Víctor Muñoz
Día a día mueren miles en la miseria, y millones pierden la Vida lentamente en trabajos y rutinas miserables. Y de ello, ni una nota periodística. Pero hoy ponen el grito histérico en el cielo porque saben que les conviene. Ya tienen un nuevo aparato en Carabineros y a través de los medios masivos cuentan con la justificación perfecta para toda medida coercitiva en el futuro. ¿Y qué mejor policía que el miedo y el clima antisubversivo? Ya han condenado a los anarquistas. Todo parece tan cuadradito, tan perfecto.
¿Hipócritas nosotros? No obstante muchos no las aprueban, es cierto que algunos antiautoritarios han colocado bombas. Sí. Pero toda acción se ha ejecutado contra edificios de instituciones representativas del poder. Nunca contra civiles. Aunque para qué estamos con cosas, hubo y hay tantos torturadores que al menos se merecen el susto. Pero la bomba del metro no tiene nada de anarquista porque el anarquismo es la ausencia de coerción y opresión, y por lo mismo, nunca el sometimiento de alguna población por medio del terror, como argumentan los jueces y la prensa del poder. Y en última instancia, quienes la hayan instalado se pueden hacer llamar como quieran, pero el acto, por su lógica, objetivos y consecuencias, nada tiene de liberador. Es ante todo autoritario y nada de anarquista. O al menos eso pensamos varios.
Pero nuestra condena al hecho no tiene nada en común con el cacareo de los autoritarios y de los demócratas hipócritas que se alarman ante esto y callan los millares de crímenes cotidianos. Sabemos a quién conviene toda esta atmósfera. En el nombre de la libertad vendrán nuevas cadenas.
Esa bomba pudo venir de cualquier lado. La derecha ha recurrido a la violencia y la coerción, con bombas y sin ellas, una y otra vez, y lo mismo puede decirse de muchas izquierdas con sus dictaduras-democráticas pasadas y presentes. Escalas y modos distintos? Puede ser. Pero la bota duele igual, sea roja o negra. Hablan de la libertad y en su nombre se invade países enteros. Hablan de convivencia en la diversidad y apenas pueden se descargan contra los inmigrantes. Hoy les vemos juntas –en casi todas sus fracciones-apuntando al enemigo común: quienes buscamos un presente sin opresores ni oprimidos. Y todo calza tan perfecto.
Amigos ajenos a nuestras ideas señalan que no se puede desconocer la legítima sospecha contra los anarquistas, más aún cuando algunos de ellos se han adjudicado atentados contra cajeros y otros edificios representativos de este orden.
No desconozco el uso de la violencia como legitimo recurso de autodefensa cuando no quedan otras salidas. Pero nunca recurriremos a ella para someter a nadie.
Hoy sugiero recordar los montajes, y no como anécdota o chivo expiatorio para sacarse cualquier responsabilidad, sino como una sistemática política de Estado. Porque sabemos que existieron y existen.
Nos han condenado de antemano. Pero somos porfiados. Seremos molestos y marginales, pero liberticidas jamás.
Es mi opinión.
Día a día mueren miles en la miseria, y millones pierden la Vida lentamente en trabajos y rutinas miserables. Y de ello, ni una nota periodística. Pero hoy ponen el grito histérico en el cielo porque saben que les conviene. Ya tienen un nuevo aparato en Carabineros y a través de los medios masivos cuentan con la justificación perfecta para toda medida coercitiva en el futuro. ¿Y qué mejor policía que el miedo y el clima antisubversivo? Ya han condenado a los anarquistas. Todo parece tan cuadradito, tan perfecto.
¿Hipócritas nosotros? No obstante muchos no las aprueban, es cierto que algunos antiautoritarios han colocado bombas. Sí. Pero toda acción se ha ejecutado contra edificios de instituciones representativas del poder. Nunca contra civiles. Aunque para qué estamos con cosas, hubo y hay tantos torturadores que al menos se merecen el susto. Pero la bomba del metro no tiene nada de anarquista porque el anarquismo es la ausencia de coerción y opresión, y por lo mismo, nunca el sometimiento de alguna población por medio del terror, como argumentan los jueces y la prensa del poder. Y en última instancia, quienes la hayan instalado se pueden hacer llamar como quieran, pero el acto, por su lógica, objetivos y consecuencias, nada tiene de liberador. Es ante todo autoritario y nada de anarquista. O al menos eso pensamos varios.
Pero nuestra condena al hecho no tiene nada en común con el cacareo de los autoritarios y de los demócratas hipócritas que se alarman ante esto y callan los millares de crímenes cotidianos. Sabemos a quién conviene toda esta atmósfera. En el nombre de la libertad vendrán nuevas cadenas.
Esa bomba pudo venir de cualquier lado. La derecha ha recurrido a la violencia y la coerción, con bombas y sin ellas, una y otra vez, y lo mismo puede decirse de muchas izquierdas con sus dictaduras-democráticas pasadas y presentes. Escalas y modos distintos? Puede ser. Pero la bota duele igual, sea roja o negra. Hablan de la libertad y en su nombre se invade países enteros. Hablan de convivencia en la diversidad y apenas pueden se descargan contra los inmigrantes. Hoy les vemos juntas –en casi todas sus fracciones-apuntando al enemigo común: quienes buscamos un presente sin opresores ni oprimidos. Y todo calza tan perfecto.
Amigos ajenos a nuestras ideas señalan que no se puede desconocer la legítima sospecha contra los anarquistas, más aún cuando algunos de ellos se han adjudicado atentados contra cajeros y otros edificios representativos de este orden.
No desconozco el uso de la violencia como legitimo recurso de autodefensa cuando no quedan otras salidas. Pero nunca recurriremos a ella para someter a nadie.
Hoy sugiero recordar los montajes, y no como anécdota o chivo expiatorio para sacarse cualquier responsabilidad, sino como una sistemática política de Estado. Porque sabemos que existieron y existen.
Nos han condenado de antemano. Pero somos porfiados. Seremos molestos y marginales, pero liberticidas jamás.
Es mi opinión.
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