I.- Una ley que no promueve el socialismo
Pedro Campos
La nueva ley de inversión extranjera que trata de atraer capitales foráneos para “desarrollar la economía”, es el último esfuerzo del gobierno del General Raúl Castro en busca de “agua y carbón” para la “actualización” del “socialismo de estado” que todos saben fracasado.
En su afán por mantener el control burocrático sobre la sociedad cubana, que poco a poco se le va resbalando de sus manos, no le ha importado a la elite político-militar buscar aliados en sus enemigos tradicionales y clamar a los EEUU por el levantamiento del bloqueo/embargo para que sus millonarios viertan aquí amablemente sus dólares, entre turismo y negocios. Para que nadie pueda pensar que se traicionan los objetivos socialistas enunciado durante medio siglo, se promueve la idea sinófila, nada marxista, de que el “socialismo vendrá con la abundancia”. La fórmula mágica: más capitalismo controlado por los “comunistas”, para luego llegar al socialismo. Carlos Alberto Montaner y sus liberales deben andar de parranda.
Estos “socialistas de pacotilla” (porque creen que el socialismo es abundancia de pacotilla; pero sobre todo por la pobreza de su cientificidad), desconocen o quizás tratan de ignorar que el socialismo no es un sistema de distribución, sino de producción sustentado en formas de producción libremente asociadas, las que tenderían a predominar sobre las formas de explotación asalariadas que caracterizan el capitalismo.
Este proceso no se impondría por decreto, por expropiación forzosa, ni imposición, ni mucho menos por el mantenimiento de la explotación asalariada por el estado, como ya trataron y fracasaron los neo estalinistas ahora actualizadores, sino porque las formas de producción libremente asociadas se irían imponiendo paulatina y naturalmente por ser más productivas, humanas, democráticas, libres y no explotadoras. Si ese será el camino al socialismo y no el otro creído, mal concebido desde el guion, peor ensayado y en todas partes fracasado por el estalinismo en el siglo XX, basado en la propiedad casi absoluta del Estado y la continuación del trabajo asalariado, entonces el papel de los interesados en el avance de esa nueva sociedad estaría en fomentar las formas libres asociativas de producción. Tales como el cooperativismo, la autogestión empresarial bajo control de sus trabajadores, la cogestión entre los trabajadores y el Estado o entre los trabajadores y otras formas de producción, las organizaciones productivas mutuales, el trabajo familiar u otras formas asociativas y el trabajo por cuenta propia que caracterizarían las formas autogestionarias de producción propiamente socialistas –no confundir con autárquicas (1).
Pero ocurre que la nueva ley de inversiones extranjeras no está encaminada en esa dirección, sino a fomentar la inversión directa de capital (explotación directa de asalariados cubanos) o en asociación con el Estado, para continuar y perfeccionar la explotación conjunta capital internacional-Estado de los obreros, donde el capital extranjero explota al asalariado y el Estado se “conforma” con el 70 % del salario que le pagan por el trabajo de sus doblemente explotados súbditos. Esta ley, simplemente, no brinda espacios a la creación de entidades bancarias que ofrezcan micro-créditos de los cuales pudieran beneficiarse cuentapropistas y cooperativistas, ni permite la importación y exportación libre de sus productos o algún tipo de asociación mutuamente beneficiosa con el capital internacional. En fin no fomenta las formas propiamente socialistas de producción.
Quién sabe si después de este artículo y de la acotación del economista Omar Everleny sobre el particular, aparezca un reglamento indicando que las “personas jurídicas” como las cooperativas puedan también entrar en algún tipo de asociación mutuamente beneficiosa con el capital internacional. ¡Todo es posible para tratar de acallar a la izquierda socialista y democrática y desmentirla!
Cualquier ley en los países capitalistas que permita el desarrollo del trabajo libre asociado o individual, lo fomente con créditos y les brinde facilidades de importación y exportación, es más socialista mil veces que esta ley de inversiones extranjeras. Gritando a los cuatro vientos que no se trata de vender el país a los capitales extranjeros, -cualquier lectura del proyecto sugiere otra cosa-, no le importa al gobierno del General Raúl Castro vender la mano de obra cubana al mejor postor, es decir, el trabajo, el esfuerzo, el sacrifico, el conocimiento, la preparación de los trabajadores y profesionales cubanos, eso que llaman “capital humano”.
