Uri Gordon
[Nota de El Libertario: Uri Gordon es un activista israelí que se ha hecho
bien conocido en los medios libertarios a partir de la publicación en inglés de
su libro Anarchy Alive! Anti-Authoritarian Politics from Practice to Theory (Londres, Pluto Press, 2008; pdf
disponible en http://libcom.org/library/anarchy-alive-anti-authoritarian-politics-practice-theory-uri-gordon).
De esa obra, que por lo demás es una
muy lúcida expresión del anarquismo contemporáneo, difundimos la traducción al
castellano del cápitulo 6, "Anarquía y la lucha conjunta en
Palestina-Israel", donde se aporta una reflexión detallada desde el
terreno con elementos indispensables para una posición consecuentemente
anarquista en este tema.]
Anarquía
y la lucha conjunta en Palestina- Israel
«Me
he opuesto por muchos años al sionismo como ese sueño de los capitalistas
judíos del mundo de conseguir un Estado judío con todas sus características…
una maquinaria de Estado judío para proteger los privilegios de los pocos
contra la mayoría… pero el hecho de que hay muchas comunas no sionistas en
Palestina permite probar que los trabajadores judíos que han ayudado a los
judíos perseguidos y acosados lo han hecho no porque sean sionistas, sino porque
deben ser dejados en paz en Palestina para poder echar raíces y vivir su vida.»
Emma
Goldman, Cartas de España y del Mundo1(Londres
1938).
Como el
cruce de caminos del conflicto imperial desde los días de Egipto y Asiria, y
con una ubicación central en los legados culturales de las tres religiones que
reconocen el legado de Abraham, la tierra entre el río Jordán y el mediterráneo
se mantiene como un punto central en el espectáculo de la política mundial y el
microcosmos de las tendencias globales. Justo cuando los acuerdos de Oslo eran
promocionados como un emblema de la “benevolente” cara de la globalización en
los noventas, estos colapsaron en la renovada violencia paralela a la
transformación del proyecto globalizador en el más descarado imperialismo desde
el 11 de septiembre. Hoy el conflicto en la región, que iré llamándola bien
Israel/Palestina o Palestina/Israel, es uno de los ejes de la ideología del
choque de civilizaciones y, por la misma razón, un punto crucial para la lucha
anarquista.
En este
último capítulo quiero ofrecer algunas perspectivas en la política de
Israel/Palestina, donde la situación levanta amplias cuestiones sobre los
acercamientos de los anarquistas a la liberación nacional, solidaridad
internacional, e identidad colectiva basada en el territorio. Por un lado,
quisiera mirar la aparente contradicción entre el compromiso de los anarquistas
al apoyar a los grupos oprimidos desde sus propios términos ideológicos ya
referidos, y aquellos términos -en el caso de los palestinos- de volverse un
Estado-Nación. Primero, quisiera centrarme en las luchas conjuntas
israelíes-palestinas en donde la participación de anarquistas es importante,
señalando las inesperadas vías en que cuestiones como el paternalismo, la
violencia y el agotamiento como militantes (quemarse en la lucha) se presentan
en esta región. Finalmente, volveré al debate más amplio sobre anarquismo y
nacionalismo, poniendo especial atención a la idea del bioregionalismo como una
forma alternativa de identidad local que puede ser más apropiada para el
enfoque anarquista.
Anarquismo
en Israel/Palestina
Al
mirar el paisaje de las luchas en Palestina/Israel, debe recordarse que la
presencia anarquista en el terreno es relativamente pequeña. Haciendo una
estimación generosa hay aproximadamente trescientas personas en Israel que son
políticamente activas y que no tienen problema en auto-denominarse anarquistas,
muchas de ellas mujeres judías y hombres entre los 16 y los 35 años. Sin
embargo, el anarquismo ha sido una corriente permanente en la política de
Israel/Palestina por décadas. Aunque no estaban conectados con los judíos
anarquistas que hablaban Yidish y vivían en el exterior, los primeros
grupos de Kibbutz fundados en la década de 1920 fueron organizados bajo
principios comunistas libertarios y sus miembros solían leer a Kropotkin y a
Tolstoy. Aunque estos comuneros eran constructores o campesinos mas que huelguistas
y combatientes callejeros, que se mantuvieron en gran medida ciegos a su
posición como peones en un proyecto imperialista, su forma de propaganda por
el hecho sigue siendo relevante hoy (Ver Horrox 2007). Otros disidentes
locales estuvieron más conectados al movimiento revolucionario de trabajadores,
y en 1936 un número de comunistas y anarquistas, tanto árabes como judíos,
fueron a luchar en la Guerra Civil Española. Tras el holocausto y la creación
del Estado de Israel muchos anarquistas que hablaban Yidish arribaron al
país, entre ellos Aba Gordin y Yosef Luden, quienes organizaron la “Asociación
de buscadores de la libertad” y publicaron la revista en Yidish “Problemen”.
Después
de 1968, como en otros lugares del mundo, se dio un renacido interés en el
anarquismo. El grupo anti-capitalista y anti-sionista Matzpen tuvo entre sus
filas algunos anarquistas, y el anarco-pacifista Toma Schick lideró la rama
israelí de la Internacional de Resistentes a la Guerra. El movimiento recibió
un mayor empujón en la década de 1980 gracias a la escena punk y al crecimiento
de la objeción al ejército durante la guerra del Líbano y la Primera Intifada.
Las primeras células anarquistas estudiantiles y fanzines fueron creados en
este periodo. El movimiento anarquista israelí contemporáneo se fusionó durante
las olas de activismo antiglobalización a final de la década de 1990, trayendo
consigo reivindicaciones anticapitalistas, ecologistas, feministas, y a favor
de los derechos de los animales. Hubo una proliferación de protestas y acciones
directas, fiestas al estilo “Reclaim the Streets”2 y
puntos de distribución de la campaña Comida en vez de bombas. Se
fundaron el centro social Salon Mazal e Indymedia Israel. Desde el
inicio de la Segunda Intifada, las actividades se han centrado en la ocupación
de Palestina, en particular contra la construcción del muro del Apartheid.
Algunos anarquistas han participado en Ta’ayush (Asociación árabe-judía), una
iniciativa creada poco después del inicio de la Segunda Intifada en Octubre de
2000. En su mejor momento Ta’ayush ha tenido una gran participación de judíos y
palestinos árabes con ciudadanía Israelí, muchos de ellos estudiantes, quienes
llevan a cabo acciones de solidaridad en los territorios ocupados, llevando
comida a ciudades y poblaciones sitiadas y defendiendo de colonos y soldados a
campesinos mientras trabajan su tierra. En 2003, la iniciativa de Anarchist
Against The Walls (Anarquistas contra el muro) fue fundada, y la lucha conjunta
con las villas palestinas continúa intensamente.
Entre
los palestinos, hay algunos afines y varios aliados, pero no un movimiento
anarquista organizado. De cualquier forma, los últimos años se ha presentado
una alianza entre activistas internacionales, israelíes y las comunidades
palestinas que renuevan su propia tradición de resistencia popular y
desobediencia civil. La Primera Intifada (1987-1989) fue un levantamiento organizado
por comités populares y mayoritariamente desprendido del liderazgo de la
Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Involucró no sólo hondas y
molotovs sino también varias acciones no violentas como: marchas masivas,
huelgas generales, objeción fiscal, boicot de productos israelíes, murales
políticos y el establecimiento de escuelas alternativas y proyectos populares
de ayuda mutua.
Sumados a los anarquistas israelíes, varios anarquistas de otros lugares han estado presentes en el terreno – fundamentalmente a través del Movimiento de Solidaridad Internacional (ISM por sus siglas en inglés), una coordinación liderada por palestinos que se inició en el verano de 2001 y vio su momento más fuerte en los siguientes dos años. El ISM movilizó voluntarios de Norte América y de Europa, quienes arribaron a los territorios ocupados para acompañar las acciones no violentas de los palestinos (Sandercock et al. 2004). El ISM entró en acción antes del escalamiento de la invasión y ataques por parte del Estado israelí a los centros poblados palestinos. Sus acciones incluían formar cadenas humanas para bloquear a los soldados que intentaban interferir mientras los palestinos echaban abajo los bloqueos de las carreteras hechos por los militares, organizando manifestaciones, o apoyando colectivamente la violación del toque de queda para llevar a los niños a la escuela o para que pudieran cultivar sus campos. Los líderes populares palestinos estaban interesados en esta cooperación, en primer lugar porque la presencia de extranjeros podría, con suerte, moderar las reacciones de los soldados, al mismo tiempo que se podría influenciar a la opinión pública. De forma interesante, los organizadores estiman que cerca de un cuarto de los voluntarios del ISM han sido judíos.
