[Nota de El Libertario: Al cumplirse hoy 29/5 un nuevo aniversario de la partida de este querido maestro, amigo y compañero de lucha, lo recordamos con dos notas extraidas del folleto en su homenaje que con el título de Hay hombres que luchan toda la vida www.nodo50.org/ellibertario/PDF/simon.pdf publicásemos en el año 2007.]
Introducción al folleto
Domingo Alberto Rangel
Simón Sáez Mérida y yo somos los únicos fundadores del MIR que no sucumbieron a ese tsunami que ha sido el comandante Chávez en la política venezolana. Todos los demás, de una u otra manera, con discreción o con exhibicionismo acompañan al hoy Presidente desde el momento mismo en que resonaron en su marcha las trompetas del triunfo. No estoy estableciendo una especie de juicio moral o de sentencia bíblica para condenar a quienes hayan respaldado o acompañado a Chávez. Estampo una opinión política. En el fondo el comandante Chávez ha vendido a renovar o a profundizar la dominación burguesa sobre Venezuela. Tal posición del caudillo bolivariano vedaría a cualquier revolucionario sensato el apoyo que, no obstante, se le viene brindando desde casi todos los sectores matriculados por costumbre o por tradición, en la izquierda revolucionaria. Chávez sería un gamonal típico, de foete y cuerda de gallos, con una retórica antiimperialista. Pero, preguntaría alguien, ¿estas líneas constituyen un prólogo para el libro de Simón Sáez Mérida, o una reláfica contra Chávez? Y ello me obliga a impetrar el perdón y a abandonar las observaciones sobre la contextura o la verticalidad de quienes hace ya tantos años fundamos al Movimiento de Izquierda Revolucionaria.
Simón Sáez y yo, junto con Gilberto Mora Muñoz que yo recuerde y sea propicia la ocasión para otorgarle el reconocimiento que merece, nos hemos refugiado en ese maravilloso Shan Gri-La que es la ideología. Desde que la vida o el proceso político nos apartó de la acción nos hemos dedicado a escribir. Todo revolucionario está obligado como preceptuó el Che Guevara, a hacer la revolución. En la juventud y en la madurez, la revolución se hace con un fusil, con una trocha abierta en una montaña, con un editorial vibrante en el periódico de un partido radical o creando sindicatos de intransigente vocación proletaria por ejemplo. La vida empero concede las facultades necesarias para esas tareas con cierta cicatería en cuanto al tiempo. Cuando se pasa de los cincuenta a los sesenta años pueden realizarse aquellas tareas o llevarse aquella existencia. Pero una buena mañana, tras puesta la frontera de los sesenta, alguien nos llama “viejo”, en tono cariñoso porque las verdades amargas se envuelven en celofán como se hace con las drogas heroicas. Aquella manera de saldarnos indica que ya somos, como dice el tango, un «descolado mueble viejo» que no se sabe donde colocar. Uno mismo tiene que labrarse el lugar que vaya a corresponderle.
No hay para quienes hayamos tenido responsabilidades mayúsculas sino dos alternativas. La literatura y la docencia. Simón Sáez Mérida no optó por la segunda porque la ejerció desde las mocedades, como profesor de oficio. Apelar a la docencia era, en la edad crepuscular para él, como un pretendido retorno a la primera juventud. Optó entonces por las letras, trillando en ellas el camino de los memorialistas, género al cual pertenecen las páginas que ahora presentamos. Tenía Simón para tal especialidad dos condiciones estupendas, buena memoria y lengua picante. En efecto, una lengua de ají chirel y una memoria de elefante son indispensables en el oficio de memorialista. Tampoco sobra una dosis, así sea pequeña y honesta, de mala intención. Es así como, desde lo que podríamos llamar su jubilación, nuestro personaje ha publicado, varios volúmenes de prosa punitiva que podrían servir de acta de acusación contra personajes o situaciones de nuestra vida contemporánea. Por desgracia, uno de esos criminales infelices, que ni siquiera llegan a hacerse conocer para que carguen su cuota de odio, arrojó aquel objeto contundente que troncharía la vida de Simón Sáez Mérida en una autopista caraqueña.
