Antonio Pérez
El gobierno boliviano se ha permitido la travesura de invertir el desplazamiento de las manecillas del reloj: las de antes, al parecer propias de un mundo caduco, se movían de derecha a izquierda —“en el sentido de las agujas del reloj”—,mientras que las revolucionarias, las de ahora, van a moverse al revés, de izquierda a derecha. Según el mismo gobierno, las antiguas eran colonialistas-septentrionales-imperialistas y por ello han sido sustituidas por unas flecheras tradicionalistas-meridionales-indígenas. En pocas pero finas palabras: de dextrógiras han pasado a ser levógiras.
La invención de las horas en Occidente
En el sentido actual de la veinticuatroava parte del giro terrestre, las horas son una convención muy moderna. Que la Tierra gire sobre sí misma es un fenómeno natural, astronómico y evidentemente ajeno a la voluntad humana. Sin embargo, la división en 24 horas de esa rotación es un invento occidental que tiene fecha de nacimiento y, además, reciente. Pareciera, sin embargo, que Occidente está dominado por un (ridículo) intento de oscurecer el conocimiento de su propia Historia. Por ejemplo, en este sentido, las ediciones actuales de uno de sus libros sagrados se empeñan en hacernos creer que las horas son naturales o, al menos, que su uso se remonta a tiempos inmemoriales. Por ello, la Biblia actual asegura en San Juan 9,9, que Jesucristo dijo: “¿No son doce las horas del día?”(1). Esta afirmación es históricamente absurda por la sencilla razón de que la división del tiempo en 24 horas no se populariza en Occidente hasta el siglo XVIII.
En realidad, la artificiosidad de las 24 horas fue un paso importante en la tarea de analizar e incluso de humanizar el discurrir del Cosmos. Pero no fue un paso inédito o en el desierto, puesto que la necesidad de medir con alguna exactitud inamovible comenzó a fraguarse en Europa a partir del siglo XIII(2). En aquellas no-tan-lejanas fechas, el europeo sintió por primera vez la urgencia de calibrar todo, inclusive el tiempo.
Hasta entonces, el tiempo diurno se calculaba según el Sol y se dividía vagamente en tres períodos, a los que sólo los ingenuos o los malvados se atreverían a llamar horas. Siglos después, el día solar comenzó a ser dividido en las siete horas que llaman canónicas porque se usaban —y todavía se usan— en los monasterios. Estas protohoras se llamaron: maitines, prima, tercia, sexta, nona —de donde procede el noon/mediodía inglés—, vísperas y completas. Obviamente, no eran entidades nítidas sino formas aproximadas de ritmar la actividad humana. En tal caso, ¿quién decidía cuándo terminaba una hora y comenzaba la siguiente?: el toque de campana, cloche en francés y Glock en alemán –de ahí que ‘reloj’ se diga clock en inglés—.
En la China del siglo X ya se fabricaban relojes mecánicos de cierta precisión pero, en Europa, ese mismo tipo de reloj sólo se conoció dos siglos después y nadie podría asegurar que los europeos no copiaron el modelo chino. Sea como fuere, en principio se inventó para compensar la arbitrariedad o el descuido de los campaneros europeos y ello ocurrió en la divisoria entre los siglos XII y XIII, más o menos simultáneamente a la invención de los anteojos. Sin embargo, aquellos primeros relojes se fabricaban en el alto hemisferio Norte, allá donde las respectivas duraciones del día y de la noche varían considerablemente según las cuatro estaciones. Por lo tanto, el reloj debió solventar un problema cultural grave: la elasticidad de las horas antiguas que eran largas en verano y cortas en invierno. Había que fijar con nitidez la duración de las horas, lo cual suponía un ataque grave a la cultura medieval. El enfrentamiento entre los cronólogos ‘elásticos’ y los ‘rígidos’ debió ser fuerte puesto que Europa se demoró todo el siglo XIII para sustituir en los primeros relojes las horas desiguales por horas iguales.