En la
medida en que la violencia escaló, el ISM dirigió su acción cada vez más al
acompañamiento y a prestarse de escudos humanos, mientras al mismo tiempo
lograban la atención mundial frente a la represión de los palestinos por medio
de la presencia en vivo de testigos internacionales. Por un tiempo, lo que
hacían estos testigos estaba dictado por cuándo, dónde y cómo el ejército
israelí iba atacar. Durante las invasiones de la primavera de 2002, los
activistas del ISM se mantuvieron en casas palestinas que enfrentaban la
demolición, rodeando ambulancias, escoltando trabajadores municipales que
arreglaban infraestructura, y llevando comida y medicinas a las comunidades
sitiadas. En lo que se convirtió en el drama más mediático, activistas
internacionales estuvieron encerrados por semanas en la iglesia sitiada de la
natividad de Belén con residentes, clérigos y militantes armados. Cuando la
violencia se redujo el ISM volvió a tomar la iniciativa otra vez, con
demostraciones para cortar los toques de queda y un día internacional de
acciones en el verano de 2002.
Aunque
el ISM y otros grupos de solidaridad no afiliados que trabajan en el mismo
terreno no son nominalmente anarquistas, se pueden hacer dos conexiones claras
al anarquismo pueden hacerse sin embargo. Primero, en términos de las personas,
las actividades de solidaridad internacional en Palestina han visto una mayor y
sostenida presencia de anarquistas, que se habían curtido ya en movilizaciones
anticapitalistas y organizaciones locales populares en Norte América y Europa.
Así, aunque el ISM integró en sus filas a una variedad de participantes con un
amplio rango de antecedentes, también se constituyó como la principal forma de
participación para anarquistas internacionales en Palestina. Segundo, y más sustancial,
el ISM principalmente desarrolló muchas de las características de la cultura
política anarquista: no membresía formal, política o de liderazgo; un modelo de
organización descentralizada basada en grupos autónomos de afinidad, portavoces
y toma de decisiones por consenso; y una estratégica concentración en campañas
a corto plazo y tácticas creativas que enfatizaban en la acción directa y el
empoderamiento popular. Estas afinidades son evidentes en la declaración de ISM
Canadá (2002), en la necesidad de moverse de un arrogantemente “sabio” modelo
de activismo hacia un real modelo de activismo “solidario”, cuyo énfasis en la
acción directa contiene muchas de las claves de lenguaje político anarquista:
Solidaridad significa
más que trabajo “caritativo” para calmar nuestra conciencia. Debe también
hacerse más que simplemente atestiguar o documentar atrocidades –aunque estas
tareas sean fundamentales para nuestro trabajo. El ISM ve la solidaridad como
un imperativo para vincularse activamente en la resistencia a la ocupación, de
tomar partido, poner nuestros cuerpos en la línea, y usar el relativo
privilegio de nuestros pasaportes y, en algunos casos, de nuestro color;
primero y más importante, en formas que los palestinos actualmente lo piden,
pero también en formas que ayuden a construir confianza y expandir redes de
apoyo mutuo.
Entonces,
los anarquistas occidentales involucrados en acciones directas en Palestina (y
en otras regiones, como Papua Occidental y Colombia) a menudo dicen que ellos
deliberadamente participan en ellas como seguidores o simpatizantes más que
como iguales, sin pretensiones de liderazgo. El espíritu del ISM y otros grupos
solidarios parte de seguir la iniciativa de los miembros o representantes de la
comunidad palestina, basados en el principio de que la toma de decisiones y el
control de las acciones deben estar en proporción al grado en que cada cual es
afectado por sus potenciales consecuencias. Como resultado, un grupo de
canadienses del IMS se han esforzado en hacer énfasis en que “los
internacionales no pueden comportarse como si vinieran a enseñar a los
palestinos algo acerca de la “paz” o la “no violencia” o la “moralidad” o la
“democracia”, o cualquier cosa de las muchas que típicamente en occidente
(arrogante y equivocadamente) se creen son de la esfera de valores y del
activismo occidental. De forma similar el anarquista israelí Yossi Bar-Tal ha
argumentado que “no estamos trabajando en palestina para educarlos…. nunca
llevaremos panfletos en árabe explicando qué es el anarquismo y por qué deben
unirse a nosotros, porque esas no son nuestras formas… no estamos allí para
educar, porque mientras ellos están siendo ocupados por nuestro Estado no
tenemos ninguna razón para ir a predicar” (Lakoff 2005).
La
primavera de 2003 marcó una clara transición para la acción directa en
Israel/Palestina con el cambio del centro de gravedad de la lucha: de las
ciudades palestinas a las que iban los voluntarios internacionales a la lucha
no violenta contra el muro de segregación en la que los internacionales e
israelíes se sumaron a la resistencia popular palestina. El cambio estuvo
acompañado por una crisis en el ISM tras una rápida sucesión de eventos
trágicos, especialmente el asesinato de dos voluntarios en Gaza. El 16 de marzo
la integrante estadounidense del ISM Rachel Corrie fue aplastada hasta morir
bajo un bulldozer blindado israelí, al que ella intentaba obstruir durante la
demolición de una casa en Rafah. El 11 de abril a Tom Hurndall, voluntario
británico, le disparó en la cabeza un francotirador israelí en la misma región;
entró en un coma del que salió muerto a los seis meses. Mientras los asesinatos
levantaron protestas internacionales e incrementaron el perfil del ISM
resaltando la brutalidad de la ocupación, también se puso en evidencia el
inmenso riesgo de acompañar actividades de solidaridad en Palestina e hizo que
muchos activistas lo pensaran dos veces antes de ir allí.
Esto
fue seguido de una concertada campaña del Estado israelí en la que se asociaba
al ISM con el terrorismo, justificando la toma de medidas drásticas contra la
organización. En la noche del 27 de marzo, durante un periodo de toques de
queda y arrestos militares en Jenín, un palestino de 23 años de edad llamado
Shadi Sukiya había arribado a la oficina del ISM en la ciudad, empapado y
tiritando de frío; se le dio ropa para cambiarse, una bebida caliente y una
cobija. Justo después, soldados israelíes llegaron y lo arrestaron, acusándolo
de ser un miembro de alto rango de la Jihad Islámica. El ejército también afirmó
que había sido descubierta una pistola en la oficina, pero luego se retractó de
tal acusación. El 25 de abril, a unas exequias públicas organizadas por el ISM
en nombre de Rachel Corrie, asistieron dos jóvenes musulmanes británicos: Asif
Muhammad Hanif y Omar Khan Sharif. Cinco días después, los dos cargaron una
bomba en sus cuerpos estallándola de forma suicida en un restaurante en Tel
Aviv, matando a tres personas. A pesar del hecho de que en ambos casos el
contacto había sido mínimo y de que los voluntarios del ISM no tenían ni idea
de la identidad de sus visitantes, el gobierno israelí utilizó estos eventos
para acusar públicamente a la organización de albergar terroristas y procedió a
reprimirla. El 9 de mayo el ejército allanó la oficina de medios del ISM en
Beit Sahour, llevándose computadoras, cintas de vídeo, Cds y archivos. Aunque
nunca se confirmó, se piensa que dentro del material incautado estaba una
exhaustiva lista de los voluntarios del ISM presentes y pasados, incluyendo sus
direcciones y números de pasaportes. Esto le permitió al aparato de seguridad
israelí expandir su “lista negra” de extranjeros no bienvenidos, resultando
además en un aumento de las deportaciones y el rechazo de la entrada a Israel
en los meses siguientes. Poniéndolos juntos, estos eventos hicieron entrar en
crisis al ISM y redujeron seriamente el flujo de internacionales a Palestina,
aunque algunos siguen llegando hasta el día de hoy.
En la
misma primavera de 2003, tanto en círculos israelíes que cooperaban en las
acciones directas en grupos afines dentro del ISM como en otros grupos
internacionales, creció la necesidad de dar mayor visibilidad a su propia
resistencia como israelíes al crear un grupo autónomo que trabajara junto a
palestinos e internacionales. Mientras tanto, la construcción de la “Barrera de
la segregación” o “Muro del Aparthedid” en la parte occidental de Cisjordania
había empezado en serio (para más detalles sobre la barrera se puede mirar
PENGON 2003). Después de algunas acciones y marchas contra el muro en Israel y
en Palestina, un pequeño grupo empezó a ganarse la confianza y reputación de
ser activistas israelíes involucrados con la acción directa, queriendo luchar
en conjunto con los palestinos en sus tierras. En marzo del 2003 el pueblo de
Mas´ha invitó al grupo a construir un campamento de protesta en las tierras del
pueblo que estaban siendo confiscadas por la ruta del cercado (96% de la tierra
de Masa habían sido cercadas). El campamento de protesta se convirtió en el
centro de la lucha e información contra la planeada construcción del muro en
esta área y en toda Cisjordania. A lo largo de los cuatro meses del campamento
más de un millar de israelíes e internacionales llegaron para aprender sobre la
situación y unirse a la lucha.
