Rodrigo Quesada Monge
[Nota de El Libertario: Gracias a la solidaria amabilidad del autor, quien
nos remitió por vía postal un ejemplar de este libro que circula desde mayo
pasado, hemos tenido la oportunidad de acercarnos a una obra que deseamos
llegue a la mayor cantidad de lectores en nuestro continente, pues no dudamos
en calificarla como un muy valioso aporte a la difusión, reflexión y debate en
torno al ideal anarquista, enfocado con claridad, conocimiento denso y desde
una perspectiva latinoamericana. En tal sentido, y queriendo incentivar la
lectura del texto en extenso, reproducimos a continuación sus apartados inicial
y final.]
Introducción
General
Este libro tiene como principal meta la
divulgación de algunas de las ideas básicas y la historia del pensamiento
anarquista. No tiene aspiraciones doctrinarias ni mucho menos. Hoy no existe la
persona que pueda, individualmente, en un solo trabajo abarcar la totalidad del
ideario anarquista, pues la cantidad de información existente sobre el tema
podría tomar varias vidas para ser comprendida a cabalidad. En vista a esta
abrumadora masa de información, de experiencias prácticas e históricas, a los
seres humanos sencillos y de a pie, solo nos queda la modesta tarea de brindar
información general.
Sin embargo, esto era muy necesario en
un pequeño país como Costa Rica, donde hace muchos años no se publicaba un
trabajo que buscara brindar algunas piezas de información más o menos
articuladas sobre lo que pretende el anarquismo, como doctrina social, política
y cultural. Nuestra exposición es simpática con el tema, y cuando fue necesario
abordarlo con pasión y subjetividad lo hicimos sin empacho. No somos de los
historiadores que todavía piensan en que la investigación histórica debe ser
totalmente “objetiva” para adquirir el dudoso prestigio de científica. Cuando
fue requerido, hablamos también de las carencias del anarquismo como ideal y
como praxis.
Son terribles las cosas que se han dicho
del anarquismo. La mayor parte de la gente se imagina a un anarquista como un
tipo con los ojos inyectados en sangre, con una daga entre los dientes, y con
los bolsillos cargados de granadas y cartuchos de dinamita., dispuesto a
inmolarse (como los terroristas de nuestros días) en aras de imponer sus ideas
de socialismo, paz y amor. ¡No podría haber contradicción más absurda! Muy poca
gente sabe que uno de los principales maestros de Mahatma Gandhi (1869-1948) el
gestor de la independencia de la India y una de las mayores espiritualidades
del siglo XX, era precisamente un anarquista, un escritor quien, a la vez, era
también un aristócrata, uno de los grandes terratenientes de Rusia, y por
derecho propio, a su manera, un hombre muy espiritual. Nos referimos por supuesto
al conde León Tolstoi (1828-1910).
Sin embargo, durante los años 90 del
siglo XIX y las dos primeras décadas del siglo XX, algunos anarquistas creyeron
que la acción directa o la propaganda por el hecho, es decir la
ejecución de algunas figuras públicas, o el simple acto de terror, podía mover
a las grandes mayorías a tomar consciencia de su oprobiosa situación social,
económica y política. Estos actos individuales fueron fieramente condenados en
su momento, y el anarquista consecuente de nuestros días jamás los verá con
satisfacción, si es que combate con seriedad a la violencia como forma de vida.
Aunque entienda el dolor y la rabia que puedan producir en algunas personas,
las enormes injusticias que hoy se cometen contra millones de personas, en
diferentes partes del mundo, por los poderes organizados que se llaman a sí
mismos religiosos, democráticos o socialistas.
Pero Tolstoi no estaba sólo. Él era
simplemente un eslabón de un grupo de personas que, a lo largo de milenios, han
sostenido que uno de los ingredientes más nocivos y peligrosos de nuestras
sociedades es el ejercicio brutal e ilimitado del poder, en todas y cada una de
sus expresiones. No hay nada tan terrible y humillante como la dependencia
esbirra y sumisa de un ser humano con respecto a otro. Se han escrito miles de
libros, se han hecho guerras y han muerto millones de personas, para impedir
que esta clase de sumisión se llegue a extender por todo el planeta. Los
anarquistas son solamente un grupo de gente que piensa que, mientras haya vida
en este mundo, toda lucha vale la pena para impedir tal cosa.
