Capi Vidal
Dedicamos
la entrada de hoy a una personalidad, sin duda, tan peculiar como excepcional.
La importancia de esta pensadora es notable, a pesar de haber desaparecido
demasiado pronto; su compromiso social, incuestionable, empatizando desde corta
edad, y a lo largo de toda su vida, con aquellas personas que sufrían en el
mundo. Combatió, como pudo y desde una visión inequívocamente libertaria, todas
las injusticias del mundo.
Simone
nació en París en 1909, en el seno de una familia judía e intelectual; estudio
filosofía y literatura clásica en la École Normale Supérieur, graduándose a los
22 años y empezando una carrera docente. Hay que destacar que fue educada en un
ambiente laico, tanto a nivel familiar como educativo, algo que la colocó en
una disposición excelente para un pensamiento libre. Su padre era médico,
movilizado en la Primera Guerra Mundial, por lo que la pequeña Simone pudo
conocer a corta edad los horrores del conflicto bélico de primera mano; tal
vez, ahí, empezó a dirigir su pensamiento hacia el sufrimiento humano,
formándose una conciencia social encuadrada siempre en la izquierda libertaria,
y puede decirse que hace de la desgracia uno de los temas principales de su
filosofía. A corta edad, Simone empezó también a mostrar preocupaciones políticas
que luego desarrollaría de manera amplia, como es el caso de su vínculo con la
clase trabajadora; consideraba que el desarrollo del trabajo manual era tan
primordial como el intelectual, pensamiento y acción debían ir juntos de la
mano. No es casualidad que se la etiquetara de anarquista, a pesar de unas
inquietudes religiosas que veremos más adelante, ya que una de las primeras
manifestaciones de su pensamiento fue tratar de salvar esa odiosa división
entre trabajo físico y trabajo intelectual. Su militancia conocida fue en el
movimiento pacifista de la Liga de los Derechos Humanos, aunque adoptó un
compromiso firme con la clase obrera, a la que quería dotar de una cultura
extensa, por lo que dará clases en una especie de Universidad Popular de París;
es una tarea que continuará en las Bolsas de Trabajo de Saint-Étienne y de
Firminy durante los años de estancia en Le Puy y Roanne, enseñando economía
política a mineros y obreros. Es una época, la de finales de los años 20 y
comienzos de los 30, en los que publicará en revistas, casi todas ellas
sindicalistas, afianzando su propósito de crear esa "cultura obrera"
partiendo que en la historia se han dado diversas etapas en las que los
trabajadores manuales se han visto sometidos por los que controlan el conocimiento.
Como
hemos dicho, Simone dará una importancia vital al trabajo físico, hasta el
punto de convertirlo en protagonista de su teoría del conocimiento. En su
tesina para el Diploma de Estudios Superiores, partiendo de que la ciencia
moderna debe aportar mucho a la libertad y a la igualdad humanas, asignará al
trabajo manual "un papel esencial en la percepción y en la representación
de la realidad", a decir de Carlos Ortega en el prólogo a la edición de
una de las obras de Weil (La gravedad y la gracia, Trotta, Madrid,
1994). Así, el cuerpo en el ser humano adopta un rol de guía para el
entendimiento. A partir de 1931, habiendo obtenido Simone su cátedra de
filosofía y siendo nombrada profesora en Le Puy, su compromiso con un
sindicalismo libertario es inequívoco; publicaciones como La Révolution prolétarienne y Le
Cri du Peuple son un ejemplo de un compromiso ético y social que no
considera contradictorio con su condición académica. Su decepción sobre la
izquierda estatista, comunistas y socialdemócratas, la manifestará en artículos
como el dedicado a la muerte de Aristide Briand, ministro socialista francés,
en el que también muestra un distanciamiento con su maestro Alain Baitalle. Una
visita a Alemania en el verano de 1932, donde de nuevo comprueba las carencias
de la izquierda oficial, le hará ver el inevitable ascenso del nazismo, a lo
que dedicará numerosos artículos durante un año. Su crítica al marxismo, y el
cuestionamiento de sus principios liberadores, tendrá un sello igualmente
libertario como puede comprobarse en el artículo "Perspectives.