Durante
el campamento el grupo de acción directa empezó a llamarse a sí mismo
Anarquistas contra las cercas y judíos contra los Ghetos. En inglés son
normalmente conocidos como Anarchist Against The Wall -Anarquistas contra el
Muro- (el doble sentido semántico Cercas-Muros sólo funciona en Inglés). Tras
el desalojo del campamento en Mas´ha en el verano de 2003, en medio de más de
90 arrestos, los anarquistas continuaron participando en varias acciones
conjuntas a lo largo de los territorios ocupados. Con más de 50 participantes,
activos en cualquier momento, esta red de acción directa que mutaba rápidamente
ha estado presente en marchas y acciones semanales en los pueblos de Salem,
Anin, Biddu, Beit Awwa, Budrus, Dir Balut, Beit Surik y Beit Likia, así como
con comunidades palestinas encarceladas por los muros en y a los alrededores de
Jerusalén. En algunas de estas acciones, Palestinos e Israelíes lograron
derribar o atravesar el muro cortando varias partes de éste, o abrirse paso por
puertas a lo largo del muro. Desde 2005, el grupo ha estado más que todo activo
en la villa de Bil´in que se ha convertido en un símbolo de la lucha conjunta.
Un
ejemplo de vincular la lucha contra la ocupación a una agenda liberadora distinta
es la actividad de Kvisa Shkhora (Lavandería Negra), un grupo de acción directa
de lesbianas, gays bisexuales, transgeneristas y otras contra la ocupación y
por la justicia social. El grupo fue creado para la marcha del orgullo gay en
Tel Aviv en 2001, pocos meses después de que la Segunda Intifada empezara.
Interrumpiendo la celebración, para el día de hoy despolitizada y
comercializada, cerca de 250 Queers radicales vestidos de negro se
sumaron a la marcha tras el estandarte de “No puede haber orgullo en la
ocupación”. Desde entonces, el grupo ha desarrollado acciones y superado las
expectativas con una orientación fuertemente anti-autoritaria, que pone en
evidencia la conexión entre diferentes formas de opresión. En los años
recientes la comunidad Queer radical en Israel ha crecido en número y se ha
convertido en una fuerte red que incluye la organización de fiestas Queer
públicas y gratuitas (El Queer´hana), que usualmente han coincidido con eventos
oficiales del Día del Orgullo Gay.
El
movimiento Queer radical israelí tiene un doble rol: por un lado promueve la
solidaridad con los palestinos, reivindicándose anticapitalistas y
políticamente antagonistas dentro de las principales corrientes de la comunidad
LGBT; por el otro, hace énfasis en la libertad de orientación sexual dentro del
movimiento contra la ocupación. De acuerdo a uno de sus miembros, mientras que
muchos activistas inicialmente no entendieron el significado de las
manifestaciones Queer como Queers Contra la Ocupación, “después de
varias acciones y discusiones nuestra visibilidad es ahora aceptada y
bienvenida. Esto no puedo decirlo de nuestros compañeros palestinos, así que en
los territorios normalmente volvemos al closet” (Ayalon 2004). Esta última
realidad también ha llevado a anarquistas Queer a hacer contactos y ofrecer
solidaridad con la población LGBT palestina, quienes se encuentran aun menos
aceptados en su sociedad de lo que podrían estarlo los Queers israelíes.
Las
conexiones con anarquistas Queer a nivel internacional fueron fortalecidas a
través de la organización del noveno evento de Queeruption, un encuentro
Queer radical al estilo Hazlo Tu Mismo que tuvo lugar en Tel Aviv en el
verano de 2006, coincidiendo con el calendario del evento mundial del orgullo
gay en Jerusalén. Éste último fue de hecho cancelado, cayendo como una de las
víctimas de la segunda guerra del Líbano, aunque también fue forzado al cierre
después de semanas de incitamientos homofóbicos por parte de judíos ultra
ortodoxos, líderes cristianos y musulmanes así como por la extrema derecha,
formando una terrible alianza en oposición a este evento. Cuando los
organizadores de la marcha del orgullo gay convocaron a una vigilia contra la
homofobia en lugar de la marcha, Queeruption participó convirtiéndose en
la mayoría de los participantes, y ondeando banderas de otros países; alguien
llevó una bandera libanesa y todo el evento comenzó espontáneamente a
convertirse en una demostración en contra de la guerra. La policía
inmediatamente declaró ilegal esta vigilia y de repente fue rodeada por
policías que empezaron a golpear a los manifestantes. El grueso de la comunidad
gay se retiró en ese momento, y luego condenaron completamente las acciones de
un “pequeño grupo de anarquistas quienes secuestraron el evento”.
Otra relación
importante que podemos mencionar acá es aquella entre los anarquistas y los que
abogan por la liberación animal. Globalmente estos dos movimientos han
compartido claramente distintos atributos (una actitud de confrontación, el uso
de la acción directa, la descentralización extrema, sus raíces en la subcultura
punk). Más recientemente, grupos de liberación animal como SHAC (Siglas en
Ingles de Detener el Huntingdon Life Sciences, centro de experimentación
animal) ha empezado a apuntar a la infraestructura de corporaciones que
utilizan animales para hacer exámenes. Aunque se mantiene como una elección
táctica, también implica un análisis profundo de la conexión entre la
explotación animal y otras formas de dominación -una dirección que ha sido
explorada en la escritura con creciente intensidad en años recientes (Dominick
1995, Anonymous8 1999, Homefries 2004). Recientes tendencias de la represión
estatal, incluyendo la tendencia a asimilar las manifestaciones a favor de los
derechos de los animales y la legislación contra el sabotaje económico (ya que
acciones de liberación de animales en granjas industriales son denunciadas por
los dueños de éstas como actos de sabotaje) están empezando a generar
importante solidaridad y cooperación entre los dos movimientos, y activistas
individuales del movimiento por los derechos de los animales han hecho
recientemente contactos con anarquistas; un proceso que está empezando a crear
interesantes y mutuos intercambios.
En
Israel, el pequeño tamaño de la escena radical ha creado una extensa
superposición entre los dos movimientos. El ejemplo más representativo ha sido
Ma’avak Ehad (Una Lucha), un grupo de afinidad que combina explícitamente el
anarquismo y la agenda de la liberación animal, cuyos miembros también son muy
activos en las luchas en contra de la ocupación. Una vez más, esta combinación
de agendas es hecha con el objetivo específico de “poner en evidencia la
conexión entre las distintas formas de opresión, y así mismo de las distintas
luchas contra ellas (One Struggle 2002). El énfasis del grupo en la liberación
animal, de nuevo crea un puente muy importante: llamando la atención de los
derechos animales dentro de los movimientos por la paz y la justicia social, e
invitando a la comunidad de vegetarianos y veganos a la resistencia de la
ocupación. Al poner en funcionamiento los puestos de “Comida en vez de Bombas”3, los anarquistas
israelíes y los defensores de la liberación animal crean una conexión con mucho
sentido entre la pobreza, el militarismo y la explotación animal que son puntos
neurálgicos en el contexto israelí.
Otra
poderosa combinación de agendas a ser mencionada es la actividad de New Profile
(Nuevo Perfil), una organización feminista que cuestiona el orden social
militarizado en Israel. Esta organización hace trabajo educativo sobre las
conexiones entre el militarismo en la sociedad israelí y el patriarcalismo,
inequidades y violencia social, buscando “diseminar y realizar los principios
democrático-feministas en la educación israelí al cuestionar un sistema que
promueve la obediencia sin cuestionamientos y la glorificación del servicio
militar” (Aviram 2003). Las actividades en esta área incluyen debates en
escuelas que promuevan el pensamiento crítico no jerárquico y talleres sobre
consenso, resolución de conflictos y procesos democráticos para grupos. En su
rol secundario, New Profile es el grupo más radical entre los grupos de
refuseniks (objetores de conciencia al ejército) y el principal a través del
cual muchos de los anarquistas que se rehúsan a prestar el servicio militar se
han organizado (aunque el grupo en sí mismo no se considera a si mismo
anarquista). Las campañas de New Profile por el derecho a la objeción de
conciencia operan alrededor de una red de apoyo para antes, durante y después
del encarcelamiento; organiza seminarios para jóvenes que están aún dudando si
reusarse o no, o evadir el servicio, y campañas para apoyar y reconocer la
lucha de las mujeres refuseniks. La postura feminista radical y
anti-militarista, además de ser un mensaje importante para la sociedad, también
crea un importante puente entre los movimientos feministas y de refuseniks,
retando la base de las narrativas a las que muchos de los refuseniks -en su
mayoría hombres de izquierda sionista- continúan sumándose.
