Humberto Decarli
La actuación de la guardia nacional, la policía nacional y las pandillas paramilitares en la represión de los estudiantes y la gente que protesta la pesadilla venezolana, llega a niveles demenciales. El empleo de la violencia más procaz, la tortura, los golpes, los allanamientos ilegales, los perdigones a quemarropa, las detenciones atrabiliarias, la colisión de vehículos con tanquetas y la agresión indiscriminada constituyen hechos inadmisibles. No hay ningún respeto a los derechos humanos y quienes en el pasado protestaron ahora en el lado del poder ignoran todo y se hacen encubridores y cómplices de esta desagradable coyuntura. Además, la fiscalía y la defensoría actúan avalando toda clase de tropelías como miembros de los cuerpos represivos. Intelectuales otrora críticos ahora se encuentran sordos, mudos y ciegos por detentar cuotas de poder y sinecuras.
Asimismo, se observa como la oposición se ha quedado corta ante los acontecimientos y ha sido desbordada por las luchas. Incluso algunos sectores han llegado al más vulgar de los colaboracionismos con el gobierno como el gobernador de Lara y la desbandada del partido Un Nuevo Tiempo, el cual ha perdido el rumbo desde la derrota en la gobernación del estado Zulia, elemento clientelar decisivo para su existencia. Los otros grupos adeptos al régimen militar no representan absolutamente a nadie sino simplemente son pescadores en río revuelto siendo aprovechados por el chavismo para justificar este modelo autoritario. Sin embargo, continúa la movilización de los estudiantes y de la gente en general a través de las marchas y barricadas con una agenda autónoma sin tutelaje de los partidos políticos ni de grupo alguno.
La ira ante la escasez, el desabastecimiento, la corrupción, la devaluación, la inflación y la inseguridad, constituyen el estímulo para la salida a la calle, único espacio capaz de drenar el estupor popular ante una gestión desastrosa que sólo sabe responder con balas los reclamos de los diferentes estratos de la población.
La actuación de la guardia nacional, la policía nacional y las pandillas paramilitares en la represión de los estudiantes y la gente que protesta la pesadilla venezolana, llega a niveles demenciales. El empleo de la violencia más procaz, la tortura, los golpes, los allanamientos ilegales, los perdigones a quemarropa, las detenciones atrabiliarias, la colisión de vehículos con tanquetas y la agresión indiscriminada constituyen hechos inadmisibles. No hay ningún respeto a los derechos humanos y quienes en el pasado protestaron ahora en el lado del poder ignoran todo y se hacen encubridores y cómplices de esta desagradable coyuntura. Además, la fiscalía y la defensoría actúan avalando toda clase de tropelías como miembros de los cuerpos represivos. Intelectuales otrora críticos ahora se encuentran sordos, mudos y ciegos por detentar cuotas de poder y sinecuras.
Asimismo, se observa como la oposición se ha quedado corta ante los acontecimientos y ha sido desbordada por las luchas. Incluso algunos sectores han llegado al más vulgar de los colaboracionismos con el gobierno como el gobernador de Lara y la desbandada del partido Un Nuevo Tiempo, el cual ha perdido el rumbo desde la derrota en la gobernación del estado Zulia, elemento clientelar decisivo para su existencia. Los otros grupos adeptos al régimen militar no representan absolutamente a nadie sino simplemente son pescadores en río revuelto siendo aprovechados por el chavismo para justificar este modelo autoritario. Sin embargo, continúa la movilización de los estudiantes y de la gente en general a través de las marchas y barricadas con una agenda autónoma sin tutelaje de los partidos políticos ni de grupo alguno.
La ira ante la escasez, el desabastecimiento, la corrupción, la devaluación, la inflación y la inseguridad, constituyen el estímulo para la salida a la calle, único espacio capaz de drenar el estupor popular ante una gestión desastrosa que sólo sabe responder con balas los reclamos de los diferentes estratos de la población.
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