Rafael Uzcátegui
[El Libertario, #
35, noviembre-diciembre 2003]
Pensar en la
canción popular insurgente desde Latinoamérica es evocar, sin esfuerzo, nombres
como Víctor Jara, Alí Primera, Carlos Puebla, Inti Illimani o Silvio Rodríguez.
Pero la primacía de esa forma de asumir la insurgencia desde la trova no es
fortuita ni ha sido la única. Han existido otras maneras de cantar emparentadas
a corrientes de lucha revolucionaria del continente solapadas tanto por los
propios acontecimientos como por cierta construcción interesada de la historia
de nuestras luchas sociales.
En este texto
queremos celebrar la existencia de una tradición de cantores populares
compañeros de la idea de justicia social con libertad: el anarquismo. Este
ejercicio de memoria, a diferencia del realizado por la “disidencia única”, no
pretende ser ni excluyente ni la verdad. Como toda reconstrucción histórica –en
tanto mirada desde un lugar- entraña verdades fragmentarias. Pretende asimismo,
conectar los antiguos cantores con los actuales, las luchas en las que se
insertan y recrear posibles lazos de solidaridad comunitaria.
Tango y corrido libertario
Angel
Cappelletti –uno de los historiadores del ideal libertario en América latina-
afirma que el anarquismo posee una amplia tradición en el continente, rica en luchas
pacíficas y violentas, manifestaciones de heroísmo individual y colectivo, en
esfuerzos organizativos, en propaganda oral, escrita y práctica, obras
literarias, experimentos teatrales, pedagógicos, cooperativos y comunitarios.
Su decadencia –luego del protagonismo ocurrido entre 1870 y 1930- se atribuye a
tres causas: La serie de golpes de Estado ocurridos alrededor de los 30´s y la
represión subsiguiente; la fundación de los partidos comunistas, los cuales
gracias al apoyo de la Unión Soviética recibieron una fuerza material y un
prestigio carecido por las organizaciones libertarias y en tercer término, la
aparición de las corrientes nacional-populistas, más o menos vinculadas con las
fuerzas armadas.
Los grupos
anarcosindicalistas desarrollaron durante los primeros años del siglo XX una
vasta obra cultural dirigida a las mayorías obreras y campesinas. Más temprano
que tarde las proclamas de libros y periódicos eran llevadas al teatro, a las
artes plásticas y convertidas en sonetos. En Argentina los payadores
libertarios eran cronistas y heraldos de las luchas agrarias en el cono sur.
Asimismo, autores de tangos y milongas eran activistas del ideal y
perpetuadores del recuerdo de luchas gremiales exitosas o de las consecuencias
de la encarnizada represión gubernamental. En México los corridos zapatistas y
magonistas popularizaban las reivindicaciones de tierra y libertad y otras
peticiones de claro signo anarquista.
Pero es más
arriba del Rio Grande en donde el canto libertario encuentra su mayor desarrollo
y masificación, vinculado a la agitación promovida por la central sindical
Industrial Workers of the World (IWW).
Avivando las llamas del descontento
En octubre de
1902 llega a América Joseph Hillström, 23 años de edad y los cielos de Suecia
en la nostalgia. Se establece en California y participa en huelgas y
movimientos políticos por la conquista de los derechos de los desposeídos: la
vasta masa de inmigrantes llegados al puerto de Nueva York a quebrarse el
espinazo en cada jornada. En 1910 se afilia al IWW con nuevo nombre: Joe Hill.
Un año después componía su primera canción al calor de la huelga de los muelles
de San Pedro. Mientras la Southern Pacific contrataba esquiroles, Joe insuflaba
ánimos con sus canciones a los huelguistas. Algo mágico sucedió: trabajador@s
de 44 idiomas distintos empezaron a cantar sus melodías, unida y
solidariamente, mellando los intentos de los patrones de enfrentarlos entre sí.
Joe viaja de ciudad en ciudad para acompañar las protestas. Siempre se ha
cantado en las revoluciones, pero como nunca antes, las huelgas se empezaron a
llevar a cabo cantando. La popularidad le vale al sueco la animadversión de las
autoridades y una golpiza que le cicatriza el cuerpo en la ciudad de San Diego.
La fórmula de
Hill era tan sencilla como efectiva. Tomaba las melodías de las canciones
populares de la época y les agregaba estrofas pegadizas, ingeniosas y
combativas. Para él un libro era bueno pero una canción, aprendida y repetida
incesantemente, era la mejor propaganda. La IWW empezó a publicar las canciones
obreras en folletos llamados “Red songbook”. En uno de ellos 13 eran
composiciones del sueco, consideradas por él sus “canciones para avivar las
llamas del descontento, con nombres como “The preacher and the slave (El
predicador y el esclavo), “Casey Jones, the union scab” (Casey Jones, el
esquirol) y “When the Shanon River run” (Cuando el río Shanon corre).