La geografía
Un 40 % de la superficie del hemisferio septentrional es tierra emergida; por esta razón se le llama el hemisferio continental. En agudo contraste, el hemisferio meridional sólo cuenta con un 20% de tierra así que suele conocerse como el hemisferio marítimo. Dejando aparte estos datos elementales, existen otras diferencias menos conocidas entre una y otra mitad del globo terráqueo:
"En el hemisferio norte, las corrientes marinas y los vientos se desvían hacia la derecha; y en el hemisferio sur hacia la izquierda. Esta fuerza, es denominada en la actualidad fuerza de Coriolis cuya definición es: en mecánica, fuerza ficticia que parece actuar sobre un cuerpo cuando se observa éste desde un sistema de referencia en rotación. Así, un objeto que se mueve sobre la Tierra a velocidad constante con una componente de dirección Norte-Sur se ve desviado en relación con la Tierra que gira. En el hemisferio norte se desvía en el sentido de las agujas del reloj, y en el hemisferio sur en el sentido opuesto. El efecto se llama así en honor al físico francés Gustave-Gaspard de Coriolis, que fue el primero en analizar el fenómeno matemáticamente. La fuerza de Coriolis tiene una importancia considerable por su influencia sobre los vientos, las corrientes oceánicas o las trayectorias de vuelo de misiles y cohetes." (Anónimo en cualquier enciclopedia)
Ahora bien, ¿aquella disparidad entre masas terráqueas y masas marítimas y el efecto Coriolis son motivos suficientes para que las manecillas de los relojes meridionales vayan de izquierda a derecha? Los mecanismos de estos relojes, sus poleas, ruedas dentadas, pesas, contrapesos y escapes, ¿se ven gravemente alterados por estar en el hemisferio sur? Como pudo comprobarse desde que se introdujeron los relojes traídos de Europa, evidentemente no.
Otros relojes y otros tiempos
¿Cómo se medía el tiempo antes de que llegara el reloj mecánico? Pues de mil maneras, por ejemplo utilizando el reloj de sol o sirviéndose de lapsos de duración estandarizada. De hecho, todavía en el siglo XIV se recetaba que un huevo debía cocerse no en equis minutos sino en “lo que tarda en rezarse un miserere”. ¿Cuándo empezó a ser muy importante la medida del tiempo?: desde que, con la llegada del préstamo con intereses, el tiempo pasó a tener precio, lo cual supuso una suerte de contrarrevolución que finalmente venció sobre las resistencias de aquellos puritanos que la veían como algo sacrílego argumentando que el dinero podría ser humano pero, decididamente, el tiempo era divino. Por tanto, en el Occidente medieval los primeros relojes mecánicos se difundieron mientras sus habitantes estaban enfrascados en unas tensiones religiosas que hoy han desaparecido intencionadamente de una historiografía que da por supuesta la absoluta cristianización del Viejo Mundo cuando la realidad era muy distinta, pues fueron siglos de lucha de unas élites cristianas —urbanas y financieras— contra unos pueblos que conservaban sus creencias paganas. Visto desde esa perspectiva, el reloj puede considerarse como un instrumento utilizado en el proceso intra-occidental de evangelización y de su correlato, la mercantilización.
En cuanto a la forma de aquellos relojes, subrayemos que no tenían manecillas sino campanillas y que no eran circulares; es más, los primeros relojes japoneses eran verticales. Visto que el acta de nacimiento del reloj actual tiene sus sombras y que su forma ha variado ostentosamente, ¿para qué empeñarse en conceder demasiada importancia a que, en algún lugar de Bolivia, haya pasado de ir hacia la izquierda –dextrógiro- a encaminarse hacia la derecha –levógiro-? Más aún, si la mayoría —salvo algunos futbolistas— de la población boliviana no es zurda y si la mayoría de los relojes públicos y privados tienden a ser chinos y digitales, ¿qué sentido tiene ese decreto gubernamental?
El arbitrismo
A mi juicio, tiene el sentido de demostrar que el gobierno boliviano padece ansias de arbitrismo si por arbitrismo entendemos, no aquella escuela económica(3) que floreció en Francia y en la España de los siglos XVI-XVIII, sino la propensión de algunos sedicentes revolucionarios a arbitrar medidas rompedoras que, a menudo, se quedan en extravagantes.
El arbitrismo político tiene su origen en un afán de originalidad tan desmedido que llega al adanismo ignorando así que Adán no fue el primer hombre y que ser original es imposible después de millones de años de permanencia del Hombre en la Tierra. Pese a ello, los ejemplos son innumerables: desde aquel faraón Ajnatón que que hizo monoteístas a sus súbditos, pasando por Calígula —Zapatitos— quien nombró Cónsul a su caballo, hasta los sans-culottes de la Revolución Francesa que llegaron a cambiar los nombres de los meses: Se asignaron tres meses a cada estación; los meses de otoño se llamaron Vendimiario (mes de la vendimia), Brumario (mes de la niebla) y Frimario (mes del hielo); los meses de invierno, Nivoso (mes de la nieve), Pluvioso (mes de la lluvia) y Ventoso (mes del viento); los meses de primavera, Germinal (mes de las semillas), Floreal (mes de las flores) y Pradial (mes de los prados), y los meses de verano, Mesidor (mes de la cosecha), Termidor (mes del calor) y Fructidor (mes de los frutos).