Muchas otras personas están en lo mismo
se nos dirá. Es cierto, pero los procedimientos y la agenda de los anarquistas
son únicos, porque combaten a tiempo completo, a esa soberana alianza,
especialmente diseñada para opacar la felicidad de las personas, integrada por
el Estado-la Iglesia (organizada)-el Capital. Se trata de una alianza que le ha
hecho mucho daño a la humanidad, y ha sido tarea de los anarquistas proponer
una rebeldía permanente contra sus designios. El Estado y la Autoridad no son
una ecuación, como piensan algunos. Los anarquistas aceptan y reconocen la
Autoridad de la ciencia y de la sabiduría. Jamás la del autoritarismo, la prepotencia
y la fuerza bruta, ya sea de regímenes de derecha, como de izquierda. La
Iglesia y la Espiritualidad tampoco son una ecuación.
Los anarquistas son profundamente
respetuosos de la ética y la clase de espiritualidad que decida escoger la
gente, para su propia felicidad, desde su interior más personal. El anarquista
no reconoce a las iglesias jerarquizadas. La historia es una prueba de su
devastadora incompetencia para resolver los grandes problemas espirituales de
la humanidad. Acepta al cristiano, como hacía Tolstoi, en aquel ser humano que
defiende su derecho a comunicarse con Dios, tal y como le dé la gana, sin
intervenciones o mediadores de alguna especie. El Capital y la Riqueza tampoco
son una ecuación. La riqueza moral, solidaria, artística, intelectual nada
tiene que ver con el capital, que se sustenta, esencialmente, y adquiere razón
de ser a partir del momento en que sus confrontaciones con el trabajo, le dejan
cada vez más ganancias.
De hombres y mujeres que han pensado,
sentido y actuado de acuerdo con estos principios básicos se habla en este
pequeño libro. Para la primera parte, hemos compuesto diecisiete capítulos, en
los que se discute y se reflexiona sobre tópicos esenciales en el ideario
anarquista, también conocido como pensamiento libertario o ácrata. Valga la
aclaración que la palabra libertario
es de procedencia anarquista, y nada tiene que ver con los postulados del
anarco-capitalismo de extrema derecha, para el cual el mundo es una jungla, en
la que sobrevive el más fuerte. En este libro, cada vez que hablamos de
libertarios, nos referimos a los anarquistas, aquellos que aspiran a una
sociedad totalmente libre, sin autoritarismos, y donde la solidaridad entre las
personas, solo sea posible a través de una versión productiva y fluida del
socialismo.
Cómo se ha luchado por alcanzar esta
utopía, el trayecto histórico de estos esfuerzos se describe en la segunda
parte, compuesta de ocho capítulos en los que se trata de recoger algunos de
los momentos sobresalientes de la práctica del anarquismo, en los últimos
doscientos años. El testimonio es revelador, porque los anarquistas siempre
estuvieron al lado de los perdedores, no de los triunfadores y gananciosos. De
aquí que sus ideales sean esencialmente utópicos, y de que apelen a la Utopía,
así con mayúscula, como su principal guía de orientación en un mundo
estructurado para que sea el rico, el exitoso, el triunfador, el que se haga
dueño de la felicidad.
La libertad absoluta por la que lucha el
anarquista, jamás será posible en ese mundo utópico sin opresores ni oprimidos
en el que sueña, mientras exista la alianza de que hablábamos antes. Por eso,
la historia que se cuenta en este libro está repleta de perseguidos y
perseguidores, verdugos y ejecutados, revoluciones triunfantes y luego malversadas,
de golpes de mano contra la inocencia de la gente, y del abuso en sus
manifestaciones más penosas. La investigación la concluimos incluyendo dos
capítulos finales, en los que se estudia el anarquismo en América Latina, y en
Costa Rica, donde jamás se pensó que podría llegar una doctrina, cuya columna
vertebral es la defensa más intransigente posible de la libertad en todas sus
expresiones. Muchos de los santones de la cultura oficial en esta inocente
Arcadia costarricense, tenían también sus veleidades ocultas con el anarquismo,
como veremos.
