José M. Fernández Paniagua
Vivimos unos tiempos de ilusionante recuperación y auge de las ideas libertarias. Frente a la acusación tan recurrente que se da a los anarquistas de vivir en otros tiempos, de rendir culto a un "glorioso" pasado -yo, como no soy nada amigo de ningún tipo de "gloria", prefiero emplear la palabra "orgullo", creo que los anarquistas pueden mirar hacia atrás y no contemplar un pasado ominoso, todo lo contrario-, yo me pregunto ante tamaña desfachatez: ¿se puede vivir, acaso, sin memoria histórica?, ¿se puede echar por tierra tan fácilmente a personas que vivieron en otro tiempo, pero cuyas necesidades eran las mismas que las nuestras? Personas que reflexionaron sobre sus cuestiones vitales, trataron de ser más conscientes para vivir una vida más libre y plena, y así construir un mundo más justo. Porque esos reproches llevan implícitas acusaciones de anacronismo, de promover ideas trasnochadas, ya superadas, cuando debe resultar obvio que lo que preconizan las ideas libertarias se encuentra presente en la civilización, desde que la Razón alumbró a los primeros seres humanos. Son proposiciones que forman parte de cualquier tiempo y, desgraciadamente, vivimos en un presente con una sociedad banalizada, con escasa memoria, donde no se fomenta precisamente la comunicación y la reflexión.
Frente a otras ideas políticas que pretenden tener una base científica y determinista, que constituyen una ideología con esquemas cerrados que ya poseen todas las respuestas, el anarquismo no desea dejar de hacerse preguntas en aras de una vida individual y una sociedad más justas y libres, menos tuteladas. Por supuesto, el sistema (¿sistema?, llamemos a la cosa por su nombre: Estado y Capitalismo, por mucho que se presenten con formas más o menos "amables") es capaz de asumir y apropiarse de los más nobles conceptos, la libertad y justicia que se nos propone son meramente formales y convertidas en mercadería más. Aparecen los más bellos ideales de la humanidad subsumidos en un sistema económico que sí se muestra claro en su rechazo a la igualdad, en su fomento del autoritarismo y la competitividad con el fin de que cada cual obtenga su parte del pastel, en su rendición ante la mercadotecnia ("marketing" es una palabra usada hasta la saciedad en el llamado mercado libre, pero tenemos esta otra en nuestro poderoso idioma con el mismo significado, el cual especifica en su acepción la busqueda del "aumento del comercio, especialmente de la demanda", y ahí queda dicho casi todo), en su difusión de la banalidad y en la inconsistente formación que se otorga a los ciudadanos (otro concepto que podría ser muy respetable como es el de "educación para la ciudadanía" aparece ahora remedado en una asignatura más que discutible). Como señaló una vez Fernando Savater (cuyo pensamiento sigo respetando en gran medida, a pesar de sus desvaríos políticos, producto tal vez del trastorno producido por una banda de asesinos autoerigidos en libertadores del pueblo vasco), se nos pretende convertir en consumidores, súbditos o feligreses. La calificación de consumidores no creo que merezca mucha explicación; es, quizá, la más evidente negación de nuestra condición de ciudadanos conscientes. En cuanto a súbditos, valgan las últimas y artificiosas controversias en torno a la figura del monarca de este país; seudopolémicas sustentadas en la imposibilidad de decidir sobre nuestro futuro y apoyadas en debates mediáticos que nada tienen que ver con la opinión de la calle. Escuché a un grimoso moderador de un debate en Telemadrid decir, sin ninguna vergüenza, que no existía tal debate, ya que más de un 98 por 100 de españoles está a favor de la monarquía.
