Ánxel Grove
Aunque otros y otras se han llevado la fama, quizá fue la fotógrafa más comprometida con la causa del pueblo español que se enfrentó al golpe de Estado franquista. Kati Horna (1912-2000) nunca buscó colgarse medallas como la más valiente o temeraria durante la Guerra Civil: prefirió retratar a las mujeres, hombres, niños y ancianos que la sufrían y la vida cotidiana tras los frentes de batalla, tan dura o brutal en ocasiones como estos. Una retrospectiva en el museo Jeu de Paume de París muestra 150 obras de esta incansable luchadora, cosmopolita, vanguardista y, como añadido casi frívolo, la novia a la que más quiso el también fotógrafo Robert Capa
La exposición parisina [El museo Jeu de Paume de París presenta actualmente una antología de 150 obras que resume el trabajo de seis décadas de la artista], que intenta condensar los sesenta años de trabajo de Horna, traza el paso zigzaguante por el mundo de una fotógrafa nacida en Hungría como Kati Deutsch, hija de una familia de banqueros pero recelosa de las comodidades y privilegios de un futuro acomodado. Prefirió moverse: a los 19 años viajó a Berlín para conocer al escritor antifascista Bertolt Brecht, cuyo aviso de los peligros del naciente nazismo la llevaron a participar en manifestaciones y protestas callejeras; luego regresó a Budapest, donde, siguiendo los consejos que había recibido del eminente László Moholi-Nagy, profesor de la Bauhaus al que también había frecuentado en Alemania, aprendió los rudimentos de la fotografía como ayudante de József Pécsi.
El insólito cotidiano
En 1932, dado el avance del nazismo en Hungría, escapó a París, donde trabajó haciendo foto fija en películas y firmó sus primeros reportajes para Agence Photo: sendas series sobre mercadillos callejeros y cafés en las que persiguió capturar lo que denominaba "el insólito cotidiano" dando a los objetos tanto valor como a las personas y empleando un agudo sentido del humor, sobre todo en las historietas que firmó a medias con el dibujante surrealista alemán Wolfgang Burger en las que humanizaron a frutas y verduras para hacerlas protagonistas de historias de amor o parábolas políticas.
Cada vez más comprometida con los ideales anarquistas, en 1937 viajó a España para retratar la situación de los pueblos colectivizados de Aragón por encargo de la Confederación Nacional del Trabajo, la poderosa central sindical ácrata. En julio del mismo año entró como redactora en la revista Umbral: Semanario de la Nueva Era, una de las mejor diseñadas y con más atención a la fotografía de aquel tiempo, y también colaboró con las publicaciones anarquistas Tierra y Libertad, Tiempos Nuevos y Mujeres Libres.
Una obrera del arte
Horna, que documentó la guerra hasta la evacuación de Teruel y se definía a sí misma como "una obrera del arte", contienen una cualidad humana que coloca a las personas por encima de la situación. Tanto las imágenes de milicianos como las de civiles —entre ellas sus famosas y tiernas "madres combativas" amamantando a niños— buscan el respiro aparentemente imposible de humanidad en medio de la barbarie, que dejó asomar con mayor claridad en los collages salvajes como Navidad en España, 1937, donde los esqueletos expuestos tras el bombardeo de un cementerio van acompañados por el texto: "Cristo se va y dice: 'desde hoy no seré yo el símbolo del sufrimiento".
Uno de sus compañeros en los avatares de la guerra definió a Horna como "una joven con cuerpo de anciana, intransigente, mágica, inteligentísima, sabia, inagotable, una luchadora". Otro, el fotógrafo Capa, a quien conocía desde la adolescencia, cuando ambos vivían en Budapest y él todavía se llamaba Endre Friedmann —adoptó el nombre de Robert Capa para "americanizarse", solía decir, y "poder ganar dinero"—, le tiró los tejos con la insistencia de todo mujeriego contumaz. Vivieron unos meses de romance, rotos cuando ella conoció al amor de su vida, el pintor andaluz José Horna, también colaborador de Umbral, con el que la fotógrafa formaría pareja tras escapar ambos a México en 1939.
