María Galindo (Integrante de Mujeres Creando)
Demandar, reformar, negociar, hacer lobby… Acciones basadas en la ética neoliberal, que hace de los movimientos sociales en su conjunto entes sin vida; entes subsidiarios y legitimadores de las políticas de dominación y opresión, bajo consensos forzados a los que llegamos de los cabellos, jaladas por la lógica y los valores patriarcales.
Nuestro accionar feminista ha sido otra cosa: interpelar, proponer, dialogar, conflictuar, transformar, no delegar, desordenar, crear, desacatar. En la búsqueda de unir ese conjunto de acciones y hacerlas movimiento subversivo, hacerlas rebelión conjunta de lesbianas, indias, prostitutas, divorciadas, discapacitadas, desempleadas y de todas las fuentes inagotables de identidades que nos habitan contemporáneamente… en esa búsqueda es como nosotras nos hacemos feministas. Partimos del hecho de reconocernos, a nosotras y a la otra, como mujeres habitadas por profundas contradicciones; reconocer en nuestro propio interior alianzas autodestructivas –a veces indescifrables- con nuestra opresión. Alianzas que nos hacen socapar esas contradicciones; que a veces nos convierten en sus cómplices; que otras veces nos conducen a convivir cotidianamente con nuestros opresores. Por esas turbadoras contradicciones hemos escogido el feminismo, empeñadas en la ética de la coherencia entre lo público y lo privado, en el no-totalitarismo de ningún deber ser absoluto, en el camino que nos conduzca siempre y de nuevo al diálogo con la otra; diálogo que me permite entrar dentro de mí misma para no perderme, para no vender ni mi cuerpo ni mi alma.
Por esto no nos adaptamos al hecho de que se pretenda hoy, dentro del propio feminismo, recoger esas identidades y convertirlas en cosas inertes, en una mercancía cuyo valor reside en negociarlas con el opresor para ocupar puestos dentro del sistema.
Institucionalización del feminismo
Las oenegés y las redes de oenegés han sido la forma de organización a partir de la cual se ha desencadenado la institucionalización del feminismo. Es importante entender y repetir que esto ha sido un proceso dentro del tiempo: desde aquel momento en que de manera espontánea se conformaron mecanismos de solidaridad con mujeres del norte y se canalizaron fondos para llevar a cabo acciones de denuncia, hasta el momento actual en que esas estructuras han crecido, han dejado de lado los valores de solidaridad y anticolonialismo y se han convertido en organizaciones-gubernamentales, para-partidarias, para-estatales. Para que se entienda de qué estamos hablando –y dejando abierta la posibilidad de que algunas oenegés no hayan caído en ellas- quiero señalar, de manera sintética y descriptiva, algunas características de esa institucionalización:
1- Se ha convertido el quehacer feminista en un quehacer exclusivamente asalariado, sujeto a la normatividad institucional dentro de relaciones jerárquicas y burocráticas.
2- Se mantiene una relación clientelar con sectores diversos del movimiento de mujeres a nombre de los cuales se ha hecho factible el financiamiento, creando a partir de ello la figura de las beneficiarias y las benefactoras.
3- Se realizan la rendición de cuentas y las evaluaciones de cara a las financieras internacionales y no de cara a las mujeres involucradas en los procesos de trabajo.
4- Se evalúa el trabajo –el llamado impacto social- en términos de proyectos y en círculos cerrados (las famosas redes y sus consultoras), en vez de evaluar en función de una dinámica social y del impacto en ella.
5- Se definen las temáticas y las prioridades de trabajo desde lo que es financiable y no desde lo que es necesario; por ende, una falta de propositividad, una relación acrítica y veladamente colonialista con las financieras.
6- Por último, se han conformado círculos nacionales e internacionales de legitimación y deslegitimación (las redes) para el control de los fondos.