El problema lo encontramos de nuevo en una historia falseada y acaparada por el poder: algo tan obvio como recordar que fue un dictador el que decidió que un sujeto reinaría en este país queda sepultado bajo una absoluta adoración a una Transición, prácticamente incuestionable tres décadas después. La responsable del calificativo de feligreses es, claro está, la Religión y la tendencia lógica de toda Iglesia será a ser superada moral e intelectualmente y desaparecer, si no es apoyada por intereses políticos o económicos. Aunque, desgraciadamente, todavía nos queda mucho camino por recorrer en este país, donde la derecha camina de la mano de la reaccionaria institución católica; una derecha que parece decidida (tal vez en una apuesta por no perder su auténtico electorado ideológico) a seguir mostrando su verdadera faz, y así lo demuestran las recientes declaraciones del eurodiputado, y ex-ministro de Aznar, Mayor Oreja, y de la líder del PP en el País Vasco, María San Gil, negándose a condenar el régimen de Franco y hablando de la "extraordinaria placidez" de la Dictadura y de que mejor no remover las cosas debido a que forma parte ya de la historia de España. Una placidez, la franquista, que disfrutaron unos pocos sobre los cadáveres de cientos de miles de españoles que creían en una sociedad mejor, y cuyos familiares siguen encontrando una negativa, por parte de los herederos de sus verdugos, a redimir a sus seres queridos y rendirles el tributo que se merecen. De nuevo encontramos una ignominiosa perversión del pasado (un pasado de una historia reciente nuestra que fue fracturada por la reacción, y sí debe ser recordada como hilo conductor también para un futuro mejor), donde el fascismo, a diferencia de otros países, no pudo ser derrotado y ha supuesto que sus herederos formen parte principal de la política de este país y de que hubiera una continuidad, en muchos aspectos, tras la muerte del dictador.
Volviendo a la cuestión libertaria y su visión de la historia, y a la cuestión del pasado con el que empecé este texto, Rudolf Rocker lo expresó con inmejorables palabras hace décadas (y verán ustedes cómo su análisis sigue teniendo pleno sentido en nuestro tiempo) al indicar que el anarquismo es "una tendencia clara del desarrollo histórico de la humanidad" y no un sistema social cerrado y establecido; "tampoco la libertad", continuaba el alemán, "es un concepto absoluto, ya que debe ser capaz de extenderse y afectar de diferentes formas a círculos cada vez más amplios". Corresponde a los hombres y mujeres anarquistas, de cada momento y de cada lugar, huir de cualquier clase de tutela política, económica o eclesiástica, y concretar el concepto de libertad, entendida como el pleno desarrollo de cada individualidad puesta al servicio de la sociedad. El anarquismo no puede ser nunca primitivo ni utópico, ya que analiza las formas de opresión de cada tiempo y de cada sociedad y desarrolla nueva respuestas (que pueden y deben aprender del pasado, pero nunca aplicar, tajantemente, a mi modo de ver las cosas, fórmulas de una determinada doctrina social). Es por esto que las ideas libertarias están cargadas de futuro; aunque es inevitable tener en cuenta a la hora de observar la historia la lucha de clases, no se pretende dar un carácter científico y determinista a tal análisis (la palabra Socialismo está bastante desprestigiada por dicha visión, que lo colocaría como paraíso al que se llegaría finalmente). Quizá Rocker quiso dejar bien claro, al hablar de ese "desarrollo histórico" y "tendencia de la humanidad", que el anarquismo funcionaría como tensión constante en cada época y en cada modelo de sociedad para acabar con toda autoridad coercitiva y forma de opresión.
A pesar de los avances técnicos y científicos, nuestro conocimiento de la naturaleza humana no da la impresión de haber avanzado mucho (más bien al contrario, parece que está cada vez más claro la ausencia de cualquier clase de determinismo biológico). Ya, el que se puede considerar padre del anarquismo, William Godwin (y que enlaza la Ilustración con el francés Proudhon, el primero en emplear la palabra "anarquismo"), y que tuvo continuidad en la tradición ácrata (a pesar de la también recurrente acusación al anarquismo de ser demasiado optimista con las tendencias naturales del hombre), señaló que no existe una naturaleza humana previa a la vida social, ni en su versión positiva (Rousseau) ni negativa (Hobbes). Rechazadas las determinaciones que escapan a la Razón (recordemos que el anarquismo nace con la Ilustración), sean del carácter que sean, podemos aceptar la lucidez del autor de Justicia política y considerar que el ser humano queda determinado en gran medida por el presente de un mundo real concreto. Son premisas que sigo considerando válidas -¿cómo no serlo?-, la confianza en el desarrollo intelectual y en las capacidades de la Razón (aquí encontramos otra raíz en el anarquismo, en un reformador fundamental de la filosofía práctica como es Kant).
