Casa de la Mujer "Juana La Avanzadora" - Maracay
La violencia obstétrica tan presente en nuestra sociedad y tan encubierta por la indiferencia, representa otro retrato de la crueldad contra las mujeres y de retruque contra las y los bebés, una realidad que en vez de silencio y complicidad podría, por lo menos, abrir preguntas cuestionadoras, incisivas, en toda la sociedad o al menos a personas pertenecientes a gremios relacionados con la salud, a madres, padres, educadoras/es y profesionales de la medicina, que quizás no se las están haciendo.
¿Qué nos ha pasado como sociedad que hemos permitido que la sala de parto sea una sala de castigo? ¿De qué tamaño son las contradicciones de una sociedad “mamista” que dice venerar a las madres y permite que el acto de nacimiento sea un trance de soledad acompañada de violencia y de intervencionismo medicamentoso? ¿De qué dimensión es la palanca para empujar a las mujeres hacia la maternidad y luego, en el momento del alumbramiento barrer todo vestigio de lo humano y lo mamífero y otorgar el protagonismo al personal médico?
A propósito de lo que acontece, como dice una médica que promueve el parto natural, quizás, desde hace algún tiempo, nos empieza a molestar pertenecer a una de las 4.629 especies de la clase mamíferos. Y aunque sepamos que de ahí no nos podemos salir, esta época tecnológica, aeroespacial, virtual y sofisticada, parece no cuadrar demasiado con la leche materna, la oxitocina y demás hormonas y secreciones corporales, más bien, parece una realidad telúrica incómoda, que internamente deseamos cambiar o desaparecer.
¿De qué civilización estamos hablando cuando hay que aclarar que un bebé, al nacer, debe estar con su madre y la madre con su bebé, que se trata de lo más natural del mundo? Pero resulta, que ahora hay que explicarlo y pelear para que dejen los y las bebés con sus madres; hace años decidieron que un bebé está mejor en un retén. También hubo que redescubrir que la leche materna es la mejor opción para el bebé y la madre, y que es mejor que el agua con azúcar o un tetero de leche maternizada. Y el calostro lo mismo, tampoco era aconsejable, aunque proporcione factores inmunitarios y de crecimiento esenciales para la vida que garantizan la salud y la vitalidad del o la recién nacida.
¿También hay que aclarar en las escuelas de medicina y post grados de obstetricia que a las mujeres no hay que insultarlas?, que es un acto de violencia gritarles que son unas perras y unas putas y, que junto al stock de vulgaridades envueltas con reclamos relacionados con la actividad sexual, el cuerpo y el placer, constituyen una bajeza dicha con bata blanca.
La mujer que pare, es capaz de atraer sobre su cuerpo todos los mitos de la mujer pecadora que el patriarcado en su versión religiosa y filosófica ha acumulado.
El arte del disimulo
Sería más bien el arte de la violencia y el disimulo, o el arte de la violencia y el odio hacia las mujeres, o la violencia más allá del bien y del mal, se ubica en la sala de parto.
Mucho falta por desentrañar, para humanamente entender qué pasa en la cabeza de los médicos/as, enfermeras /os, capaces de ejecutar violencias y malos tratos. Probablemente es lo mismo que habría que descubrir en quienes en posición de algún poder o algún respaldo de impunidad, son capaces de violentar a cualquier persona en circunstancias de vulnerabilidad.
Preocupa ver cómo los proyectos que se iniciaron en el país hace más de 30 años para resolver el grave problema de la violencia, la mayoría no prosperaron, se desvanecieron de la manera más extraña y simple, como se desvanece todo, cuando llega un nuevo jefe o jefa que no cree en la gestión anterior y menos en esta “vaina” del parto humanizado. Todo lo que se había logrado vuelve al grado cero cuando no forma ni siquiera parte de un plan o política pública. Y luego, alguien vuelve a comenzar, se vuelve a intentar, nadie se rinde… pero…
Hay que anotar que las ministras de salud de estos últimos tiempos, hasta donde sabemos, durante el cumplimiento de su cargo no se manifestaron sobre el tema, o si lo hicieron, no se notó.
Sigamos con las preguntas, ¿son los gurús de la obstetricia de cada hospital quienes se oponen a que los y las residentes puedan atender humanamente a las mujeres parturientas? ¿Qué autoridad sanitaria de este país ignora el trato que recibe la mayoría de las mujeres en las salas de parto? ¡Por favor!
Cambiar
Una sociedad violenta se construye con machismo. Es un ingrediente infaltable. Y un machismo que penetra todas las instituciones, y hasta te condiciona la forma de nacer, te recibe a insultos y con malos tratos, no se puede eliminar ni cambiar a sombrerazos ni con buenas intenciones colgadas en el aíre.
Muchas personas pensábamos que aún en una cultura y un aprendizaje dentro del sistema patriarcal, las mujeres obstetras tendrían una mayor comprensión del proceso del parto. Pero no ha sido así. En general, los castigos son administrados tanto por ellos como por ellas. Queremos desmarcar a las médicas y médicos que no se inscriben en esta práctica ni en los servicios públicos ni privados y animarles a que se pronuncien públicamente.
El obstetra francés Michel Odent -defensor del parto fisiológico- insiste en pregonar que la mujer necesita sentirse segura a la hora de parir y que “Cuando cambiemos nuestra forma de nacer, cambiará nuestra manera de vivir“.
[Tomado de la columna "Genero Mujer", publicada en el diario El Siglo, Maracay, 6/8/14.]
