Alberto Acosta
Consolidación del mito del desarrollo
Cuando se llevaba un
poco más de un año exportando crudo, en 1974, a raíz de la cuarta guerra
árabe-israelí a fines, se produjo un primer y significativo incremento de los
precios del crudo en el mercado internacional. Y de esta manera, las
exportaciones petroleras y la creciente cotización del hidrocarburo dieron
lugar a una larga bonanza. En ese contexto, el Ecuador petrolero, que se
inauguró como tal en agosto de 1972, con el zarpe del primer cargamento de
crudo al mercado mundial, consiguió los créditos que no había recibido el
Ecuador bananero. Estos préstamos no solo eran atraídos por la garantía que
representaban los ingresos petroleros, sino que existían las condiciones
propias de una nueva fase de expansión financiera mundial: explicación fundamental
para entender el acelerado proceso de endeudamiento de esos años. Sin embargo
no se puede creer que esos dos factores fueron los únicos determinantes.
Influyeron también otros elementos derivados de la disolución de las relaciones
no capitalistas en el agro, sobre todo en la Sierra. Se agudizó, por igual, la
crisis de la actividad agroexportadora y el crecimiento de la industria, así
como un renovado proceso de urbanización. El auge petrolero y el masivo
endeudamiento externo, controlados por el Estado, favorecieron una serie de
transformaciones cuantitativas, más que cualitativas. En suma, se dio paso a
una modernización de la economía. Aunque pueda parecer paradójico si se
considera el enorme flujo de recursos financieros, el sector moderno o sea el capitalista
no tuvo la capacidad suficiente para absorber la creciente mano de obra. La
misma concepción de una industrialización sustentada en actividades intensivas
de capital y orientada a satisfacer la demanda de grupos pequeños en la
sociedad, resultó a la postre la causante de la baja capacidad de integración
productiva y social de este proceso. Por lo que, un número cada vez mayor de
personas se desplazó hacia otras actividades informales, de por sí inestables y
de muy baja productividad.
Este auge petrolero tuvo un carácter desigual y excluyente
desde las perspectivas sectorial, regional y social; realidad que ahondó la
heterogeneidad estructural del aparato productivo. La extremada del gasto
fiscal (en gran medida a través de un complejo sistema de subsidios explícitos
e implícitos en favor del aparato productivo privado), sustentada en los
ingresos petroleros, relajó aún más la débil presión tributaria. Además, la
capacidad del sistema financiero para captar el ahorro interno se erosionó, en
tanto se mantuvieron tasas de interés negativas en términos reales. A la
postre, estos cambios no afectaron sustancialmente las interrelaciones
socioeconómicas existentes, no cambiaron los patrones de producción
dependientes del exterior. Tampoco se alteró el proceso de acumulación atado a
las exportaciones de productos primarios y menos aún se transformó la
estructura de la propiedad, caracterizada por niveles de elevada concentración
tanto en los sectores agrario e industrial, como en el comercial y bancario. Así
las cosas, bonanza petrolera no sentó las bases para un desarrollo endógeno.
Cuando el país entró de lleno en una crisis de deuda externa, la pobreza y la
miseria se extendieron aceleradamente, desnudando, una vez más, el mito del
desarrollo a través del extractivismo. Este manejo irresponsable los cuantiosos
recursos petroleros, que habrían podido ser canalizados para sentar bases para
una transformación estructural, generó un ambiente permisivo para el
crecimiento de la deuda externa. Esta se constituiría, años más tarde, en el
escenario (mejor sería decirlo en un gran pretexto) para la aplicación de las
políticas de estabilización y de ajuste de inspiración fondomonetarista. Esta
situación de abundancia de recursos financieros que permitió un manejo político
de cierta tolerancia por parte de un régimen militar (1972-1979), fue posible
mientras existió un considerable flujo de dólares provenientes del exterior que
facilitaba la postergación y aun la superación (temporal, muchas veces) de
algunos conflictos. En otras palabras, había suficientes ingresos externos como
para tener que recurrir a cambios estructurales en el interior del Ecuador. No
se puede olvidar que, particularmente mientras duró el auge petrolero, el
Estado se constituyó por primera vez en el actor principal en el proceso de
desarrollo. Lo que no puede dar lugar a malas interpretaciones: en ningún
momento se instauró un manejo antagónico al empresariado privado.
