La Oveja Negra - Rosario
La situación social y económica de Venezuela, tras 14 años de gobierno
chavista y poco más de un año de gobierno madurista, no podía arrojar
más que los resultados que estamos viendo hoy. Es necesario entonces
hacer un repaso histórico para contextualizar el presente estallido
social.
Esta sucesión de gobiernos “socialistas” y su crisis actual sólo puede
entenderse y denunciarse a sabiendas de que el socialismo del que se
habla es, sin lugar a dudas, un “socialismo” burgués. Es la
socialdemocracia instaurando sus gobiernos “obreros”, reivindicando la
soberanía nacional, la defensa de la economía nacional, pretendiendo
gobernar para la clase a la que aplasta. Así, con estatizaciones, una
gran renta proveniente del petroleo, una enorme burocracia, mucho
nacionalismo y populismo, y palos y migajas para la mayoría del
proletariado, se gesta la revolución bolivariana, constituyéndose
Venezuela en el bastión del tan de moda Socialismo del Siglo XXI (sobre el que ya hemos tenido oportunidad de hablar en el nro. 7 de La Oveja Negra).
Ahora bien, el hecho de que los medios de producción sean estatales o no, no cambia nada. A
los proletarios no nos hace ninguna diferencia que quien nos explote
sea un dueño particular, el gobierno nacional o una multinacional.
El Capital no posee un único método para reproducirse, utiliza aquél que
le sirve a los fines de una mejor reproducción, a su propia
valorización. En este sentido, si utiliza el intervencionismo estatal y
la lógica pseudo “socialista” sólo lo hace en las ocasiones en que le
resulta beneficioso, en tanto concilia los intereses antagónicos de las
clases y le permite continuar desarrollándose, ampliándose y utilizando a
la población con la excusa del crecimiento de la economía nacional.
Como una gran falacia, el “socialismo” burgués pretende que exista el
socialismo en un sólo país, lo cual en tanto interés nacionalista
(regional, parcial) no puede ser más que interés de la burguesía que
apunta a la atomización del proletariado. Sea bajo la forma que sea,
todo Estado es imperialista. Toda disputa o alianza entre Estados no es
más que la consecuencia del desarrollo de las economías nacionales, es
decir, de intereses burgueses particulares y nunca intereses del
proletariado.
Las crisis de Venezuela siempre fueron asociadas, tanto por Chávez como
por Maduro, a intentos de golpes de Estado o complots yankees, y
codificadas como la lucha contra la derecha o el “imperialismo”. En
coherencia absoluta, el discurso de Nicolás Maduro reitera que enfrenta
un “Golpe de Estado”, que sería similar a lo sucedido en abril del 2002
con Hugo Chávez. La falsa dicotomía país socialista-potencia
imperialista que denunciábamos más arriba se desnuda a su vez en los
acuerdos comerciales entre dichos países. La búsqueda de ganancia, así
como en otros contextos la necesidad de reprimir al proletariado en
momentos de gran convulsión social, obliga a buscar algún nuevo
vericueto discursivo para justificar alianzas y medidas. Así lo
demuestran las medidas adoptadas por el chavismo frente a la producción
de petróleo en su territorio.
Después del paro petrolero en 2002, el gobierno encabezado por Chávez se
propuso recuperar las empresas petroleras del país. A partir del año
2005 se emprenden una serie de acciones para recuperar la Faja
Petrolífera del Orinoco, considerada como el mayor depósito de
hidrocarburos del planeta. Ya en 2007 se decreta la Ley 5.200, que
instituye la nacionalización de la Faja. Se conforman numerosas empresas
mixtas petroleras, en las que el Estado venezolano obtiene la mayoría
accionaria mediante su empresa estatal de petróleo y gas natural
Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima (PDVSA), recobrando de este modo
el control -y gran parte de las regalías- de las empresas que estaban
en manos de capitales internacionales.
A pesar de la exagerada y descabellada propaganda mediática contra el
imperialismo estadounidense, un gran aliado en la conformación de estas
empresas mixtas fue la multinacional Chevron, conocida por el desastre
medioambiental que generó en Ecuador. Los defensores del
“Socialismo del siglo XXI” como todos los defensores del capitalismo
siempre tienen una justificación para estos negociados, cuando no es
“estratégico” es simplemente “necesario”. En Venezuela el petroleo
constituye la primordial fuente de ingresos. Los destinos de sus
barriles de crudo son principalmente Estados Unidos y en menor medida
Europa y algunos países latinoamericanos.