En 1914 se urde
un complot para silenciar su voz. Culpado de asesinar a un policía y su hijo en
un asalto, es encerrado 22 meses en prisión. Desde la cárcel continuó
componiendo y alentando a sus compañeros a continuar las huelgas sin descanso.
La IWW se movilizó contra el juicio a todas luces amañado, pero no logró
detener la sentencia de muerte jurada por las autoridades desde el día que
pronunciaron por primera vez el nombre Joe Hill. El sueco, a sabiendas de la
agitación que su pena de muerte estaba levantando en Estados Unidos, se
despidió de uno de los líderes del sindicato en estos términos: “Adiós Bill.
Muero como un verdadero rebelde. No pierdas el tiempo con el luto. Organiza”.
Lo ataron a una silla y pusieron un corazón de papel blanco sobre su pecho para
que un pelotón de fusilamiento de cinco mercenarios no fallara su puntería. Era
el 19 de noviembre de 1915. 30.000 obrer@s en Chicago le dieron su último
adiós, cantando con lágrimas y puños encrispados.
La guitarra que mataba fascistas
Tres años antes
del asesinato de Hill nace Woodrow Wilson Guthrie, considerado como el cantante
de música folklórica norteamericana más importante de la primera mitad del
siglo XX. Guhtrie continuaba la tradición del mártir sueco y de cantores
anarcosindicalistas de la IWW, formando parte de los “Almanac Singers” o
“People’s Songs”, sindicato de cantantes progres que apoyaban con canciones y
recitales las reivindicaciones obreras. Con influencia en la música irlandesa y
el blues negro, su repertorio abarcó más de mil canciones de protesta. Sus
canciones recuperaban historias de bandidos generosos y anarquistas asesinados,
pero también ofreció su armónica y su guitarra, a niños y viejos, a los montes
boscosos y a las llanuras desérticas del país, forjando un estilo de apoyo
total a las luchas populares del momento. Guhtrie, viajando en trenes de carga
por todo el país, daba conciertos con una calcomanía en su guitarra: “Esta
máquina mata fascistas”. Woody Guhtrie nos ha legado discos monotemáticos
acerca de los conflictos de su tiempo: canciones sobre la construcción de las
grandes presas de Bonneville y Grand Coule (Columbia ballads, 1937), sus
Baladas de Sacco y Vanzzetti (1946) y, sobre todo, sus “Dust bowl balads”
(Baladas de la cuenca del polvo), donde cuenta la emigración de los campesinos
tras la crisis de 1929, incluyendo la irrepetible Tom Joad, una balada de 7
minutos que resume las 500 páginas de la novela “Las uvas de la ira” de John
Steinbeck
En los años
60´s, Guhtrie era la principal influencia de la considerada “segunda generación
de folk-singers”: Bob Dylan, Joan Báez, Donovan, John Mayall, Gratefull Dead
quienes con instrumentos eléctricos intentaron reproducir su espíritu, pero muy
pocos lograron emular a su persona.
Cuatro décadas
después, los Estados Unidos vuelven a ser cruzados por protestas y
enfrentamientos con la policía. Diversos grupos coinciden en sus críticas a las
consecuencias de la globalización economicistas y se encuentran en las calles
de Seattle, Washington, Nueva Cork, San Francisco y demás ciudades para gritar
consignas, bailar en los carnavales de resistencia... y cantar. En esas
manifestaciones se respira el espíritu de Joe Hill y Woody Guhtrie renaciendo
en las melodías de jóvenes como Ethan Miller. Ethan, radicado en Maine, se
encuentra involucrado con los movimientos anticapitalistas y antiautoritarios
de base de su zona; de hecho vive y trabaja en el JED Center, un colectivo y
espacio comunitario que apoya y organiza proyectos para el cambio social. Ha
participado activamente en eventos antiglobalización, compartiendo el escenario
con gente con otros músicos como David Rovics, Jim Page, Charlie King y Karen
Brandow.
En Europa también se canta
Del otro lado
del charco es innegable la pasión antiautoritaria desde la canción de autor. En
la Guerra Civil Española las vicisitudes de la confrontación transformaban
melodías populares en himnos de resistencia y conformaron un legado que no ha
dejado de cantarse hasta nuestros días. En Francia, cobijo del exilio
libertario cenetista, desde 1952 Georges Brassens (1893-1981) dedicaba en
cabarets sus temas a prostitutas, delincuentes y desheredados con una mordacidad
y ternura que le esculpe un nombre entre la bohemia del país. Como anarquista
ironizó al poder de todo tipo y participó en el movimiento publicando sus
poemas en la prensa libertaria. Los discos de Brassens pasaban clandestinamente
la frontera franquista e influenciaron el estilo de un joven de padre
anarquista –cenetista para más señas- llamado Joan Manuel Serrat. El legado de
ese cantautor está cuantificado en más de 2.000 canciones grabadas, espíritu
aún presente en exponentes como Serge Utgé Royo, quien además de una prolífica
carrera propia participa activamente en el circuito libertario galo. Es
evidente entonces que el estilo popularizado por Brassens –la ironía y los
temas callejeros- se refleja en temas de cantores españoles consagrados como el
mencionado Serrat y otros como Joaquín Sabina. Pero más interesante aún es
cierto renacimiento actual de la guitarreada libertaria por quienes han crecido
en una contracultural feroz e indomesticable: el punk.