Usurpación
Aunque han bregado por el reconocimiento jurídico y político del Estado y de las organizaciones internacionales, las oenegés han jugado el doble juego de erigirse en intermediarias del movimiento de mujeres en su conjunto. Su discurso está plagado de la confusión deliberada y oportunista entre movimiento y oenegé. Cuando se trata de crear el halo de presión, se menciona de manera pedagógica el vasto y homogéneo movimiento de mujeres; cuando se trata de controlar los fondos y certificar el uso de la palabra, se vela por la exclusividad de las direcciones de las oenegés.
Patéticamente, estamos frente a un discurso sobre una tercera persona que es la mujer en general, sujeto que –por abstracto- está amordazado y que, al no plasmarse en un referente concreto en la realidad, ha servido de velo encubridor de gastadas hegemonías de clase, raza y edad. Esta hegemonía ha optado por adecuarse a los criterios de representación de la democracia formal vía partidos políticos y esquemas de gobierno; se ha convertido así en un correlato femenino del propio patriarcado que pretende monopolizar el tema de la participación de la mujer.
Este proceso ha cobrado dos víctimas: Ha pisoteado la representación y la democracia sindical construidas dentro del movimiento de mujeres, pisoteo que ha apuntado a satanizar a las más rebeldes. Esta democracia sindical puede ser muy cuestionable, pero no podemos dejar de ver que ha sido construida durante la resistencia a la dictadura y que es un valioso andamio de participación de las mujeres. Peor aún, ha pisoteado el derecho y la necesidad de la disidencia, principio feminista basado en que “nadie representa a nadie”.
La democracia formal ha recibido así un soporte: usar ahora de bandera la figura de las mujeres debilitando el papel de los movimientos sociales, a los que quiere forzar a ver en los partidos políticos la intermediación vital e indispensable para el accionar social. La conquista de la que con tanta prepotencia nos hablan es la de haberse convertido en intermediarias del poder ante el y los movimientos.
Tecnócratas de género
A nivel teórico, su instrumento básico ha sido la ya repetitiva incorporación de la perspectiva de género. ¿Dónde se la ha incorporado?
Se han dado a la tarea de conjugar, de encajar, de incorporar al discurso dominante la perspectiva de género, esfuerzo que tiene hoy sus frutos: la muerte del género como categoría develada y la necesidad de superarla. Esto ha convertido al género en una especie de condimento, complemento adjetivo del modelo de desarrollo –del desarrollismo-, haciendo viable y pensable un neocolonialismo, un neoliberalismo con perspectiva de género y sin siquiera la más tenue impugnación de su carácter patriarcal que es su característica esencial. Tal manejo de la categoría de género desde el discurso hegemónico ha convertido su aplicación en una mera retórica. Una retórica que no es inofensiva, pues permite un proceso de reciclaje de las formas de dominación patriarcal.
La tecnocracia de género se ha constituido en una élite que ha ido rompiendo en su práctica sus vínculos afectivos y políticos concretos con el movimiento. Ha adoptado una estrategia de acción asimilada a la no-ética del neoliberalismo y al pragmatismo por excelencia. Su interlocución exclusiva es con el Estado pero, ojo, con el libreto escrito y corregido por los patriarcas. La tecnocracia de género ha hecho gala de su mitificación del poder, sin lograr en ningún momento subvertir su propia relación de subordinación.
La tecnocracia de género, como grupo elitista y asimilado a las cúpulas nacionales e internacionales, es el principal vehículo de cooptación del discurso y el lenguaje feministas. La cooptación de este lenguaje tiende a neutralizar su fuerza expresiva y a instalar la confusión semántica para que no sepamos de qué estamos hablando, y para que los procesos de usurpación y enajenación tengan nombres y calificativos venidos de nuestra lucha. La cooptación separa al sujeto colectivo de su propia producción y le ofrece, como de regalo y en actitud retórica, alguito de lo que fue la motivación de este sujeto.
El feminismo latinoamericano puede ser muchas cosas: formas de concebir la estética, estilos de vida, búsqueda de pócimas, alquimias de amor y pasión. No somos detentoras de una definición de feminismo, ni nos reconoceríamos en el intento de circunscribirlo. Pero lo que une esas formas, lo que les da sentido y vocación de utopía, lo que las nutre y se convierte en su fuerza principal es el hecho de que, trascendiendo todas esas formas diversas y enriquecedoras, el feminismo es un movimiento social y político, transformador y subversivo. En el momento en que la vitalidad de su carácter de movimiento se pierde, se adormece o se diluye, todo ese conjunto de prácticas se convierten en formas dispersas o, peor aún, en algunos casos se convierten en complementos decorativos y funcionales de políticas patriarcales.