Allons-nour vers la révolution prolétarienne?"; son conocidos los
enfrentamientos de Simone con Trotsky llegando incluso a un encuentro
dialéctico bastante subido de tono. Después del mencionado artículo, y la
consecuente polémica con el creador del Ejército Rojo, Simone Weil dará lugar a
la que considerará su gran obra: Réflexions sur les causes de la liberté et
de l'oppression social, escrita a lo largo de seis meses, en la que muestra
la decepción por revoluciones como la soviética y por el fracaso del ideal de
la Ilustración, el cual no había logrado acabar con la división y
especialización del trabajo, origen de las desigualdades humanas. En esta obra,
el pensamiento de Simone continúa colocando al trabajo físico como un elemento
primordial de una sociedad humana que aspire a la justicia, una especie de
equilibrio entre el espíritu y la materia que abra la consciencia hacia la
vida; aboga por una sociedad de hombres libres e iguales, no jerárquica, unidos
por la amistad. Esta obra tendrá los elogios en los círculos obreros y también
por parte de grandes autores, como Albert Camus: "Desde Marx…, el
pensamiento político y social no había producido en Occidente nada más
penetrante y profético".
En
junio de 1934, Simone pedirá una excedencia en su actividad docente y llevará
durante varios meses una vida obrera; trabajará en diversas factorías
realizando trabajos manuales, en condiciones inhumanas, viviendo en una modesta
buhardilla, algo que le llevará al agotamiento y a la enfermedad. Era un deseo
de compartir la miserable vida de la clase obrera, que le costará un elevado
precio. Estas experiencias está recogidas en obras como su diario, Journal
d'usine y en el volumen La condition ouvrière, donde puede apreciarse
la intención de vivir el sufrimiento existencial de la condición obrera. Esta
experiencia la confirma en su deseo de que el obrero tenga una sólida formación
y de que no exista la especialización en ninguna clase, algo que conduzca a una
visión consciente y lúcida del proceso productivo por parte de cada individuo.
Si Simone Weil parecía una pacifista convencida, al menos desde 1930, con el
estallido de la Guerra Civil Española van a ponerse a prueba esas convicciones.
Considerará que no puede mantenerse al margen de este conflicto, que vislumbra
seguramente también como el germen de una revolución (ya había aplaudido las
huelgas y las ocupaciones de fábricas ese mismo año de 1936), por lo que se
enrolará junto a otros anarquistas internacionales en la Columna Durruti; no
estuvo mucho tiempo en España, alrededor de mes y medio, ya que un serio
percance en su pierna le llevará a ser evacuada.
A
partir de 1937, con la visita en Italia de oratorios, monasterios y bellos
parajes, existe en Simone lo que muchos han considerado una
"conversión" religiosa produciéndose en su obra un giro hacia el
interior. La salud de nuestra autora estaba ya bastante deteriorada, con
intensos dolores de cabeza, algo que se funde con una profundo propensión de "amor
en absoluto y al disfrute de la belleza terrena" (palabras de Carlos
Ortega en el citado prólogo). Es un supuesto giro místico, que ha querido
contemplarse como un abandono de los asuntos de este mundo, con el que la
propia Simone no estaba de acuerdo; no puede hablarse de conversión cristiana
cuando en su pensamiento puede observarse una negación de los conceptos de
pecado e incluso de salvación. Un autor como Blanchot lo expresará con las
siguientes palabras: "Incluso hay algo chocante en el hecho de que esta
joven intelectual, sin vínculos religiosos y como naturalmente atea, sea casi
repentinamente a sus veintinueve años, sujeto de una experiencia mística de
forma cristiana, sin que tal acontecimiento parezca modificar en nada el
movimiento de su vida ni la dirección de su pensamiento". Otro autor,
Czeslaw Milosz, se referirá a Simone de la siguiente manera: "El sentido
de la justicia es enemigo de la plegaria". Es cierto que, a partir de ese
momento, el concepto de Dios aparecerá muy a menudo en la obra de Weil, pero
con la obvia intención de quitarle importancia a su trascendencia. De hecho,
hay quien ha observado el pensamiento de Weil como muy cercano al ateísmo al
considerar el mundo terreno como un abandono del papel divino, una abdicación
del monarca ultraterreno. Será entonces, para ella, un Dios distante, ausente,
oculto y, a la vez, también inmanente. Si el pensamiento de esta filósofa puede
calificarse de místico, no hay duda en cualquier caso de que tiene una deriva
hacia lo político y lo social.
Simone
Weil puso fin a su vida en 1943, enferma de tuberculosis, hay quien dice que se
deja morir. Su obra comenzará a ser muy apreciada pocos años después de su
muerte. Incluso, desde posturas cristianas, y más sorpresivamente en el seno de
la Iglesia Católica, hay quien ha reivindicado a esta autora e incluso pedido
su canonización. Por supuesto, consideramos que no puede reducirse su
pensamiento a dogma religioso alguno y que poco tuvo que ver Simone Weil, con
sus intenciones subversivas y revolucionarias, con la vieja y rígida
institución eclesiástica.
[Tomado de http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com/2014/09/simon-weill-y-la-emancipacion-obrera.html.]
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