Este calendario revolucionario sólo duró ocho años. El gobierno boliviano, ¿convencerá a las fábricas del mundo para que produzca millones de relojes levógiros?; y, si los chinos le hicieran caso, ¿botarán los bolivianos sus viejos relojes contrarrevolucionarios? Y, si no le hacen caso, ¿se escindirá el pueblo entre los que llevan una clase de reloj y los que no le llevan? No tentemos la suerte…
Conclusión
Lo peor de las medidas extravagantes es que siempre son elitistas. Por ello, suelen durar poco: los egipcios siguieron siendo politeístas, ningún otro caballo romano consiguió ser Cónsul y los meses siguen llamándose como antes del guillotinamiento del rey francés. No creo que los relojes levógiros vayan a ser la excepción.
Según se sea opresor u oprimido, la Política es vista como el arte de acrecentar o de disminuir ese absolutismo que es la expresión más desagradable de la sinrazón. Y es que los opresores predican la irracionalidad mientras que los-de-abajo, luchan por implantar la Razón. El reloj levógiro sería en algunos aspectos más racional que el dextrógiro pero se trataría de una racionalidad técnica de nulo impacto popular. Además, las medidas parciales no frenan la irracionalidad sino que se convierten en extravagancias difíciles de admitir por la ciudadanía que suele responderlas con bromas y sarcasmos.
Por todo ello, el Poder revolucionario no debe hacer gestos gratuitos ni abandonarse a travesuras arbitristas: eso es malgastarlo. En cuanto a la tradición austral que, supuestamente ampara la inversión relojera,es obvio que ni se ha destruido ni tampoco inventado porque el reloj mecánico no es amerindio —por ende, no hay nada que destruir— y porque, en último extremo, la auténtica tradición popular no se inventa desde ningún Poder sino, justamente, contra Él. Por su parte, todo Poder revolucionario tiene como meta la Eutopía —el mejor lugar— pero sabe que ésta no se construye con arbitrismos sino, poco a poco, con el modesto sentido común.
En definitiva, si el gobierno boliviano quiere que el reloj sea un espejo de su revolución, humildemente propongo que escoja los relojes de arena. Aquellos artilugios sí estaban en perpetua inversión de valores puesto que había que darles la vuelta cuando toda la arena se había acumulado en uno de sus vasos. Sin embargo, no recuerdo que la clepsidra haya sido nunca utilizada como símbolo revolucionario, quizá porque, cuando toda la arena estaba en el vaso inferior, había que devolverla al vaso superior. Es decir, la hora de los-de-abajo —sinónima de tiempo revolucionario—, era sucedida inexorablemente por la hora de los-de-arriba —sinónimo de contrarrevolución—.
El gobierno boliviano se ha permitido la travesura de invertir el desplazamiento de las manecillas del reloj: las de antes, al parecer propias de un mundo caduco, se movían de derecha a izquierda —“en el sentido de las agujas del reloj”—,mientras que las revolucionarias, las de ahora, van a moverse al revés, de izquierda a derecha. Según el mismo gobierno, las antiguas eran colonialistas-septentrionales-imperialistas y por ello han sido sustituidas por unas flecheras tradicionalistas-meridionales-indígenas. En pocas pero finas palabras: de dextrógiras han pasado a ser levógiras.
La invención de las horas en Occidente
En el sentido actual de la veinticuatroava parte del giro terrestre, las horas son una convención muy moderna. Que la Tierra gire sobre sí misma es un fenómeno natural, astronómico y evidentemente ajeno a la voluntad humana. Sin embargo, la división en 24 horas de esa rotación es un invento occidental que tiene fecha de nacimiento y, además, reciente. Pareciera, sin embargo, que Occidente está dominado por un (ridículo) intento de oscurecer el conocimiento de su propia Historia. Por ejemplo, en este sentido, las ediciones actuales de uno de sus libros sagrados se empeñan en hacernos creer que las horas son naturales o, al menos, que su uso se remonta a tiempos inmemoriales. Por ello, la Biblia actual asegura en San Juan 9,9, que Jesucristo dijo: “¿No son doce las horas del día?”(1). Esta afirmación es históricamente absurda por la sencilla razón de que la división del tiempo en 24 horas no se populariza en Occidente hasta el siglo XVIII.