Es a partir de estos rasgos que nosotras no consideramos que las ONGs como ONGs –es decir, en tanto instituciones- ni la tecnocracia de género sean partes constitutivas del movimiento. Puede haber mujeres feministas trabajando en estas instituciones, pero poco a poco la tendencia institucionalizadora y tecnocrática las está destruyendo.
Movimiento y autonomía
Tanto movimiento como autonomía son palabras que no escapan tampoco a esa confusión semántica de la que hablábamos. No es precisamente apelando al diccionario etimológico ni filosófico que podemos rescatar su significado; para recuperarlo apelamos a la práctica. Para nosotras la autonomía juega un papel ubicativo: ¿dónde queremos estar, dónde sembraremos la semilla de nuestro trabajo y para quién cosecharemos esos frutos? Por eso hablamos de una autonomía respecto de la hegemonía cultural, política, económica, militar, nacional e internacional. Nos parece fundamental establecer la autonomía respecto a la hegemonía, porque la hegemonía –o lo hegemónico- es un concepto que va más allá del Estado, del gobierno o de cualquier institución específica. Hegemonía se refiere más bien al control y dominio de mecanismo sociales, políticos, económicos y culturales; un control que tiene, además del componente de clase, componentes de raza, edad, sexo, religión y sexualidad. Un control que puede ser estatal como también para-estatal.
La autonomía es pues una relación de no-dependencia, de independencia y de soberanía. Ese es el contenido: soberanía en mis decisiones y en el modo de expresarlas. Por eso la autonomía no puede ser relativizada a conveniencia porque esto sería caer en una manipulación; no puedo someterme a condicionamientos financieros internacionales y decir que eso es autonomía, no puedo trabajar para los partidos políticos y decir que mi accionar es autónomo, para citar algunos ejemplos. Al dibujar nosotras los confines de nuestra autonomía, lo que manifestamos es que nuestro accionar no se enmarca dentro de los mecanismos controlados por el sistema; es un contorno que se funde al de la Utopía de los sectores más rebeldes de nuestro pueblo. La base fundamental es la iniciativa colectiva intrínseca: somos nosotras quienes decidimos nuestro accionar.
Al hablar de la autonomía como un factor ubicativo, estamos al mismo tiempo descartando esa visión tan individualista de la autonomía que, al no confrontarse con la hegemonía, rompe los vínculos con los procesos históricos colectivos y rompe la posibilidad de interpelación directa al poder. Es decir, nos diferenciamos de una visión de autonomía desde palco; a nosotras nos interesa la autonomía desde la cancha, desde los escenarios donde se van dirimiendo los procesos históricos. No practicamos un feminismo inocuo que se limite a opinar e interpretar los hechos en un grupo de amigas.
Reconceptualizando movimiento
Antes de entrar en la dinámica de movimiento a la que con tanta pasión me refiero, quisiera poder terminar de salir de la dinámica que aún hoy nos atrapa en su pliego petitorio, en su canasta familiar y en su demagogia. Salir de esa compresión de movimiento como listado de demandas que tiene como único interlocutor al Estado. No dejarnos encajonar en la trampa de poner nuestras energías y nuestra platita en las reformas del Estado y de las leyes. Porque así como lo supimos ayer, lo sabemos hoy más que nunca: que se trata de un cuerpo legal cuyos enunciados son letra muerta en los brazos de un Estado corrupto. Un Estado que se sirve de ese conjunto de enunciados para cubrir la realidad de opresión, jerarquías, clasismos, racismos, sexismos y lesbofobias que atraviesan las vidas de las mujeres en sus relaciones con el Estado.
