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domingo, 19 de enero de 2014

¿Valió la pena vivir mi vida?


Emma Goldman [1869-1940]

I.- Hasta dónde una filosofía personal es una cuestión de temperamento y cuánto es consecuencia de la experiencia, he ahí la cuestión. Naturalmente, llegaremos a unas conclusiones teniendo en cuenta nuestras experiencias; a través de la aplicación de este proceso razonamos los hechos observados en el devenir de nuestras vidas. El niño es propenso a fantasear. Al mismo tiempo, ve la vida de manera más cierta en algunos aspectos que sus mayores, cuando éstos toman conciencia de su entorno. Todavía no han sido absorbidos por las costumbres y los prejuicios que enmascaran gran parte de lo que pensamos. Cada niño responde de manera diferente a su entorno. Algunos se convierten en rebeldes, negándose a ser deslumbrados por las supersticiones sociales. Se indignan por todas las injusticias perpetradas sobre ellos o a los demás. Crecen incluso más sensibles al sufrimiento que los rodea y las restricciones que suponen cada convención y tabú que les son impuestas.

Evidentemente, pertenezco a esta primera categoría. Desde los primeros recuerdos de mi juventud en Rusia, me he rebelado contra la ortodoxia en cualquiera de sus formas. Nunca he podido soportar ser testigo de la recriminación, así que me indignaba con la brutalidad de los oficiales ejercida sobre los campesinos de mi pueblo. Lloraba amargas lágrimas cuando un joven era reclutado en el ejército y alejado de su casa y hogar. Me ofendía el tratamiento dado a nuestros siervos, quienes hacían el trabajo más duro y, a pesar de ello, tenían que dormir en miserables cuartos y contentarse con las sobras de nuestras mesas. Me indigné cuando descubrí que el amor entre dos personas jóvenes de origen judío y gentil era considerado como el mayor crimen, y el nacimiento de un bebé ilegítimo, la más depravada inmoralidad.



Cuando arribé a América, tenía las mismas esperanzas que la mayoría de los inmigrantes europeos y las mismas desilusiones, aunque esto último me afectaba más intensa y profundamente. El inmigrante sin dinero y sin contactos no puede abrigar la ilusión consoladora de que Norteamérica es un benevolente tío quien asume una tierna e imparcial custodia de sus sobrinos y sobrinas. Pronto aprendí que, en una república, existen un sinnúmero de formas a través de las cuales los vivos, los taimados, los ricos pueden apoderarse del poder y mantenerlo. Vi a la mayoría trabajar por escasos salarios que los mantenían al borde de las necesidades, para unos pocos quienes conseguían enormes beneficios. Vi los juzgados, los parlamentos, la prensa y las escuelas –en verdad, todas las formas de educación y protección– empleados de manera efectiva como un instrumento para proteger a una minoría, mientras a las masas se les negaba cualquier derecho. Descubrí que los políticos sabían cómo enredar cualquier cuestión, cómo controlar la opinión pública y manipular las votacionesa su propio favor y el de sus aliados financieros e industriales. Ésta es la imagen de la democracia que rápidamente descubrí a mi llegada a los Estados Unidos. Lo cierto es que se han producido escasos cambios desde entonces.

Esta situación, que era el pan de cada día, fue lo que me dio fuerzas para romper con las farsas, siendo reforzada vívida y claramente por un hecho que tuvo lugar a poco de mi llegada a Norteamérica. Fue el denominado Disturbios de Haymarket, el cual tuvo como consecuencia un juicio y la condena de ocho hombres, entre los cuales había cinco anarquistas. Sus crímenes eran un amor sin límites hacia sus prójimos y su determinación para emancipar a las masas de oprimidos y desheredados. De ninguna forma el Estado de Illinois consiguió probar sus vínculos con la bomba que fue arrojada en un mitin al aire libre en la Haymarket Square de Chicago. Fue su anarquismo lo que conllevó su condena y ejecución el 11 de noviembre de 1887. Este crimen judicial dejó una marca indeleble en mi mente y corazón, y me condujo a informarme por mí misma sobre el ideal por el cual estos hombres habían muerto tan heroicamente. Me dediqué a su causa.