… … …
Conclusión
General
El autoritarismo, a pesar de las grandes
luchas en las que se ha visto envuelto el anarquismo para combatirlo, sigue
siendo en nuestros días uno de los mayores males de la civilización. Hoy, mucha
gente que ejerce el poder, tiene la creencia de que la única forma para que las
personas sirvan a una buena causa, a una buena idea, o a una simple decisión
política de impacto local en su comunidad, es con la fuerza, la brutalidad, el
porrazo o el aullido. Desgraciadamente, la mayor parte de los dirigentes políticos,
de rango intermedio y bajo, en países pequeños como Costa Rica, proceden de
sectores sociales donde la educación, la sensibilidad, el diálogo y la
racionalidad no son el patrón predominante.
Este es un fenómeno que ha empezado a
notarse cada vez más durante los últimos 30 años. De tal manera que a mayor
rango autoritario, mayores posibilidades tiene la corrupción, el chanchullo, la
manipulación y la mordida. El problema de Costa Rica no es la falta de
autoridad. Todo lo contrario: es el exceso de autoridad. Para el político
promedio de este país, la gobernabilidad o ingobernabilidad están en relación
inversamente proporcional con la represión o la ausencia de ella. El país es
gobernable si el pueblo se deja reprimir con facilidad. Es ingobernable si la represión
no surte ningún efecto.
Pero en una sociedad que destila miedo,
insatisfacción, frustración, y un abanico ilimitado de aspiraciones, que no
tienen canalización de ninguna especie, la ingobernabilidad crecerá cada día,
hasta convertirse en una rebelión permanente, contra el aparato institucional,
el Estado, la Iglesia y el Capital. Para un anarquista este es el escenario
perfecto con el cual siempre contó, para impulsar sus ideas de que es posible
trasladar el gobierno de sus propias vidas, a las personas de la calle. Cuando
la gente se haya apoderado del control de su propia existencia, de su propia
religiosidad, de su moral y de la responsabilidad ética de sus actos, habrá
llegado el momento en que es posible iniciar la construcción de una forma de
libertad productiva y civilizada.
El anarquismo individualista, y el
socialismo anarquista, se habrán dado a si mismos la oportunidad histórica de
organizar la sociedad deseada, siguiendo las líneas de aplicar el mayor
esfuerzo en todo lo que se emprenda, hasta el momento en que la generalidad de
los individuos y de los grupos humanos, se beneficien en su totalidad de los
esfuerzos de cada uno. Ni el capitalismo rapaz, ni el socialismo autoritario
contemplan dicha posibilidad, pues fueron concebidos para promover el mayor uso
de la fuerza y de la violencia, en la conquista de lo que la gente desea. En el
trayecto, la peor parte se la llevan los pobres, los débiles y los
desamparados, la naturaleza y el ambiente. La democracia, en estos casos, se
vuelve una insulsa utopía, y no la realidad que todos dicen disfrutar, para
engañarse con plena consciencia.
Esa consciencia de estarme engañando a
mí mismo y sin embargo continuar en el acto, es la peor de las virtudes de la
democracia burguesa y de la supuesta democracia socialista. De aquí que, para
el anarquista, la representatividad política sea una farsa total. Como lo son
todos los sistemas electorales, en los que se eligen a ciertas personas para
que se sirvan a sí mismas, y coparticipen con el resto de la gente, en la
ficción de que se está sirviendo a la sociedad en general. Ya sea en la
democracia parlamentaria burguesa, o en la democracia socialista, el fraude
consiste en hacerle creer a la gente que está participando en la organización y
aplicación del poder. Cuando en realidad lo que se distribuye es el ejercicio
de la autoridad, entre grupos poderosos económica, social y políticamente para
repartirse las riquezas producidas por esa sociedad, sin contemplar, ni por
asomo, la participación del resto de la población.
A esta última, a la gente, tanto el
liberal demócrata, como el socialista autoritario, la consideran incompetente,
estúpida, incapaz de tomar decisiones, desorientada y enajenada, como para que
puedan recibir ni una mínima cuota de autoridad. Pero es la gente, la masa
informe, iletrada, muerta de hambre, la que ha puesto el poder tanto a un
político como al otro de los arriba mencionados. Con los años, como decía E. de
La Boetié en su Discurso sobre la servidumbre voluntaria, la gente llegó
a asumir que la obediencia ciega es un indicio cierto de la mejor democracia en
ejercicio. La democracia, tal y como ha sido practicada hasta ahora, tanto por
los liberales como por los socialistas autoritarios, no ha sido otra cosa que
la expresión supina de la domesticación y el embrutecimiento. Dice La Boetié: «Los mismos pueblos, pues, se dejan, o mejor,
se hacen devorar, ya que con dejar de servir estarían a salvo; el pueblo se
sujeta a servidumbre, se corta el cuello y, pudiendo elegir entre ser siervo y
ser libre, abandona su independencia y toma el yugo, consiente en su propio mal
o, más bien, lo persigue».