Si nos constituimos en movimiento es para avanzar en un diálogo horizontal abierto en todas direcciones; no un diálogo con mediadoras que nos impongan los términos y el corsé de la negociación, que no es otra cosa que reducir nuestros derechos para que ellos y ellas conserven sus privilegios.
Tejer solidaridades
Movimiento es el espacio que nos coloca en una relación de subversión de las relaciones de dominación. No somos como movimiento complementarias al poder, en una relación de mutua necesidad como lo es el masoquista con el sádico. Nosotras como movimiento somos la tumba del poder, impugnamos el poder con el ejercicio de nuestros derechos. Desconocemos el orden jerárquico patriarcal del accionar político que coloca a los movimientos en la base y como clientes del sistema. Nuestra legitimidad trasciende todo orden jurídico, y por lo tanto es una legitimidad de facto construida en la dinámica social.
Esto será posible si como movimiento construimos una dinámica interna, hacia dentro de nosotras y entre nosotras. Por eso entendemos movimiento principalmente como un tejido de solidaridades, donde las búsquedas existenciales no sean ajena –sino que nutran- a las búsquedas colectivas. Tejido de solidaridades donde encontremos la complementariedad mujer-mujer, complementariedad con la otra misteriosa, diferente a mí, nueva y desconocida para mí; solidaridad que nos conduce a un encuentro de diversidades: las indias, las lesbianas, las mujeres que hemos escogido no dejarnos engañar por los privilegios que el sistema nos ha ofrecido en bandeja dorada. Es el tejido de solidaridades que nos permite asumir como movimiento la responsabilidad por la seguridad, por el afecto, por la vida de las mujeres que formamos parte de un proyecto colectivo. El tejido de solidaridades es la sólida unión que hace que no nos hagamos cómplices de la denigración, de la exclusión de la otra para ser titulares aceptables. Un movimiento indigesto para el patriarcado.
[Tomado del libro de Mujeres Creando: La Virgen de los Deseos, Buenos Aires, Tinta Limón, 2008; accesible en http://mujerescreando.org/pag/publicaciones/libros/LA-VIRGEN-DE-LOS-DESEOS--Mujeres-Creando.pdf.]
Demandar, reformar, negociar, hacer lobby… Acciones basadas en la ética neoliberal, que hace de los movimientos sociales en su conjunto entes sin vida; entes subsidiarios y legitimadores de las políticas de dominación y opresión, bajo consensos forzados a los que llegamos de los cabellos, jaladas por la lógica y los valores patriarcales.
Nuestro accionar feminista ha sido otra cosa: interpelar, proponer, dialogar, conflictuar, transformar, no delegar, desordenar, crear, desacatar. En la búsqueda de unir ese conjunto de acciones y hacerlas movimiento subversivo, hacerlas rebelión conjunta de lesbianas, indias, prostitutas, divorciadas, discapacitadas, desempleadas y de todas las fuentes inagotables de identidades que nos habitan contemporáneamente… en esa búsqueda es como nosotras nos hacemos feministas. Partimos del hecho de reconocernos, a nosotras y a la otra, como mujeres habitadas por profundas contradicciones; reconocer en nuestro propio interior alianzas autodestructivas –a veces indescifrables- con nuestra opresión. Alianzas que nos hacen socapar esas contradicciones; que a veces nos convierten en sus cómplices; que otras veces nos conducen a convivir cotidianamente con nuestros opresores. Por esas turbadoras contradicciones hemos escogido el feminismo, empeñadas en la ética de la coherencia entre lo público y lo privado, en el no-totalitarismo de ningún deber ser absoluto, en el camino que nos conduzca siempre y de nuevo al diálogo con la otra; diálogo que me permite entrar dentro de mí misma para no perderme, para no vender ni mi cuerpo ni mi alma.
Por esto no nos adaptamos al hecho de que se pretenda hoy, dentro del propio feminismo, recoger esas identidades y convertirlas en cosas inertes, en una mercancía cuyo valor reside en negociarlas con el opresor para ocupar puestos dentro del sistema.