Se requiere algo más que la experiencia personal para alcanzar una filosofía o punto de vista frente a cualquier hecho específico. Es la calidad de nuestra respuesta frente al hecho y nuestra capacidad para interiorizar las vidas de los demás lo que nos ayuda a hacer sus vidas y experiencias como propias. En mi caso, mis convicciones derivaron y se desarrollaron a partir de los sucesos en la vida de los otros, tanto como a partir de mi propia experiencia. El ver someter a los demás por medio de la autoridad y la represión, económica y política, va más allá de cualquier cosa que yo pueda soportar.

Se me ha preguntado en muchas ocasiones por qué he mantenido tal antagonismo sin compromisos con el gobierno y de qué manera he sido oprimida por éste. En mi opinión, cualquier individuo es oprimido por el gobierno. Imponiendo impuestos sobre la producción. Creando aranceles, los cuales impiden el libre intercambio. Incluso, defendiendo el status quo y el comportamiento y creencias tradicionales. Entrando en nuestras vidas privadas y en las relaciones personales más íntimas, fomentando las supersticiones, el puritanismo y la distorsión para imponer sus ignorantes prejuicios y servidumbre moral sobre los espíritus libres, sensibles e imaginativos. El gobierno logra esto a través de sus leyes de divorcio, su dictadura moral y a través de miles de nimias persecuciones de aquellos que son lo suficientemente honestos como para no llevar la máscara de la respetabilidad moral. Además, el gobierno protege al fuerte a expensa del débil, facilitando juzgados y leyes que el rico puede menospreciar y el pobre debe obedecer. Permite al rico depredador hacer guerras que les proporcionen mercados extranjeros para sus productos, con la prosperidad para los gobernantes y la muerte generalizada para los gobernados. Sin embargo, no sólo es el gobierno, en el sentido del Estado, quien es dañino para cualquier valor o cualidad individual. Es todo el complejo de la autoridad y la dominación institucional el que estrangula la vida. Es la superstición, el mito, el fingimiento, la evasiva y la servidumbre que respalda la autoridad y la dominación institucional. Es la reverencia frente a estas instituciones inculcada en la escuela, la iglesia y el hogar con el fin de que el hombre crea y obedezca sin protestar. Tal proceso de reprimir y distorsionar las personalidades de los individuos y de toda la comunidad puede haber sido parte de la evolución histórica; pero debe ser combatido enérgicamente por cada mente honesta e independiente en esta época que pretende ser de progreso.

A menudo se ha sugerido que la Constitución de los Estados Unidos es suficiente garantía para la libertad de sus ciudadanos. Es obvio que, no obstante, la libertad que pretende garantizar es muy limitada. No me llama la atención lo apropiado de su salvaguarda. Las naciones del mundo, con cientos de leyes internacionales detrás de ellas, nunca han titubeado en tomar parte en la destrucción en masa bajo la solemne promesa de mantener la paz; y los documentos legales en Norteamérica no han impedido a los Estados Unidos hacer lo mismo. Aquellos que tienen la autoridad siempre abusarán de su poder. Y los ejemplos en contra son tan raros como una rosa que crece en un iceberg. La Constitución, al contrario de jugar un papel liberador para el pueblo norteamericano, ha conllevado la usurpación de su capacidad para confiar en sus propias fuerzas o pensar por sí mismo. Los norteamericanos son fácilmente engañados por la santidad de la ley y la autoridad. De hecho, el modelo de vida se ha vuelto rutinario y ha sido estandarizado y mecanizado como la comida enlatada y el sermón de los domingos. La inmensa mayoría se traga fácilmente la información de las agencias de prensa y de los fabricantes de ideas y creencias. Se desarrolla bajo los conocimientos otorgados por las radios y revistas baratas de las corporaciones, cuyo filantrópico fin es vender a Norteamérica. Acepta los patrones de conducta y arte, al mismo tiempo que los anuncios de goma de mascar, pasta de dientes o ceras para los zapatos. Incluso las canciones son realizadas como los botones o los neumáticos de los coches, todo hecho con el mismo molde.