El fin del espejismo petrolero
A partir de 1982, a
raíz del deterioro que se produjo por la caída de los precios del petróleo y la
reversión del flujo de los préstamos a los países del mundo empobrecido, se
interrumpió la bonanza. En esos años impactó con fuerza el efecto de la nueva
política económica de los Estados Unidos -reaganomics-, que provocó un
encarecimiento y una notable disminución de los préstamos para los países
latinoamericanos. Esta estrategia imperial, impuso cambios en los países pobres
para que se reajustaran a los nuevos requerimientos de las naciones del Norte
global. Los grandes países industrializados y sus empresas transnacionales,
estaban empeñados en reorganizar el mundo para adecuarlo a los cambios que
requería la nueva revolución tecnológica. Para lograrlo se alentó el retorno
del liberalismo, concepción que, al rebasar las fronteras de lo económico, se
introdujo con la fuerza de una ideología totalizante: la neoliberal, apta para
garantizar la proyección del poder global del capitalismo. Sin embargo, al
inicio de la década de los ochenta, como se desprendía de los mensajes que
enviaban los organismos financieros internacionales, repetidos casi como un eco
por los gobernantes de la región, la crisis aparecía como producida por una
pasajera iliquidez financiera. Se la presentaba como coyuntural y de fácil resolución.
Algo que no sucedió. Cabe recordar que en el Ecuador, ya en el año 1981 se
habían presentado los primeros dolores de cabeza en su economía, a raíz del
estrangulamiento fiscal que se agudizó con el conflicto fronterizo con el Perú.
Producida la interrupción del milagro petrolero, la economía ecuatoriana se
aferró cada vez más al mercado mundial en su calidad de tradicional exportadora
de materias primas. Las demandas sociales represadas en los años de la
dictadura y las posibilidades de organización y movilización popular,
estrecharon los márgenes de maniobra en el nivel político.
Con la crisis, las contradicciones heredadas por los
gobiernos civiles desde 1979, se agravaron con una serie de elementos propios
de administraciones sumisas a las demandas del capital. Entonces se hizo
presente el tronco vigoroso de un populismo político -presente desde varias
décadas antes en la escena política nacional- que abría la puerta a una serie
de reivindicaciones que buscaban una mayor participación popular en la riqueza
nacional. El procesamiento de estos reclamos no afectó realmente las
estructuras de poder y menos la concentración de la riqueza, mientras se
permitía la adaptación de los grupos dominantes a las cambiantes situaciones
externas. Eso sí, emergieron con renovada fuerza grupos relativamente pequeños
pero influyentes, interesados en establecer concepciones modernizantes y
aparentemente más racionales para el manejo del sistema. En estas condiciones,
paulatinamente, aparecieron los límites del sistema constitucional y de la
administración civil. En esas décadas de ajustes y desajustes se agudizó la
pugna de las diversas fuerzas políticas y sociales por asegurarse una mayor
tajada en la distribución de la renta petrolera y también para no cargar con el
peso de la crisis.
En el sendero del neoliberalismo
La finalización de
la bonanza petrolera, en un país altamente endeudado, abrió la puerta al
neoliberalismo en el Ecuador. Los elementos de la política económica ortodoxa,
configurada en torno al núcleo del ajuste, se transformaron, a su vez, en
causas que ahondaron la crisis. En estas condiciones, como resultado de todos
los problemas mencionados, no debería sorprender que la economía ecuatoriana
haya atravesado en la segunda parte de los años noventa por una situación
dramática, incomparable en todo el siglo XX, al menos en lo que a reducción del
PIB se refiere. El Ecuador sufrió en 1999 el retroceso económico más severo en
América Latina. Entre el año 1995 y el año 2000, el número de pobres se duplicó;
la pobreza extrema también dobló su número. El porcentaje de niños viviendo en
hogares pobres se multiplicó por dos. Y el gasto social per cápita cayó en
picada. En estos años del tornasiglo se produjo una masiva emigración de
ecuatorianos, que luego se agudizaría por efectos de la dolarización a inicios
del siglo XXI. Todo lo anterior se dio con una mayor concentración de la
riqueza. En esos años, como sucedió en la primera mitad de los años ochenta, el
país sufrió los embates provenientes de agudizados problemas ambientales, como
fueron los desatados por el Fenómeno de “El Niño”.
El Ecuador, a pesar de seguir en gran medida las recetas del
Consenso de Washington, fue considerado como un país reacio al ajuste. Las
instituciones financieras internacionales le incluyeron en su lista de países
rezagados. Y, por supuesto, quienes impulsaban estos ajustes casa adentro,
haciéndose eco de dichas aseveraciones, presionaron por su profundización. En
realidad, en algunos ámbitos el ajuste fue más allá del promedio
latinoamericano. Lo que si cabe destacar es que, las sucesivas reacciones
sociales y la falta de coherencia de las élites dominantes limitaron una
aplicación aún más rigurosa y completa del esquema neoliberal. En síntesis,
desde inicios de los años ochenta, con diversos grados de coherencia e
intensidad, en el Ecuador se adoptó una concepción aperturista y liberalizadora
de inspiración fondomonetarista / bancomundialista, impuesta a través de
múltiples mecanismos y hasta con chantajes externos e internos. La recuperación
de los equilibrios macroeconómicos, para retomar en forma espontánea la senda
del crecimiento y la distribución de los frutos del progreso, fue el leitmotiv
del manejo económico al tiempo que se introducían cambios estructurales en la economía.