Los acuerdos económicos de las petroleras son disfrazados con discursos
que apuntan a la «soberanía petrolífera» y a la promoción de las
Misiones Sociales. Éstas surgen como iniciativa del gobierno nacional
bolivariano y constituyen un conjunto de medidas para atender a los
sectores populares del país. Su aparición ocurre dentro de un clima de
conflicto social y económico, cuyos momentos más álgidos fueron el
intento de Golpe de Estado en abril de 2002, el Paro petrolero de
diciembre del mismo año y el Referendo Revocatorio de agosto de 2004. Al
día de hoy, las empresas mixtas son reconocidas y vanagloriadas por
«fortalecer la seguridad social del país» cuando crece el presupuesto
asignado a las Misiones.
Si Venezuela consiguió durante mucho tiempo limitar el deterioro es
porque su fuerza de choque petrolera le confiere una ventaja comercial y
monetaria importante. Pero ésta no basta para garantizar la estabilidad
de la moneda y la fuga de capitales, sumado a que la redistribución de
la renta petrolera presentaba un riesgo inflacionario, hoy confirmado.
Durante las últimas cuatro semanas el gobierno de Maduro anunció,
prácticamente día tras día, nuevas medidas que prometen remediar la
inflación y el desabastecimiento. Pero más allá de las apasionadas
discusiones entre el gobierno y la oposición, el descontento se vivió en
la calle.
Cuando la zanahoria se pudrió...
Ahora que todo estalló, que la inflación en Venezuela es la más alta de
América Latina, que este gran cúmulo de hombres y mujeres arrojados a la
miseria y sometidos al desabastecimiento y al hambre han salido a la
calle, ya no puede dibujarse la situación con paliativos basados en
medidas populares. Recientemente Maduro optó por decisiones similares
con el objetivo de hacerle frente a lo que él denomina «guerra
económica» o «sabotaje económico de facciones apátridas». Estas medidas,
que van desde la Ley Habilitante de costos y precios justos, pasando
por un nuevo sistema de subsidios para adquirir productos de primera
necesidad, hasta la implementación de un nuevo sistema cambiario y la
re-estructuración de la administración de las divisas en el país,
apuntan al intervencionismo y a la estatización para reforzar la
economía nacional. Tampoco servirán las disparatadas propagandas
oficiales, movilizaciones pro-Maduro o las navidades y carnavales
adelantados. Es momento entonces de mirar más de cerca qué es lo que
sucede con el golpeado proletariado que habita la región venezolana.
El 4 de febrero se desataron protestas estudiantiles que tuvieron su
génesis en la agresión sexual a una estudiante en la Universidad
Nacional Experimental del Táchira. Algunos días después, el 12 de
febrero, una manifestación estudiantil en Caracas desató una serie de
revueltas en el país. Lo que comenzó como un reclamo estudiantil frente a
la situación de inseguridad terminó con represión estatal y un saldo de
14 estudiantes detenidos. Las consiguientes protestas por la liberación
de esos estudiantes fueron las que desataron la tensión que venía
acumulándose en el contexto de la crisis económica, la situación de
escasez de bienes de primera necesidad y de servicios básicos, así como
el comienzo de la aplicación de un paquete de medidas económicas por
parte del gobierno. Las manifestaciones se propagaron por otras
ciudades, especialmente en Mérida, Táchira y Trujillo y fueron igualmente
reprimidas por la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y el Servicio
Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN), además de los famosos
grupos paramilitares financiados indirectamente e impulsados
directamente por este Estado.
En este contexto, parte de la oposición, como los partidos encabezados
por María Corina Machado y Leopoldo López, quisieron sacar provecho de
la situación y llamaron a movilizar exigiendo, entre otras cosas, la
renuncia de Maduro, en un intento de canalizar las protestas,
legalizarlas, politizarlas. A su vez, los demás partidos opositores que
forman la Mesa de la Unidad Democrática, especie de amalgama
socialdemócrata, progresista cristiana, reformista, liberal (y podríamos
seguir…) que constituye la principal oposición de Venezuela, se
opusieron abiertamente a las protestas y realizaron un llamamiento a
abandonar las movilizaciones durante tres días. Éste fue desoído por la
gente que continuó en la calle, superando así la parcialidad de unos y
la pasividad de otros, generalizando la protesta por gran parte de
Venezuela.