Máscaras, fetiches y muñecos
Al otro lado del Atlántico —a donde la siguió el incansable Capa, que no se daba por vencido hasta que ella le tuvo que desengañar definitivamente—, la incansable Horna se unió a los surrealistas mexicanos, entre ellos la gran Leonora Carrington. Siguió firmando reportajes pero comenzó a escorarse hacia temas menos descriptivos, con abundancia de historias donde manda lo extraordinario mediante la presencia de máscaras, fetiches y muñecos. Estas fotografías visionarias enamoraron a algunos de los creadores más importantes del país durante la década de los años sesenta, desde la española Remedios Varo hasta Alejandro Jodorowsky.
La retrospectiva de París contribuirá al "reconocimiento internacional de esta versátil y socialmente comprometida fotógrafa humanista", dicen los organizadores, que destacan la "creatividad artística inusual" de Horna, su "contribución al fotoperiodismo" y la inserción de su obra en las vanguardias europeas de la primera mitad de siglo, desde el constructivismo ruso y la escuela Bauhaus, hasta el surrealismo y la nueva objetividad alemana. La exposición se divide en cinco períodos: los inicios en Budapest, Berlín y París entre 1933 y 1937; España y la Guerra Civil; París nuevamente en 1939 y México.
En 1979 Horna cedió a España 270 fotos que tomó durante la Guerra Civil. Algunas de ellas pueden verse en un bastante abandonado rincón de la web de los archivos nacionales http://www.mcu.es/archivos/CE/ExpoVisitVirtual/kati_WAI/exposicion.html. Más fructífero es el ensayo Kati Horna y su manera cotidiana de captar la realidad, de Alicia Sánchez-Mejorada [http://cenidiap.net/biblioteca/addendas/2NE-10-Kati_Horna.pdf].
[Fuente: http://www.20minutos.es/noticia/2152085/0/kati-horna/fotografia/guerra-civil/.]
Aunque otros y otras se han llevado la fama, quizá fue la fotógrafa más comprometida con la causa del pueblo español que se enfrentó al golpe de Estado franquista. Kati Horna (1912-2000) nunca buscó colgarse medallas como la más valiente o temeraria durante la Guerra Civil: prefirió retratar a las mujeres, hombres, niños y ancianos que la sufrían y la vida cotidiana tras los frentes de batalla, tan dura o brutal en ocasiones como estos. Una retrospectiva en el museo Jeu de Paume de París muestra 150 obras de esta incansable luchadora, cosmopolita, vanguardista y, como añadido casi frívolo, la novia a la que más quiso el también fotógrafo Robert Capa
La exposición parisina [El museo Jeu de Paume de París presenta actualmente una antología de 150 obras que resume el trabajo de seis décadas de la artista], que intenta condensar los sesenta años de trabajo de Horna, traza el paso zigzaguante por el mundo de una fotógrafa nacida en Hungría como Kati Deutsch, hija de una familia de banqueros pero recelosa de las comodidades y privilegios de un futuro acomodado. Prefirió moverse: a los 19 años viajó a Berlín para conocer al escritor antifascista Bertolt Brecht, cuyo aviso de los peligros del naciente nazismo la llevaron a participar en manifestaciones y protestas callejeras; luego regresó a Budapest, donde, siguiendo los consejos que había recibido del eminente László Moholi-Nagy, profesor de la Bauhaus al que también había frecuentado en Alemania, aprendió los rudimentos de la fotografía como ayudante de József Pécsi.
El insólito cotidiano
En 1932, dado el avance del nazismo en Hungría, escapó a París, donde trabajó haciendo foto fija en películas y firmó sus primeros reportajes para Agence Photo: sendas series sobre mercadillos callejeros y cafés en las que persiguió capturar lo que denominaba "el insólito cotidiano" dando a los objetos tanto valor como a las personas y empleando un agudo sentido del humor, sobre todo en las historietas que firmó a medias con el dibujante surrealista alemán Wolfgang Burger en las que humanizaron a frutas y verduras para hacerlas protagonistas de historias de amor o parábolas políticas.