Precisamente, el más valioso de todos los capitales, el único que es capaz de crear nuevas riquezas, pues todas las inversiones del mundo, toda la técnica, todo el dinero, todos los recursos y medios de producción son nada, si no existe una fuerza de trabajo humana capaz de hacerlos producir. Si se amplía la explotación asalariada conjunta de los trabajadores cubanos entre el capital extranjero y el Estado, si la propiedad sigue siendo del Estado y el usufructo hasta por 100 años para beneficio de los capitalistas extranjeros –que nos recuerda la Enmienda Platt, las carboneras y la base naval de Guantánamo-, si la ley no favorece el desarrollo de las formas de producción propiamente socialistas, si no se avizora ninguna proceso de democratización de la economía y la política ¿qué tiene que ver todo esto con el socialismo?
Marx y Engels se revuelcan en sus tumbas.
Viva Cuba Libre. Socialismo por la vida.
(1) Algunos, cuando oyen hablar de autogestión, la confunden con la autarquía. Autogestión es gestión propia, administración autónoma de un negocio, empresa, etc., la autogestión no excluye –todo lo contrario- precisa, la cooperación y el intercambio. La Autarquía es una cosa muy distinta, es valerse por sí mismo sin necesidad de cooperación ni intercambio con nadie.
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II.- Del desarrollo sostenible al neoliberalismo
Yasser Farrés Delgado
El pasado 16 de abril el gobierno cubano decidió publicar la nueva Ley de Inversiones, tres semanas después de aprobada por la Asamblea Nacional. Aprovechó la Semana Santa, fecha en las que los medios de comunicación internacionales están centrados en cuestiones festivo-religiosas que acaparan casi todos los espacios de información. ¿El parecido con las estrategias de ciertos gobiernos europeos para decretar las medidas más impopulares en días festivos, es pura coincidencia?
Hago esta pregunta para motivar la reflexión, aunque ahora me centraré no en las estrategias de comunicación sino en la esencia del discurso comunicado; cuyo primer “POR CUANTO” dice:
“Nuestro país ante los desafíos que enfrenta para alcanzar un desarrollo sostenible puede, por medio de la inversión extranjera, acceder a financiamiento externo, tecnologías y nuevos mercados, así como insertar productos y servicios cubanos en cadenas internacionales de valor y generar otros efectos positivos hacia su industria doméstica, contribuyendo de esta manera al crecimiento de la nación.”
Quienes tengan alguna experiencia como investigadores(as) pueden reconocer que esta es la hipótesis científica del proyecto del gobierno cubano. De ella discutiré lo que, entiendo, es su principal categoría de análisis: el “desarrollo sostenible”. El “desarrollo sostenible” viene siendo la categoría central desde los “Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución” (2011). Es un concepto asumido como axioma que no necesita verificación y es una verdad absoluta. Sin embargo perspectivas progresistas como las de la Ecología Política o la Teoría del decrecimiento, enfrascadas en promover una sociedad global más justa y compatible con la lógica de la naturaleza, hace mucho que lo han puesto en entredicho, demostrando que este ‘desarrollo’, aún con el apellido “sostenible”, no es más que lo mismo. ¿No conocen esto los economistas cubanos?
Como explica Serge Latouche en su libro Sobrevivir al desarrollo. De la descolonización del imaginario económico a la construcción de una sociedad alternativa —¡escrito en 2004, hace una década!— el concepto “desarrollo sostenible” está en la línea de conceptos como “desarrollo”, “desarrollo humano”, “desarrollo local” y otros que representan la impostura desarrollista. En ese sentido el autor nos advierte que, así como en Europa el “socialismo” fue una esperanza en nombre de la cual unos hombres valientes y generosos se sacrificaron pero también sacrificaron a generaciones y generaciones para construir un futuro radiante, lo mismo ocurrió con la esperanza del “desarrollo” en los países del “Tercer Mundo”.