II.- No he perdido todavía la esperanza en relación con el modo de vida norteamericano. Al contrario, siento que la frescura del modelo norteamericano y las energías intelectuales y emocionales todavía sin explotar en el país nos brindan muchas esperanzas para el futuro. La guerra ha dejado a su estela una generación desorientada. La demencia y la brutalidad que tuvieron que ver, la innecesaria crueldad y derroche que casi destruye el mundo, les hizo dudar de los valores que les habían dejado sus mayores. Algunos, sin saber nada del pasado del mundo, intentaron crear nuevas formas de vida y de arte a partir de la nada. Otros, experimentaron con la decadencia y la desesperación. Muchos de ellos, incluso en su rebeldía, eran patéticos. Fueron conducidos hacia la sumisión y la inutilidad debido a que carecían de un ideal, obstaculizados por su sentido de pecado y el peso de las ideas muertas en las cuales no podían seguir creyendo.

En los últimos tiempos, se ha desarrollado un nuevo espíritu, manifestado en una juventud que está creciendo en la depresión. Este espíritu es más resuelto aunque todavía confuso. Quiere crear un nuevo mundo, pero no está claro cómo quiere hacerlo. Por esta causa, la joven generación busca salvadores. Tiende a creer en dictadores y aclama a cada nuevo aspirante para este honor como a un mesías. Quieren modos preconcebidos de salvación en donde una minoría sabia dirija la sociedad en una dirección única hacia la utopía. Todavía no se han percatado que deben salvarse a sí mismos. La nueva generación todavía no ha aprendido que los problemas a los que tiene que hacer frente sólo pueden ser resueltos por ellos mismos y que esta solución tiene que tener como base la libertad social y económica, vinculada con la lucha de las masas por el derecho al banquete de la vida.

Como ya he planteado, mi objeción a la autoridad en cualquiera de sus formas deriva de una visión social más amplia, antes que a partir de lo que yo hubiera podido haber sufrido. El gobierno, por supuesto, ha interferido en mi plena expresión, como les ha ocurrido a tantos otros. Ciertamente, los poderes no se han olvidado de mí. Las redadas en mis conferencias durante los treinta y cinco años de actividad en los Estados Unidos fueron un hecho común, acompañadas de innumerables arrestos y tres condenas de cárcel. Esto fue seguido por la revocación de mi ciudadanía y mi deportación. La mano de la autoridad ha interferido en mi vida desde siempre. Si he podido expresarme, fue a pesar de todos los obstáculos y dificultades puestos en mi sendero y no a causa de ellos. En esto no estaba sola. El mundo entero ha dado figuras heroicas para la humanidad, quienes frente a la persecución y las injurias, han vivido y luchado por su derecho y el derecho de la humanidad a expresarse libremente y sin ataduras. Norteamérica se ha distinguido por haber contribuido con un amplio contingente de oriundos que no se han quedado a la zaga. Walt Whitman, Henry David Thoreau, Voltairine de Cleyre, una de las grandes anarquistas norteamericanas; Moses Harman, el pionero de la emancipación femenina de las ataduras sexuales; Horace Traubel, el melodioso cantante de la libertad, y una amplia gama de otras almas valerosas que se han expresado de acuerdo con su visión del nuevo orden social, basado en la libertad frente a cualquier forma de coerción. Cierto es que el precio que tuvieron que pagar fue alto. Fueron privados de la mayor parte de las facilidades que la sociedad brinda a los capacitados y con talento, pero denegadas cuando no se es servil. A pesar del precio pagado, sus vidas fueron mucho más ricas que las de los comunes. Yo, igualmente, me he sentido enriquecer sin medidas. Pero eso es consecuencia de mi descubrimiento del anarquismo, que más que otra cosa, ha reforzado mi convicción de que la autoridad atrofia el desarrollo humano, mientras que la plena libertad lo garantiza.