En realidad, la artificiosidad de las 24 horas fue un paso importante en la tarea de analizar e incluso de humanizar el discurrir del Cosmos. Pero no fue un paso inédito o en el desierto, puesto que la necesidad de medir con alguna exactitud inamovible comenzó a fraguarse en Europa a partir del siglo XIII(2). En aquellas no-tan-lejanas fechas, el europeo sintió por primera vez la urgencia de calibrar todo, inclusive el tiempo.
Hasta entonces, el tiempo diurno se calculaba según el Sol y se dividía vagamente en tres períodos, a los que sólo los ingenuos o los malvados se atreverían a llamar horas. Siglos después, el día solar comenzó a ser dividido en las siete horas que llaman canónicas porque se usaban —y todavía se usan— en los monasterios. Estas protohoras se llamaron: maitines, prima, tercia, sexta, nona —de donde procede el noon/mediodía inglés—, vísperas y completas. Obviamente, no eran entidades nítidas sino formas aproximadas de ritmar la actividad humana. En tal caso, ¿quién decidía cuándo terminaba una hora y comenzaba la siguiente?: el toque de campana, cloche en francés y Glock en alemán –de ahí que ‘reloj’ se diga clock en inglés—.
En la China del siglo X ya se fabricaban relojes mecánicos de cierta precisión pero, en Europa, ese mismo tipo de reloj sólo se conoció dos siglos después y nadie podría asegurar que los europeos no copiaron el modelo chino. Sea como fuere, en principio se inventó para compensar la arbitrariedad o el descuido de los campaneros europeos y ello ocurrió en la divisoria entre los siglos XII y XIII, más o menos simultáneamente a la invención de los anteojos. Sin embargo, aquellos primeros relojes se fabricaban en el alto hemisferio Norte, allá donde las respectivas duraciones del día y de la noche varían considerablemente según las cuatro estaciones. Por lo tanto, el reloj debió solventar un problema cultural grave: la elasticidad de las horas antiguas que eran largas en verano y cortas en invierno. Había que fijar con nitidez la duración de las horas, lo cual suponía un ataque grave a la cultura medieval. El enfrentamiento entre los cronólogos ‘elásticos’ y los ‘rígidos’ debió ser fuerte puesto que Europa se demoró todo el siglo XIII para sustituir en los primeros relojes las horas desiguales por horas iguales.
La geografía
Un 40 % de la superficie del hemisferio septentrional es tierra emergida; por esta razón se le llama el hemisferio continental. En agudo contraste, el hemisferio meridional sólo cuenta con un 20% de tierra así que suele conocerse como el hemisferio marítimo. Dejando aparte estos datos elementales, existen otras diferencias menos conocidas entre una y otra mitad del globo terráqueo:
"En el hemisferio norte, las corrientes marinas y los vientos se desvían hacia la derecha; y en el hemisferio sur hacia la izquierda. Esta fuerza, es denominada en la actualidad fuerza de Coriolis cuya definición es: en mecánica, fuerza ficticia que parece actuar sobre un cuerpo cuando se observa éste desde un sistema de referencia en rotación. Así, un objeto que se mueve sobre la Tierra a velocidad constante con una componente de dirección Norte-Sur se ve desviado en relación con la Tierra que gira. En el hemisferio norte se desvía en el sentido de las agujas del reloj, y en el hemisferio sur en el sentido opuesto. El efecto se llama así en honor al físico francés Gustave-Gaspard de Coriolis, que fue el primero en analizar el fenómeno matemáticamente. La fuerza de Coriolis tiene una importancia considerable por su influencia sobre los vientos, las corrientes oceánicas o las trayectorias de vuelo de misiles y cohetes." (Anónimo en cualquier enciclopedia)
Ahora bien, ¿aquella disparidad entre masas terráqueas y masas marítimas y el efecto Coriolis son motivos suficientes para que las manecillas de los relojes meridionales vayan de izquierda a derecha? Los mecanismos de estos relojes, sus poleas, ruedas dentadas, pesas, contrapesos y escapes, ¿se ven gravemente alterados por estar en el hemisferio sur? Como pudo comprobarse desde que se introdujeron los relojes traídos de Europa, evidentemente no.