He puesto todos estos ejemplos de la tradición ácrata no con el ánimo de intelectualizar ni teorizar demasiado (el lugar para ello corresponde a otros textos), si no para demostrar brevemente que el armazón anarquista es sólido; que no se trata, como han señalado también sus enemigos, de una doctrina "milenarista" (concepción, por otra parte, religiosa; se alude a un supuesto final feliz que llegaría tras el triunfo de la revolución) propia de locos o iluminados. Es una manera de observar la historia y aprender de ella, no de "vivir en el pasado", de conocer lo que somos, que es producto de este "mundo real concreto" que vivimos y que, desgraciadamente, supone en nuestra sociedad -del llamado Primer Mundo- una infantilización considerable, una negación del pasado (a veces incluso del inmediato, no voy a hablarles a ustedes ya de la fundamental "memoria histórica") y una constante reafirmación de un presente vacuo. Las grandes preguntas sobre la humanidad permanecen, pues, prácticamente intactas en una civilización que hace más de dos siglos puso su plena esperanza en el desarrollo técnico y científico y que, desgraciadamente, adoptó un camino equivocado en manos del Capitalismo. Los valores anarquistas (apoyados en el desarrollo de la Razón, y que confían en la ciencia y en la técnica como capaces de dar un mayor bienestar a la sociedad), que nacieron de manera estricta también en ese tiempo, aunque se hayan mostrado latentes en toda la historia de la humanidad, pueden mirar con orgullo su pasado, y demostrar que su camino sigue siendo el mejor.
[Publicado originalmente en Tierra y Libertad # 232, noviembre 2007; tomado de http://acracia.org/Acracia/Aprender_de_la_historia.html.]
Vivimos unos tiempos de ilusionante recuperación y auge de las ideas libertarias. Frente a la acusación tan recurrente que se da a los anarquistas de vivir en otros tiempos, de rendir culto a un "glorioso" pasado -yo, como no soy nada amigo de ningún tipo de "gloria", prefiero emplear la palabra "orgullo", creo que los anarquistas pueden mirar hacia atrás y no contemplar un pasado ominoso, todo lo contrario-, yo me pregunto ante tamaña desfachatez: ¿se puede vivir, acaso, sin memoria histórica?, ¿se puede echar por tierra tan fácilmente a personas que vivieron en otro tiempo, pero cuyas necesidades eran las mismas que las nuestras? Personas que reflexionaron sobre sus cuestiones vitales, trataron de ser más conscientes para vivir una vida más libre y plena, y así construir un mundo más justo. Porque esos reproches llevan implícitas acusaciones de anacronismo, de promover ideas trasnochadas, ya superadas, cuando debe resultar obvio que lo que preconizan las ideas libertarias se encuentra presente en la civilización, desde que la Razón alumbró a los primeros seres humanos. Son proposiciones que forman parte de cualquier tiempo y, desgraciadamente, vivimos en un presente con una sociedad banalizada, con escasa memoria, donde no se fomenta precisamente la comunicación y la reflexión.
