J.R. López Padrino
La mayoría de la población venezolana padece las consecuencias de una crisis económica, política y social producto de los errores e improvisaciones cometidos por parte de la banda de forajidos que han desgobernado al país en los últimos 15 años. Una inflación galopante, escasez de alimentos y medicamentos, empleos precarios o informales, inestabilidad laboral, inseguridad generalizada, crisis de vivienda, deterioro acelerado de los servicios básicos (agua, electricidad, salud y educación) son algunos de los rasgos que caracterizan la situación que vive la mayoría de la población. Todo ello a pesar de una extraordinaria bonanza petrolera, la mayor de nuestra historia.
Esta severa crisis, que afecta fundamentalmente a los sectores más desposeídos, le ha permitido al régimen bolivariano profundizar perversamente la dependencia económica de esos estratos (C, D y E) con respecto al Estado, es decir le ha permitido aumentar el control social que ejerce sobre esos sectores a través del uso de los sobrantes de la renta petrolera en programas sociales, rebautizados con el nuevo argot militarista como “misiones sociales”. Programas sociales que surgieron no con la finalidad de acabar con el flagelo de la pobreza y la exclusión social, o como producto del amor que profesaba el difunto tte coronel por los pobres, como falazmente se ha repetido en estos últimos años, sino por la urgente necesidad de aumentar el apoyo electoral (número de votos) de cara al referéndum revocatorio del 2004 y las elecciones del 2006, que podían comprometer la continuidad del proyecto hegemónico bolivariano. Es decir, se trataba de comprar con recursos del Estado la voluntad electoral de una buena porción de la población -subyugada por el hambre y la miseria- a fin de garantizar la continuidad del proyecto facho-bolivariano y no como falsamente se ha afirmado de que se trataba de estrategias masivas orientadas a garantizar los derechos fundamentales a la población, con énfasis en los sectores más excluidos. Esas fueron las razones políticas que llevaron al régimen del fallecido vocinglero de Miraflores, en colaboración estrecha con el gobierno de Cuba, de establecer las tan cacareadas misiones sociales.
La penetración de las misiones (Robinson, Barrio Adentro, Alimentación, Ribas, Sucre, Piar, Zamora, Negra Hipolita, vivienda, Agro Venezuela entre muchas otras) alcanza entre un 45-53% de los hogares venezolanos, es decir que casi la mitad de la población obtiene algún beneficio de esos programas que lejos de dar una solución estructural a la problemática del desempleo, la pobreza y la exclusión social, contrariamente institucionalizan y consolidan la miseria. Es obvio, que cuando un porcentaje por demás importante de la población vive de alguna manera de las “gratificaciones” que proporciona el Estado, que en muchas ocasiones no van acompañadas de contraprestación de trabajo por la ayuda que reciben, el sujeto beneficiado se transforma en rehén político al servicio de los intereses del régimen, a merced de los criterios que le imponga el mecenas de turno en el poder. Las misiones han sido utilizadas por el régimen facho-bolivariano a fin de lograr que los individuos que integran la sociedad actúen conforme a los intereses del proyecto, es decir de imponer una uniformidad en la intención del voto a favor de la revolución. Ello ha quedado demostrado en lo sucesivos éxitos electorales del fachochavismo, a pesar del rotundo fracaso social y económico de las manoseadas misiones sociales. A pesar de haberse malgastado millones y millones de bolívares en estos programas los resultados de este gran fracaso están a la vista: hoy hay más familias pobres en el país que en los pasados 15 años.
Estas políticas domesticadoras del régimen no representan una solución estructural a la problemática de la pobreza y la exclusión social. La prolongación en el tiempo de estas limosnas sociales, lejos de erradicar sus causas, por el contrario las han exacerbado y además han estimulado el surgimiento de un sujeto social eunuco con mentalidad parasitaria que pretende vivir indefinidamente de ingresos que no son fruto de su trabajo, sino de dádivas del Estado las cuales tiene que mendigar a cambio de su voto.