Considero al anarquismo como la más bella y práctica filosofía que ha sido pensada para la expresión individual y la relación establecida entre el individuo y la sociedad. Es más, estoy segura que el anarquismo es demasiado vital y cercano a la naturaleza humana como para desaparecer. Estoy convencida que la dictadura, ya sea de derechas o de izquierdas, nunca puede funcionar, que nunca ha funcionado y que el tiempo lo probará de nuevo, como lo demostró en el pasado. Cuando el fracaso de la moderna dictadura y las filosofías autoritarias sea más evidente y la comprensión del fracaso más generalizado, el anarquismo quedará justificado. Considerado desde este punto de vista, el fortalecimiento de las ideas anarquistas en un futuro próximo es muy probable. Cuando esto ocurra y sea efectivo, creo que la humanidad abandonará el laberinto en el que hasta ahora ha permanecido y transitará por el sendero de la vida sensata y la regeneración a través de la libertad.

Muchos niegan la posibilidad de tal regeneración sobre la base de que la naturaleza humana no puede cambiarse. Aquellos que insisten en que la naturaleza humana ha permanecido inmutable no han aprendido nada. Ciertamente, ellos no tienen ni la más remota idea de los fabulosos progresos que se han producido en la sociología y la psicología, demostrando más allá de cualquier sombra de duda que la naturaleza humana es plástica y puede ser modificada. La naturaleza humana no es, de ninguna manera, una cantidad fija. Al contrario, es fluida y reacciona frente a las nuevas condiciones. Así, por ejemplo, si el denominado instinto de autopreservación fuera tan esencial como se supone que es, las guerras haría tiempo que hubieran sido eliminadas, como todas aquellas actividades peligrosas y dañinas.

Me gustaría puntualizar que no serán necesarios grandes cambios como de manera generalizada se supone, para que un nuevo orden social, como el concebido por los anarquistas, triunfe. Presiento que las actuales condiciones serán suficientes si se elimina la artificial opresión, la desigualdad, y las fuerzas armadas y la violencia que la apoyan.

En contra de esta postura, se plantea que si la naturaleza humana no pudiera modificarse, ¿hubiera surgido el deseo de libertad en el ser humano? El amor a la libertad es un rasgo universal, y ninguna tiranía ha conseguido hasta el momento erradicarlo. Algunos de los actuales dictadores pueden demostrarlo y, de hecho, lo ejemplifican con cada instrumento de crueldad que crean. Incluso si pudieran desarrollar sus proyectos durante mucho tiempo, cosa harto difícil de concebir, tendrían que hacer frente a otras dificultades. En primer lugar las personas, a quienes los dictadores están intentando manipular, tendrían que ser aisladas de toda tradición histórica que pudieran indicarles los beneficios de la libertad. Igualmente, deberían ser aisladas del contacto con otras personas de las cuales pudieran asumir pensamientos libertarios. Sin embargo, es un hecho que la persona tiene conciencia de sí misma, como un ser diferente de los demás, que da lugar al deseo de actuar libremente. El deseo de libertad y autoexpresión es un rasgo fundamental y dominante.

Como suele ser usual cuando las personas intentan deshacerse de aquellos hechos desagradables, me he encontrado con la afirmación de que el hombre común no quiere la libertad; que el amor hacia ella sólo existe en unos pocos; que los norteamericanos, de hecho, simplemente no la tienen en cuenta. Que los norteamericanos no han perdido plenamente su deseo de libertad queda demostrado por su resistencia frente a la última Ley Prohibicionista, que fue tan efectiva que incluso los políticos, finalmente, hicieron caso a la demanda popular y derogaron la enmienda.

Si las masas norteamericanas hubieran actuado tan resueltas frente a otras cuestiones fundamentales, se hubieran logrado muchísimas más cosas. Es cierto, sin embargo, que el pueblo norteamericano comienza a estar preparado para las ideas más avanzadas. Esto es consecuencia de la evolución histórica del país. El surgimiento del capitalismo y de un país poderoso es, después de todo, algo reciente en los Estados Unidos. Muchos todavía creen estúpidamente que se debe retornar a la tradición de los pioneros, cuando el triunfo era más fácil, las oportunidades eran más abundantes que ahora, y la situación económica del individuo no era estática y carente de esperanzas.

Es cierto, no obstante, que el estadounidense medio todavía cree en estas tradiciones, convencido aún de que la prosperidad volverá. Pero, aunque un número de personas carezcan de personalidad y de capacidad para pensar independientemente, no puedo admitir que por esta razón la sociedad deba tener una guardería especial que los regenere. Insisto que la libertad, la verdadera libertad, una más libre y flexible sociedad, es el único medio para el desarrollo de las mejores potencialidades de la persona.

