Iban Diaz Parra
Eliseo Reclús es, junto con Piotr Kropotkin, uno de los principales referentes del anarquismo de finales del XIX en su forma de anarco-comunismo. La mayor parte de su obra basculó hacia la geografía más que al ensayo político, siendo lo más conocido de la misma su trilogía enciclopedista formada por La Tierra, la Nueva Geografía Universal y El Hombre y la Tierra. Este último, publicado de forma póstuma, es el más interesante para las ciencias sociales. Las ideas de Reclús sobre el espacio urbano, salpicadas en diversos artículos que publicó a lo largo de su vida, aparecen concentradas en el capítulo Répartition des Hommes del volumen quinto del L´Homme et la Terre. Este resulta ser un interesante e incisivo análisis sobre la cuestión urbana de su tiempo, con algunas similitudes con el mucho más conocido y citado trabajo de Engels sobre Manchester. Parece ser que la mayor parte de este texto tuvo una publicación temprana en inglés bajo el título The History of the Cities, todavía en vida del autor. En castellano tenemos la suerte de contar con la traducción que se realizó en Barcelona para la antología La geografía al servicio de la vida, de 1980 (de la que aquí se extraen varias citas).
La posición de Reclús como comentarista del espacio humano y, en concreto, del espacio urbano, no es en absoluto reconocida fuera de la geografía. A pesar de esto, no está demás valorar su posición concreta en este tipo de pensamiento. En sus contenidos trata la cuestión de la suburbanización, con referencias a la Ciudad Jardín de Howard, contemporáneo y en cierta sintonía con el geógrafo anarquista. Asimismo, sus relaciones con Geddes son conocidas, actuando este como difusor de sus trabajos en ámbito anglosajón, y sus observaciones sobre el funcionamiento de la ciudad capitalista anteceden a trabajos posteriores y tan reconocidos como los de la ecología urbana de la Escuela de Chicago.
En “La distribución de los hombres”, describiría el crecimiento de las urbes como consecuencia de la desposesión de los campesinos. Para Reclús no hay sorpresa en la migración, desplazamiento forzado, del campo a la ciudad, ni en el crecimiento de la segunda. Un crecimiento que viene acompañado de la pérdida del espacio rural como espacio social. Su descripción de la urbe decimonónica se recrea en la atmosfera irrespirable, el hacinamiento y la insalubridad, que dan lugar a incrementos de la mortalidad, en este contexto mucho mayores que en el mundo rural. La mortalidad es tan elevada que hace que el crecimiento vegetativo sea insuficiente para sostener la gran ciudad y reclama la continua migración de gentes, como una enorme trituradora de hombres.
En el contexto de la terrible realidad urbana de la ciudad industrial del XIX, ni Estado, ni filántropos, ni la sociedad en su conjunto ignoraban esta problemática. Dentro del ámbito anglosajón, como forma de escapar de la insalubridad de la urbe y de buscar espacios verdes y abiertos, se produjo el movimiento hacia los suburbios. Es lo que podríamos denominar la solución suburbana. Una proporción considerable de clases medias en Inglaterra y América empezaban a establecer sus familias en el campo, condenándose a viajar dos veces al día grandes distancias. Contra este movimiento dirige Reclús su crítica. La carestía de alquileres urbanos, empuja a los suburbios. Los jefes tienen interés en favorecer esto porque produce la baja de los precios de la mano de obra y los tranvías permiten esto incluso a trabajadores empleados de corto sueldo, permitiéndoles respirar un aire menos cargado. “Pero tal solución es bastarda, porque el jefe de familia se agota en largos trayectos, en malas comidas, en cortos reposos nocturnos, aparte de que el saneamiento de las villas suscita los mismos problemas que el de las ciudades”.
La ciudad jardín de Howard, quizás la culminación de los proyectos utópicos socialistas del XIX, innegablemente comparte muchos elementos con la ideología detrás del origen de los suburbios. Al mismo tiempo, sabemos que Howard, como otros higienistas, estuvo muy influido por las ideas de los geógrafos anarquistas, al igual que estos habían aprendido de los experimentos urbanos anteriores. Reclús señala la coincidencia de este proyecto con la voluntad de crear un espacio humano salubre y saluda los proyectos de “industriales inteligentes y arquitectos innovadores”. No obstante, como bien apunta y se volvería un hecho incontestable con el tiempo, finalmente, son siempre los privilegiados los que acaban habitando en las ciudades jardín “y la buena voluntad de los filántropos no basta para conjurar las consecuencias del antagonismo que existe entre el Capital y el Trabajo”. Este fragmento refleja el eterno choque de las intenciones del buen liberal frente a las dinámicas estructurales del capitalismo y la incapacidad del urbanismo para superar por sí mismo la problemática social.
