Anticiudadano
Vivo en el 23 de Enero desde hace
4 años. Antes de eso venia aquí todos los fines de semana con mis papas y desde
entonces he relacionado este lugar con algunos de los más entrañables recuerdos
de mi infancia. Ahora soy un estudiante de 29 años que ha vuelto al 23 de enero
no como visitante, sino como residente, si me permiten quitarle la frase al
cantante que tanto le ha gustado hablar de nuestro país. Digo esto porque
considero necesario dar una pequeña introducción para que se entienda que hablo
con propiedad cuando me refiero a lo que significa formar parte de ese “pueblo”
que a nuestro gobierno le encanta llamar cuando le hace falta y que olvida tan
fácil después de tomarse las fotos de rigor.
Esta urbanización fue creada por
un dictador de Derecha (la ultra derecha verdadera y no la fantasmagórica con
la que pretenden asustarnos en las noches cual coco). La finalidad de estos
bloques multifamiliares fue la de albergar la mayor cantidad de familias de
clase media baja y baja para evitar la proliferación de los ranchos que tanto
afeaban la ciudad. Así que fue más la estética que la solidaridad lo que hizo
esta parroquia el ejemplo para Latinoamérica que una vez fue. Lo que vino
después fue una pena.
Mi abuela (que ha vivido aquí
desde que fundaron esto) cuenta que los democráticos adecos y copeyanos
compraban votos regalando láminas de zinc y bloques rojos a todo el que
quisiera venir a vivir aquí, con la promesa de regalarles casas decentes luego
de ganar el poder. Por eso los ranchos de Caracas parecen hechos por la misma
mano, porque en realidad lo fueron. Los azotes de barrio mandaban la zona junto
con la policía metropolitana en sus formas más represivas. Actores, cantantes y
políticos famosos conseguían la mejor droga aquí mismo y desde entonces el 23
de enero ha sido sinónimo de peligro no solo para los caraqueños, sino para
todo el país.
Durante el Caracazo, fue en parte
la gente del “23” la que protagonizó una de las revueltas más violentas que se
ha visto en el país y fue esa misma gente una de las primeras en apoyar a Hugo
Chávez en las elecciones del `98. Desde entonces se ha convertido en uno de los
focos Chavistas más importantes de la ciudad. Por lo menos 5 de los colectivos
que apoyan al gobierno actual son de aquí y el mismo Comandante vino por lo
menos una vez al año desde que obtuvo el poder, sus mismos restos reposan a un
par de cuadras desde donde escribo estas líneas.
De aquí (y del resto del oeste
claro está) es donde sale todas las mañanas la fuerza laboral que mantiene en
movimiento a la ciudad, pero sin embargo hay gente que ignora cómo es la ciudad
más allá de donde la avenida Urdaneta se convierte en la Sucre. Y allí está el
meollo del asunto. Pensamos que vivimos en dos ciudades distintas y hasta
cierto punto es cierto, porque muchos de mis vecinos ni idea tienen de cómo
viven en el este. Es muy fácil olvidar que aquí vive gente que ve la violencia
como algo tan natural como la lluvia o el calor. Todas las noches que salgo a
la calle mi abuela me dice que prefiere que me quede en otro lado a que vuelva
a mi casa. Pero decir que esta gente prefiere vivir en la miseria, que le
encanta ser pobre, que son ignorantes, resentidos y envidiosos, y que por eso
votan por Chávez o Maduro es tan absurdo como pensar que cualquiera de nosotros
elegiría alguna de esas opciones en la misma situación. Las cacerolas suenan tan
duro aquí como en el resto de caracas, las colas cansan tanto como al resto de
los venezolanos y los malandros atracan con la misma violencia. Pero la incomprensión de los habitantes de
aquí (y del resto de las zonas populares de caracas) no solo es para la
oposición. Conozco a un montón de Chavistas que detestan el imperio pero que
nunca han pasado trabajo como se pasa aquí, nunca se les ha ido el agua, nunca
se les ha caído el rancho y nunca han hecho cola para hacer el mercado, por lo
menos hasta ahora. Estos Chavistas son los que defienden el gobierno por las
redes sociales con argumentos de ideología y
montan fotos de sus viajes a Europa, llaman a la oposición violenta y
nunca han pasado un año nuevo aquí o un juego del caracas para ver como se enciende
el cielo con la cantidad de disparos de chamos y no tan chamos que andan
armados como si tal cosa fuese normal, porque sencillamente ESTE GOBIERNO lo ha
hecho así. El pueblo del 23 del caracazo bajó a pie con palos y piedras y no
con armas largas y motos y capuchas. Porque los colectivos que controlan esto
NO son la gente del 23. Son la gente que el gobierno empoderò de la peor
manera, como los carceleros judíos de los campos de concentración nazi.
Entonces ¿que es lo que le falta
a la gente de aquí para terminar de bajar a Miraflores y rebelarse ante la
injusticia como siempre lo ha hecho?
Puedo decir que la violencia no
lo es. Lo que mantiene a esta gente aguantada en sus casas es el miedo. Pero el
miedo a que el mercal no venga más el viernes ni ningún otro día. Que papá y
mamá se queden sin trabajo porque fueron a protestar contra el gobierno. Que mi
hermano no vuelva porque tanto que se cuidó de los malandros para venir a morir
en Altamira por un guardia nacional. En fin, que usen la vida de uno como
ejemplo para un montón de gente que ni siquiera sabe dónde queda la casa de
uno. Así de sencillo. El dialogo no es con el gobierno, es con el otro, con que
el que vive lejos, con el que llega en jeep hasta su casa, con el que recoge
agua en un tobo para cuando se le va. Esto no es una lucha de izquierda contra
derecha, de chavistas versus oposición, esto es una lucha de los de arriba
contra los de abajo. Y cuando esta gente se dé verdadera cuenta de que es y
donde está el verdadero fascismo, entonces veremos un cambio. Veremos más que
miedo en los ojos del gobierno, y veremos menos insultos. Porque el punto débil
del Gran Hermano es su misma fortaleza, el pueblo molesto, arrecho de verdad,
indignado porque le ven la cara de idiota.
Yo voy a marchar, a protestar y a
formar peo porque mi universidad me duele, la seguridad mía y de mis amigos me
duele y mi país me duele. Pero hasta que no nos duela el resto de los
habitantes de esta ciudad no haremos una pizca de diferencia, porque allí está
el verdadero punto débil del Gran Hermano. Tenemos que darnos cuenta de que la
responsabilidad que tenemos nosotros no es la de formar el peo solamente, es la
de llegarle al otro en su propio idioma, en sus propias palabras, mostrarles
respeto, comprensión y verdadera tolerancia. Es hora de que aprendamos todos a
hablar venezolano, el idioma que nos une. Cuídense por ahí.
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