El “desarrollo” — explica Latouche– es una esperanza sospechosa en sus orígenes y sus fundamentos, ya que fueron los occidentales quienes la llevaron consigo a los países que antes habían colonizado; es una esperanza que los dirigentes y las élites de los países nuevamente independientes presentaron a sus pueblos como la solución a sus problemas. El proyecto desarrollista era incluso la única legitimidad confesada de las élites en el poder. “Los responsables de los jóvenes Estados estaban ligados a contradicciones indisolubles. No podían rechazar el desarrollo ni construirlo. No podían, en consecuencia, ni rechazar introducir, ni lograr adaptar todo lo que forma parte de la modernización occidental: la educación, la medicina, la justicia, la administración, la técnica. Los frenos, los obstáculos y los bloqueos de cualquier naturaleza, tan queridos por los expertos economistas, hacían poco creíble el éxito de un proyecto que implicara acceder a la competitividad internacional en la época en que se preparaba la hiperglobalización actual, es decir la guerra económica generalizada” [pág.10]
Repasando este libro, escrito hace una década sobre cuestiones que iniciaron 50 años antes, parece que está escrito sobre lo que acontece en Cuba hoy. Es una muestra más de cuan retrasados y ajenos están los políticos y tecnócratas de los enfoques anticapitalistas más actuales. Desde mi punto de vista, este alejamiento es voluntario, pues sí conocen bien las políticas desarrollistas que dictan el FMI o el Banco Central Europeo.
Comprender todo lo que está detrás de concepto “desarrollo sostenible” requiere de un espacio más largo del que puede ofrecer un post. En ese sentido, para motivar el debate, sólo recordaré, como señala Serge Latouche, que detrás de la promoción de conceptos como “desarrollo sostenible” (presentado en la conferencia de Río de 1992), “desarrollo socialmente sostenible” (promovido en la Cumbre de Copenhague 1995) o “desarrollo humano” y “desarrollo local” (propuestos por el PNUD) siempre han estado instituciones económicas transnacionales cuyo fin es el desarrollo “puro y duro”.
Como ejemplo Latouche menciona el papel del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional; o el World Business for Sustainable Development, cuya fusión con la Cámara de Comercio Internacional dio origen al Business Action for Sustainable Development (BASD), que formaría un lobby de 163 empresas multinacionales –entre las que se contaban AOL-Time-Warner Areva, Michelin, Suez, Texaco, Dupont—, presentes en la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible en Johannesburgo 2002.
¿A quién, entonces, le interesa el “desarrollo sostenible” cubano? ¿Es casual que la ley de inversiones extranjeras, o más concreto, proyectos como el puerto de “El Mariel”, estén pensados para negociar con las grandes empresas? ¿Una transnacional brasilera es menos imperialista que una norteamericana?
[Tomado de Compendio, 29/04/2014, boletín electrónico de la Red Observatorio Crítico http://observatoriocritico.org.]
Pedro Campos
La nueva ley de inversión extranjera que trata de atraer capitales foráneos para “desarrollar la economía”, es el último esfuerzo del gobierno del General Raúl Castro en busca de “agua y carbón” para la “actualización” del “socialismo de estado” que todos saben fracasado.
En su afán por mantener el control burocrático sobre la sociedad cubana, que poco a poco se le va resbalando de sus manos, no le ha importado a la elite político-militar buscar aliados en sus enemigos tradicionales y clamar a los EEUU por el levantamiento del bloqueo/embargo para que sus millonarios viertan aquí amablemente sus dólares, entre turismo y negocios. Para que nadie pueda pensar que se traicionan los objetivos socialistas enunciado durante medio siglo, se promueve la idea sinófila, nada marxista, de que el “socialismo vendrá con la abundancia”. La fórmula mágica: más capitalismo controlado por los “comunistas”, para luego llegar al socialismo. Carlos Alberto Montaner y sus liberales deben andar de parranda.
Estos “socialistas de pacotilla” (porque creen que el socialismo es abundancia de pacotilla; pero sobre todo por la pobreza de su cientificidad), desconocen o quizás tratan de ignorar que el socialismo no es un sistema de distribución, sino de producción sustentado en formas de producción libremente asociadas, las que tenderían a predominar sobre las formas de explotación asalariadas que caracterizan el capitalismo.
Este proceso no se impondría por decreto, por expropiación forzosa, ni imposición, ni mucho menos por el mantenimiento de la explotación asalariada por el estado, como ya trataron y fracasaron los neo estalinistas ahora actualizadores, sino porque las formas de producción libremente asociadas se irían imponiendo paulatina y naturalmente por ser más productivas, humanas, democráticas, libres y no explotadoras. Si ese será el camino al socialismo y no el otro creído, mal concebido desde el guion, peor ensayado y en todas partes fracasado por el estalinismo en el siglo XX, basado en la propiedad casi absoluta del Estado y la continuación del trabajo asalariado, entonces el papel de los interesados en el avance de esa nueva sociedad estaría en fomentar las formas libres asociativas de producción. Tales como el cooperativismo, la autogestión empresarial bajo control de sus trabajadores, la cogestión entre los trabajadores y el Estado o entre los trabajadores y otras formas de producción, las organizaciones productivas mutuales, el trabajo familiar u otras formas asociativas y el trabajo por cuenta propia que caracterizarían las formas autogestionarias de producción propiamente socialistas –no confundir con autárquicas (1).
