Rafael Uzcátegui
A pesar que, al momento de escribir estas notas, no existe ningún pronunciamiento de militar activo o retirado pidiendo interrumpir el hilo constitucional, el gobierno del presidente Maduro insiste en la versión de enfrentar un “Golpe de Estado”, que según sus analistas, “repite el guión el 11 de abril de 2002”. Quienes no tenemos responsabilidades de gobierno podemos tener más o menos elementos para diagnosticar correctamente un fenómeno, pero la precisión realizada por el Ejecutivo esta teniendo consecuencias lamentables para la vigencia de los derechos humanos en el país.
Como han descrito correctamente psicólogas sociales como
Mireya Lozada, las consecuencias de la polarización política en la sociedad
venezolana han sido un estrechamiento del campo perceptivo (binomio
“nosotros-ellos”); Fuerte carga emocional (aceptación y rechazo sin
matices); Involucramiento personal
(cualquier hecho afecta a la persona) y el quiebre del sentido común
(posiciones rígidas e intolerantes suplantan
la discusión, el diálogo o debate de posiciones diversas). En el caso
del Ejecutivo, quien posee una mayor carga de responsabilidad, se ha desplegado
a partir de la polarización del conflicto, una estrategia de criminalización de
la disidencia. El primer paso de esta operación, es la deshumanización de su
antagonista.
La deshumanización es un proceso mediante el cual un ser
humano llega a percibir a otro como “no humano” lo cual permite que pueda
eliminarlo o agredirlo sin las inhibiciones morales que en condiciones normales
impiden los actos de violencia entre iguales. En consecuencia, las agresiones
contra seres “no vivos” o despojados de su humanidad son percibidos como
normales, inevitables, merecidas y justificadas, obteniendo incluso sus
victimarios reconocimiento social por su acción. La deshumanización es
promovida por diferentes medios, uno de ellos el lingüístico: Uso de palabras
despectivas, convenientemente resignificadas, para definir a víctimas y
exponerlas como merecedoras de agresión. Por medio de esta estrategia los
voceros estatales no refutan los mensajes cuestionadores provenientes de los
actores sociales con argumentos o datos, sino que permanentemente descalifican
al mensajero con epítetos deshumanizadores: tarifados, apátridas, derechistas,
imperialistas o escuálidos, entre otros. Al transformar “personas” en “cosas”,
perjudiciales y negativas, el Estado promueve su eliminación simbólica o
física.
Parafraseando a Castoriadis, cuando el Ejecutivo señala que
alguien es “golpista’, esto no significa ni que lo es ni que el gobierno piensa
que lo es. Simplemente expresa que la orden ha sido dada, a todos los
concernidos, para tratar al individuo en cuestión según el código de
tratamiento aplicable a los “golpistas”. Por ello mientras el gobierno continúe
afirmando que enfrenta un “Golpe”, está garantizando impunidad en las
reacciones de sus seguidores. Por ello el diálogo y reconocimiento del otro son
necesarios para detener la violencia.
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