Pablo Dávalos
Alí Rodríguez es un personaje importante en la transición
posneoliberal en América Latina. Fue Ministro de Economía y el responsable de
PDVSA durante la era de Chávez, luego fue Ministro de Relaciones Exteriores de
Venezuela y, posteriormente, Secretario General de la UNASUR. De alguna manera,
representa el momento histórico y político que vive la región, de ahí que sus
declaraciones den cuenta de la forma que asumen los discursos y la praxis
política de los responsables de la transición posneoliberal, al menos en
América del Sur.
En un documento publicado por la revista electrónica ALAI
(“Recursos naturales como eje dinámico de la estrategia de UNASUR”, 2014-03-24,
www.alainet.org), Rodríguez expone punto por punto los argumentos del discurso
extractivista. Esos argumentos señalan, desde una pretendida posición objetiva,
que América Latina en general y Suramérica en particular, no se caracterizan
por ser potencias tecnológicas ni financieras y que su mayor riqueza está en
sus recursos naturales y en su gente, y que es el momento de utilizar esos
recursos naturales para financiar tareas urgentes tanto del desarrollo, como el
crecimiento económico, cuanto de la redistribución del ingreso, como la salud y
educación.
Este discurso se sintoniza con lo que han expresado y
propuesto varios líderes políticos de la región, por ejemplo, la metáfora del
presidente ecuatoriano Rafael Correa de que no se podía ser como el mendigo
sentado sobre un saco de oro para justificar la privatización de los
territorios a las corporaciones petroleras y mineras; el texto “Geopolítica de
la Amazonía” del vicepresidente boliviano Álvaro García Linera para justificar
el extractivismo en su país, la “Ley de Semillas” (también conocida como “Ley
Monsanto”) para permitir el mercado de agrotóxicos y transgénicos, por parte de
Cristina Kirchner en Argentina, los
argumentos del Programa de aceleración del crecimiento (PAC), del PT en Brasil,
etc.
En realidad, no se trata de un discurso novedoso, de hecho,
fue parte fundamental del debate económico y político que atravesó América
Latina desde fines de la segunda guerra mundial y que tendría a la Comisión
Económica Para América Latina, CEPAL, como el principal referente teórico y
político.
Los teóricos de la CEPAL acuñarían la expresión de
“estructuralismo” para comprender las dinámicas y las formas que había asumido
la modernización y el desarrollo del capitalismo de la región. Al interior del
estructuralismo latinoamericano emergerían posiciones radicales, como aquellas
de la Teoría de la dependencia, mientras que la corriente de pensadores
marxistas latinoamericanos criticarían al estructuralismo de la CEPAL por no
considerar al imperialismo y al capitalismo como las verdaderas trabas a
cualquier estrategia de desarrollo.
Sería célebre la expresión de uno de ellos que en
condiciones de capitalismo lo único que podría desarrollarse en América Latina
era el propio subdesarrollo (Cfr. André Gunder Frank). Al interior de este
debate, se consideraba casi de manera unánime que la especialización de América
Latina en exportar bienes primarios, como minerales, petróleo, productos
agrícolas, maderas, riqueza ictiológica, entre otros, lo único que produciría
en la región sería una fuerte dependencia de los centros imperialistas de poder
mundial y condenaría a la región a la pobreza.
Hasta los teóricos más alejados de cualquier posición
crítica y radical creían que América Latina tenía que salir de la trampa
impuesta por las injustas relaciones entre centro y periferia de especializarse
en productos primarios. Se veía en la exportación de productos primarios una
continuación de los mecanismos de colonización y explotación económica que
pervivían desde la época colonial.
Ninguno de ellos consideraba que la renta que podía provenir
de la exportación de recursos naturales podía provocar ni crecimiento económico
ni redistribución del ingreso; por el contrario, consideraban que, habida
cuenta de la estructura de la tenencia de la tierra y la forma que habían
asumido los regímenes políticos, la renta de la exportación de productos
primarios lo que haría es consolidar a las oligarquías locales y convertir al
Estado-nación en un Estado oligárquico y feudal.