Pero ocurre que la nueva ley de inversiones extranjeras no está encaminada en esa dirección, sino a fomentar la inversión directa de capital (explotación directa de asalariados cubanos) o en asociación con el Estado, para continuar y perfeccionar la explotación conjunta capital internacional-Estado de los obreros, donde el capital extranjero explota al asalariado y el Estado se “conforma” con el 70 % del salario que le pagan por el trabajo de sus doblemente explotados súbditos. Esta ley, simplemente, no brinda espacios a la creación de entidades bancarias que ofrezcan micro-créditos de los cuales pudieran beneficiarse cuentapropistas y cooperativistas, ni permite la importación y exportación libre de sus productos o algún tipo de asociación mutuamente beneficiosa con el capital internacional. En fin no fomenta las formas propiamente socialistas de producción.
Quién sabe si después de este artículo y de la acotación del economista Omar Everleny sobre el particular, aparezca un reglamento indicando que las “personas jurídicas” como las cooperativas puedan también entrar en algún tipo de asociación mutuamente beneficiosa con el capital internacional. ¡Todo es posible para tratar de acallar a la izquierda socialista y democrática y desmentirla!
Cualquier ley en los países capitalistas que permita el desarrollo del trabajo libre asociado o individual, lo fomente con créditos y les brinde facilidades de importación y exportación, es más socialista mil veces que esta ley de inversiones extranjeras. Gritando a los cuatro vientos que no se trata de vender el país a los capitales extranjeros, -cualquier lectura del proyecto sugiere otra cosa-, no le importa al gobierno del General Raúl Castro vender la mano de obra cubana al mejor postor, es decir, el trabajo, el esfuerzo, el sacrifico, el conocimiento, la preparación de los trabajadores y profesionales cubanos, eso que llaman “capital humano”.
Precisamente, el más valioso de todos los capitales, el único que es capaz de crear nuevas riquezas, pues todas las inversiones del mundo, toda la técnica, todo el dinero, todos los recursos y medios de producción son nada, si no existe una fuerza de trabajo humana capaz de hacerlos producir. Si se amplía la explotación asalariada conjunta de los trabajadores cubanos entre el capital extranjero y el Estado, si la propiedad sigue siendo del Estado y el usufructo hasta por 100 años para beneficio de los capitalistas extranjeros –que nos recuerda la Enmienda Platt, las carboneras y la base naval de Guantánamo-, si la ley no favorece el desarrollo de las formas de producción propiamente socialistas, si no se avizora ninguna proceso de democratización de la economía y la política ¿qué tiene que ver todo esto con el socialismo?
Marx y Engels se revuelcan en sus tumbas.
Viva Cuba Libre. Socialismo por la vida.
(1) Algunos, cuando oyen hablar de autogestión, la confunden con la autarquía. Autogestión es gestión propia, administración autónoma de un negocio, empresa, etc., la autogestión no excluye –todo lo contrario- precisa, la cooperación y el intercambio. La Autarquía es una cosa muy distinta, es valerse por sí mismo sin necesidad de cooperación ni intercambio con nadie.
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II.- Del desarrollo sostenible al neoliberalismo
Yasser Farrés Delgado
El pasado 16 de abril el gobierno cubano decidió publicar la nueva Ley de Inversiones, tres semanas después de aprobada por la Asamblea Nacional. Aprovechó la Semana Santa, fecha en las que los medios de comunicación internacionales están centrados en cuestiones festivo-religiosas que acaparan casi todos los espacios de información. ¿El parecido con las estrategias de ciertos gobiernos europeos para decretar las medidas más impopulares en días festivos, es pura coincidencia?
Hago esta pregunta para motivar la reflexión, aunque ahora me centraré no en las estrategias de comunicación sino en la esencia del discurso comunicado; cuyo primer “POR CUANTO” dice:
“Nuestro país ante los desafíos que enfrenta para alcanzar un desarrollo sostenible puede, por medio de la inversión extranjera, acceder a financiamiento externo, tecnologías y nuevos mercados, así como insertar productos y servicios cubanos en cadenas internacionales de valor y generar otros efectos positivos hacia su industria doméstica, contribuyendo de esta manera al crecimiento de la nación.”
