Eloísa Blanco
Según el diccionario, un estúpido es alguien torpe. La mayoría de las personas cometemos alguna estupidez en nuestra vida: hemos actuado con torpeza ante alguien a quien queríamos impresionar, tomamos decisiones precipitadas que luego lamentamos, o rechazamos alguna oferta importante. Parece ser que es parte de la condición humana mostrarse estúpido alguna vez. Por eso, solemos ser indulgentes con las torpezas de los jóvenes, pues consideramos que por su inexperiencia están más expuestos a ellas.
Según el diccionario, un estúpido es alguien torpe. La mayoría de las personas cometemos alguna estupidez en nuestra vida: hemos actuado con torpeza ante alguien a quien queríamos impresionar, tomamos decisiones precipitadas que luego lamentamos, o rechazamos alguna oferta importante. Parece ser que es parte de la condición humana mostrarse estúpido alguna vez. Por eso, solemos ser indulgentes con las torpezas de los jóvenes, pues consideramos que por su inexperiencia están más expuestos a ellas.
También hay personas que ya sea por su aspecto, clase social, edad, o porque se comportan de manera distinta que la mayoría, son catalogadas como estúpidas y atolondradas. Las opiniones de estas personas no son tenidas en cuenta, y son marginadas.
En el otro extremo, las personas consideradas inteligentes por la sociedad: ocupan puestos relevantes. Son políticos, banqueros, profesionales influyentes... Esas personas gozan de credibilidad y son respetadas por su estatus. La gente pone en ellos su confianza para que gobiernen y para que manejen su vida y su dinero.
Hasta aquí, todo es lógico: a los torpes no les hacemos caso, a los inteligentes les seguimos. Sucede que cuando la mayoría social asimila esa catalogación, ya pueden los estúpidos tener buenas ideas, o ya pueden los inteligentes equivocarse, que tendemos a mantenerlos en los puestos en que los hemos colocado. Los poderosos conocen este fenómeno, y por eso se esfuerzan en controlar los medios de comunicación para mostrar a los que se les oponen como violentos y alocados y encumbrar a los suyos ignorando sus fracasos. Así, la gran mayoría de la población seguirá confiando en ellos.
Pero, ¿quién es inteligente? Durante años se ha considerado a los trepadores que iban a por sus intereses sin importarles por encima de quién pasaban como modelos a seguir. Quienes teniendo oportunidad no la aprovechaban para lucrarse, eran y siguen siendo consideradas como mínimo ingenuas. Puede que eso explique por qué los corruptos siguen manteniendo mayorías absolutas. Entonces ¿qué ocurre si vemos cómo estos hombres y mujeres supuestamente inteligentes se equivocan continuamente? ¿Y si recordamos cómo los banqueros que nos ninguneaban cuando les preguntábamos por el destino de nuestros ahorros nos han llevado a la ruina? ¿Qué pasa cuando vemos que los políticos no saben qué hacer? Cuando comprobamos el resultado de sus torpezas. Cuando una vez tras otra aprueban soluciones absurdas a la crisis, que nadie comprende, que solo nos llevan a empeorar. Y cuando vemos cómo desprecian cualquier norma ética y hacen uso del cargo que les hemos confiado para saquearnos con total impunidad, y modifican las leyes para blindarse, mientras los que denuncian las injusticias son perseguidos... Cuando por fin nos damos cuenta de su ineptitud, ¿no es doblemente estúpido dejarles que sigan dirigiéndonos? ¿No habrá llegado ya la hora de poner las cosas en su sitio?
¿Y si la inteligencia fuera otra cosa? ¿Y si las personas realmente inteligentes fueran las tolerantes, las que buscan el bien común, las que se ponen en el lugar del otro? ¿Y si la sociedad admirase a ese tipo de personas, y todos buscáramos parecernos a ellas? Necesitamos líderes con esa inteligencia, que busquen el bienestar de su pueblo y no su propio beneficio. Y necesitamos dejar de sentirnos estúpidos por desear que sea así, por querer justicia, por pretender que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos y los mismos deberes. Hay que salir a las calles y gritarles a esos mediocres egoístas que no creemos sus mentiras, y entre todos sacarles de sus poltronas, porque ya nos hemos hartado de aguantarlos.
[Tomado de Revista Al Margen # 88, Valencia (Esp.), abril 2014. Accesible en http://www.barriodelcarmen.net/nube/revista/item/1466-almargen88.html.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.