La
acción directa en Palestina/Israel permite resaltar dos puntos especiales
relacionados con la violencia política. El primero está conectado a los debates
acerca de la violencia, discutidos en el capítulo 4. Actualmente los
anarquistas internacionales e israelíes desarrollan únicamente acciones no
violentas en Palestina. Esta postura de no violencia juega un rol completamente
diferente en Palestina del que podría ejercer en los países del G8. Esto es así
porque se desarrolla en contra de un telón de fondo con un conflicto altamente
violento, en donde la lucha armada es la norma antes que la excepción. Al mismo
tiempo, el ISM y otros reconocen la legitimidad de la resistencia armada
palestina, no incluyendo el ataque a civiles (y así lo dicta la legislación
internacional para este caso). De forma interesante, es precisamente aprobar la
“diversidad de tácticas” lo que pone a los anarquistas en una posición más
confortable en el paisaje de la lucha en Palestina/Israel que lo que podría
estar un pacifista estricto. Al participar en formas no violentas de acciones,
mientras no denuncian la resistencia armada, los anarquistas israelíes han adoptado
también, a su propia manera, una posición diversa en las tácticas. A diferencia
de los pacifistas estrictos, pueden más cómodamente aceptar la no violencia y
la lucha armada, aunque en este caso son ellos quienes toman la opción no
violenta. Es por eso que en Palestina los anarquistas se han volcado de lleno
al lado de la no violencia dentro de la ecuación de la “diversidad de las
tácticas”, contrarrestando la acusación de que esta fórmula sólo es un
eufemismo de la violencia (Lakey 2002). La no violencia tiene la consiguiente
ganancia de darle visibilidad a los aspectos no violentos de la lucha
palestina, con los que las audiencias occidentales pueden identificarse más
fácilmente.
El
segundo punto a tocar acá tiene que ver con el poco común grado de violencia
estatal enfrentada por los anarquistas israelíes e internacionales, y la
consecuente presencia permanente de estrés post traumático y de militantes
agotados que terminan quemados en sus filas. Aunque obviamente es muy poco en
comparación con la brutalidad letal dirigida contra la población palestina, la
frecuencia con que suceden las experiencias de represión estatal contra los
anarquistas israelíes es ciertamente considerable en comparación con aquella
que tienen sus contra-partes europeas y norteamericanas. La exposición al gas
lacrimógeno y a los porrazos se ha convertido en una cuestión de regularidad
semanal, agravado con el uso de granadas de ruido, balas de goma y hasta
munición real. En una ocasión un protestante israelí fue herido en el muslo con
munición real y casi muere por la pérdida de sangre, mientras que otro fue
herido en la cabeza con una bala de goma y estuvo en una situación crítica.
Además, ha habido incontables heridas menores causadas por las manos de
soldados y policías de fronteras durante las manifestaciones en contra del
muro. El ejército también ha utilizado a los protestantes en Cisjordania para
probar nuevas armas “menos letales” como las bolas de pimienta (una pequeña y
transparente bola roja de plástico que contiene un polvo extremamente
irritante) y el Tze’aka (palabra hebrea para grito), la explosión de un sonido
ensordecedor de un minuto de duración emanada desde un aparato montado en un
vehículo que causa mareos y desequilibrio (Rose 2006).
Más
allá de las heridas, estas experiencias han dejado huellas de estrés
post-traumático entre los participantes; un fenómeno que está empezando a ser
reconocido y confrontado en los movimientos de acción directa. A raíz de la
represión, la gente enfrenta no sólo heridas físicas sino también ansiedad,
culpa, depresión, irritabilidad y sentimientos de alienación y aislamiento. El
estrés post-traumático puede también incluir: pensamientos perturbadores, recuerdos e imágenes que vuelven sin querer, pesadillas, ataques de pánico e
hipervigilancia, y los efectos físicos como fatiga, presión arterial elevada,
dificultades en la respiración y la vista, cambios en la menstruación y la
tensión muscular.
Como
resultado de la acumulación de estrés no tratados, la iniciativa de los Anarquistas
Contra el Muro ha visto un alto grado de desgaste en sus militantes que se
“queman” y se retiran de las actividades, creando una falta de continuidad en
el grupo. Solamente un puñado de los fundadores se mantienen activos aún,
mientras que nuevos y jóvenes activistas se unen y pronto experimentan las
mismas dificultades. Resulta preocupante que esta dinámica ha estado con mucha
frecuencia en aumento por la reproducción acrítica del espíritu personal del
sacrificio, resiliencia y dureza, creando un rechazo generalizado a enfrentar
los efectos psicológicos que regularmente surgen de la represión, producido por
el miedo a ser considerado débil. De todas formas, últimamente la preocupación
por los sentimientos está creciendo en el movimiento israelí, y mucha gente
puede más fácilmente nombrar lo que vive y siente y estar tranquilo al pedir
ayuda. Dichos avances con suerte crearán un movimiento más sostenible y un
espacio para la elaboración de agendas a largo plazo.
Esto ha
sido algo de la escena en el terreno, y algunas de sus principales cuestiones.
Ahora quisiera ampliar el debate y acercarme a los dilemas que los anarquistas
enfrentan mientras mantienen su solidaridad con luchas de liberación nacional,
en particular aquellas que buscan establecer un nuevo Estado nación.
Anarquismo,
nacionalismo y nuevos Estados.
Con el
conflicto en Palestina/Israel tan presente en la agenda pública, y con un
significativo número de anarquistas involucrados en la solidaridad con
Palestina, es sorprendente cómo siguen siendo escasas las polémicas
contribuciones anarquistas, y en el mejor de los casos resultan irrelevantes
para las experiencias concretas y los dilemas de los movimientos. En el peor de
los casos, se apartan completamente del anarquismo. Es por ello que Wayne Price
(2002), plataformista norteamericano, pone la situación en términos muy crudos
cuando afirma que:
En el humo y sangre de
Israel/Palestina en estos días un punto debería estar claro: que Israel es el
opresor y los palestinos árabes los oprimidos. Por ello, los anarquistas, y
toda la gente decente, debería estar en el lado de los palestinos. La crítica
de su liderazgo, de sus métodos de lucha, es secundaria; así mismo lo es el
reconocimiento de que los judíos israelíes son personas y también tienen
ciertos derechos colectivos. El primer paso, siempre, es colocarse del lado de
los oprimidos mientras están luchando contra su opresor.
Pedirle
a la gente decente que vea la humanidad de alguien y sus derechos colectivos
como algo secundario tras otra cosa, cualquiera que sea, esto no es anarquismo.
¿Dónde deja Price la distinción entre el gobierno israelí y los ciudadanos
israelíes, o la solidaridad con los israelíes que luchan contra la ocupación y
por la justicia social? Estos israelíes definitivamente no están tomando
acciones porque se ubiquen “del lado de los palestinos”, sino por su sentido de
la responsabilidad y solidaridad. Para los anarquistas, entre ellos está clara
también la lucha por la propia liberación de una sociedad militarista, racista,
sexista y en muchas otras formas inequitativa. La completa indiferencia de
Price a aquellos que conscientemente intervienen contra la ocupación y en
múltiples conflictos sociales dentro de la sociedad israelí, está soportada en
vastas generalizaciones acerca de cómo “los nacionalismos ciegos llevan a cada
nación a verse a sí misma y a las otras como un bloque”. De cualquier forma, la
gente que vive dentro de los conflictos son difícilmente tan inocentes -el
autor está tan sólo protegiendo su propia visión en blanco y negro externa del
conflicto, y el lado catalogado como negro está sujeto a un lenguaje grosero e
inhumano (mirar también Hobson, et al. 2001). Desafortunadamente, este tipo de
actitud se ha vuelto un fenómeno cada vez más generalizado en el discurso del
movimiento de solidaridad con Palestina, europeo y norteamericano, y de buena
parte de la izquierda, representando lo que los críticos anarquistas han
evidenciado como la típica forma izquierdista de judeofobia o anti-semitismo
(Austrian y Goldman 2003, Michaels 2004, Shot by both sides 2005).
Mientras
tanto, Price está demasiado convencido de haber llegado a la justa y apropiada
resolución que le permite elaborar él mismo programas y demandas, inclusive en
los detalles más finos: retirada unilateral israelí a las fronteras de 1967, un
Estado Palestino y el derecho al retorno, culminando en un tipo de “federación”
comunal “laica-democrática” o “binacional”, con “algún tipo de economía
auto-gestionada no capitalista”. Mientras tanto “debemos apoyar la resistencia
del pueblo palestino. Ellos tienen el derecho a la auto-determinación, que es
lo mismo que escoger como ellos piensen a sus líderes, sus programas y sus
métodos de lucha”.