Quienes tengan alguna experiencia como investigadores(as) pueden reconocer que esta es la hipótesis científica del proyecto del gobierno cubano. De ella discutiré lo que, entiendo, es su principal categoría de análisis: el “desarrollo sostenible”. El “desarrollo sostenible” viene siendo la categoría central desde los “Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución” (2011). Es un concepto asumido como axioma que no necesita verificación y es una verdad absoluta. Sin embargo perspectivas progresistas como las de la Ecología Política o la Teoría del decrecimiento, enfrascadas en promover una sociedad global más justa y compatible con la lógica de la naturaleza, hace mucho que lo han puesto en entredicho, demostrando que este ‘desarrollo’, aún con el apellido “sostenible”, no es más que lo mismo. ¿No conocen esto los economistas cubanos?
Como explica Serge Latouche en su libro Sobrevivir al desarrollo. De la descolonización del imaginario económico a la construcción de una sociedad alternativa —¡escrito en 2004, hace una década!— el concepto “desarrollo sostenible” está en la línea de conceptos como “desarrollo”, “desarrollo humano”, “desarrollo local” y otros que representan la impostura desarrollista. En ese sentido el autor nos advierte que, así como en Europa el “socialismo” fue una esperanza en nombre de la cual unos hombres valientes y generosos se sacrificaron pero también sacrificaron a generaciones y generaciones para construir un futuro radiante, lo mismo ocurrió con la esperanza del “desarrollo” en los países del “Tercer Mundo”.
El “desarrollo” — explica Latouche– es una esperanza sospechosa en sus orígenes y sus fundamentos, ya que fueron los occidentales quienes la llevaron consigo a los países que antes habían colonizado; es una esperanza que los dirigentes y las élites de los países nuevamente independientes presentaron a sus pueblos como la solución a sus problemas. El proyecto desarrollista era incluso la única legitimidad confesada de las élites en el poder. “Los responsables de los jóvenes Estados estaban ligados a contradicciones indisolubles. No podían rechazar el desarrollo ni construirlo. No podían, en consecuencia, ni rechazar introducir, ni lograr adaptar todo lo que forma parte de la modernización occidental: la educación, la medicina, la justicia, la administración, la técnica. Los frenos, los obstáculos y los bloqueos de cualquier naturaleza, tan queridos por los expertos economistas, hacían poco creíble el éxito de un proyecto que implicara acceder a la competitividad internacional en la época en que se preparaba la hiperglobalización actual, es decir la guerra económica generalizada” [pág.10]
Repasando este libro, escrito hace una década sobre cuestiones que iniciaron 50 años antes, parece que está escrito sobre lo que acontece en Cuba hoy. Es una muestra más de cuan retrasados y ajenos están los políticos y tecnócratas de los enfoques anticapitalistas más actuales. Desde mi punto de vista, este alejamiento es voluntario, pues sí conocen bien las políticas desarrollistas que dictan el FMI o el Banco Central Europeo.
Comprender todo lo que está detrás de concepto “desarrollo sostenible” requiere de un espacio más largo del que puede ofrecer un post. En ese sentido, para motivar el debate, sólo recordaré, como señala Serge Latouche, que detrás de la promoción de conceptos como “desarrollo sostenible” (presentado en la conferencia de Río de 1992), “desarrollo socialmente sostenible” (promovido en la Cumbre de Copenhague 1995) o “desarrollo humano” y “desarrollo local” (propuestos por el PNUD) siempre han estado instituciones económicas transnacionales cuyo fin es el desarrollo “puro y duro”.
Como ejemplo Latouche menciona el papel del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional; o el World Business for Sustainable Development, cuya fusión con la Cámara de Comercio Internacional dio origen al Business Action for Sustainable Development (BASD), que formaría un lobby de 163 empresas multinacionales –entre las que se contaban AOL-Time-Warner Areva, Michelin, Suez, Texaco, Dupont—, presentes en la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible en Johannesburgo 2002.
¿A quién, entonces, le interesa el “desarrollo sostenible” cubano? ¿Es casual que la ley de inversiones extranjeras, o más concreto, proyectos como el puerto de “El Mariel”, estén pensados para negociar con las grandes empresas? ¿Una transnacional brasilera es menos imperialista que una norteamericana?
[Tomado de Compendio, 29/04/2014, boletín electrónico de la Red Observatorio Crítico http://observatoriocritico.org.]
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