De ahí que casi todos ellos hayan coincidido en la necesidad
de la industrialización, es decir, la creación de valor agregado a la
producción pensando en términos más de mercado interno que del mercado mundial
al que siempre lo consideraron, y con razón, como una amenaza. Por ello,
propusieron cambios importantes en la tenencia de la tierra, como por ejemplo
la reforma agraria, cambios en la política laboral como por ejemplo los
incrementos de salarios mínimos y el fortalecimiento de la capacidad sindical
de los trabajadores, también propusieron reformas educativas que garanticen el
libre ingreso a la universidad y mayor movilidad social, reformas tributarias
orientadas hacia los impuestos progresivos, políticas de integración
subregional y un control estricto a la inversión extranjera directa, entre
otras propuestas.
Todas esas iniciativas se perdieron con el neoliberalismo.
El FMI y el Banco Mundial arrasaron con cualquier política de redistribución y
de crecimiento endógeno. Impusieron la reprimarización de la economía y se
aseguraron que la renta extractiva se utilice exclusivamente para el pago de la
deuda externa mediante el dispositivo de las “reglas macrofiscales”, amén de
que impusieron una agresiva política de privatizaciones, desregulación,
apertura total de las economías y flexibilización a los mercados de trabajo y
de capitales.
Los pueblos de América Latina vieron perder sus derechos más
importantes al tiempo que la economía se hundió y la pobreza se extendió.
Cuando los movimientos sociales del continente se movilizaron contra el
neoliberalismo y, finalmente, lo derrotaron, su propuesta política y económica
tenía como horizonte la soberanía, la redistribución del ingreso y la
recuperación de un Estado social diferenciándolo radicalmente del Estado
neoliberal.
Por ello, extraña la retórica de que América Latina debería
nuevamente especializarse en la exportación de bienes primarios, porque
retrotrae el debate y esconde sus verdaderas intenciones. En efecto, el
discurso de que la renta de los recursos naturales financiará el crecimiento
económico y la redistribución del ingreso es neoliberalismo puro y duro,
edulcorado por la presencia de gobiernos “progresistas” que proponen que esas
tareas sean realizadas por empresas nacionales.
En realidad, es el discurso de las transnacionales de los
commodities, porque son ellas quienes manejan el mercado mundial de su
distribución y su conexión con los mercados financieros de futuros, swaps,
options, y derivados, independientemente que la producción o extracción de
commodities lo haga una empresa nacional o transnacional.
Además, se trata de un discurso manipulador porque la renta
de los recursos naturales jamás ha financiado ninguna estrategia de desarrollo
y menos aún la redistribución del ingreso, y ahí consta la historia
latinoamericana para demostrarlo así como el rico y profundo debate teórico del
estructuralismo latinoamericano.
La propuesta de Rodríguez, inter alia, en verdad es el
discurso que amplía la frontera del extractivismo tratando de conseguir el
consenso necesario en la población para que piense que las rentas que podrían
provenir del extractivismo podrían ayudarlos a salir de la pobreza, pero en
realidad la ampliación del extractivismo producirá más pobreza, y vulnerará a
los más pobres, a la vez que destruirá la naturaleza, las fuentes de agua, la
biodiversidad, las culturas ancestrales, y provocará pasivos ambientales y
externalidades económicas irremediables.
La expansión del extractivismo privatiza los territorios y
hace de la renta extractiva una apuesta geopolítica. ¿Por qué, entonces, los
gobiernos de la región apuestan al extractivismo con el falso argumento que
éste financiará el crecimiento y la redistribución del ingreso? Porque este
discurso encubre el hecho de que ninguno de estos gobiernos hayan realizado una
reforma agraria que devuelva la tierra a los indígenas y campesinos, y no lo
van a hacer porque esas tierras son, precisamente, el objeto de disputa con las
transnacionales del extractivismo; tampoco ninguno de esos gobiernos ha
devuelto a los trabajadores la capacidad sindical de luchar por mejores
salarios y mejores condiciones de trabajo, todo lo contrario, en la dialéctica
del capital siempre han preferido a éste bajo el argumento de que la inversión
privada crea empleo y crecimiento.