La violencia obstétrica tan presente en nuestra sociedad y tan encubierta por la indiferencia, representa otro retrato de la crueldad contra las mujeres y de retruque contra las y los bebés, una realidad que en vez de silencio y complicidad podría, por lo menos, abrir preguntas cuestionadoras, incisivas, en toda la sociedad o al menos a personas pertenecientes a gremios relacionados con la salud, a madres, padres, educadoras/es y profesionales de la medicina, que quizás no se las están haciendo.
¿Qué nos ha pasado como sociedad que hemos permitido que la sala de parto sea una sala de castigo? ¿De qué tamaño son las contradicciones de una sociedad “mamista” que dice venerar a las madres y permite que el acto de nacimiento sea un trance de soledad acompañada de violencia y de intervencionismo medicamentoso? ¿De qué dimensión es la palanca para empujar a las mujeres hacia la maternidad y luego, en el momento del alumbramiento barrer todo vestigio de lo humano y lo mamífero y otorgar el protagonismo al personal médico?
A propósito de lo que acontece, como dice una médica que promueve el parto natural, quizás, desde hace algún tiempo, nos empieza a molestar pertenecer a una de las 4.629 especies de la clase mamíferos. Y aunque sepamos que de ahí no nos podemos salir, esta época tecnológica, aeroespacial, virtual y sofisticada, parece no cuadrar demasiado con la leche materna, la oxitocina y demás hormonas y secreciones corporales, más bien, parece una realidad telúrica incómoda, que internamente deseamos cambiar o desaparecer.
¿De qué civilización estamos hablando cuando hay que aclarar que un bebé, al nacer, debe estar con su madre y la madre con su bebé, que se trata de lo más natural del mundo? Pero resulta, que ahora hay que explicarlo y pelear para que dejen los y las bebés con sus madres; hace años decidieron que un bebé está mejor en un retén. También hubo que redescubrir que la leche materna es la mejor opción para el bebé y la madre, y que es mejor que el agua con azúcar o un tetero de leche maternizada. Y el calostro lo mismo, tampoco era aconsejable, aunque proporcione factores inmunitarios y de crecimiento esenciales para la vida que garantizan la salud y la vitalidad del o la recién nacida.
¿También hay que aclarar en las escuelas de medicina y post grados de obstetricia que a las mujeres no hay que insultarlas?, que es un acto de violencia gritarles que son unas perras y unas putas y, que junto al stock de vulgaridades envueltas con reclamos relacionados con la actividad sexual, el cuerpo y el placer, constituyen una bajeza dicha con bata blanca.
La mujer que pare, es capaz de atraer sobre su cuerpo todos los mitos de la mujer pecadora que el patriarcado en su versión religiosa y filosófica ha acumulado.
El arte del disimulo
Sería más bien el arte de la violencia y el disimulo, o el arte de la violencia y el odio hacia las mujeres, o la violencia más allá del bien y del mal, se ubica en la sala de parto.
Mucho falta por desentrañar, para humanamente entender qué pasa en la cabeza de los médicos/as, enfermeras /os, capaces de ejecutar violencias y malos tratos. Probablemente es lo mismo que habría que descubrir en quienes en posición de algún poder o algún respaldo de impunidad, son capaces de violentar a cualquier persona en circunstancias de vulnerabilidad.
Preocupa ver cómo los proyectos que se iniciaron en el país hace más de 30 años para resolver el grave problema de la violencia, la mayoría no prosperaron, se desvanecieron de la manera más extraña y simple, como se desvanece todo, cuando llega un nuevo jefe o jefa que no cree en la gestión anterior y menos en esta “vaina” del parto humanizado. Todo lo que se había logrado vuelve al grado cero cuando no forma ni siquiera parte de un plan o política pública. Y luego, alguien vuelve a comenzar, se vuelve a intentar, nadie se rinde… pero…
Hay que anotar que las ministras de salud de estos últimos tiempos, hasta donde sabemos, durante el cumplimiento de su cargo no se manifestaron sobre el tema, o si lo hicieron, no se notó.
Sigamos con las preguntas, ¿son los gurús de la obstetricia de cada hospital quienes se oponen a que los y las residentes puedan atender humanamente a las mujeres parturientas? ¿Qué autoridad sanitaria de este país ignora el trato que recibe la mayoría de las mujeres en las salas de parto? ¡Por favor!
Cambiar
Una sociedad violenta se construye con machismo. Es un ingrediente infaltable. Y un machismo que penetra todas las instituciones, y hasta te condiciona la forma de nacer, te recibe a insultos y con malos tratos, no se puede eliminar ni cambiar a sombrerazos ni con buenas intenciones colgadas en el aíre.
Muchas personas pensábamos que aún en una cultura y un aprendizaje dentro del sistema patriarcal, las mujeres obstetras tendrían una mayor comprensión del proceso del parto. Pero no ha sido así. En general, los castigos son administrados tanto por ellos como por ellas. Queremos desmarcar a las médicas y médicos que no se inscriben en esta práctica ni en los servicios públicos ni privados y animarles a que se pronuncien públicamente.
El obstetra francés Michel Odent -defensor del parto fisiológico- insiste en pregonar que la mujer necesita sentirse segura a la hora de parir y que “Cuando cambiemos nuestra forma de nacer, cambiará nuestra manera de vivir“.
[Tomado de la columna "Genero Mujer", publicada en el diario El Siglo, Maracay, 6/8/14.]
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