Esta idea vuelve a poder inferirse cuando habla de renovación urbana. El fracaso de este tipo de proyectos es tan palpable cuando lo hace un filántropo socialista como cuando lo realiza la burguesía conservadora, organizada a través del Estado, para evitar el riesgo de revolución. Sarcásticamente, el geógrafo señala como la enfermedad de los tugurios no deja de amenazar los palacios, lo que en su momento provocó el auge de las políticas higienistas. Resulta en extremo interesante cuando introduce el caso de la calle principal de Edimburgo, antaño paseo de las clases altas y posteriormente abandonado por las mismas. La huida de la burguesía tendría su respuesta en la entrada de clases bajas, que harían de los palacios sus viviendas, acomodando las grandes salas y dividiéndolas mediante tabiques. El barrio burgués había acabado convertido en un tugurio más, insalubre y abandonado como cualquier otro slum y habitado por población empobrecida y enferma. Sin embargo, la moda higienista, que tendría tanto impacto en Reino Unido desde finales del XIX, se centraría en este sector de Edimburgo, restaurando fielmente la edificación y el espacio público:
“…donde los miserables y hasta los hambrientos constituyen todavía una gran proporción entre los habitantes de cada gran ciudad, la reforma de los barrios insalubres no pasa de ser un bien a medias, porque los desgraciados que los habitaban se ven expulsados de sus antiguos tugurios y forzosamente han de buscar otros en los suburbios adonde llevarán sus emanaciones ponzoñosas….aunque cada restauración o reconstrucción de edificios se hiciera de una manera irreprochable, no dejarían de ofrecer todas nuestras ciudades el penoso y fatal contraste del lujo y de la miseria, consecuencia necesaria de la desigualdad y de la hostilidad, que cortan en dos el cuerpo social. (…) Hasta en las ciudades cuyos administradores procuran ocultar hipócritamente todos los horrores, cubriéndolos con exterioridades decentes y blanqueadas, la miseria rezuma sin remedio: se siente que allí detrás cumple la muerte su obra más cruelmente que donde no hay hipócritas ocultaciones.”
He aquí un temprano repaso al funcionamiento del mercado de suelo y vivienda, así como de sus transformaciones socioespaciales. Describe una proceso de desvalorización y filtrado hacia abajo y luego uno de revalorización por renovación urbana en el que se insinúa el desplazamiento e incluso la gentrificación. Finalmente, afirma la segregación como una patología inseparable de la ciudad capitalista.
A pesar de su crítica a la urbe industrial, el autor no se posiciona en el rechazo a las ciudades y la industrialización. La ciudad también es un espacio para aprender, para mejorar, para engrandecerse: “Cuando aumentan las ciudades, la Humanidad progresa; cuando disminuyen, el cuerpo social amenazado regresa hacia la barbarie”. En definitiva, un geógrafo crítico y optimista que no deberían olvidar los analistas contemporáneos de la ciudad.
[Tomado de http://www.laciudadviva.org/blogs/?p=24963.]
Eliseo Reclús es, junto con Piotr Kropotkin, uno de los principales referentes del anarquismo de finales del XIX en su forma de anarco-comunismo. La mayor parte de su obra basculó hacia la geografía más que al ensayo político, siendo lo más conocido de la misma su trilogía enciclopedista formada por La Tierra, la Nueva Geografía Universal y El Hombre y la Tierra. Este último, publicado de forma póstuma, es el más interesante para las ciencias sociales. Las ideas de Reclús sobre el espacio urbano, salpicadas en diversos artículos que publicó a lo largo de su vida, aparecen concentradas en el capítulo Répartition des Hommes del volumen quinto del L´Homme et la Terre. Este resulta ser un interesante e incisivo análisis sobre la cuestión urbana de su tiempo, con algunas similitudes con el mucho más conocido y citado trabajo de Engels sobre Manchester. Parece ser que la mayor parte de este texto tuvo una publicación temprana en inglés bajo el título The History of the Cities, todavía en vida del autor. En castellano tenemos la suerte de contar con la traducción que se realizó en Barcelona para la antología La geografía al servicio de la vida, de 1980 (de la que aquí se extraen varias citas).
La posición de Reclús como comentarista del espacio humano y, en concreto, del espacio urbano, no es en absoluto reconocida fuera de la geografía. A pesar de esto, no está demás valorar su posición concreta en este tipo de pensamiento. En sus contenidos trata la cuestión de la suburbanización, con referencias a la Ciudad Jardín de Howard, contemporáneo y en cierta sintonía con el geógrafo anarquista. Asimismo, sus relaciones con Geddes son conocidas, actuando este como difusor de sus trabajos en ámbito anglosajón, y sus observaciones sobre el funcionamiento de la ciudad capitalista anteceden a trabajos posteriores y tan reconocidos como los de la ecología urbana de la Escuela de Chicago.
En “La distribución de los hombres”, describiría el crecimiento de las urbes como consecuencia de la desposesión de los campesinos. Para Reclús no hay sorpresa en la migración, desplazamiento forzado, del campo a la ciudad, ni en el crecimiento de la segunda. Un crecimiento que viene acompañado de la pérdida del espacio rural como espacio social. Su descripción de la urbe decimonónica se recrea en la atmosfera irrespirable, el hacinamiento y la insalubridad, que dan lugar a incrementos de la mortalidad, en este contexto mucho mayores que en el mundo rural. La mortalidad es tan elevada que hace que el crecimiento vegetativo sea insuficiente para sostener la gran ciudad y reclama la continua migración de gentes, como una enorme trituradora de hombres.
