Mario Ágreda
Joseph Stiglitz, académico, asesor de Clinton, número dos del Banco Mundial en 1997 y premio Nobel de Economía en 2001, acusa al FMI de causar desempleo, analfabetismo y hambre.
En 1999 el Banco Mundial (BM) lo expulsa, sin permitirle jubilarse, y el secretario del Tesoro de EEUU, Larry Summers, ordena su excomunicación pública debido a que había expresado un primer ligero desacuerdo con la Globalización al estilo BM.
“Han condenado a muerte a la gente”, dice Stiglitz en la entrevista que Greg Palast escribe para la BBC de Londres y el London Observer, y así vacía su memoria de los horrores cometidos en nombre de una ideología política que ahora él mismo reconoce como podrida. Stiglitz habla sobre el funcionamiento real, generalmente oculto del FMI del BM y de su accionista principal: el tesoro de EEUU.
Tras acceder el periodista a varios valiosos documentos marcados con la palabras “confidencial”, “restringido” y “no revelar sin autorización del Banco Mundial”, Stiglitz ayudó a traducir uno escrito en “burocratés”, titulado “Asistencia de País”. Esta estrategia, destinada a las naciones pobres, se diseña y realiza después de una cuidadosa investigación interna del país afectado. Sin embargo, según Stiglitz, las “investigaciones” de los empleados del banco consisten en cuidadosas inspecciones de los hoteles de cinco estrellas del país correspondiente, que concluyen con un encuentro entre estos burócratas y algún mendicante y quebrado ministro de economía a quien le entregan un “acuerdo de reestructuración” preparado de antemano para su firma “voluntaria”.
La economía de cada nación es analizada individualmente y, en seguida, el Banco entrega a cada ministro el mismo programa de cuatro pasos.
El paso uno es la “privatización”, la cual se puede llamar con más precisión “sobornización”. En lugar de oponerse a la venta de industrias estatales, y usando como excusa la “exigencias del FMI”, los líderes nacionales liquidan alegremente sus empresas de electricidad y agua. “Podías ver cómo se les habrían los ojos” ante la posibilidad de comisiones del 10%, pagadas en cuentas suizas, sólo por el hecho de haber bajado “unos cuantos miles de millones” el precio de venta de los bienes nacionales.
Después de la “sobornización” el paso dos es la “liberalización del mercado de capitales”. En teoría, la desregularización del mercado de capitales permite que la inversión de capital entre y salga. Pero, tal como sucedió en Brasil e Indonesia, el dinero simplemente salió y salió. Stiglitz llama a esto el ciclo de “dinero caliente”. Dinero en efectivo entra especulando con bienes raíces y moneda local y se escapa ante los primeros problemas (“capitales golondrinas”). Las reservas de una nación pueden ser vaciadas en cuestión de días u horas. Y cuando esto pasa el FMI insiste en que estos países suban sus tasas de interés a 30, 50 y 80% para tratar de que los especuladores regresen con los fondos de la nación. “El resultado era previsible”, afirma Stiglitz con respecto a los maremotos de dinero caliente de Asia y América Latina. Las altas tasas de interés destruyeron el valor de la propiedad, despedazaron salvajemente la producción industrial y vaciaron las arcas del tesoro nacional.
En esta etapa, el FMI empuja a la exhausta nación al paso tres: “Precios regulados por el mercado”, un término sofisticado para ocultar la subida del precio de la comida, el agua y el gas de cocina. Esto suele dar lugar a un paso tres y medio: “Disturbios del FMI” (por ejemplo, en noviembre de 2002 el FMI advirtió a Argentina de que quería hechos y no promesas, y que el impago de su deuda con el Banco Mundial complicaba el pacto firmado). Los disturbios del FMI son dolorosamente predecibles. Cuando una nación “cae en desgracia”, el FMI se aprovecha y le exprime hasta la última gota de sangre. “Incrementa el calor hasta que la olla entera estalla”, como en los casos de Indonesia (en 1998 el FMI eliminó los subsidios a la comida y combustible para los pobres) o de Kollasuyo (Bolivia) y Ecuador, por la subida del precio del agua y del gas, respectivamente. En el caso de Ecuador, el Banco Mundial afirmó, con fría precisión, que se esperaba que su plan iba a saltar chispas y generar “disturbios sociales”, que es un termino para designar una nación en llamas. Los documentos secretos del Banco Mundial indican que el plan para hacer del dólar la moneda de Ecuador empujó al 51% de la población por debajo de la línea de pobreza. El plan de “asistencia” del Banco simplemente recomienda que se enfrenten las protestas sociales y el sufrimiento con “firmeza política” y precios aún más altos. Las protestas dispersadas con balas, tanques y gases lacrimógenos causan, debido al pánico, nuevas salidas de capital, además de gobiernos en bancarrota. Este incendio económico tiene un lado positivo para las corporaciones extranjeras (el desembarco de las empresas españolas), quienes pueden adquirir los bienes restantes a precios de remate. Hay muchos perdedores en este sistema, pero sólo un ganador: los bancos occidentales y el Tesoro estadounidense.
