y se pasó a un plano de acción más pacifista y no violento. Es importante rescatar aquí dos cosas, por un lado, que desde inicios de los años 90, el movimiento antiglobalización sirvió de espacio para grandes debates en torno al uso de la no violencia o la diversidad de tácticas. Se hace necesario volver a generar ahora “un debate abierto y honesto sobre las estrategias de los movimientos sociales entre los defensores de la no violencia y aquellos que reivindican el uso de una diversidad de tácticas” (p. 40). Y por otro lado, destacar cómo al deshacerse el movimiento y transformase, obligó a los Estados y al sistema en general a lo largo de los años siguientes, a cambiar su aptitud al respecto, pasando de ignorarlo a intentar domarlo.
Nos encontramos ante una obra que sin duda arroja luz sobre uno de los temas más demonizados del imaginario social, el cual ha de reconocer que si realmente quiere cambiar algo significante, ha de hacer uso de una gama más amplia de recursos. La violencia cohabita en el propio funcionamiento de nuestras vidas, casi como una imposición sociocultural y sistemática, prácticamente invisible y normalizada, que mantiene en orden el mundo caótico que los movimientos sociales pretenden transformar. ¿Tiene sentido reapropiarse de forma sensata de recursos combativos e integrarlos junto con otros en las estrategias para el cambio social? Peter Glederloos nos da unas pistas que seguro podría enriquecer y empoderar las formas para la resistencia en las sociedades actuales.
[Tomado de http://revistes.ub.edu/index.php/oximora/article/download/10473/13235.]
* Reseña y reflexión sobre el libro de Peter Gelderloos: The Failure of nonviolence. From the Arab Spring to Occupy. Seattle, Left bank books, 2013.
Peter Gelderloos es una activista de origen norteamericano que ha pasado gran parte de sus últimos años viviendo por Europa, analizando y participando en movimientos sociales diversos. Es conocedor de las diferentes formas culturales de protesta, cosa que expresa en una obra anterior (2010) To Get to the Other Side: a journey through Europe and its anarchist movements. En el análisis que despliega en sus últimos trabajos, llama la atención su interés por reavivar el debate sobre el uso de la diversidad táctica entre los movimientos sociales contemporáneos. Él mismo señala que el objeto de The Failure of nonviolence. From the Arab Spring to Occupy “no es tanto deslegitimar aquellos que prefieren optar por formas de lucha no violenta, ya que dentro de un conflicto que usa una diversidad de tácticas hay espacio para aquellos que prefieren métodos de carácter pacífico, siempre y cuando éstos no intenten imponer unas normas para el movimiento entero o intenten colaborar con la policía o otras estructuras de poder” (p.19; traducción de R.C.).
Gelderloos es bien consciente de la transformación que en general han venido sufriendo los movimientos sociales de los últimos años, los cuales han ido arrinconando(se) y demonizando estrategias de resistencia y lucha de carácter combativo (bien tradicionales en las historia de cualquier lucha y conflicto social), al tiempo que se solidificaban tendencias y metodologías no violentas para el cambio social. Esta mutación no es sino parte de un trabajo coordinado por los intereses del poder y de las instituciones promotoras de la cultura democrático-capitalista, una red de poder que incluye los Estados, instituciones financieras y medios de comunicación en el marco de las sociedades de control.
La presente publicación de Gelderloos no es sino una actualización de otro trabajo anterior (Cómo la no violencia protege al Estado, publicada en 2004 y reeditada en 2006), y es fruto, según comenta el propio autor, de haberse reavivado de forma notable en el mundo de habla inglesa el debate sobre la no violencia y el uso diverso de métodos, tras los recientes acontecimientos como el movimiento Occupy en EUA, el movimiento estudiantil, así como los disturbios en Tottenham y en Reino Unido.
En breve, podemos decir que en la citada obra anterior, Gelderloos analizó históricas movilizaciones como el movimiento por los derechos civiles en EUA, el movimiento anti-guerra durante la ocupación de Vietnam, el movimiento de independencia de la India, y el movimiento antinuclear internacional, entre otros. Su objeto era desmitificarlas en tanto que victorias propias de estrategias unificadas de lucha no violenta, presentadas todas en la historia oficial como grandes logros de este tipo de movilizaciones. Señala que en cada caso existió una lucha mucho más heterogénea y diversa que la que se cuenta, a menudo con la participación de movimientos combativos, que han sido encubiertos por la historia. Así por ejemplo, destaca perfiles poco conocidos tanto de Gandhi como de Martin Luther King colaborando con formaciones de carácter belicoso que apoyaron, y con las que cohabitaron en el proceso de sus respectivas luchas.