Un
cheque en blanco para suicidas con bombas y cualquier élite palestina en el
presente o en el futuro. El tono imperativo de la declaración también responde
a la pregunta: ¿a quién precisamente, según Price, se supone que debemos
llevarle estas demandas? ¿Al Estado israelí, apoyándonos en la potente amenaza
de ocupar embajadas y hacer boicot a académicos, naranjas y software? ¿O tal
vez a la comunidad internacional, o a los Estaos Unidos? En cualquier caso
éstas serían “políticas de demanda” que parten del hecho de reconocer y
legitimar el poder estatal a través del acto mismo; una estrategia lejana al
anarquismo.
La
miopía sobre lo que está pasando en el territorio también es una dificultad
para Ryan Chiang McCarthy (2002). Tras tomar nota del fallo de Price, al no
distinguir entre los pueblos y sus dominadores, la llamada de McCarthy a la
solidaridad con las fuerzas libertarias es desafortunadamente extendida
únicamente a las luchas que entran en su prejuiciada visión sindicalista: “los
movimientos autónomos de trabajadores de palestina y los trabajadores
israelíes… un movimiento de trabajadores que supere las estrechas líneas de
lucha… y pelee por las no mediadas demandas de los trabajadores”. Además de
estar enteramente desconectado de la realidad -las perspectivas de un
movimiento autónomo de trabajadores son tan poco prometedoras en
Israel/Palestina como lo son en el resto del mundo desarrollado- ese tipo de
fetiche obrerista es también directamente dañino. Reproduce la invisibilidad de
muchas de las importantes luchas en Palestina/Israel que no están relacionadas
con el mundo del trabajo, y las que actualmente son en las que están
participando los anarquistas. Mientras tanto, el obstinado reduccionismo de
clase demarca unas líneas mucho más estrechas que las que el mismo critica, y
realiza un violento protagonismo forzando sus acciones en contextos
artificiales. Entonces, los palestinos y los israelíes son antes que nada
“trabajadores… manipulados por sus gobernantes para masacrarse unos a otros”.
Reusarse al ejército es un brillante acto de solidaridad de clase que traspasa
las líneas nacionales” (muchos de los refuseniks son de clase media y
auto-declarados sionistas desde el principio); mientras que “el veneno
nacionalista… conduce a la juventud proletaria palestina a destruirse a sí
misma y a compañeros trabajadores israelíes en ataques suicidas”. Aunque este
puede ser también un tipo de anarquismo, es de una variedad fosilizada que
fuerza fórmulas obsoletas de lucha de clases en una realidad que está lejana de
esas orientaciones.
La raíz
del problema que se observa en estos escritos es que el conflicto
Palestino-Israelí introduce complejidades que no son fáciles de explicar desde
un punto de vista anarquista tradicional. La tensión entre los anarquistas
antiimperialistas, en un lado, y la réplica mayor del Estado y el nacionalismo,
en el otro, pareciera dejarlos en un callejón sin salida de acuerdo a las
luchas por la liberación nacional en los territorios ocupados. La falta de un
análisis fresco en esta situación crea una posición desde la cual pareciese que
uno sólo puede recurrir a las fórmulas de una única respuesta para todo. Para
poder entender por qué pasa esto, permítanme ahora mirar las críticas
anarquistas al nacionalismo.
Frecuentemente en la literatura anarquista hay una distinción entre el nacionalismo “artificial” construido por el Estado, y el sentimiento “natural” de pertenencia a un grupo que comparte características étnicas, lingüísticas y/o culturales. Miguel Bakunin (1953: 1871: 324) argumentó que la patria4 representa una “manera de vivir y de sentir”, que es una cultura local, que es “siempre un resultado indudable de un desarrollo histórico largo”. En ese sentido, el amor profundo por la patria entre la “gente común… es natural, es amor real”. Sin embargo, la corrupción de este amor bajo la corrupción estatal es lo que comúnmente los anarquistas rechazan como nacionalismo; una lealtad principal a un Estado-nación. En esta lectura, el nacionalismo es un mecanismo ideológico reaccionario que pretende crear una falsa unidad de identidad e intereses entre clases antagonistas dentro de un mismo país, enfrentando a las clases trabajadoras de diferentes estados entre ellas y desviando su atención de la lucha contra su real opresor. Entonces, para Bakunin el “patriotismo político o amor al Estado, no es la sincera expresión” de la gente común que ama a su patria, sino que es una expresión “distorsionada por medio de una falsa abstracción, siempre para el beneficio de una minoría explotadora” (ibíd).
El más
elaborado desarrollo en este tema fue hecho por Gustav Landauer, quien utilizó
el término “popular” para referirse al tipo de identidad orgánica local y
cultural, que es suprimida por el nacionalismo patrocinado por el Estado y que
volvería a retomar su prominencia en una sociedad libre. Él vio la identidad
popular como un espíritu (Geist) único constituido de sentimientos
compartidos, ideales, valores, lenguaje y creencias, que unifican a los
individuos dentro de una comunidad (Landauer 1907). También consideraba posible
tener distintas identidades, observándose a sí mismo como un ser humano, un
judío, un alemán, un alemán sureño. En sus palabras:
Soy feliz por cada
cosa imponderable e inefable que trae lasos exclusivos, unidades, y también
diferenciación dentro de la humanidad. Si quiero cambiar el patriotismo no
procederé en lo más mínimo contra el fino hecho de la nación… sino contra la
mezcla de la nación con el Estado, en contra de la confusión de diferenciación
y oposición (Landauer 1973/1910: 263).
Rudolf
Rocker adoptó la distinción de Landauer en su libro Nacionalismo y Cultura,
donde “popular” es definido como “el resultado natural de la unión social, la
asociación mutua de los hombres resultado de cierta similaridad en las
condiciones externas de vida, un lenguaje común, y características especiales
resultado del clima y el ambiente geográfico” (Rocker 1937: 200–1). Sin
embargo, Rocker aclara que sólo es posible hablar de “pueblo” como una entidad
referida a un específico momento y lugar. Esto es así porque, con el tiempo,
“reconstrucciones culturales y estímulos sociales siempre ocurren cuando
personas y razas diferentes tienen uniones cercanas. Cada nueva cultura nace de
dichas fusiones de diferentes elementos populares y toma especial forma a
partir de esto” (346). Lo que Rocker llama “nación”, de forma distinta, es la
idea artificial de una comunidad unificada de intereses, espíritu o raza creada
por el Estado. Así que, como Landauer y Bakunin, es la lealtad principal a una
nación-Estado la que Rocker condena como “nacionalismo”. Al mismo tiempo, estos
escritores esperan que con la abolición del Estado, se abrirá un espacio para
la auto-determinación y el mutuo desarrollo engendrador de culturas populares
locales.
Estas
actitudes hacia el nacionalismo, sin embargo, tienen como su primer punto de
referencia el nacionalismo europeo asociado con los Estados europeos. La
cuestión del nacionalismo en las luchas de liberación nacional de gente sin
Estado recibe mucha menos atención por parte de los anarquistas. Kropotkin, por
ejemplo, vio los movimientos de liberación nacional como algo positivo,
argumentando que la remoción de la dominación extranjera era una precondición
para una lucha social más amplia (Grauer 1994). En otro sentido, muchos
anarquistas han argumentado que las agendas de liberación nacional sólo ofuscan
la lucha social, y terminan creando nuevas élites locales que continúan los
mismos patrones de jerarquía y opresión.
Esta
tensión viene muy fuerte al frente en el caso de Israel/Palestina. La gran
mayoría de palestinos quieren un Estado propio separado del israelí. Entonces:
¿cómo pueden los anarquistas reconciliar su apoyo a la liberación de palestina
con sus principios antiestatales? ¿Cómo pueden promover la creación de un nuevo
Estado, en nombre de la liberación nacional? El intento para distanciarse del
apoyo a la cuestión del Estado palestino es lo que motiva la postura obrerista
de McCarthy, así como a los sindicalistas británicos de la Federación
Solidaridad quienes declaran que: “apoyamos la lucha del pueblo palestino… [y]
apoyamos a aquellos israelíes que protestan en contra del gobierno racista… lo
que no podemos hacer es apoyar la creación de otro Estado en nombre de la
“liberación nacional” (Solidarity Federation 2002).