El crimen entre nosotros ha cobrado, y testimonio de ello es el asesinato de Simón Sáez, una forma o manera anónima. Homicidios sin autor, sin mano siquiera que pueda reconocerse. Del crimen se conoce solo ahora en ciertos casos el objeto que lo ocasiona. La piedra que baja del cerro arrojada o echada a rodar por una alma torva y unas manos mas torvas todavía, otra piedra que se deja atravesada en determinado lugar de una autopista para provocar el volcamiento criminal serian ejemplos de estas nuevas formas del delito una de las cuales arrebató la vida de nuestro amigo y compañero. No voy a cerrar esta breve presentación con la consabida frase que pide olvidar el crimen porque, en este caso, Simón vive en nosotros o entre nosotros. Si, él vive en la medida en que trabajemos como él y, en general, vivamos como él. Las vidas ejemplares se hacen eternas en la medida en que renazcan, por la imitación, en otras vidas que las recuerden y las exalten.
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Hay hombres que luchan toda la vida...
Periódico El Libertario
Hacia la medianoche del domingo 29/05/2005 falleció Simón Sáez Mérida (1928-2005), activista sin claudicaciones de la izquierda revolucionaria venezolana. Murió en la sala de terapia intensiva de una clínica de Caracas, tras una agonía de más de un mes, luego del ataque sufrido por manos desconocidas el 25 de abril del mismo año.
Introducción al folleto
Domingo Alberto Rangel
Simón Sáez Mérida y yo somos los únicos fundadores del MIR que no sucumbieron a ese tsunami que ha sido el comandante Chávez en la política venezolana. Todos los demás, de una u otra manera, con discreción o con exhibicionismo acompañan al hoy Presidente desde el momento mismo en que resonaron en su marcha las trompetas del triunfo. No estoy estableciendo una especie de juicio moral o de sentencia bíblica para condenar a quienes hayan respaldado o acompañado a Chávez. Estampo una opinión política. En el fondo el comandante Chávez ha vendido a renovar o a profundizar la dominación burguesa sobre Venezuela. Tal posición del caudillo bolivariano vedaría a cualquier revolucionario sensato el apoyo que, no obstante, se le viene brindando desde casi todos los sectores matriculados por costumbre o por tradición, en la izquierda revolucionaria. Chávez sería un gamonal típico, de foete y cuerda de gallos, con una retórica antiimperialista. Pero, preguntaría alguien, ¿estas líneas constituyen un prólogo para el libro de Simón Sáez Mérida, o una reláfica contra Chávez? Y ello me obliga a impetrar el perdón y a abandonar las observaciones sobre la contextura o la verticalidad de quienes hace ya tantos años fundamos al Movimiento de Izquierda Revolucionaria.
Simón Sáez y yo, junto con Gilberto Mora Muñoz que yo recuerde y sea propicia la ocasión para otorgarle el reconocimiento que merece, nos hemos refugiado en ese maravilloso Shan Gri-La que es la ideología. Desde que la vida o el proceso político nos apartó de la acción nos hemos dedicado a escribir. Todo revolucionario está obligado como preceptuó el Che Guevara, a hacer la revolución. En la juventud y en la madurez, la revolución se hace con un fusil, con una trocha abierta en una montaña, con un editorial vibrante en el periódico de un partido radical o creando sindicatos de intransigente vocación proletaria por ejemplo. La vida empero concede las facultades necesarias para esas tareas con cierta cicatería en cuanto al tiempo. Cuando se pasa de los cincuenta a los sesenta años pueden realizarse aquellas tareas o llevarse aquella existencia. Pero una buena mañana, tras puesta la frontera de los sesenta, alguien nos llama “viejo”, en tono cariñoso porque las verdades amargas se envuelven en celofán como se hace con las drogas heroicas. Aquella manera de saldarnos indica que ya somos, como dice el tango, un «descolado mueble viejo» que no se sabe donde colocar. Uno mismo tiene que labrarse el lugar que vaya a corresponderle.