Punto vital de este manejo constituye la visión combinada de inevitabilidad y
de atraso que tendría el Ecuador en relación con los otros países
latinoamericanos, mientras se negaba la existencia de alternativas. Los
problemas de la deuda externa -que ha acompañado la economía nacional desde los
orígenes de la República- no solo que pesaron sobre la economía nacional, sino
que fueron una suerte de gran palanca para forzar los ajustes neoliberales.
El ajuste tortuoso y su continuidad dolarizada desde el año
2000 tuvieron otra característica en común: el autoritarismo. Un aspecto que
habría que incorporar en la comprensión del ajuste es la respuesta de los
diversos grupos de la sociedad, en particular por el surgimiento y
consolidación de nuevos actores sociales y políticos que viabilizan lo que
podría ser un renovado bloque histórico.
El retorno del Estado para una modernización capitalista
En el Ecuador, a
diferencia de lo que sucedió en otros países de la región, no se logró
fragmentar, alienar y domesticar a las capas populares, al movimiento indígena,
al movimiento campesino y a los reclamos regionales, tampoco al sindicalismo,
de todas maneras debilitado en este contexto de ajuste. Y serían precisamente
estos segmentos de la población, que fueron considerados como “obstáculos para
el desarrollo” desde la perspectiva del gran capital y del paradigma
neoliberal, los que, con sus luchas, lograron desarrollar propuestas que
abrieron la puerta para empezar a salir de la trampa neoliberal. Desde inicios
del 2007 se inauguró una nueva etapa llena de esperanzas de cambio. Las
políticas económicas del nuevo gobierno, desligadas de los mandatos del FMI y
del Banco Mundial, empezaron a revertir paulatinamente la tendencia neoliberal
anterior. Este intento de cambio de rumbo no está presente exclusivamente en
Ecuador. Se da en varios países de la región, con gobiernos progresistas. Este
proceso, como se constataría en poco tiempo, está atrapado en los límites y
contradicciones del reformismo, que ha devenido en modernización capitalista,
en la cual el retorno del Estado le es funcional. Una situación que no aleja
definitivamente la posibilidad de un regreso del neoliberalismo. Lo que cuenta
es que el Estado ha recuperado espacios de gestión perdidos en los años
neoliberales y se proyecta como un actor importante de la economía ecuatoriana.
En particular la política fiscal, en tanto fundamental herramienta de política
económica en una economía dolarizada, ha cobrado mayor vigencia y capacidad de
acción. Esto se da gracias a la rotura de una serie de ataduras que limitaban
su gestión y por cierto a la enorme disponibilidad de ingresos fiscales.
El manejo económico no está más regido por las condiciones
fondomonetaristas, pero si por otro tipo de presiones y condiciones
transnacionales derivadas de la creciente demanda de recursos naturales, como
pueden ser las condiciones que imponen los créditos chinos. Desde el año 2007 a
la fecha, la economía ecuatoriana registra la mayor cantidad de ingresos por
exportaciones petroleras desde que se inició esta actividad en el país. A los
ingresos petroleros hay que sumar algunas reformas tributarias que permitieron
incrementar los ingresos fiscales; el Servicio de Rentas Internas (SRI)
contribuye en este empeño reduciendo la evasión y elusión tributarias.
Adicionalmente, el gobierno, como las anteriores administraciones, ha acumulado
préstamos del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), en cantidades
muy superiores a las entregadas antes. Igualmente, se contó con los recursos
congelados (improductivamente) en diversos fondos petroleros durante los
gobiernos neoliberales. Y se ha recurrido también al uso productivo de dineros
acumulados en la reserva de libre disponibilidad (sobre todo en el momento de
mayor impacto de la crisis internacional: 2008-2009). A más de los ingresos
mencionados habría que incorporar el aporte de las remesas de los compatriotas
que laboran en el exterior, las que a pesar de que se han reducido por efectos
de la crisis internacional, todavía representan un monto que supera las ventas
de banano. Todos los rubros sumados -petróleo, tributos, préstamos del IESS y
otros- superan largamente los ingresos de los gobiernos anteriores. En adición
al aumento de ingresos, el gobierno actual ha recurrido a políticas
proteccionistas. Como no dispone de una política cambiaria y monetaria propia
para proteger la economía de la crisis global, ha establecido varias barreras
arancelarias que resultaron en una serie de arbitrios. Posteriormente, desde
fines de 2013, nuevamente presionado por restricciones fiscales que se derivan
de una desaceleración de la economía internacional, se ha empezado a restringir
las importaciones con el argumento de una estrategia de sustitución para
impulsar la industrialización, cuando en realidad lo que asoman son las
crecientes limitaciones fiscales, por un lado, y un estrangulamiento externo,
por otro. Estas restricciones se han complementado con un impuesto a la salida
de capitales, que también tiene una finalidad fiscal.