Estos gobiernos tampoco han llevado adelante una política
tributaria progresiva que recaude impuestos desde los grupos económicos más
poderosos y sus empresas, de tal manera que los recursos de la tributación
directa sean alternativos a la renta extractiva, todo lo contrario, la carga impositiva
sigue sobre las espaldas de los más pobres y del conjunto de la población.
¿Alternativas a la renta extractiva? Por supuesto que las
hay, pero de la misma manera que el discurso neoliberal establecía la doxa de
que “no hay alternativas” (expresión de Margaret Thatcher), asimismo el
discurso extractivista cierra el debate para las alternativas. La primera de
ellas está a la vista y es la utilización de la política monetaria para
financiar tanto al desarrollo cuanto a la redistribución del ingreso.
Pero hay un miedo a utilizar la política monetaria en
beneficio de la población y esto se debe a la colonización tanto teórica como
práctica que sobre la moneda han realizado el FMI y la episteme neoliberal. Se
teme utilizar a la moneda por los efectos inflacionarios que pueda provocar su
utilización y se otorga a los bancos privados el manejo de la política
monetaria.
El ejemplo quizá más revelador sea el caso del gobierno de
Evo Morales quien a fines del 2010 decidió aplicar un ajuste económico elevando
los precios de la gasolina para compensar el déficit fiscal (Decreto Supremo
No. 748 de diciembre del 2010), mientras tenía reservas monetarias
internacionales de 9.73 mil millones de USD que correspondían a más de la
quinta parte del producto interior bruto boliviano de ese mismo periodo. No
solo ello, sino que posteriormente se enfrentó contra la policía de ese país
que reclamaba incrementos modestos en su remuneración básica (solicitaban un
salario mínimo de 2000 bolivianos que para la época representaba alrededor de
250 USD), que bien podrían haber sido financiados con una pequeña parte de lo
que el gobierno boliviano tenía en reservas monetarias internacionales.
Otro caso paradigmático es el gobierno de Brasil y su
política de tasas de interés y de liberalización del mercado de capitales. Los
diferentes gobiernos del Partido de Trabajadores (PT), en ese sentido, se
mostraron tan neoliberales y ortodoxos como sus antecesores, y respetaron el
manejo de la política monetaria que hacían los bancos privados así como de las
tasas de interés, consideradas entre las más altas del mundo.
Se teme también aplicar una política tributaria de
redistribución que afecte a los grupos de poder y, en ese sentido, quizá el
mejor ejemplo sea el caso del gobierno ecuatoriano de Rafael Correa. Durante el
periodo de su gobierno, 2007-2013, los grupos económicos ecuatorianos
obtuvieron un total de ingresos por cerca de 150 mil millones de USD y pagaron
apenas el 2% de impuestos directos sobre esos ingresos. De hecho, para el año
2013 ya controlaban cerca de la mitad del PIB de ese país. Una política
tributaria progresiva demostraría que la destrucción de la reserva natural
Yasuní, única en el mundo por su biodiversidad, era más una estrategia
destinada a proteger los intereses de los grandes grupos económicos y de las
corporaciones del extractivismo que una apuesta por redistribuir el ingreso y
financiar al desarrollo como trataba de justificar el Presidente ecuatoriano.
No obstante, quizá la alternativa real no sea tanto el
financiamiento al desarrollo y la redistribución del ingreso sino incluso la
misma noción de desarrollo. Lo que los pueblos de América Latina quieren este
momento no es tanto el desarrollo sino más bien salir de él. El modelo de
desarrollo es más un constructo ideológico para las elites y las clases medias
de la región que para los pueblos que lo sufren. Es un pretexto para apoderarse
de los recursos naturales en el festín de los commodities. Para los sectores
organizados y los movimientos sociales, el discurso actual no es el desarrollo
sino el Buen Vivir y éste, de las declaraciones hechas por las organizaciones
sociales del continente, al parecer, nada tiene que ver ni con el desarrollo ni
con el crecimiento económico.
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