Ahora llegamos al paso cuatro de lo que el BM y el FMI llaman su “estrategia de reducción de la pobreza”: el Libre comercio. Stiglitz lo compara con las guerras del opio desatadas en el siglo XIX para conseguir la apertura de los mercados asiáticos. Tal como hicieron entonces, los europeos y los americanos continúan derribando las barreras a la importación en Asia, África y América Latina, a la vez que levantan barreras propias para proteger sus mercados internos de la agricultura del Tercer Mundo.
El FMI, el BM y la OMC son máscaras intercambiables de un solo sistema de gobierno. Los planes del BM, diseñados en secreto y manejados con una ideología absolutista, nunca están abiertos a discusión o desacuerdo. A pesar del apoyo occidental a los procesos electorales, los llamados “programas de reducción de la pobreza” “sabotean la democracia”.
La productividad del África Negra, bajo la “asistencia” estructural del FMI ha descendido hasta el infierno ¿Alguna nación se salvó de este destino? “Sí” -afirma Stiglitz- “En Botswana ellos ordenaron al FMI hacer las maletas e irse”.
Al final, lo que le empujó a poner su empleo en riesgo fue el fracaso de los bancos y del tesoro de EEUU para cambiar el rumbo cuando se enfrentaban a las crisis. Fracasos y sufrimiento provocado por sus “cuatro pasos” de mambo monetarista. Cada vez que sus soluciones de mercado libre fracasaban, el FMI simplemente ordenaba más políticas de mercado libre.
[Tomado de http://www.nodo50.org/ekintza/spip.php?article95.]
Joseph Stiglitz, académico, asesor de Clinton, número dos del Banco Mundial en 1997 y premio Nobel de Economía en 2001, acusa al FMI de causar desempleo, analfabetismo y hambre.
En 1999 el Banco Mundial (BM) lo expulsa, sin permitirle jubilarse, y el secretario del Tesoro de EEUU, Larry Summers, ordena su excomunicación pública debido a que había expresado un primer ligero desacuerdo con la Globalización al estilo BM.
“Han condenado a muerte a la gente”, dice Stiglitz en la entrevista que Greg Palast escribe para la BBC de Londres y el London Observer, y así vacía su memoria de los horrores cometidos en nombre de una ideología política que ahora él mismo reconoce como podrida. Stiglitz habla sobre el funcionamiento real, generalmente oculto del FMI del BM y de su accionista principal: el tesoro de EEUU.
Tras acceder el periodista a varios valiosos documentos marcados con la palabras “confidencial”, “restringido” y “no revelar sin autorización del Banco Mundial”, Stiglitz ayudó a traducir uno escrito en “burocratés”, titulado “Asistencia de País”. Esta estrategia, destinada a las naciones pobres, se diseña y realiza después de una cuidadosa investigación interna del país afectado. Sin embargo, según Stiglitz, las “investigaciones” de los empleados del banco consisten en cuidadosas inspecciones de los hoteles de cinco estrellas del país correspondiente, que concluyen con un encuentro entre estos burócratas y algún mendicante y quebrado ministro de economía a quien le entregan un “acuerdo de reestructuración” preparado de antemano para su firma “voluntaria”.
La economía de cada nación es analizada individualmente y, en seguida, el Banco entrega a cada ministro el mismo programa de cuatro pasos.
El paso uno es la “privatización”, la cual se puede llamar con más precisión “sobornización”. En lugar de oponerse a la venta de industrias estatales, y usando como excusa la “exigencias del FMI”, los líderes nacionales liquidan alegremente sus empresas de electricidad y agua. “Podías ver cómo se les habrían los ojos” ante la posibilidad de comisiones del 10%, pagadas en cuentas suizas, sólo por el hecho de haber bajado “unos cuantos miles de millones” el precio de venta de los bienes nacionales.