En The Failure of nonviolence. From the Arab Spring to Occupy, vuelve a denunciar cómo es el propio poder (del Estado, de las corporaciones, de los medios de comunicación, etc.) el que está interesado en fomentar la vía de la no violencia entre las redes sociales, deslegitimando y demonizando la violencia (concepto ambiguo y objeto de manipulación), no solo para mantener a raya una metodología revolucionaria más diversa, potencial y amenazante, sino y sobre todo, para conseguir incorporar las luchas en la tarea de reformar y mejorar el sistema dominante y por tanto reforzarlo, lo que el autor denomina con el concepto de «recuperate social struggles». El objetivo del gobierno, más que eliminar el conflicto, pretende manejarlo de forma que se mantenga en unos niveles bajos de amenaza. «Recuperation» es la forma mediante la que aquellos que intentan romper las estructuras y las relaciones de poder son inducidos a formar parte de la misma haciéndola más efectiva, volviendo los indicios de rebelión en meros símbolos inofensivos. Las luchas de las sociedades democráticas son derrotadas más a través de este mecanismo de «soft power» que mediante represión explícita. La mayor fuerza de las democracias por tanto, es la capacidad para ganar el consenso y la participación de los explotados, haciendo que acaben mejorando y reformando el sistema sin llegar a eliminar la opresión y la explotación de las relaciones sociales. En este sentido, al imponerse la metodología de la no violencia sobre el movimiento entero, se excluye toda una gama diversa de estrategias facilitando el diálogo entre las autoridades y los líderes de los movimientos. La no violencia es una restricción de las posibilidades tácticas generada por la amnesia provocada consecuencia de eliminar la memoria colectiva de las luchas. Gelderloos destaca que la gente que recuerda los cientos de años de luchas, sabe que lo poco que se tiene se ganó luchando y haciendo uso de una amplia gama de estrategias.
A la hora de valorar la efectividad de un movimiento social, Gelderloos establece cuatro premisas a tener en cuenta: Si el movimiento se apoderó de un determinado espacio para crear nuevas relaciones sociales; Si consiguió propagar concienciación de la problemática social, y de forma secundaria, si ésta fue de carácter pasivo o bien llegó a inspirar otras luchas sociales; Si tuvo apoyo de élites; Si logró algún beneficio concreto en la mejora de la vida de las personas.
Entre los más de 30 casos de movilizaciones sociales que estudia, siendo todos ellos contemporáneos y ocurridos en diferentes partes del globo, aparecen la lucha zapatista, el movimiento contra la guerra de Irak, la Revoluciones de Color, la lucha en defensa del agua y el gas boliviano, la Rebelión de Oaxaca, Las protestas de Birmania en 2007, los movimientos estudiantiles de Reino Unido, la Revolución tunecina, la Revolución de Egipto, el movimiento 15-M, Occupy y Las protestas estudiantiles de Chile 2011-2013. Tras su análisis, señala que las movilizaciones de carácter no violento demostraron que en algunas ocasiones (por ejemplo en las revoluciones de color) consiguieron derrocar el gobierno no democrático forzando elecciones democráticas o reformas electorales, aunque sin embargo, (y podemos destacar la revolución naranja de Ucrania en 2005) acabaron por desvanecerse rápidamente una vez conseguido su objetivo, el cual señala el autor, no fueron significativos pues con el paso del tiempo el régimen democrático no acabó por mejorar la vida de las personas, sino que significó un mero cambio oligárquico. Por otro lado, los movimientos analizados de carácter más combativos que no excluyen la diversidad de tácticas, tienden a permanecer en una búsqueda más profunda y significativa de cambios sociales. Estos últimos suelen tener un carácter de crítica al sistema capitalista y a la autoridad del Estado, mientras que las movilizaciones no violentas tienden a mantener los gobiernos democráticos, intentando reformarlos de forma superficial.