A mediados de
los años 80´s un grupo de jóvenes inquietos trataron de desarrollar un espacio
alternativo al del mercado establecido de la música. Además de la explosión del
fenómeno mentado como el “rock radical vasco” –Kortatu, La Polla Records,
Eskorbuto, MCD, Hertzainak, etc-, por el resto de la península el punk ofreció
una posibilidad de expresión y relación con movimientos como el propio
anarcosindicalismo, la lucha contra la OTAN, la insumisión y la okupación; un
movimiento ciertamente variopinto pero de ideología decididamente antiautoritaria.
De bandas como Juanito Piquete y los Mataesquiroles, Antimanguis, Black
Carcomas, Productos Cárnicos y Kolumna Durruti se desprende el semillero actual
de la canción libertaria, aparejando la rabia con ritmos más sosegados y para
audiencias de todo tipo. Como afirma un relator de la movida, Josu Arteaga de
la revista Ekintza Zuzena, “desesperados por romper el cerco del ruido. Loc@s
que se muestran vestidos tan sólo con una guitarra. Exhibicionistas necesarios
para bálsamo de corazones rotos. Cantautor@s dispuestos a devolver el poder a
la palabra”. De este caldo de cultivo son Juanito Piquete, Moi Rojo, Pito
Karcoma, el dúo Paso a Paso y Sonoris Kausa, hermanados por otros de
trayectorias más tradicionales como Lengua de Trapo, Sena Jaraiz y Pablo Garabato,
quienes cantan a las luchas y a la vida desde sus primeros discos, que han
incluso originado un recopilatorio titulado “Sin Permiso, 19 cantautores del
siglo XXI” coeditado cooperativamente por 8 discográficas independientes. Las
líricas de estos nuevos juglares de la utopía se alejan de los temas sindicales
para acercarse con las temáticas de los colectivos en los que participan: la
lucha contra las cárceles, la crítica al neoliberalismo, el feminismo y la
reivindicación permanente de la acracia.
Argentina, Ecuador
Argentina,
transformada en la tierra de los piquetes, las asambleas populares y la lucha
por los desaparecidos es la pampa de Gabriel Sequeira, un treintañero cercano a
las organizaciones libertarias de Buenos Aires y que dio sus primeros pasos en
el mundo del rock´n roll. Con orgullo se presenta en los escenarios como
“trovador acrata”, bien sea en el Foro Social Mundial de Porto Alegre o en la
Plaza Congreso junto a las Madres de Plaza de Mayo. Con su primer disco
–independiente por supuesto- a cuestas, actúa en todo campo de resistencia que
lo convoca.
En Ecuador nos
encontramos con Jaime Guevara, un “chamo” –como cariñosamente le llaman en
Quito- con 29 años de canción y activismo, un personaje medular en la creciente
militancia libertaria de la capital ecuatoriana. Querido a rabiar, se ha
granjeado el aprecio de los sectores populares, su eterno auditorio en las
presentaciones a favor de los derechos humanos, el antimilitarismo y la defensa
de la justicia. Jaime tuvo una banda musical hasta que la precariedad de sus
escenarios –la calle, las manifestaciones- lo obligó a seguir con la compañía
de su guitarra, la misma que alguna vez lo acompañó en la cárcel y sobrepasó
por 28 los días de presidio del chamo. “Me la devolvieron hecho flecos”.
Rechazando la marcialidad de ciertas agrupaciones folklóricas de protesta,
Jaime pone la vacilada, lo cotidiano y el humor en cada pieza. Con un disco
grabado y otro en preparación, no duda en “acolitar” –colaborar- con algunos de
sus 500 temas escritos para las concentraciones solidarias, como aquellas
Jornadas Continentales de Resistencia contra el ALCA realizadas en Quito en
octubre del 2002, las cuales tuvieron al chamo en la primera línea de la
barricada.
Salud, canto y anarquía
Si el poder es
sinónimo del silencio la libertad se llama verbo. Las gargantas melodiosas no
dejaran de cantar en y por las luchas, por y desde los sentimientos que nos
singularizan como humanos. Los modernos juglares, en tiempos de internet y
nanotecnología, se arman con una guitarra y una mochila de valores
antiautoritarios. Si afinamos la vista quizás descubramos a uno pasando frente
a nuestras casas. Si agudizamos el oído, nos deleitaremos con las baladas que
aun avivan las llamas del descontento.
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