Pero,
hay dos problemas con dichas actitudes. Primero, invita a cierta carga de
paternalismo en la medida que implica que los anarquistas de alguna forma son
mejores que los palestinos al discernir sus intereses reales. Segundo, y más
importante, deja a los anarquistas con nada más que declaraciones vacías en el
sentido de “apoyamos y estamos con todos aquellos que están oprimidos por
aquellos que el poder les permite hacerlo” (ibíd), confinando a los anarquistas
en una posición de irrelevancia en los tiempos presentes. Por un lado, es claro
que el establecimiento de un Estado capitalista palestino entre los existentes
y los venideros gobernantes sólo significaría la “sumisión de la Intifada al
liderazgo de los intermediarios comerciales extranjeros palestinos que servirán
a Israel” así como la explotación neo-liberal a través de iniciativas como la
Zona Mediterránea de Libre Comercio (Anarchist Communist Initiative 2004). Por
el otro lado, al desvincularse de demandas concretas palestinas por un Estado,
los mismos anarquistas israelíes se quedan sin más que proponer que “una forma
completamente diferente de vida y equidad para todos los habitantes de la
región… una sociedad anarco-comunista sin clases (ibíd). Esto todo es muy bueno
y positivo, pero ¿qué sucederá mientras tanto?
Mientras,
los anarquistas seguramente pueden hacer cosas más específicas en solidaridad
con los palestinos que decir: “se necesita una revolución”, cualquiera de las
acciones que se hagan podrán parecer irremediablemente contaminadas por
estatismo. El hecho de que aun así haya anarquistas que participen en
solidaridad con comunidades palestinas, internacionalmente y en el terreno,
requiere que tomemos este particular toro por sus cuernos. Aquí creo que hay
por lo menos cuatro formas coherentes en que los anarquistas pueden lidiar con
el dilema del apoyo al Estado palestino.
La
primera y más directa respuesta es reconocer que hay de hecho una contradicción
aquí, pero insistiendo que en esta situación la solidaridad es importante aún
si viene al precio de la incoherencia. La aprobación de la cuestión del Estado
palestino por los anarquistas puede ser visto como una posición necesariamente
pragmática. No le hace bien a nadie decir efectivamente a los palestinos:
“perdón, vamos a dejar que sigan siendo no ciudadanos de una brutal ocupación
hasta que finalmente abolamos el capitalismo”. Algo que debemos recordar es que
los Estados tienen una trayectoria de hostilidades contra gente sin Estados,
refugiados y nómadas. Los judíos con los palestinos son dos dentro de muchos de
los ejemplos de gente sin Estado oprimida en la era moderna. Mientras muchos
judíos eran ciudadanos (usualmente ciudadanos de segunda clase) de países
europeos al inicio del siglo XX, una importante precondición del holocausto fue
la privación a los judíos de las ciudadanías, dejándolos sin Estado. Como
resultado, los anarquistas pueden reconocer la cuestión del Estado palestino
como la única forma de aliviar su opresión en el corto plazo. Esto equivale a
un juicio de valor específico en donde el antiimperialismo o incluso las
cuestiones humanitarias básicas tienen prioridad frente a una postura contraria
anti-estatal recalcitrante.
Una
segunda respuesta argumenta que no hay para nada una contradicción en el apoyo
de los anarquistas para el establecimiento de un Estado palestino. Esto es
simplemente porque los palestinos viven ya bajo el control de un Estado
-Israel- y la formación de un nuevo Estado palestino crea únicamente un cambio
cuantitativo y no uno cualitativo. Los anarquistas objetan al Estado como un
esquema general de relaciones sociales -no de éste u otro Estado, sino del
principio detrás de todos ellos. Es un malentendido reducir esta objeción a
términos meramente cuantitativos; el número de Estados en el mundo ni suma ni
resta nada para la valoración de los anarquistas de qué tan cerca se
corresponde el mundo con sus ideales. Tener un único Estado en el mundo, por
ejemplo, sería tan problemático para los anarquistas como lo es la presente
situación (si no más), aunque el proceso de crear uno aboliría a 190 Estados.
Así que, desde una perspectiva puramente anarquista antiestatista, el hecho de
que sea peor que los palestinos vivan bajo un Estado palestino antes que en uno
israelí es algo cuestionable. Un Estado palestino, no importa que tan
capitalista, corrupto o pseudo democrático, sería de cualquier forma menos
brutal que la ocupación del Estado israelí.
Una
tercera respuesta, desarrollada a partir de la postura de Kropotkin mencionada
antes, es que los anarquistas pueden apoyar un Estado palestino como una elección
estratégica, un estadio deseable en una lucha a largo plazo. Nadie puede
sinceramente esperar que la situación en Israel/Palestina pase abruptamente
de su
situación actual a la anarquía. Por lo tanto, el establecimiento de un Estado
palestino por medio de un tratado de paz con el Estado Israelí, aunque lejos de
ser una solución real a los problemas sociales, podría resultar en un
desarrollo positivo en el camino hacia cambios más radicales. La reducción de
la violencia del día a día en ambos bandos, puede ser positiva para abrir más
espacio a las luchas económicas, feministas y ecológicas en Israel pero también
en cualquiera que sea el enclave político que emerja bajo la élite gobernante.
Para los anarquistas, dicho proceso puede ser un paso significativo hacia
adelante en una estrategia a largo plazo para la destrucción de los Estados
israelí, palestino y de todos en general, así mismo del capitalismo, del
patriarcado, etc…
Una
cuarta y final respuesta sería alterar todos los términos de la discusión, argumentando
que el apoyo o no de los anarquistas al Estado palestino es un debate
insignificante, y lleva a un falso debate. ¿Qué es exactamente lo que deben
hacer los anarquistas con su “apoyo”? Si el debate se resuelve en una dirección
con sentido, entonces la última pregunta es si los anarquistas pueden y
deberían activamente apoyar a un Estado Palestino. Pero, ¿qué tipo de acción
podría ser la posible, más allá de las declaraciones, peticiones,
manifestaciones, y otros elementos de “políticas de exigencias” que los
anarquistas buscan trascender?
Uno difícilmente puede establecer un Estado a partir de la acción directa anarquista, y los políticos que eventualmente decidan crear el Estado palestino no están preguntándole exactamente a los anarquistas qué piensan de ello. Visto desde esta perspectiva, debates acerca si los anarquistas deberían dar en el corto plazo apoyo a un Estado palestino suena increíblemente ridículo, en la medida que el único mérito de esas discusiones sería venir con una plataforma común. En esta perspectiva, los anarquistas deben tomar acciones de solidaridad con los palestinos (así como con los tibetanos, los habitantes de Papúa Occidental, y los saharauis por esta misma razón) sin referencia a la cuestión del Estado palestino. Los actos de resistencia cotidianos que los anarquistas acompañan y defienden en Palestina –por ejemplo remover bloqueos de carreteras o defender los campos de olivos de los ataques de los colonos judíos– son pasos inmediatos para ayudar a la preservación del estilo de vida y la dignidad de la gente, no pasos hacia la cuestión del Estado palestino. Una vez visto desde una perspectiva estratégica a largo plazo, las acciones de anarquistas tienen importantes implicaciones estén o no vinculadas con la agenda estatal o la independencia.
Uno difícilmente puede establecer un Estado a partir de la acción directa anarquista, y los políticos que eventualmente decidan crear el Estado palestino no están preguntándole exactamente a los anarquistas qué piensan de ello. Visto desde esta perspectiva, debates acerca si los anarquistas deberían dar en el corto plazo apoyo a un Estado palestino suena increíblemente ridículo, en la medida que el único mérito de esas discusiones sería venir con una plataforma común. En esta perspectiva, los anarquistas deben tomar acciones de solidaridad con los palestinos (así como con los tibetanos, los habitantes de Papúa Occidental, y los saharauis por esta misma razón) sin referencia a la cuestión del Estado palestino. Los actos de resistencia cotidianos que los anarquistas acompañan y defienden en Palestina –por ejemplo remover bloqueos de carreteras o defender los campos de olivos de los ataques de los colonos judíos– son pasos inmediatos para ayudar a la preservación del estilo de vida y la dignidad de la gente, no pasos hacia la cuestión del Estado palestino. Una vez visto desde una perspectiva estratégica a largo plazo, las acciones de anarquistas tienen importantes implicaciones estén o no vinculadas con la agenda estatal o la independencia.
En
primer lugar, que israelíes desarrollen acciones directas con los palestinos es
un potente mensaje público en sí mismo. La mayoría del público seguramente ve a
los anarquistas como equivocados, jóvenes inocentes en el mejor de los casos y
traidores en el peor. La última respuesta sucede porque la lucha conjunta
palestino-israelí transgrede los tabúes fundamentales establecidos por el
militarismo sionista. Con el ejemplo vivo de no violencia y de cooperación
entre los dos pueblos, las luchas fuerzan a los espectadores israelíes a
confrontar sus oscuros traumas colectivos. Los israelíes que se manifiestan de
la mano de los palestinos son una amenaza porque no tienen miedo ni de los
árabes ni del segundo holocausto que ellos estarían destinados a perpetrar.