No hay para quienes hayamos tenido responsabilidades mayúsculas sino dos alternativas. La literatura y la docencia. Simón Sáez Mérida no optó por la segunda porque la ejerció desde las mocedades, como profesor de oficio. Apelar a la docencia era, en la edad crepuscular para él, como un pretendido retorno a la primera juventud. Optó entonces por las letras, trillando en ellas el camino de los memorialistas, género al cual pertenecen las páginas que ahora presentamos. Tenía Simón para tal especialidad dos condiciones estupendas, buena memoria y lengua picante. En efecto, una lengua de ají chirel y una memoria de elefante son indispensables en el oficio de memorialista. Tampoco sobra una dosis, así sea pequeña y honesta, de mala intención. Es así como, desde lo que podríamos llamar su jubilación, nuestro personaje ha publicado, varios volúmenes de prosa punitiva que podrían servir de acta de acusación contra personajes o situaciones de nuestra vida contemporánea. Por desgracia, uno de esos criminales infelices, que ni siquiera llegan a hacerse conocer para que carguen su cuota de odio, arrojó aquel objeto contundente que troncharía la vida de Simón Sáez Mérida en una autopista caraqueña.
El crimen entre nosotros ha cobrado, y testimonio de ello es el asesinato de Simón Sáez, una forma o manera anónima. Homicidios sin autor, sin mano siquiera que pueda reconocerse. Del crimen se conoce solo ahora en ciertos casos el objeto que lo ocasiona. La piedra que baja del cerro arrojada o echada a rodar por una alma torva y unas manos mas torvas todavía, otra piedra que se deja atravesada en determinado lugar de una autopista para provocar el volcamiento criminal serian ejemplos de estas nuevas formas del delito una de las cuales arrebató la vida de nuestro amigo y compañero. No voy a cerrar esta breve presentación con la consabida frase que pide olvidar el crimen porque, en este caso, Simón vive en nosotros o entre nosotros. Si, él vive en la medida en que trabajemos como él y, en general, vivamos como él. Las vidas ejemplares se hacen eternas en la medida en que renazcan, por la imitación, en otras vidas que las recuerden y las exalten.
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Hay hombres que luchan toda la vida...
Periódico El Libertario
Hacia la medianoche del domingo 29/05/2005 falleció Simón Sáez Mérida (1928-2005), activista sin claudicaciones de la izquierda revolucionaria venezolana. Murió en la sala de terapia intensiva de una clínica de Caracas, tras una agonía de más de un mes, luego del ataque sufrido por manos desconocidas el 25 de abril del mismo año.
Ese día, iba junto a su esposa en automóvil, cuando un objeto contundente impactó contra el parabrisas, golpeando fuertemente a Simón en el rostro. Aunque se desconocen las motivaciones del hecho, se presume que los autores del ataque aspiraban asaltar el vehículo, una práctica que se ha hecho corriente en esta ciudad; signo inequívoco de la descomposición social de nuestros días. Mencionamos además que, mas de un año y medio después del suceso, no hay ningún resultado en la investigación policial, en patente muestra de incompetencia de los responsables de esa labor.
Simón fue militante activo de Acción Democrática en la lucha clandestina contra la dictadura de Pérez Jiménez, llegando a ser Secretario General del partido. Posteriormente funda el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, participa en la sublevación de «El Carupanazo» y en la lucha armada en la primera mitad de la década de 1960, en la que conoció la cárcel y la brutalidad represiva en el Cuartel San Carlos. Tras alejarse de un MIR que se iba desdibujando hasta desaparecer, Simón dedica sus esfuerzos a la lucha gremial, la docencia, denuncia e investigación, de lo cual resultaron varios libros, entre ellos el último que publicó en vida titulado Domingo Alberto Rangel parlamentario. Sáez Mérida fue marginado tanto por el «puntofijismo» como por el «proceso bolivariano», del cual fue uno de los primeros en denunciar, desde posturas revolucionarias, su carácter neoliberal y autoritario.
A El Libertario, la Comisión de Relaciones Anarquistas y al Centro de Estudios Sociales Libertarios nos honraba desde hace años la solidaria amistad de SSM. Con él manteníamos relaciones de respeto y admiración que se habían venido estrechando hasta tal punto que tuvimos el gusto de organizar con su presencia, a fines de febrero de 2005, la presentación del libro sobre DAR en el local del CESL en Caracas, en lo que nadie podía imaginar sería el postrer acto público en donde interviniese Simón. Transcribimos a continuación la grabación de ese evento, ejemplo de ese verbo agudo y desenfadado que tanto disfrutábamos quienes le oíamos. La publicación de este testimonio reitera nuestro cariñoso recuerdo al amigo y nuestra palabra de aliento a sus familiares. Que la tierra le haya sido leve a un hombre libre.
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