Cada vez más comprometida con los ideales anarquistas, en 1937 viajó a España para retratar la situación de los pueblos colectivizados de Aragón por encargo de la Confederación Nacional del Trabajo, la poderosa central sindical ácrata. En julio del mismo año entró como redactora en la revista Umbral: Semanario de la Nueva Era, una de las mejor diseñadas y con más atención a la fotografía de aquel tiempo, y también colaboró con las publicaciones anarquistas Tierra y Libertad, Tiempos Nuevos y Mujeres Libres.
Una obrera del arte
Horna, que documentó la guerra hasta la evacuación de Teruel y se definía a sí misma como "una obrera del arte", contienen una cualidad humana que coloca a las personas por encima de la situación. Tanto las imágenes de milicianos como las de civiles —entre ellas sus famosas y tiernas "madres combativas" amamantando a niños— buscan el respiro aparentemente imposible de humanidad en medio de la barbarie, que dejó asomar con mayor claridad en los collages salvajes como Navidad en España, 1937, donde los esqueletos expuestos tras el bombardeo de un cementerio van acompañados por el texto: "Cristo se va y dice: 'desde hoy no seré yo el símbolo del sufrimiento".
Uno de sus compañeros en los avatares de la guerra definió a Horna como "una joven con cuerpo de anciana, intransigente, mágica, inteligentísima, sabia, inagotable, una luchadora". Otro, el fotógrafo Capa, a quien conocía desde la adolescencia, cuando ambos vivían en Budapest y él todavía se llamaba Endre Friedmann —adoptó el nombre de Robert Capa para "americanizarse", solía decir, y "poder ganar dinero"—, le tiró los tejos con la insistencia de todo mujeriego contumaz. Vivieron unos meses de romance, rotos cuando ella conoció al amor de su vida, el pintor andaluz José Horna, también colaborador de Umbral, con el que la fotógrafa formaría pareja tras escapar ambos a México en 1939.
Máscaras, fetiches y muñecos
Al otro lado del Atlántico —a donde la siguió el incansable Capa, que no se daba por vencido hasta que ella le tuvo que desengañar definitivamente—, la incansable Horna se unió a los surrealistas mexicanos, entre ellos la gran Leonora Carrington. Siguió firmando reportajes pero comenzó a escorarse hacia temas menos descriptivos, con abundancia de historias donde manda lo extraordinario mediante la presencia de máscaras, fetiches y muñecos. Estas fotografías visionarias enamoraron a algunos de los creadores más importantes del país durante la década de los años sesenta, desde la española Remedios Varo hasta Alejandro Jodorowsky.
La retrospectiva de París contribuirá al "reconocimiento internacional de esta versátil y socialmente comprometida fotógrafa humanista", dicen los organizadores, que destacan la "creatividad artística inusual" de Horna, su "contribución al fotoperiodismo" y la inserción de su obra en las vanguardias europeas de la primera mitad de siglo, desde el constructivismo ruso y la escuela Bauhaus, hasta el surrealismo y la nueva objetividad alemana. La exposición se divide en cinco períodos: los inicios en Budapest, Berlín y París entre 1933 y 1937; España y la Guerra Civil; París nuevamente en 1939 y México.
En 1979 Horna cedió a España 270 fotos que tomó durante la Guerra Civil. Algunas de ellas pueden verse en un bastante abandonado rincón de la web de los archivos nacionales http://www.mcu.es/archivos/CE/ExpoVisitVirtual/kati_WAI/exposicion.html. Más fructífero es el ensayo Kati Horna y su manera cotidiana de captar la realidad, de Alicia Sánchez-Mejorada [http://cenidiap.net/biblioteca/addendas/2NE-10-Kati_Horna.pdf].
[Fuente: http://www.20minutos.es/noticia/2152085/0/kati-horna/fotografia/guerra-civil/.]
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