Las misiones sociales representan una de las tantas ignominias del difunto dicharachero de Sabaneta, una de las tantas políticas fraudulentas gestadas durante su gobierno a fin de consolidar el proyecto facho-militarista bolivariano en el país. Las misiones sociales representan medios institucionalizados de control social (rasgos muy propio de los proyectos autoritarios) que ejerció el régimen del comandante galáctico en el pasado y que el ungido de Miraflores continua aplicando en nombre de una reaccionaria, castrante y represiva revolución.
control
La mayoría de la población venezolana padece las consecuencias de una crisis económica, política y social producto de los errores e improvisaciones cometidos por parte de la banda de forajidos que han desgobernado al país en los últimos 15 años. Una inflación galopante, escasez de alimentos y medicamentos, empleos precarios o informales, inestabilidad laboral, inseguridad generalizada, crisis de vivienda, deterioro acelerado de los servicios básicos (agua, electricidad, salud y educación) son algunos de los rasgos que caracterizan la situación que vive la mayoría de la población. Todo ello a pesar de una extraordinaria bonanza petrolera, la mayor de nuestra historia.
Esta severa crisis, que afecta fundamentalmente a los sectores más desposeídos, le ha permitido al régimen bolivariano profundizar perversamente la dependencia económica de esos estratos (C, D y E) con respecto al Estado, es decir le ha permitido aumentar el control social que ejerce sobre esos sectores a través del uso de los sobrantes de la renta petrolera en programas sociales, rebautizados con el nuevo argot militarista como “misiones sociales”. Programas sociales que surgieron no con la finalidad de acabar con el flagelo de la pobreza y la exclusión social, o como producto del amor que profesaba el difunto tte coronel por los pobres, como falazmente se ha repetido en estos últimos años, sino por la urgente necesidad de aumentar el apoyo electoral (número de votos) de cara al referéndum revocatorio del 2004 y las elecciones del 2006, que podían comprometer la continuidad del proyecto hegemónico bolivariano. Es decir, se trataba de comprar con recursos del Estado la voluntad electoral de una buena porción de la población -subyugada por el hambre y la miseria- a fin de garantizar la continuidad del proyecto facho-bolivariano y no como falsamente se ha afirmado de que se trataba de estrategias masivas orientadas a garantizar los derechos fundamentales a la población, con énfasis en los sectores más excluidos. Esas fueron las razones políticas que llevaron al régimen del fallecido vocinglero de Miraflores, en colaboración estrecha con el gobierno de Cuba, de establecer las tan cacareadas misiones sociales.
La penetración de las misiones (Robinson, Barrio Adentro, Alimentación, Ribas, Sucre, Piar, Zamora, Negra Hipolita, vivienda, Agro Venezuela entre muchas otras) alcanza entre un 45-53% de los hogares venezolanos, es decir que casi la mitad de la población obtiene algún beneficio de esos programas que lejos de dar una solución estructural a la problemática del desempleo, la pobreza y la exclusión social, contrariamente institucionalizan y consolidan la miseria. Es obvio, que cuando un porcentaje por demás importante de la población vive de alguna manera de las “gratificaciones” que proporciona el Estado, que en muchas ocasiones no van acompañadas de contraprestación de trabajo por la ayuda que reciben, el sujeto beneficiado se transforma en rehén político al servicio de los intereses del régimen, a merced de los criterios que le imponga el mecenas de turno en el poder. Las misiones han sido utilizadas por el régimen facho-bolivariano a fin de lograr que los individuos que integran la sociedad actúen conforme a los intereses del proyecto, es decir de imponer una uniformidad en la intención del voto a favor de la revolución. Ello ha quedado demostrado en lo sucesivos éxitos electorales del fachochavismo, a pesar del rotundo fracaso social y económico de las manoseadas misiones sociales. A pesar de haberse malgastado millones y millones de bolívares en estos programas los resultados de este gran fracaso están a la vista: hoy hay más familias pobres en el país que en los pasados 15 años.
Estas políticas domesticadoras del régimen no representan una solución estructural a la problemática de la pobreza y la exclusión social. La prolongación en el tiempo de estas limosnas sociales, lejos de erradicar sus causas, por el contrario las han exacerbado y además han estimulado el surgimiento de un sujeto social eunuco con mentalidad parasitaria que pretende vivir indefinidamente de ingresos que no son fruto de su trabajo, sino de dádivas del Estado las cuales tiene que mendigar a cambio de su voto.
Las misiones sociales representan una de las tantas ignominias del difunto dicharachero de Sabaneta, una de las tantas políticas fraudulentas gestadas durante su gobierno a fin de consolidar el proyecto facho-militarista bolivariano en el país. Las misiones sociales representan medios institucionalizados de control social (rasgos muy propio de los proyectos autoritarios) que ejerció el régimen del comandante galáctico en el pasado y que el ungido de Miraflores continua aplicando en nombre de una reaccionaria, castrante y represiva revolución.
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