J. R. López Padrino
Venezuela es un país que sufre una “crisis orgánica”, en términos gramscianos: Lo viejo no muere y lo nuevo no puede todavía nacer. Se trata de esos momentos históricos en que a las fuerzas dominantes se le fracturan las relaciones entre la sociedad y el Estado y la unidad económico-política.
Lo viejo representado por el fachochavismo aún no termina de morir a pesar de que su cuerpo político ha sido devastado por las metástasis de la corrupción, la descomposición moral, los abusos de poder y las violaciones de los derechos humanos. Lo viejo aún no muere a pesar de que el batiburrillo ideológico del difunto eterno no da para más, y el estiramiento mítico de su figura se agotó. Después de 15 años en el poder, lo viejo se reduce a un capitalismo de Estado-militarizado y salvaje que ha generado hiperinflación, devaluación de nuestra moneda, disminución de la calidad de vida, conculcación de los derechos laborales, escasez de bienes y servicios, mayor pobreza y exclusión social, quiebra de las empresas básicas de Guayana, privatización de PDVSA, deslegitimación del Estado, embestida contra las universidades nacionales, la cultura y la ciencia, así como un mayor desempleo e inseguridad. En la lucha desesperada por detener la muerte de lo viejo el exdiscípulo de Sai Baba y residente de Miraflores se aferra a la figura petrificada de su comandante eterno y profundiza la represión contra los enterradores históricos de su barbarie.
Lo nuevo representado por el ascenso al poder de un proyecto (su nombre poco importa) distinto a lo que representa el fachochavismo no ha podido todavía nacer. La disidencia política que es vital para el buen morir de lo viejo está en crisis, la carcome la carencia de propuestas coherentes que permitan canalizar ese inmenso descontento nacional que se extiende a lo largo y ancho del país. No hay una oposición que le haga oposición al régimen. Una oposición que proponga una salida viable a este caos social-político y económico en el cual esta sumido el país. Una oposición que entienda de una vez por todas que para el nacimiento de lo nuevo es imperativo vincularse a las luchas sociales al margen de las coyunturas electorales. Una oposición que se dote de un mensaje que llegue más allá del universo de la clase media, que toque la conciencia de los más necesitados a fin de consolidar una nueva mayoría. Una oposición que renuncie a ese discurso inmovilista que espera por la implosión del fachochavismo, o la de aquellos identificados con “LaSalida” que ahora promueven otra solución mágica como lo es la Constituyente.
El fachochavismo dominante ha perdido apoyo popular (solo el 15% de votantes participó en los comicios del PSUV) y su capacidad de impulsar su proyecto militarista ha mermado, pero aún cuenta con suficiente fuelle económico con lo que pueden paliar la crisis y posponer su desenlace fatal. Hay que luchar por que lo viejo termine de morir y lo nuevo acabe por nacer para superar esta crisis estructural de largo aliento.
Venezuela es un país que sufre una “crisis orgánica”, en términos gramscianos: Lo viejo no muere y lo nuevo no puede todavía nacer. Se trata de esos momentos históricos en que a las fuerzas dominantes se le fracturan las relaciones entre la sociedad y el Estado y la unidad económico-política.
Lo viejo representado por el fachochavismo aún no termina de morir a pesar de que su cuerpo político ha sido devastado por las metástasis de la corrupción, la descomposición moral, los abusos de poder y las violaciones de los derechos humanos. Lo viejo aún no muere a pesar de que el batiburrillo ideológico del difunto eterno no da para más, y el estiramiento mítico de su figura se agotó. Después de 15 años en el poder, lo viejo se reduce a un capitalismo de Estado-militarizado y salvaje que ha generado hiperinflación, devaluación de nuestra moneda, disminución de la calidad de vida, conculcación de los derechos laborales, escasez de bienes y servicios, mayor pobreza y exclusión social, quiebra de las empresas básicas de Guayana, privatización de PDVSA, deslegitimación del Estado, embestida contra las universidades nacionales, la cultura y la ciencia, así como un mayor desempleo e inseguridad. En la lucha desesperada por detener la muerte de lo viejo el exdiscípulo de Sai Baba y residente de Miraflores se aferra a la figura petrificada de su comandante eterno y profundiza la represión contra los enterradores históricos de su barbarie.
Lo nuevo representado por el ascenso al poder de un proyecto (su nombre poco importa) distinto a lo que representa el fachochavismo no ha podido todavía nacer. La disidencia política que es vital para el buen morir de lo viejo está en crisis, la carcome la carencia de propuestas coherentes que permitan canalizar ese inmenso descontento nacional que se extiende a lo largo y ancho del país. No hay una oposición que le haga oposición al régimen. Una oposición que proponga una salida viable a este caos social-político y económico en el cual esta sumido el país. Una oposición que entienda de una vez por todas que para el nacimiento de lo nuevo es imperativo vincularse a las luchas sociales al margen de las coyunturas electorales. Una oposición que se dote de un mensaje que llegue más allá del universo de la clase media, que toque la conciencia de los más necesitados a fin de consolidar una nueva mayoría. Una oposición que renuncie a ese discurso inmovilista que espera por la implosión del fachochavismo, o la de aquellos identificados con “LaSalida” que ahora promueven otra solución mágica como lo es la Constituyente.
El fachochavismo dominante ha perdido apoyo popular (solo el 15% de votantes participó en los comicios del PSUV) y su capacidad de impulsar su proyecto militarista ha mermado, pero aún cuenta con suficiente fuelle económico con lo que pueden paliar la crisis y posponer su desenlace fatal. Hay que luchar por que lo viejo termine de morir y lo nuevo acabe por nacer para superar esta crisis estructural de largo aliento.
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