Institucionalización del feminismo
Las oenegés y las redes de oenegés han sido la forma de organización a partir de la cual se ha desencadenado la institucionalización del feminismo. Es importante entender y repetir que esto ha sido un proceso dentro del tiempo: desde aquel momento en que de manera espontánea se conformaron mecanismos de solidaridad con mujeres del norte y se canalizaron fondos para llevar a cabo acciones de denuncia, hasta el momento actual en que esas estructuras han crecido, han dejado de lado los valores de solidaridad y anticolonialismo y se han convertido en organizaciones-gubernamentales, para-partidarias, para-estatales. Para que se entienda de qué estamos hablando –y dejando abierta la posibilidad de que algunas oenegés no hayan caído en ellas- quiero señalar, de manera sintética y descriptiva, algunas características de esa institucionalización:
1- Se ha convertido el quehacer feminista en un quehacer exclusivamente asalariado, sujeto a la normatividad institucional dentro de relaciones jerárquicas y burocráticas.
2- Se mantiene una relación clientelar con sectores diversos del movimiento de mujeres a nombre de los cuales se ha hecho factible el financiamiento, creando a partir de ello la figura de las beneficiarias y las benefactoras.
3- Se realizan la rendición de cuentas y las evaluaciones de cara a las financieras internacionales y no de cara a las mujeres involucradas en los procesos de trabajo.
4- Se evalúa el trabajo –el llamado impacto social- en términos de proyectos y en círculos cerrados (las famosas redes y sus consultoras), en vez de evaluar en función de una dinámica social y del impacto en ella.
5- Se definen las temáticas y las prioridades de trabajo desde lo que es financiable y no desde lo que es necesario; por ende, una falta de propositividad, una relación acrítica y veladamente colonialista con las financieras.
6- Por último, se han conformado círculos nacionales e internacionales de legitimación y deslegitimación (las redes) para el control de los fondos.
Usurpación
Aunque han bregado por el reconocimiento jurídico y político del Estado y de las organizaciones internacionales, las oenegés han jugado el doble juego de erigirse en intermediarias del movimiento de mujeres en su conjunto. Su discurso está plagado de la confusión deliberada y oportunista entre movimiento y oenegé. Cuando se trata de crear el halo de presión, se menciona de manera pedagógica el vasto y homogéneo movimiento de mujeres; cuando se trata de controlar los fondos y certificar el uso de la palabra, se vela por la exclusividad de las direcciones de las oenegés.
Patéticamente, estamos frente a un discurso sobre una tercera persona que es la mujer en general, sujeto que –por abstracto- está amordazado y que, al no plasmarse en un referente concreto en la realidad, ha servido de velo encubridor de gastadas hegemonías de clase, raza y edad. Esta hegemonía ha optado por adecuarse a los criterios de representación de la democracia formal vía partidos políticos y esquemas de gobierno; se ha convertido así en un correlato femenino del propio patriarcado que pretende monopolizar el tema de la participación de la mujer.
Este proceso ha cobrado dos víctimas: Ha pisoteado la representación y la democracia sindical construidas dentro del movimiento de mujeres, pisoteo que ha apuntado a satanizar a las más rebeldes. Esta democracia sindical puede ser muy cuestionable, pero no podemos dejar de ver que ha sido construida durante la resistencia a la dictadura y que es un valioso andamio de participación de las mujeres. Peor aún, ha pisoteado el derecho y la necesidad de la disidencia, principio feminista basado en que “nadie representa a nadie”.
La democracia formal ha recibido así un soporte: usar ahora de bandera la figura de las mujeres debilitando el papel de los movimientos sociales, a los que quiere forzar a ver en los partidos políticos la intermediación vital e indispensable para el accionar social. La conquista de la que con tanta prepotencia nos hablan es la de haberse convertido en intermediarias del poder ante el y los movimientos.
Tecnócratas de género
A nivel teórico, su instrumento básico ha sido la ya repetitiva incorporación de la perspectiva de género. ¿Dónde se la ha incorporado?