Frente a otras ideas políticas que pretenden tener una base científica y determinista, que constituyen una ideología con esquemas cerrados que ya poseen todas las respuestas, el anarquismo no desea dejar de hacerse preguntas en aras de una vida individual y una sociedad más justas y libres, menos tuteladas. Por supuesto, el sistema (¿sistema?, llamemos a la cosa por su nombre: Estado y Capitalismo, por mucho que se presenten con formas más o menos "amables") es capaz de asumir y apropiarse de los más nobles conceptos, la libertad y justicia que se nos propone son meramente formales y convertidas en mercadería más. Aparecen los más bellos ideales de la humanidad subsumidos en un sistema económico que sí se muestra claro en su rechazo a la igualdad, en su fomento del autoritarismo y la competitividad con el fin de que cada cual obtenga su parte del pastel, en su rendición ante la mercadotecnia ("marketing" es una palabra usada hasta la saciedad en el llamado mercado libre, pero tenemos esta otra en nuestro poderoso idioma con el mismo significado, el cual especifica en su acepción la busqueda del "aumento del comercio, especialmente de la demanda", y ahí queda dicho casi todo), en su difusión de la banalidad y en la inconsistente formación que se otorga a los ciudadanos (otro concepto que podría ser muy respetable como es el de "educación para la ciudadanía" aparece ahora remedado en una asignatura más que discutible). Como señaló una vez Fernando Savater (cuyo pensamiento sigo respetando en gran medida, a pesar de sus desvaríos políticos, producto tal vez del trastorno producido por una banda de asesinos autoerigidos en libertadores del pueblo vasco), se nos pretende convertir en consumidores, súbditos o feligreses. La calificación de consumidores no creo que merezca mucha explicación; es, quizá, la más evidente negación de nuestra condición de ciudadanos conscientes. En cuanto a súbditos, valgan las últimas y artificiosas controversias en torno a la figura del monarca de este país; seudopolémicas sustentadas en la imposibilidad de decidir sobre nuestro futuro y apoyadas en debates mediáticos que nada tienen que ver con la opinión de la calle. Escuché a un grimoso moderador de un debate en Telemadrid decir, sin ninguna vergüenza, que no existía tal debate, ya que más de un 98 por 100 de españoles está a favor de la monarquía.
El problema lo encontramos de nuevo en una historia falseada y acaparada por el poder: algo tan obvio como recordar que fue un dictador el que decidió que un sujeto reinaría en este país queda sepultado bajo una absoluta adoración a una Transición, prácticamente incuestionable tres décadas después. La responsable del calificativo de feligreses es, claro está, la Religión y la tendencia lógica de toda Iglesia será a ser superada moral e intelectualmente y desaparecer, si no es apoyada por intereses políticos o económicos. Aunque, desgraciadamente, todavía nos queda mucho camino por recorrer en este país, donde la derecha camina de la mano de la reaccionaria institución católica; una derecha que parece decidida (tal vez en una apuesta por no perder su auténtico electorado ideológico) a seguir mostrando su verdadera faz, y así lo demuestran las recientes declaraciones del eurodiputado, y ex-ministro de Aznar, Mayor Oreja, y de la líder del PP en el País Vasco, María San Gil, negándose a condenar el régimen de Franco y hablando de la "extraordinaria placidez" de la Dictadura y de que mejor no remover las cosas debido a que forma parte ya de la historia de España. Una placidez, la franquista, que disfrutaron unos pocos sobre los cadáveres de cientos de miles de españoles que creían en una sociedad mejor, y cuyos familiares siguen encontrando una negativa, por parte de los herederos de sus verdugos, a redimir a sus seres queridos y rendirles el tributo que se merecen. De nuevo encontramos una ignominiosa perversión del pasado (un pasado de una historia reciente nuestra que fue fracturada por la reacción, y sí debe ser recordada como hilo conductor también para un futuro mejor), donde el fascismo, a diferencia de otros países, no pudo ser derrotado y ha supuesto que sus herederos formen parte principal de la política de este país y de que hubiera una continuidad, en muchos aspectos, tras la muerte del dictador.