Es claro que no se trata de reivindicar la constitución de una práctica revolucionaria armada o violenta excluyendo otras formas o estrategias no violentas de resistencia. Por eso el autor prefiere usar el concepto de «diversity of tactics», puesto que no es de carácter excluyente, como en el caso de la no violencia, que delimita el conjunto del movimiento social. La idea es ser capaz de compaginar diferentes formas de lucha en una misma, sin caer en las trampas de los medios de comunicación, la policía o del gobierno, dividiendo y creando controversia en el seno del movimiento. De esta forma, bloqueos no violentos de vías, marchas pacíficas, sabotajes, la autodefensa o el contraataque, pueden tomar las calles de forma conjunta causando la mayor perturbación posible, respetándose unos a otros y ofreciendo la posibilidad a cada cual de participar de la forma que quiera. Lo ideal es crear un equilibrio beneficioso entre los diferentes métodos y no idolatrar unas actividades y demonizar otras, pues es necesario un amplio abanico de formas de lucha y posibilitar que cada cual, dentro de sus posibilidades, habilidades, temperamento, gusto, etc. pueda participar en actividades de una misma lucha. Al darle más importancia a las tácticas combativas o ilegales que al resto, se pierde la verdadera riqueza y complejidad de la lucha, reproduciendo el mismo patrón que los defensores de la no violencia, los cuales mantienen un discurso que trata de justificarse mediante una especie de superioridad moral y táctica. La forma de lucha más efectiva es aquella que es capaz de combinar y de complementarse creando ciclos de apoyo mutuo, encontrando vías para reforzar las debilidades de cada uno y sobre todo, respetando aquellos con los que protestamos.
El conocido movimiento antiglobalización por ejemplo, experimentó en sus primeros años un rápido aumento en apoyo y participación, adhiriéndose en las reivindicaciones colectivos muy variopintos (que si pacifistas cristianos de base, ecologistas, ONG, sindicatos, trotskistas, colectivos transgénero, anarquistas, etc). Pronto se tuvieron que tomar medidas para organizarse de forma que la diversidad de tácticas que contenía en la práctica tal variedad de colectivos, no entorpeciera y respetara la pluralidad de formas de acción entre los diferentes protestantes. De esta forma se inició, tras las protestas en Seattle (1999), un modelo en el que se coordinara esta diferencia de forma que fuera beneficiosa para el movimiento entero. Este modelo partía de un acuerdo táctico y coordinado previamente a cada cumbre, en el que la participación dividía los activistas en diferentes zonas, columnas y funciones, dependiendo de la decisión y carácter de cada colectivo. El modelo resultó ser un éxito tal y como se demostró en las posteriores citas del movimiento (Como en las cumbres de Praga y Quebec). Sin embargo, desde el encuentro de Génova (2001) marcado por la dura represión que recibieron todas las columnas durante la protesta, incluyendo la muerte de un activista por disparo de la policía, las brutales palizas posteriores a la cumbre en una escuela donde dormían multitud de activistas, las torturas a los detenidos, la propia acción de gobiernos y medios de comunicación en culpar los manifestantes combativos, etc. el movimiento, empezó a declinar, se consiguió crear discordia dentro del movimiento, dividiéndolo y debilitándolo, se abandonó el modelo de protesta abierto a la diversidad y se pasó a un plano de acción más pacifista y no violento. Es importante rescatar aquí dos cosas, por un lado, que desde inicios de los años 90, el movimiento antiglobalización sirvió de espacio para grandes debates en torno al uso de la no violencia o la diversidad de tácticas. Se hace necesario volver a generar ahora “un debate abierto y honesto sobre las estrategias de los movimientos sociales entre los defensores de la no violencia y aquellos que reivindican el uso de una diversidad de tácticas” (p. 40). Y por otro lado, destacar cómo al deshacerse el movimiento y transformase, obligó a los Estados y al sistema en general a lo largo de los años siguientes, a cambiar su aptitud al respecto, pasando de ignorarlo a intentar domarlo.
Nos encontramos ante una obra que sin duda arroja luz sobre uno de los temas más demonizados del imaginario social, el cual ha de reconocer que si realmente quiere cambiar algo significante, ha de hacer uso de una gama más amplia de recursos. La violencia cohabita en el propio funcionamiento de nuestras vidas, casi como una imposición sociocultural y sistemática, prácticamente invisible y normalizada, que mantiene en orden el mundo caótico que los movimientos sociales pretenden transformar. ¿Tiene sentido reapropiarse de forma sensata de recursos combativos e integrarlos junto con otros en las estrategias para el cambio social? Peter Glederloos nos da unas pistas que seguro podría enriquecer y empoderar las formas para la resistencia en las sociedades actuales.
[Tomado de http://revistes.ub.edu/index.php/oximora/article/download/10473/13235.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.