Se han dado a la tarea de conjugar, de encajar, de incorporar al discurso dominante la perspectiva de género, esfuerzo que tiene hoy sus frutos: la muerte del género como categoría develada y la necesidad de superarla. Esto ha convertido al género en una especie de condimento, complemento adjetivo del modelo de desarrollo –del desarrollismo-, haciendo viable y pensable un neocolonialismo, un neoliberalismo con perspectiva de género y sin siquiera la más tenue impugnación de su carácter patriarcal que es su característica esencial. Tal manejo de la categoría de género desde el discurso hegemónico ha convertido su aplicación en una mera retórica. Una retórica que no es inofensiva, pues permite un proceso de reciclaje de las formas de dominación patriarcal.
La tecnocracia de género se ha constituido en una élite que ha ido rompiendo en su práctica sus vínculos afectivos y políticos concretos con el movimiento. Ha adoptado una estrategia de acción asimilada a la no-ética del neoliberalismo y al pragmatismo por excelencia. Su interlocución exclusiva es con el Estado pero, ojo, con el libreto escrito y corregido por los patriarcas. La tecnocracia de género ha hecho gala de su mitificación del poder, sin lograr en ningún momento subvertir su propia relación de subordinación.
La tecnocracia de género, como grupo elitista y asimilado a las cúpulas nacionales e internacionales, es el principal vehículo de cooptación del discurso y el lenguaje feministas. La cooptación de este lenguaje tiende a neutralizar su fuerza expresiva y a instalar la confusión semántica para que no sepamos de qué estamos hablando, y para que los procesos de usurpación y enajenación tengan nombres y calificativos venidos de nuestra lucha. La cooptación separa al sujeto colectivo de su propia producción y le ofrece, como de regalo y en actitud retórica, alguito de lo que fue la motivación de este sujeto.
El feminismo latinoamericano puede ser muchas cosas: formas de concebir la estética, estilos de vida, búsqueda de pócimas, alquimias de amor y pasión. No somos detentoras de una definición de feminismo, ni nos reconoceríamos en el intento de circunscribirlo. Pero lo que une esas formas, lo que les da sentido y vocación de utopía, lo que las nutre y se convierte en su fuerza principal es el hecho de que, trascendiendo todas esas formas diversas y enriquecedoras, el feminismo es un movimiento social y político, transformador y subversivo. En el momento en que la vitalidad de su carácter de movimiento se pierde, se adormece o se diluye, todo ese conjunto de prácticas se convierten en formas dispersas o, peor aún, en algunos casos se convierten en complementos decorativos y funcionales de políticas patriarcales.
Es a partir de estos rasgos que nosotras no consideramos que las ONGs como ONGs –es decir, en tanto instituciones- ni la tecnocracia de género sean partes constitutivas del movimiento. Puede haber mujeres feministas trabajando en estas instituciones, pero poco a poco la tendencia institucionalizadora y tecnocrática las está destruyendo.
Movimiento y autonomía
Tanto movimiento como autonomía son palabras que no escapan tampoco a esa confusión semántica de la que hablábamos. No es precisamente apelando al diccionario etimológico ni filosófico que podemos rescatar su significado; para recuperarlo apelamos a la práctica. Para nosotras la autonomía juega un papel ubicativo: ¿dónde queremos estar, dónde sembraremos la semilla de nuestro trabajo y para quién cosecharemos esos frutos? Por eso hablamos de una autonomía respecto de la hegemonía cultural, política, económica, militar, nacional e internacional. Nos parece fundamental establecer la autonomía respecto a la hegemonía, porque la hegemonía –o lo hegemónico- es un concepto que va más allá del Estado, del gobierno o de cualquier institución específica. Hegemonía se refiere más bien al control y dominio de mecanismo sociales, políticos, económicos y culturales; un control que tiene, además del componente de clase, componentes de raza, edad, sexo, religión y sexualidad. Un control que puede ser estatal como también para-estatal.