Las movilizaciones se extendieron a muchos puntos del país y fueron
convocadas en su mayoría mediante “redes sociales”. A su vez, en cada
zona las opiniones y razones que impulsaron las movilizaciones varían.
En el caso de Caracas fueron protagonizadas especialmente por sectores
de clase media y universitarios, y los pedidos versaron sobre cuestiones
políticas, como la renuncia de Maduro y la modificación del modelo
social y económico. Al interior del país se sumaron sectores populares a
la protesta, incorporando demandas sociales tales como la crítica a la
inflación, la escasez y la falta de servicios básicos.
Luego de algunos días de relativa calma, el sábado 22 de marzo se
reanudaron las manifestaciones y los enfrentamientos entre simpatizantes
oficialistas y fuerzas opositoras. Esta jornada de marchas y
contramarchas derivó nuevamente en disturbios y registró numerosos
detenidos y tres fallecidos.
Las razones de la protesta van desde demandas en salud, vivienda, y
abastecimiento de bienes de primera necesidad, hasta reclamos por la
inseguridad. Sin embargo, estas jornadas de protesta, al margen de
sus razones verbalizadas, de sus consignas en muchos casos limitadas,
fueron crítica práctica y apuntaron a la destrucción de los símbolos e
instituciones del Estado y del Capital. Hubo embestidas contra sedes
de partidos políticos, tanto opositores como oficialistas; ataques a
sedes de instituciones estatales y patrullas del Cuerpo de
Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (principal órgano
estatal de investigaciones penales). Además se registraron arremetidas
al Hotel Venetur (de propiedad estatal) y asedios prolongados a la
cadena de televisión pública Compañía Anónima Venezolana De Televisión
(VTV). En el estado de Táchira hubo ataques contra la sede de la Fundación de la
Familia Tachirense, en el municipio de Chacao contra el Banco Provincial
y el Banco Venezuela, y en Barquisimeto, a la sede de la Compañía
Anónima Nacional Teléfonos de Venezuela (CANTV).
Ninguno de estos ataques es salvaguarda frente a la posible codificación
de las protestas hacia el pedido de reformas parciales, pero las
movilizaciones, guarimbas (barricadas urbanas) y arremetidas por parte
del proletariado de la región venezolana denuncian con palos y furia,
una vez más, la inhumanidad del Capital, de su faceta democrática y sus
partidos, de sus medios de comunicación, su brazo represivo y sus
fuerzas de choque. Esta y otras revueltas de las que somos testigos, que
suceden en diversos lugares y aparentemente por motivos distintos, si
bien muchas veces resultan efímeras, poseen una conexión de intereses y
de lucha contra la explotación, como la respuesta más humana contra la
civilización, como crítica práctica contra el orden y sus
representantes, como muestra del intento de imponer las necesidades
humanas frente a las del mercado y las relaciones sociales capitalistas.
Y, como siempre, cuando la zanahoria se pudre... sólo queda repartir
palos. El brazo armado del Estado, defiende con prisión y tortura su
incuestionable propiedad privada. La represión por parte de la GNB, la
SEBIN y grupos paramilitares logra disolver algunas protestas al mismo
tiempo que desata otras. La represión sin miramientos, la detención y
tortura, la militarización del estado de Táchira, los allanamientos
ilegales, entre otras, han sido la respuesta preferida del Estado
venezolano a esta serie de ataques y revueltas, dejando como saldo hasta
el momento 36 muertos, cerca de 400 heridos y 1600 detenidos.
Ahora que la perorata del poder popular muestra su verdadera cara, es
momento de insistir en lo espontáneo de estas revueltas, y en que más
allá de las consignas en las que se verbalicen, son rupturas de la
cotidianidad, expresión quizás parcial e incompleta, de una clase
agotada de vivir y morir aplastada, ajena a su humanidad. Las
diversas formas en las que estas condiciones se presentan bajo los
diversos Estados no son más que las diversas caras de nuestra condición
de proletarios. Comprender esto es comprender que somos parte del mismo
ser, en tanto compartimos las mismas miserables condiciones de
existencia y portamos la capacidad para terminar esta situación.
[Tomado de http://boletinlaovejanegra.blogspot.com/.]
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