Pero el “optimismo estoico” de los
anarquistas, contrario al “pesimismo estoico” de los liberales y los
socialistas autoritarios, quienes sostienen que el hombre es fundamentalmente
lobo del hombre, y que por lo tanto necesita varapalo diario, para
disciplinarlo y hacerlo producir algo que valga la pena, ha demostrado a lo
largo de los siglos que es posible imaginar mundos posibles, donde las personas
controlen su propia vida, sus decisiones, sus convicciones y sus sueños. Se
trata de empeñar los esfuerzos en una utopía que tiene los pies bien puestos
sobre la tierra. Las utopías soñadas por los tiranos le han causado un daño
inconmensurable a la humanidad. El holocausto del pueblo judío, como el de los
pueblos de América, o de todos aquellos pueblos sometidos a la voluntad de los
dictadores, son el producto, en gran medida, de los antojos y de los caprichos
de pequeños grupos sociales y políticos, que han sabido cómo, cuándo, dónde y
con quién se puede manipular la democracia.
Los anarquistas han intentado cotejar
sus sueños con la realidad. No solo en España, durante la guerra civil, como
hemos visto, sino también en América Latina, donde las comunas libertarias
florecieron generosamente en varias partes de Brasil, Argentina, México,
incluso en la retirada Costa Rica, durante finales del siglo XIX y principios
del XX. Estas experiencias, algunas longevas, otras no tanto, quisieron ser
experimentos para demostrarle al mundo que es posible organizar proyectos
sociales, económicos, políticos y educativos, en los que la gente participe
activamente sin sentir la presión de una disciplina organizada al servicio de
unos pocos.
Para ello, la gente tiene que despojarse
de sus miedos, que son el recurso de los poderosos en su afán de someter a las
personas de diferentes maneras. La novedad, las ideas, las emociones y los
afectos inéditos son la materia con que trabaja el anarquista, porque sabe que
el futuro le pertenece, tanto como el presente, si la rebelión permanente jamás
baja la guardia. El anarquista está en perenne vigilia, para impedir que los
abusadores de toda cepa, atenten contra la libertad, la voluntad, la
imaginación y la independencia de las personas en su vida cotidiana. Recuperar
esta, cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo, para mí y los que amo, es
una de las tareas prioritarias del anarquismo, quien tiene plena consciencia de
que el Estado, la Iglesia y el Capital, harán todo lo posible por arrebatarme
el control de mi propia vida, y tratarán, igualmente, de contagiarme de su
pesimismo improductivo y derrotista.
Si esta troika mortecina y negativa nos
insiste en que no hay futuro en este mundo, sino en otro, o en otros, donde mi
felicidad le pertenezca a la ley, a la iglesia o al dinero, es porque ha
llegado el momento de preguntarme si no estaremos frente a distintas formas de
racionalizar la muerte. La racionalización de la muerte es el signo inequívoco
de que hemos llegado a la etapa en que la nostalgia y la melancolía ya no nos
pertenecen. Los nazis y los estalinistas cumplieron con esta labor de forma
impecable. Con la racionalización de la muerte se les roba la memoria a los
pueblos, y se les hace creer que no hay futuro, que la esperanza es solo el
trauma delirante de unos pocos lunáticos adocenados y retardatarios. Por esta
razón los anarquistas no tienen temor, a ser llamados los soñadores convocados
para completar la tarea inconclusa de los románticos. El anarquismo es la
puerta trasera del romanticismo. Por ella entran furtivas la libertad, la
tolerancia y la pasión.
[Tomado de Quesada Monge, Rodrigo. (2014) Anarquía. Orden sin
Autoridad. San José de Costa Rica – Santiago de Chile, EUNA / Eleuterio,
2014. 450 p.]
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