Admitiré que algunas personas adquieren gran talla en su rebelión frente a las condiciones existentes. Soy plenamente consciente del hecho de que mi propio desarrollo se produjo en gran parte durante mi rebelión. Pero considero absurdo plantear a partir de este hecho que los males sociales deben tener lugar para que se produzca la rebelión frente a ellos. Tal argumento es una reiteración de la vieja idea religiosa de la purificación. En primer lugar, carece de imaginación como para pensar que una persona que muestra cualidades por encima de lo común las adquirió de una sola manera. Una persona que, bajo este sistema, se ha desarrollado entre las líneas de la rebelión, podría, en una situación social diferente, haberse desarrollado como un artista, un científico o en cualquier otra capacidad creativa e intelectual.

III.- No puedo afirmar que el triunfo de mis ideas pueda eliminar todos los posibles problemas en la vida del ser humano para siempre. Lo que creo es que eliminando los actuales obstáculos artificiales al progreso, despejaría el terreno para nuevos logros y placeres vitales. La naturaleza y nuestros propios complejos nos aportarán suficiente dolor y luchas. Entonces, ¿por qué mantener que el innecesario sufrimiento que nos impone nuestra actual estructura social, sobre la base mítica de que nuestros caracteres serán, por lo tanto, reforzados, cuando los corazones destrozados y las vidas aplastadas alrededor nuestro diariamente desmienten tal afirmación?

La mayor parte de las preocupaciones sobre el debilitamiento del carácter humano bajo la libertad proceden de las personas prósperas. Es muy difícil convencer a una persona hambrienta que saciar su hambre arruinará su carácter. En cuanto al desarrollo individual en la sociedad que espero con ansiedad, creo que es de esperar que con la libertad y la abundancia, la reprimida iniciativa individual quedará liberada. La curiosidad humana y el interés por el mundo, es de esperar que desarrollen a los individuos en todos los aspectos posibles.

Por supuesto, aquellos que están imbuidos en el presente, les será imposible percatarse que el beneficio personal puede ser reemplazado por otra fuerza que pueda motivar a las personas a dar lo mejor de cada uno. Es cierto que la motivación de la especulación y el beneficio personal son unos factores fundamentales en nuestro actual sistema. Tienen que serlo. Incluso los ricos se sienten inseguros; esto es, quieren proteger lo que tienen y apuntalarlo. La especulación y el beneficio personal, como motivaciones, sin embargo, están vinculados con otras motivaciones fundamentales. Cuando alguien se provee de ropa y refugio, si es del tipo de persona emprendedora, continuará trabajando para lograr un estatus que le dé prestigio ante sus compañeros. Bajo unas condiciones de vidas diferentes y más justas, estas motivaciones básicas podrían ser empleadas para otras cuestiones, y la motivación del beneficio personal, que sólo es su manifestación exterior, desaparecerá. Incluso en la actualidad, el científico, el inventor, el poeta y el artista no está motivado fundamentalmente por la especulación o el beneficio. La necesidad de crear es la primera y más pujante fuerza en sus vidas. La ausencia de esta necesidad entre las masas obreras no es algo sorprendente, ya que sus trabajos son mortalmente rutinarios. Sin ningún vínculo con sus vidas o necesidades, su labor es realizada en el más atroz contexto, para beneficio de aquellos que tienen el poder de decidir sobre la vida de las masas. ¿Por qué, entonces, deberían tener la necesidad de dar de sí mismos más allá de lo necesario para mantener sus miserables existencias?