Nótese cómo todo se demuestra cuando los anarquistas son atacados: el miedo de
la aniquilación, el enemigo como un asesino calculador, la culpa de las
víctimas justificada en la afirmación de la autodefensa y la guerra justa como
un axioma sin examinar. Y esto es más amenazante que un hueco en el muro, pero
habría que recordarlo de nuevo, los anarquistas no hicieron su reputación de
creadores de problemas por nada.
Alternativas
Para
cerrar este capítulo, me gustaría tomar una mirada más general a las
identidades basadas en un lugar y su pertenencia en la teoría anarquista, y
mirar si alguna de éstas puede aplicarse a Israel/Palestina. Aunque los
anarquistas tradicionalmente han rechazado el nacionalismo, la construcción del
concepto de lo popular por escritores como Landauer y Rocker también tiene sus
limitaciones. La idea de pueblo asume por lo menos un grado de homogeneidad,
aunque el término pueda extenderse (como Rocker argumenta) para acomodarse a
las identidades populares creadas por la mezcla y fusión de culturas y los
cambios de la población en el tiempo. Pero en el mundo de hoy es cuestionable
qué tan útil sea este concepto. La idea de una identidad local colectiva basada
en una cultura compartida, lenguaje y espíritu, es irrelevante en muchas
regiones del mundo, donde siglos de colonialismo e inmigración han creado
poblaciones multiculturales que comparten muy poco en estos términos. ¿Pueden
los anarquistas aprobar formas distintas de pertenecer que puedan hacer frente
a esta situación y que estén de acuerdo con sus amplias perspectivas políticas?
Es acá
donde la idea de bio-regionalismo se presenta como una alternativa promisoria.
El bioregionalismo es un acercamiento a la identidad local que ha ganado muchos
adeptos en el movimiento ecologista radical, y no está basado en divisiones
éticas o políticas sino en las propiedades naturales y culturales de un lugar.
Una bioregión es comúnmente definida como un área geográfica continua con condiciones
físicas únicas en términos de terreno, clima, suelo, hidrografía, plantas y
animales, así como asentamientos humanos y culturas que se han desarrollado en
respuesta a estas condiciones locales. Una bioregión es entonces también un
terreno de conciencia, como puede verse en los recuentos que los pueblos
indígenas hacen de sus conexiones con la tierra y en las costumbres y
conocimientos locales. Como resultado, el enfoque bioregionalista hace énfasis
en una relación íntima entre la gente y su medio ambiente natural, promoviendo
sostenibilidad y auto-suficiencia local en vez de los estilos de vida alienados
y mono-culturales generalizados en las sociedades industriales modernas (Berg
1978, Andruss et al. 1990, Thayer 2003). De acuerdo con Kirkpatrick Sale
(1983),
Para convertirnos en
“habitantes de la tierra”, para completa y honestamente conocer la tierra, la
crucial y tal vez única cosa que abarca todo es entender el lugar, el inmediato
y específico lugar donde vivimos… Debemos de alguna forma vivir tan cerca a él
como sea posible, estar en contacto con sus particulares suelos, sus aguas, sus
vientos. Debemos aprender sus formas, capacidades, límites. Debemos hacer de
sus ritmos nuestros patrones, sus leyes nuestras guías, sus frutas nuestra
generosidad.
Desde
el principio de la década de 1970, el bioregionalismo se ha convertido en la
agenda de numerosas organizaciones, comunidades, campesinos, artistas y
escritores. La fundación Planet Drum en San Francisco está entre las pioneras
del enfoque bioregionalista, editando literatura sobre la aplicación de ideas
localizadas para prácticas ecológicas, expresiones culturales y políticas. Otra
de las primeras organizaciones fue el grupo Mejillón de la Bahía de Frisco
(Frisco Bay Mussel Group) en el norte de California y el Congreso del Área de
la Comunidad Ozark, en la frontera entre los Estados de Kansas y Missouri.
Actualmente hay cientos de grupos similares en Norte y Sur América, Europa,
Japón y Australia (Berg 2002). Desde 1984, diez congresos bioregionales en
Norte América han tenido lugar en los Estados Unidos y Canadá (véase www.bioregional-congress.org),
e inclusive hay un “Cuestionario bioregional” popular (Charles et al. 1981),
con preguntas como:
·
Sigue
el recorrido del agua que tomas, desde que cae lloviendo hasta que llega al
grifo.
·
Nombra
5 plantas comestibles de tu región y la temporada en que se pueden conseguir.
·
¿Qué
tan larga es la temporada de cultivo en donde tu vives?
·
Nombra
5 aves residentes y 5 migratorias de tu área.
·
¿Qué
especies se han extinguido de tu área?
Como
puede verse, el enfoque bioregional está principalmente relacionado con
preocupaciones ambientales, restauración del medio ambiente, autosuficiencia
local y similares agendas. Sin embargo, coloca una alternativa -por lo menos
potencial- tanto a los enfoques de identidad nacionalistas como a los
“populares”. Una identidad basada en las conexiones con el área local no
contiene factores esencialistas; no estipula nada sobre el contenido de las
identidades personales y colectivas que puedan florecer dentro y a lo largo de
ella. El único requisito es que dichas identidades deben ser genuinamente
locales y tener coherencia con relaciones sostenibles entre la gente y la
tierra. Como resultado, los individuos y los grupos pueden experimentar
pertenencia bioregional mientras mantienen múltiples identidades personales y
colectivas en términos de ocupación, idioma, origen étnico, estilo de vida,
espiritualidad, gusto cultural, género, preferencia sexual, etc… El
bioregionalismo está entonces en línea con las demandas anarquistas de
auto-realización y a favor de la celebración de múltiples y cambiantes
identidades.
Las
fuertes agendas descentralizadoras y primitivistas del bioregionalismo también
lo hacen inmediatamente atractivo para los anarquistas. Las bioregiones no
reconocen las arbitrarias fronteras políticas y no están hechas para
controlarse desde arriba. La organización de la vida social y económica de
acuerdo a los principios bioregionales motiva a un alto grado de autonomía
local, como la eco-feminista Helen Forsey argumenta:
La gente en comunidad
tiene una compartida urgencia de realizar sus propias decisiones, controlar sus
destinos, tanto como grupos que como individuos… si el control de los recursos
o las decisiones son impuestas desde afuera, los balances y ciclos de la vida
de las comunidades tienden a ser interrumpidos o destruidos. Sin que esto
signifique aislamiento, hay necesidad de un grado de autonomía que permitiría a
la comunidad crecer y florecer en el contexto de sus propios valores
eco-feministas (Forsey 1990: 84–5).
Sin
embargo, las propuestas bioregionales no implican una actitud parroquial y
separatista. En la medida que las bioregiones no tienen fronteras claras pero
fluyen y se mezclan entre ellas, un modelo bioregional tiene una mayor
tendencia a promover un espíritu de cooperación y ayuda mutua en la
administración de las regiones ecológicas, basadas en lo común y en lo diverso.
El bioregionalismo, en suma, ofrece una alternativa viable y atractiva tanto
para los enfoques nacionalistas como para los “populares” de las identidades
colectivas locales, mientras que resuena fuertemente con amplias perspectivas
anarquistas.
¿Puede
algo de esto ser realmente aplicado a la situación en Palestina/Israel? La
creación de una sociedad bioregional es lo suficientemente difícil, en la
medida que requiere de una masiva transformación de la forma en que la sociedad
está organizada. Después de todo, el bioregionalismo no sólo es incompatible
con la guerra y la ocupación, sino con el capitalismo, la intolerancia racial o
religiosa, el consumismo, el patriarcalismo o cualquiera de las otras
características intrínsecas de las sociedades jerárquicas. Como el mismo
anarquismo, un bioregionalismo en estricto sentido sólo es posible de conseguir
mediante una revolución social. Pero las perspectivas se ven bastante
desoladoras en un contexto como el de Israel/Palestina, donde décadas de
ocupación y conflicto armado han dejado un fuerte depósito de mutuo miedo y
sospecha que tendrá que ser superado antes de que las pacíficas y gentiles
ideas del bioregionalismo puedan estar cerca de realizarse.