Después de la “sobornización” el paso dos es la “liberalización del mercado de capitales”. En teoría, la desregularización del mercado de capitales permite que la inversión de capital entre y salga. Pero, tal como sucedió en Brasil e Indonesia, el dinero simplemente salió y salió. Stiglitz llama a esto el ciclo de “dinero caliente”. Dinero en efectivo entra especulando con bienes raíces y moneda local y se escapa ante los primeros problemas (“capitales golondrinas”). Las reservas de una nación pueden ser vaciadas en cuestión de días u horas. Y cuando esto pasa el FMI insiste en que estos países suban sus tasas de interés a 30, 50 y 80% para tratar de que los especuladores regresen con los fondos de la nación. “El resultado era previsible”, afirma Stiglitz con respecto a los maremotos de dinero caliente de Asia y América Latina. Las altas tasas de interés destruyeron el valor de la propiedad, despedazaron salvajemente la producción industrial y vaciaron las arcas del tesoro nacional.
En esta etapa, el FMI empuja a la exhausta nación al paso tres: “Precios regulados por el mercado”, un término sofisticado para ocultar la subida del precio de la comida, el agua y el gas de cocina. Esto suele dar lugar a un paso tres y medio: “Disturbios del FMI” (por ejemplo, en noviembre de 2002 el FMI advirtió a Argentina de que quería hechos y no promesas, y que el impago de su deuda con el Banco Mundial complicaba el pacto firmado). Los disturbios del FMI son dolorosamente predecibles. Cuando una nación “cae en desgracia”, el FMI se aprovecha y le exprime hasta la última gota de sangre. “Incrementa el calor hasta que la olla entera estalla”, como en los casos de Indonesia (en 1998 el FMI eliminó los subsidios a la comida y combustible para los pobres) o de Kollasuyo (Bolivia) y Ecuador, por la subida del precio del agua y del gas, respectivamente. En el caso de Ecuador, el Banco Mundial afirmó, con fría precisión, que se esperaba que su plan iba a saltar chispas y generar “disturbios sociales”, que es un termino para designar una nación en llamas. Los documentos secretos del Banco Mundial indican que el plan para hacer del dólar la moneda de Ecuador empujó al 51% de la población por debajo de la línea de pobreza. El plan de “asistencia” del Banco simplemente recomienda que se enfrenten las protestas sociales y el sufrimiento con “firmeza política” y precios aún más altos. Las protestas dispersadas con balas, tanques y gases lacrimógenos causan, debido al pánico, nuevas salidas de capital, además de gobiernos en bancarrota. Este incendio económico tiene un lado positivo para las corporaciones extranjeras (el desembarco de las empresas españolas), quienes pueden adquirir los bienes restantes a precios de remate. Hay muchos perdedores en este sistema, pero sólo un ganador: los bancos occidentales y el Tesoro estadounidense.
Ahora llegamos al paso cuatro de lo que el BM y el FMI llaman su “estrategia de reducción de la pobreza”: el Libre comercio. Stiglitz lo compara con las guerras del opio desatadas en el siglo XIX para conseguir la apertura de los mercados asiáticos. Tal como hicieron entonces, los europeos y los americanos continúan derribando las barreras a la importación en Asia, África y América Latina, a la vez que levantan barreras propias para proteger sus mercados internos de la agricultura del Tercer Mundo.
El FMI, el BM y la OMC son máscaras intercambiables de un solo sistema de gobierno. Los planes del BM, diseñados en secreto y manejados con una ideología absolutista, nunca están abiertos a discusión o desacuerdo. A pesar del apoyo occidental a los procesos electorales, los llamados “programas de reducción de la pobreza” “sabotean la democracia”.
La productividad del África Negra, bajo la “asistencia” estructural del FMI ha descendido hasta el infierno ¿Alguna nación se salvó de este destino? “Sí” -afirma Stiglitz- “En Botswana ellos ordenaron al FMI hacer las maletas e irse”.
Al final, lo que le empujó a poner su empleo en riesgo fue el fracaso de los bancos y del tesoro de EEUU para cambiar el rumbo cuando se enfrentaban a las crisis. Fracasos y sufrimiento provocado por sus “cuatro pasos” de mambo monetarista. Cada vez que sus soluciones de mercado libre fracasaban, el FMI simplemente ordenaba más políticas de mercado libre.
[Tomado de http://www.nodo50.org/ekintza/spip.php?article95.]
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