Volviendo a la cuestión libertaria y su visión de la historia, y a la cuestión del pasado con el que empecé este texto, Rudolf Rocker lo expresó con inmejorables palabras hace décadas (y verán ustedes cómo su análisis sigue teniendo pleno sentido en nuestro tiempo) al indicar que el anarquismo es "una tendencia clara del desarrollo histórico de la humanidad" y no un sistema social cerrado y establecido; "tampoco la libertad", continuaba el alemán, "es un concepto absoluto, ya que debe ser capaz de extenderse y afectar de diferentes formas a círculos cada vez más amplios". Corresponde a los hombres y mujeres anarquistas, de cada momento y de cada lugar, huir de cualquier clase de tutela política, económica o eclesiástica, y concretar el concepto de libertad, entendida como el pleno desarrollo de cada individualidad puesta al servicio de la sociedad. El anarquismo no puede ser nunca primitivo ni utópico, ya que analiza las formas de opresión de cada tiempo y de cada sociedad y desarrolla nueva respuestas (que pueden y deben aprender del pasado, pero nunca aplicar, tajantemente, a mi modo de ver las cosas, fórmulas de una determinada doctrina social). Es por esto que las ideas libertarias están cargadas de futuro; aunque es inevitable tener en cuenta a la hora de observar la historia la lucha de clases, no se pretende dar un carácter científico y determinista a tal análisis (la palabra Socialismo está bastante desprestigiada por dicha visión, que lo colocaría como paraíso al que se llegaría finalmente). Quizá Rocker quiso dejar bien claro, al hablar de ese "desarrollo histórico" y "tendencia de la humanidad", que el anarquismo funcionaría como tensión constante en cada época y en cada modelo de sociedad para acabar con toda autoridad coercitiva y forma de opresión.
A pesar de los avances técnicos y científicos, nuestro conocimiento de la naturaleza humana no da la impresión de haber avanzado mucho (más bien al contrario, parece que está cada vez más claro la ausencia de cualquier clase de determinismo biológico). Ya, el que se puede considerar padre del anarquismo, William Godwin (y que enlaza la Ilustración con el francés Proudhon, el primero en emplear la palabra "anarquismo"), y que tuvo continuidad en la tradición ácrata (a pesar de la también recurrente acusación al anarquismo de ser demasiado optimista con las tendencias naturales del hombre), señaló que no existe una naturaleza humana previa a la vida social, ni en su versión positiva (Rousseau) ni negativa (Hobbes). Rechazadas las determinaciones que escapan a la Razón (recordemos que el anarquismo nace con la Ilustración), sean del carácter que sean, podemos aceptar la lucidez del autor de Justicia política y considerar que el ser humano queda determinado en gran medida por el presente de un mundo real concreto. Son premisas que sigo considerando válidas -¿cómo no serlo?-, la confianza en el desarrollo intelectual y en las capacidades de la Razón (aquí encontramos otra raíz en el anarquismo, en un reformador fundamental de la filosofía práctica como es Kant).
He puesto todos estos ejemplos de la tradición ácrata no con el ánimo de intelectualizar ni teorizar demasiado (el lugar para ello corresponde a otros textos), si no para demostrar brevemente que el armazón anarquista es sólido; que no se trata, como han señalado también sus enemigos, de una doctrina "milenarista" (concepción, por otra parte, religiosa; se alude a un supuesto final feliz que llegaría tras el triunfo de la revolución) propia de locos o iluminados. Es una manera de observar la historia y aprender de ella, no de "vivir en el pasado", de conocer lo que somos, que es producto de este "mundo real concreto" que vivimos y que, desgraciadamente, supone en nuestra sociedad -del llamado Primer Mundo- una infantilización considerable, una negación del pasado (a veces incluso del inmediato, no voy a hablarles a ustedes ya de la fundamental "memoria histórica") y una constante reafirmación de un presente vacuo. Las grandes preguntas sobre la humanidad permanecen, pues, prácticamente intactas en una civilización que hace más de dos siglos puso su plena esperanza en el desarrollo técnico y científico y que, desgraciadamente, adoptó un camino equivocado en manos del Capitalismo. Los valores anarquistas (apoyados en el desarrollo de la Razón, y que confían en la ciencia y en la técnica como capaces de dar un mayor bienestar a la sociedad), que nacieron de manera estricta también en ese tiempo, aunque se hayan mostrado latentes en toda la historia de la humanidad, pueden mirar con orgullo su pasado, y demostrar que su camino sigue siendo el mejor.
[Publicado originalmente en Tierra y Libertad # 232, noviembre 2007; tomado de http://acracia.org/Acracia/Aprender_de_la_historia.html.]
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