En
medio de los horrores diarios de muerte y humillación, y de mutua ignorancia,
miedo y odio en ambos bandos, es tentador decir algo positivo a propósito de
propuestas para una “paz real” en la región. Tal vez el modelo de la “acción
directa constructiva” puede ser extendido desde construir alternativas al
capitalismo hacia algo parecido a “procesos de paz populares”, proyectos que
construyan diálogo de comunidad a comunidad entre israelíes y palestinos. ¿No
es una idea atractiva?, después de todo hasta para los judíos israelíes más
moderados la noción de paz está fuertemente asociada con la separación:
“nosotros acá, ellos allá”. Es por esto que el gobierno israelí lo llama el
muro de la “separación”, y muchos de los del “campo de la paz” israelí estarían
satisfechos si la separación estuviera sobre el trazado de la línea verde
(resultado de la guerra de 1948). En contraste, ¿no podría el diálogo directo y
los proyectos compartidos -ecológicos por ejemplo- contrarrestar la anquilosada
separación, sobrepasando a los políticos, construyendo la paz desde abajo?
De
hecho, ahora hay numerosas, y algunas bien financiadas, iniciativas para el
diálogo entre niños israelíes y palestinos, exhibiciones compartidas de
artistas israelíes y palestinos, y el equipo de la paz de futbolistas israelíes
y palestinos que se hizo famoso por sus grandes derrotas en partidos amistosos
contra equipos campeones europeos. Dentro de Israel, la red de organizaciones
para la coexistencia judío-árabe ya suma actualmente más de 100 organizaciones,
desde grupos de cabildeo y abogados, hasta proyectos artísticos y educativos,
foros locales de ciudadanos en ciudades y regiones distintas.
Desafortunadamente,
hay complicaciones especiales que rodean incluso a las mejor intencionadas
propuestas de este tipo. Estas son mucho más serias que el hecho de que caen
fácilmente en el rol de iniciativas de la sociedad civil que complementan más
que desafían a las estructuras básicas políticas y sociales. El problema más
profundo, visto por muchos grupos palestinos de derechos humanos y de
disidentes israelíes, es que dichos proyectos enmascaran las realidades de la
región y presentan igualdad donde no la hay. En vanos intentos por mantenerse
neutrales, los proyectos de coexistencia y diálogo terminan usando un lenguaje
en el que la situación pareciese que fuera un conflicto entre dos pueblos
peleando por el mismo territorio, y la paz el resultado de un compromiso
territorial y encuentros seguros cara a cara entre palestinos e israelíes,
especialmente jóvenes. Estas iniciativas de coexistencia, lanzadas por ONG´s
israelíes y apoyadas por fundaciones internacionales, parecen inofensivas hasta
el momento en que se recuerda que esta “mano tendida para la paz” viene de los
ciudadanos del poder ocupante. No importa que tan bien fundados estén los
proyectos que buscan superar ignorancias y sospechas mutuas, aquellos que
buscan curar los traumas colectivos, actúan al revés de como deberían. Hacen un
llamado a la normalización de las relaciones entre palestinos e israelíes como
si la ocupación hubiese terminado. Esto no sólo es paternalista, sino que
también está condenado al fracaso en la práctica.
¿Puede
esta paradoja radical ser superada? Parecería que la práctica de la lucha
conjunta ofrece una alternativa a la pintoresca impotencia de los proyectos de
coexistencia. El anarquista estadounidense-israelí Bill Templer (2003) trata de
evocar una forma de salir del problema, en un fuerte artículo cargado con
consignas de lenguaje anti-capitalista:
Reinventar la política
en Israel y en Palestina significa sentar las bases ahora para un tipo de
Zapatismo judeo-palestino, un esfuerzo desde las bases para “reclamar los
bienes comunes”. Esto significa pasar hacia una democracia directa, una
economía participativa y una genuina autonomía para el pueblo; a partir de la
visión de Martin Buber de una “mancomunidad orgánica… que es una comunidad de
comunidades”. Debemos llamarla la “solución no estatal”.
El
optimismo de Templer para dicho proyecto descansa en la percepción de una
extendida crisis de fe en la “gubernamentalidad neoliberal”, haciendo de
Israel/Palestina “un microcosmos de la generalizada vacuidad de nuestros
imaginarios políticos recibidos y de las élites gobernantes que los
administran… (pero que) ofrece un microlaboratorio para experimentar con otro
tipo de política”. Mientras reconoce la inevitabilidad del establecimiento de
dos Estados en el corto plazo, identifica elementos que actualmente convierten
a Palestina/Israel en “una incubadora para crear “dobles poderes” en el mediano
plazo, “vaciándole el contenido” a las estructuras capitalistas y a las
burocracias impuestas desde arriba”.
Las
especulaciones de Templer pueden involucrar algo más que optimismo, pero el
punto relevante es que a diferencia de la coexistencia y el diálogo por el bien
de sí mismo, la lucha conjunta no implica normalización. Esto es porque está
claramente impregnada con un antagonismo hacia la lógica del mando del Estado
israelí y de los partidos políticos y las milicias palestinas que condenan
cualquier trato con los israelíes. Así que la creación y fomento de espacios
que faciliten la ayuda mutua entre palestinos e israelíes es ciertamente
requerido; sólo dichos espacios que son de rebelión y lucha pueden honestamente
levantarse contra el cargo de falsa normalización y “coexistencia”.
La
lucha conjunta en los pueblos de Cisjordania no sólo logra romper el no
cuestionado consenso en el público israelí acerca del muro de separación.
Rupturas aún más significativas pueden haberle aparecido a la imagen de la
insuperabilidad del conflicto en los ojos de muchos israelíes. La cooperación
entre palestinos e israelíes en acciones militantes pero no violentas es
poderosamente inherente porque decreta un cambio dramático de 90 grados de
perspectiva: las imágenes “horizontales” del conflicto entre israelíes y
palestinos es desplazada por la “vertical” de lucha entre los pueblos y el
gobierno. El campamento de Mas´ha fue en sí mismo un ejemplo de dicha
transformación. El encuentro entre israelíes y palestinos participando en una
lucha conjunta contra la construcción del muro de la segregación en el pueblo,
se convirtió en un prolongado encuentro cara a cara, donde los miembros de
ambas comunidades pudieron conocerse entre ellos como individuos y crear una
genuina, aunque temporal, comunidad sin ilusiones sobre la imposibilidad de
terminar la ocupación únicamente a través de la acción popular. Para ambos
lados, la lucha conjunta puede ser una intensa experiencia de unidad, que por
extensión puede crear un modelo para esfuerzos futuros, como pueden demostrarlo
estas declaraciones de participantes israelíes y palestinos en las protestas:
Nazee: Queríamos
mostrar que la gente israelí no es nuestra enemiga; darle una oportunidad a los
israelíes de cooperar con nosotros como buenos vecinos y apoyar nuestra lucha…
nuestro campamento demostró que la paz no será construida con muros y
separación, sino por la cooperación y comunicación entre los dos pueblos
viviendo en esta tierra. En el campamento de Mas´ha vivíamos juntos, comíamos
juntos y hablábamos juntos las 24 horas del día por cuatro meses. Nuestro miedo
nunca fue del otro, sino de los soldados y colonos israelíes.
Oren: Las generaciones
jóvenes israelíes se han dado cuenta que el mundo ha cambiado. Vieron el muro
de Berlín caerse. Saben que la seguridad detrás de un muro es ilusoria. Pasar
tiempo juntos en el campamento nos ha probado que la verdadera seguridad se
basa en el aceptar al otro como igual, en el respeto al derecho del otro a
vivir una vida completa y libre… [luchamos] para derribar paredes, y barreras
entre los pueblos y las naciones, creando un mundo que hable un lenguaje, el
lenguaje de la igualdad de derechos y la libertad.
En
contraste con la lógica de separación como con las iniciativas inofensivas de
diálogo, la resistencia conjunta en Palestina/Israel sigue siendo un campo
abierto para extender y presionar las fronteras de la cooperación
israelí-palestina, en una lucha que a pesar de sus imperfectas condiciones
puede aun momentáneamente manifestar la esperanza de que los judíos, palestinos
y otros puedan un día vivir en esta tierra juntos sin clases, Estados o
fronteras.
—————————————————————
1Traducido de la
reimpresión hecha por Vernon Richards, en el libro: British Imperialism and the
Palestine Crisis: Selections from the anarchist journal Freedom, 1938–1948
(Londres: Freedom Press), pp. 24 – __
2Su traducción literal
es “Tomarse la calle” y consiste en acciones no violentas donde se toma una
avenida para llevar a cabo una fiesta; pueden hacerse como crítica a la
sociedad de consumo que privilegia a los automóviles y no a los peatones, pero
también han sido utilizadas bajo otras reivindicaciones usuales del movimiento
antiglobalización (Nota del Traductor).
3El nombre original de
la iniciativa en ingles es: Food not Bombs (Nota del traductor)
4En español en el
original (Nota del traductor).
[La
traducción al castellano de este capítulo ha sido tomada de https://network23.org/vargarquista/2014/07/12/los-anarquistas-y-la-cuestion-palestina/.]
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