La autonomía es pues una relación de no-dependencia, de independencia y de soberanía. Ese es el contenido: soberanía en mis decisiones y en el modo de expresarlas. Por eso la autonomía no puede ser relativizada a conveniencia porque esto sería caer en una manipulación; no puedo someterme a condicionamientos financieros internacionales y decir que eso es autonomía, no puedo trabajar para los partidos políticos y decir que mi accionar es autónomo, para citar algunos ejemplos. Al dibujar nosotras los confines de nuestra autonomía, lo que manifestamos es que nuestro accionar no se enmarca dentro de los mecanismos controlados por el sistema; es un contorno que se funde al de la Utopía de los sectores más rebeldes de nuestro pueblo. La base fundamental es la iniciativa colectiva intrínseca: somos nosotras quienes decidimos nuestro accionar.
Al hablar de la autonomía como un factor ubicativo, estamos al mismo tiempo descartando esa visión tan individualista de la autonomía que, al no confrontarse con la hegemonía, rompe los vínculos con los procesos históricos colectivos y rompe la posibilidad de interpelación directa al poder. Es decir, nos diferenciamos de una visión de autonomía desde palco; a nosotras nos interesa la autonomía desde la cancha, desde los escenarios donde se van dirimiendo los procesos históricos. No practicamos un feminismo inocuo que se limite a opinar e interpretar los hechos en un grupo de amigas.
Reconceptualizando movimiento
Antes de entrar en la dinámica de movimiento a la que con tanta pasión me refiero, quisiera poder terminar de salir de la dinámica que aún hoy nos atrapa en su pliego petitorio, en su canasta familiar y en su demagogia. Salir de esa compresión de movimiento como listado de demandas que tiene como único interlocutor al Estado. No dejarnos encajonar en la trampa de poner nuestras energías y nuestra platita en las reformas del Estado y de las leyes. Porque así como lo supimos ayer, lo sabemos hoy más que nunca: que se trata de un cuerpo legal cuyos enunciados son letra muerta en los brazos de un Estado corrupto. Un Estado que se sirve de ese conjunto de enunciados para cubrir la realidad de opresión, jerarquías, clasismos, racismos, sexismos y lesbofobias que atraviesan las vidas de las mujeres en sus relaciones con el Estado.
Si nos constituimos en movimiento es para avanzar en un diálogo horizontal abierto en todas direcciones; no un diálogo con mediadoras que nos impongan los términos y el corsé de la negociación, que no es otra cosa que reducir nuestros derechos para que ellos y ellas conserven sus privilegios.
Tejer solidaridades
Movimiento es el espacio que nos coloca en una relación de subversión de las relaciones de dominación. No somos como movimiento complementarias al poder, en una relación de mutua necesidad como lo es el masoquista con el sádico. Nosotras como movimiento somos la tumba del poder, impugnamos el poder con el ejercicio de nuestros derechos. Desconocemos el orden jerárquico patriarcal del accionar político que coloca a los movimientos en la base y como clientes del sistema. Nuestra legitimidad trasciende todo orden jurídico, y por lo tanto es una legitimidad de facto construida en la dinámica social.
Esto será posible si como movimiento construimos una dinámica interna, hacia dentro de nosotras y entre nosotras. Por eso entendemos movimiento principalmente como un tejido de solidaridades, donde las búsquedas existenciales no sean ajena –sino que nutran- a las búsquedas colectivas. Tejido de solidaridades donde encontremos la complementariedad mujer-mujer, complementariedad con la otra misteriosa, diferente a mí, nueva y desconocida para mí; solidaridad que nos conduce a un encuentro de diversidades: las indias, las lesbianas, las mujeres que hemos escogido no dejarnos engañar por los privilegios que el sistema nos ha ofrecido en bandeja dorada. Es el tejido de solidaridades que nos permite asumir como movimiento la responsabilidad por la seguridad, por el afecto, por la vida de las mujeres que formamos parte de un proyecto colectivo. El tejido de solidaridades es la sólida unión que hace que no nos hagamos cómplices de la denigración, de la exclusión de la otra para ser titulares aceptables. Un movimiento indigesto para el patriarcado.
[Tomado del libro de Mujeres Creando: La Virgen de los Deseos, Buenos Aires, Tinta Limón, 2008; accesible en http://mujerescreando.org/pag/publicaciones/libros/LA-VIRGEN-DE-LOS-DESEOS--Mujeres-Creando.pdf.]
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