Otros relojes y otros tiempos
¿Cómo se medía el tiempo antes de que llegara el reloj mecánico? Pues de mil maneras, por ejemplo utilizando el reloj de sol o sirviéndose de lapsos de duración estandarizada. De hecho, todavía en el siglo XIV se recetaba que un huevo debía cocerse no en equis minutos sino en “lo que tarda en rezarse un miserere”. ¿Cuándo empezó a ser muy importante la medida del tiempo?: desde que, con la llegada del préstamo con intereses, el tiempo pasó a tener precio, lo cual supuso una suerte de contrarrevolución que finalmente venció sobre las resistencias de aquellos puritanos que la veían como algo sacrílego argumentando que el dinero podría ser humano pero, decididamente, el tiempo era divino. Por tanto, en el Occidente medieval los primeros relojes mecánicos se difundieron mientras sus habitantes estaban enfrascados en unas tensiones religiosas que hoy han desaparecido intencionadamente de una historiografía que da por supuesta la absoluta cristianización del Viejo Mundo cuando la realidad era muy distinta, pues fueron siglos de lucha de unas élites cristianas —urbanas y financieras— contra unos pueblos que conservaban sus creencias paganas. Visto desde esa perspectiva, el reloj puede considerarse como un instrumento utilizado en el proceso intra-occidental de evangelización y de su correlato, la mercantilización.
En cuanto a la forma de aquellos relojes, subrayemos que no tenían manecillas sino campanillas y que no eran circulares; es más, los primeros relojes japoneses eran verticales. Visto que el acta de nacimiento del reloj actual tiene sus sombras y que su forma ha variado ostentosamente, ¿para qué empeñarse en conceder demasiada importancia a que, en algún lugar de Bolivia, haya pasado de ir hacia la izquierda –dextrógiro- a encaminarse hacia la derecha –levógiro-? Más aún, si la mayoría —salvo algunos futbolistas— de la población boliviana no es zurda y si la mayoría de los relojes públicos y privados tienden a ser chinos y digitales, ¿qué sentido tiene ese decreto gubernamental?
El arbitrismo
A mi juicio, tiene el sentido de demostrar que el gobierno boliviano padece ansias de arbitrismo si por arbitrismo entendemos, no aquella escuela económica(3) que floreció en Francia y en la España de los siglos XVI-XVIII, sino la propensión de algunos sedicentes revolucionarios a arbitrar medidas rompedoras que, a menudo, se quedan en extravagantes.
El arbitrismo político tiene su origen en un afán de originalidad tan desmedido que llega al adanismo ignorando así que Adán no fue el primer hombre y que ser original es imposible después de millones de años de permanencia del Hombre en la Tierra. Pese a ello, los ejemplos son innumerables: desde aquel faraón Ajnatón que que hizo monoteístas a sus súbditos, pasando por Calígula —Zapatitos— quien nombró Cónsul a su caballo, hasta los sans-culottes de la Revolución Francesa que llegaron a cambiar los nombres de los meses: Se asignaron tres meses a cada estación; los meses de otoño se llamaron Vendimiario (mes de la vendimia), Brumario (mes de la niebla) y Frimario (mes del hielo); los meses de invierno, Nivoso (mes de la nieve), Pluvioso (mes de la lluvia) y Ventoso (mes del viento); los meses de primavera, Germinal (mes de las semillas), Floreal (mes de las flores) y Pradial (mes de los prados), y los meses de verano, Mesidor (mes de la cosecha), Termidor (mes del calor) y Fructidor (mes de los frutos).
Este calendario revolucionario sólo duró ocho años. El gobierno boliviano, ¿convencerá a las fábricas del mundo para que produzca millones de relojes levógiros?; y, si los chinos le hicieran caso, ¿botarán los bolivianos sus viejos relojes contrarrevolucionarios? Y, si no le hacen caso, ¿se escindirá el pueblo entre los que llevan una clase de reloj y los que no le llevan? No tentemos la suerte…
Conclusión
Lo peor de las medidas extravagantes es que siempre son elitistas. Por ello, suelen durar poco: los egipcios siguieron siendo politeístas, ningún otro caballo romano consiguió ser Cónsul y los meses siguen llamándose como antes del guillotinamiento del rey francés. No creo que los relojes levógiros vayan a ser la excepción.