A pesar de ser el período con ingresos fiscales más altos de
la historia, el crecimiento económico del país en este lapso no ha sido
sostenido. Se mantienen las fluctuaciones inestables que han caracterizado a la
economía ecuatoriana desde los años ochenta del siglo pasado. En concreto, a
pesar del discurso transformador, en Ecuador se ha dado paso a un profundo
proceso de modernización del capitalismo inspirado en una propuesta
tecnocrática, que recuerda los esquemas de desarrollo de Corea del Sur o
Singapur. Y con una creciente participación estatal, se consolida en la
práctica el modelo económico empresarial que se impuso como dominante en los años
liberales.
El Extractivismo goza de buena salud
La ilusión del desarrollo, explotando masivamente los
recursos naturales, se mantiene cuatro décadas después de iniciada la
explotación de crudo en la Amazonia ecuatoriana. El gobierno actual apuesta por
más petróleo, por la megaminería, por los agrocombustibles, por los
transgénicos, a pretexto de la productividad. Es más, como se ha dicho
oficialmente, con más extractivismo se pretende sacar al Ecuador del esquema de
acumulación extractivista, de raíces coloniales. Así, en este empeño se
cristalizan las aspiraciones de “la larga noche neoliberal”, que por lo demás
han estado presentes desde los orígenes de la República. Gran parte de las
actividades extractivas -así como las grandes industrias básicas propuestas-
solo podrán hacerse con el concurso del capital transnacional. Lo único que ha
cambiado es el lugar relativo desempeñado por el Estado: si antes se abstenía
en términos relativos, ahora es uno de los comensales. El objetivo es una mayor
participación del Estado en la renta petrolera y minera. Entonces, este
extractivismo del siglo XXI, a contrapelo de los discursos soberanistas,
resulta recolonizador. Un punto que no puede quedar al margen de estas breves
reflexiones es el relativo a la Iniciativa Yasuní-ITT. Que surge desde la
sociedad, en un país atado a los ingresos hidrocarburíferos, siguiendo la línea
de resistencia y propuesta que acompañaba a la sociedad de fines de los años
70, cuando con los primeros signos de devastación en las zonas petroleras se
empezó a alertar sobre las consecuencias de esta dependencia. Iniciativa que se
truncó por la incapacidad del gobierno, más que por la falta de apoyo
internacional. Lo que debemos tener claro es que, en la medida que se amplía y
profundiza el extractivismo, se agrava la devastación social y ambiental.
Mientras crece la resistencia social en los territorios afectados, el gobierno
responde con la criminalización de la protesta. Los derechos colectivos de
varias comunidades indígenas y campesinas son atropellados.
En síntesis, la propuesta tecnocrática del actual gobierno
responde a un intento por modernizar el capitalismo en el Ecuador. De hecho,
las acciones desplegadas supuestamente a favor del cambio estructural, sin
haberlo siquiera intentado, profundizan una mayor polarización entre los grupos
más acomodados y el grueso de la población, al tiempo que ahondan la
dependencia del país del capital transnacional, últimamente representado en
mayor manera por el capital chino. Casa adentro nuevos poderes económicos van
sustituyendo a los anteriores o llegan a acuerdos con los tradicionales grupos
de poder. Se consolida, entonces, un nuevo modelo de dominación burguesa, que
ha logrado tener una máquina burocrática legalizada, dócil y activa. Que pretende
normalizar, disciplinar y ordenar la sociedad, restringiendo sus
manifestaciones, que ha sido la impronta de la conciencia social ecuatoriana.
El saldo nos dice que el capitalismo en el Ecuador goza de muy buena salud, el
extractivismo se consolida, el rentismo se expande y, en consecuencia, no se
han reducido los mecanismos de explotación de los seres humanos y menos aún de
la Naturaleza. Este gobierno, en concreto, tergiversa el concepto del Buen
Vivir, en tanto alternativa al desarrollo, al ponerlo al servicio de las
demandas de la modernización capitalista en marcha.
Así, el gobierno demuestra que no está para alternativas,
mucho menos para revoluciones, y peor aún para utopías, como el Buen Vivir. Su
propuesta es desarrollista, como hace 40 años. Busca la eficacia tecnocrática,
la provisión de infraestructura y el incremento del consumo, a partir de la
recuperación del Estado.-
[1] Economista ecuatoriano. Profesor e investigador de la
FLACSO. Excolaborador científico del ILDIS-FES (1990-2006). Exministro de
Energía y Minas (2007). Expresidente de la Asamblea Constituyente y asambleísta
constituyente (2007-2008). Excandidato a la Presidencia de la República
(2012-13)
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