En el arte, en la ciencia, en la literatura y en los diversos aspectos de la vida que se mantienen al margen de nuestra existencia cotidiana somos propensos a investigar, a experimentar y a innovar. Así, tan grande es nuestra reverencia frente a la autoridad que un irracional temor surge entre la mayoría de las personas cuando se les sugiere que experimenten. Seguramente, existen mayores razones para experimentar en el campo social que en el científico. Por lo tanto, es de esperar que la humanidad, o una parte de ella, tenga la posibilidad, en un futuro no muy distante, de vivir y desarrollarse bajo los principios de la libertad que corresponden a los primeros estadios de una sociedad anarquista. La creencia en la libertad supone que los seres humanos pueden cooperar entre sí. Incluso, sorprendentemente, lo hacen de manera generalizada en la actualidad ya que si no, la sociedad sería imposible. Si se eliminan aquellos aspectos mediante los cuales los seres humanos pueden atacarse los unos a los otros, tales como la propiedad privada, y si la creencia en la autoridad puede eliminarse, la cooperación será espontánea e inevitable, y el individuo encontrará en el contribuir al enriquecimiento del bienestar social su máxima vocación.

El anarquismo sólo da importancia a la persona, a sus posibilidades y necesidades en una sociedad libre. En vez de decirle que debe arrodillarse y rezar frente a las instituciones, vivir y morir por conceptos abstractos, quebrar su corazón y atrofiar su vida por tabúes, el anarquismo insiste en que el centro de gravedad de la sociedad es la persona, la cual debe pensar por sí misma, actuar en libertad y vivir plenamente. El objetivo del anarquismo es que cada individuo sea capaz de hacerlo. Para que pueda desarrollarse libre y plenamente, la persona debe ser liberada de la interferencia y la opresión de los demás. La libertad es, por lo tanto, la piedra angular de la filosofía anarquista. Por supuesto, esto no tiene nada en común con el tan cacareado “individualismo a ultranza”. Tal individualismo depredador es realmente flojo, no rudo. Al más mínimo problema, este individualismo acude a refugiarse al amparo del Estado y gimotea por su protección mediante el ejército, la marina o cualquier otro medio represor que tiene a su mano. Su “individualismo a ultranza” simplemente es una de las máscaras que la clase gobernante tiene para llevar a cabo sus desenfrenados negocios y su extorsión política.

A pesar de la actual tendencia hacia la represión, los Estados totalitarios o las dictaduras de izquierda, mis ideas se han mantenido firmes. De hecho, han sido reforzadas por mi experiencia personal y los propios eventos mundiales a lo largo de los años. No he encontrado razones para cambiar, pues no creo que la tendencia hacia las dictaduras pueda alguna vez dar solución a nuestros problemas sociales. Como en el pasado, insisto que la libertad es la base del progreso y esencial en cada aspecto de la vida. Lo podemos considerar como una especie de ley de la evolución social. Confío en el individuo y en la capacidad de las personas libres para llevar a cabo un trabajo en común.

Es un hecho que el movimiento anarquista, por el cual me he desvivido durante tanto tiempo, hasta cierto punto ha caído en desuso y ha quedado eclipsado por la filosofía autoritaria y coercitiva, lo cual me llega a preocupar pero no me desespera. Me parece un detalle de especial significación que muchos países se nieguen a acoger a los anarquistas. Todos los gobiernos aceptan el planteamiento de que los partidos, tanto de derechas como de izquierdas, pueden proponer cambios sociales, en tanto acepten la idea del gobierno y la autoridad. Los anarquistas son los únicos que han roto con ambos conceptos y defienden una rebelión sin componendas. A largo plazo se debe considerar, por tanto, al anarquismo, como el elemento más letal frente a los actuales regímenes, en contraste con todas las otras teorías sociales que en la actualidad claman por el poder.

Considerándolo desde este punto de vista, pienso que mi vida y mi labor han sido exitosas. Lo que se considera generalmente como éxito, adquirir riquezas, el acceso al poder o el prestigio social, me parece el más deprimente fracaso. Me niego a aceptar lo que se suele decir de una persona que ha logrado una “posición”, es decir que ya ha concluido, que su desarrollo concluye en ese punto. Siempre he luchado por mantenerme en un estado de cambio continuo, persistiendo en el crecimiento, y no anquilosarme en una posición de autosatisfacción. Si pudiera volver a vivir mi vida, como cualquiera, sólo cambiaría pequeños detalles. Pero ninguna de mis principales acciones y actitudes las cambiaría. En verdad, trabajaría por el anarquismo con similar devoción y confianza en su triunfo final.

[Artículo publicado originalmente en 1934 y reproducido en la recopilación La palabra como arma, Buenos Aires, Anarres, 2010]

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