Según se sea opresor u oprimido, la Política es vista como el arte de acrecentar o de disminuir ese absolutismo que es la expresión más desagradable de la sinrazón. Y es que los opresores predican la irracionalidad mientras que los-de-abajo, luchan por implantar la Razón. El reloj levógiro sería en algunos aspectos más racional que el dextrógiro pero se trataría de una racionalidad técnica de nulo impacto popular. Además, las medidas parciales no frenan la irracionalidad sino que se convierten en extravagancias difíciles de admitir por la ciudadanía que suele responderlas con bromas y sarcasmos.
Por todo ello, el Poder revolucionario no debe hacer gestos gratuitos ni abandonarse a travesuras arbitristas: eso es malgastarlo. En cuanto a la tradición austral que, supuestamente ampara la inversión relojera,es obvio que ni se ha destruido ni tampoco inventado porque el reloj mecánico no es amerindio —por ende, no hay nada que destruir— y porque, en último extremo, la auténtica tradición popular no se inventa desde ningún Poder sino, justamente, contra Él. Por su parte, todo Poder revolucionario tiene como meta la Eutopía —el mejor lugar— pero sabe que ésta no se construye con arbitrismos sino, poco a poco, con el modesto sentido común.
En definitiva, si el gobierno boliviano quiere que el reloj sea un espejo de su revolución, humildemente propongo que escoja los relojes de arena. Aquellos artilugios sí estaban en perpetua inversión de valores puesto que había que darles la vuelta cuando toda la arena se había acumulado en uno de sus vasos. Sin embargo, no recuerdo que la clepsidra haya sido nunca utilizada como símbolo revolucionario, quizá porque, cuando toda la arena estaba en el vaso inferior, había que devolverla al vaso superior. Es decir, la hora de los-de-abajo —sinónima de tiempo revolucionario—, era sucedida inexorablemente por la hora de los-de-arriba —sinónimo de contrarrevolución—.
Notas
1 He tomado esta cita de Crosby: 37 pero este autor ha debido utilizar una versión anglosajona de la Biblia, protestante o católica. Pero, el mismo versículo de una popularísima edición en castellano (la católica de Nacar-Colunga, 1973), no especifica número de horas. Lo más aproximado que podemos encontrar a semejante cálculo es en un párrafo anterior donde Jesús dice: “Es preciso que yo haga las obras del que me envió mientras es de día; venida la noche, ya nadie puede trabajar” (San Juan 9, 4).
2 Según Alfred W. Crosby, ver: La medida de la realidad. La cuantificación y la sociedad occidental, 1250-1600; 1ª edición en inglés: 1997; 1ª edición en castellano: Barcelona, 1998.
3 Los arbitristas —arcigogolantes les llamó Quevedo— se caracterizaron por proponer medidas drásticas (arbitrios) para salvar la Real Hacienda y, si se terciaba, de paso al país entero. Por ejemplo, Luis Ortiz propuso controlar las remesas de oro y plata que llegaban de América, restringir la expansión monetaria y desincentivar el consumo; Sancho Moncada denunció que la invasión de productos extranjeros había convertido al Reino en una colonia de potencias enemigas; y Pedro Fernández de Navarrete adujo que la sobreabundancia del oro de las Yndias era perniciosa si no existían bienes para ser adquiridos. Medidas que hoy nos parecen sumamente racionales pero que chocaron con la inercia colonialista y la corrupción del régimen monárquico.
[Publicado originalmente el periódico Pukara # 96, La Paz, agosto 2014; accesible en http://www.periodicopukara.com/archivos/pukara-96.pdf.]
2 Según Alfred W. Crosby, ver: La medida de la realidad. La cuantificación y la sociedad occidental, 1250-1600; 1ª edición en inglés: 1997; 1ª edición en castellano: Barcelona, 1998.
3 Los arbitristas —arcigogolantes les llamó Quevedo— se caracterizaron por proponer medidas drásticas (arbitrios) para salvar la Real Hacienda y, si se terciaba, de paso al país entero. Por ejemplo, Luis Ortiz propuso controlar las remesas de oro y plata que llegaban de América, restringir la expansión monetaria y desincentivar el consumo; Sancho Moncada denunció que la invasión de productos extranjeros había convertido al Reino en una colonia de potencias enemigas; y Pedro Fernández de Navarrete adujo que la sobreabundancia del oro de las Yndias era perniciosa si no existían bienes para ser adquiridos. Medidas que hoy nos parecen sumamente racionales pero que chocaron con la inercia colonialista y la corrupción del régimen monárquico.
[Publicado originalmente el periódico Pukara # 96, La Paz, agosto 2014; accesible en http://www.periodicopukara.com/archivos/pukara-96.pdf.]
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