En el contexto de la terrible realidad urbana de la ciudad industrial del XIX, ni Estado, ni filántropos, ni la sociedad en su conjunto ignoraban esta problemática. Dentro del ámbito anglosajón, como forma de escapar de la insalubridad de la urbe y de buscar espacios verdes y abiertos, se produjo el movimiento hacia los suburbios. Es lo que podríamos denominar la solución suburbana. Una proporción considerable de clases medias en Inglaterra y América empezaban a establecer sus familias en el campo, condenándose a viajar dos veces al día grandes distancias. Contra este movimiento dirige Reclús su crítica. La carestía de alquileres urbanos, empuja a los suburbios. Los jefes tienen interés en favorecer esto porque produce la baja de los precios de la mano de obra y los tranvías permiten esto incluso a trabajadores empleados de corto sueldo, permitiéndoles respirar un aire menos cargado. “Pero tal solución es bastarda, porque el jefe de familia se agota en largos trayectos, en malas comidas, en cortos reposos nocturnos, aparte de que el saneamiento de las villas suscita los mismos problemas que el de las ciudades”.
La ciudad jardín de Howard, quizás la culminación de los proyectos utópicos socialistas del XIX, innegablemente comparte muchos elementos con la ideología detrás del origen de los suburbios. Al mismo tiempo, sabemos que Howard, como otros higienistas, estuvo muy influido por las ideas de los geógrafos anarquistas, al igual que estos habían aprendido de los experimentos urbanos anteriores. Reclús señala la coincidencia de este proyecto con la voluntad de crear un espacio humano salubre y saluda los proyectos de “industriales inteligentes y arquitectos innovadores”. No obstante, como bien apunta y se volvería un hecho incontestable con el tiempo, finalmente, son siempre los privilegiados los que acaban habitando en las ciudades jardín “y la buena voluntad de los filántropos no basta para conjurar las consecuencias del antagonismo que existe entre el Capital y el Trabajo”. Este fragmento refleja el eterno choque de las intenciones del buen liberal frente a las dinámicas estructurales del capitalismo y la incapacidad del urbanismo para superar por sí mismo la problemática social.
Esta idea vuelve a poder inferirse cuando habla de renovación urbana. El fracaso de este tipo de proyectos es tan palpable cuando lo hace un filántropo socialista como cuando lo realiza la burguesía conservadora, organizada a través del Estado, para evitar el riesgo de revolución. Sarcásticamente, el geógrafo señala como la enfermedad de los tugurios no deja de amenazar los palacios, lo que en su momento provocó el auge de las políticas higienistas. Resulta en extremo interesante cuando introduce el caso de la calle principal de Edimburgo, antaño paseo de las clases altas y posteriormente abandonado por las mismas. La huida de la burguesía tendría su respuesta en la entrada de clases bajas, que harían de los palacios sus viviendas, acomodando las grandes salas y dividiéndolas mediante tabiques. El barrio burgués había acabado convertido en un tugurio más, insalubre y abandonado como cualquier otro slum y habitado por población empobrecida y enferma. Sin embargo, la moda higienista, que tendría tanto impacto en Reino Unido desde finales del XIX, se centraría en este sector de Edimburgo, restaurando fielmente la edificación y el espacio público:
“…donde los miserables y hasta los hambrientos constituyen todavía una gran proporción entre los habitantes de cada gran ciudad, la reforma de los barrios insalubres no pasa de ser un bien a medias, porque los desgraciados que los habitaban se ven expulsados de sus antiguos tugurios y forzosamente han de buscar otros en los suburbios adonde llevarán sus emanaciones ponzoñosas….aunque cada restauración o reconstrucción de edificios se hiciera de una manera irreprochable, no dejarían de ofrecer todas nuestras ciudades el penoso y fatal contraste del lujo y de la miseria, consecuencia necesaria de la desigualdad y de la hostilidad, que cortan en dos el cuerpo social. (…) Hasta en las ciudades cuyos administradores procuran ocultar hipócritamente todos los horrores, cubriéndolos con exterioridades decentes y blanqueadas, la miseria rezuma sin remedio: se siente que allí detrás cumple la muerte su obra más cruelmente que donde no hay hipócritas ocultaciones.”
He aquí un temprano repaso al funcionamiento del mercado de suelo y vivienda, así como de sus transformaciones socioespaciales. Describe una proceso de desvalorización y filtrado hacia abajo y luego uno de revalorización por renovación urbana en el que se insinúa el desplazamiento e incluso la gentrificación. Finalmente, afirma la segregación como una patología inseparable de la ciudad capitalista.
A pesar de su crítica a la urbe industrial, el autor no se posiciona en el rechazo a las ciudades y la industrialización. La ciudad también es un espacio para aprender, para mejorar, para engrandecerse: “Cuando aumentan las ciudades, la Humanidad progresa; cuando disminuyen, el cuerpo social amenazado regresa hacia la barbarie”. En definitiva, un geógrafo crítico y optimista que no deberían olvidar los analistas contemporáneos de la ciudad.
[Tomado de http://www.laciudadviva.org/blogs/?p=24963.]
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