VerdadAbierta.com
A lo largo y ancho del país las mujeres abusadas, maltratadas y esclavizadas por miembros de grupos paramilitares han comenzado a relatar sus tragedias. No ha sido una tarea fácil. Son historias llenas de dolor, de crueldad, de sevicia. Las acciones militares contra sus cuerpos las marcaron de por vida. De acuerdo con la Unidad de Justicia y Paz, en el 66 por ciento del territorio nacional, es decir, en 21 de los 32 departamentos, los integrantes de grupos paramilitares cometieron delitos sexuales. Hasta el momento por lo menos 624 casos han sido documentados con el fin de imputárselos a los responsables. Las prácticas que hasta ahora se vienen conociendo contemplan el abuso físico y mental, la esclavitud, la servidumbre, el sometimiento a relaciones afectivas indeseadas y el embarazo de menores de edad, entre otras crueldades. De los ataques no se libraron ni las integrantes de las estructuras paramilitares.
VerdadAbierta.com presenta un conjunto de artículos que contienen duras historias, relatadas por sus protagonistas [los nombres se han cambiado por seguridad], que han decidido romper el silencio y expuestos sus experiencias para reclamar verdad, justicia y reparación. Muchos paramilitares callan sus abusos, pero ellas no están dispuestas a seguir en silencio.
Abusos sexuales de los hombres de Salvatore Mancuso
Los grupos paramilitares dirigidos por Salvatore Mancuso utilizaron la fuerza y las amenazas para abusar sexualmente de las mujeres, muchas de ellas fueron obligadas a convivir y tener hijos con sus victimarios
A las 8 y 30 de mañana del 30 de octubre de 1998, los habitantes de la vereda El Diamante en Tierralta, Córdoba, corrían por las calles del pueblo para huir de un enfrentamiento entre guerrilleros de las Farc y paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc). Diana, una trabajadora de servicio doméstico, salió por una trocha al borde de una quebrada. Mientras corría, se encontró con una joven de 19 años, ambas continuaron la huida hasta que oscureció. Cuando las mujeres pensaron que estaban fuera de peligro se encontraron con un grupo de hombres armados, que las amenazaron con matarlas si se resistían a tener sexo con ellos. Primero tomaron a la joven de 19 años, pero ella se opuso y le dispararon, luego tres hombres abusaron sexualmente de Diana y la amenazaron con matarla si denunciaba los hechos. El de Diana es uno de los 230 casos de abuso sexual que cometieron los hombres de los bloques paramilitares que estuvieron al mando de Salvatore Mancuso y que la Fiscalía presentó ante magistrados de Justicia y Paz contra este ex jefe paramilitar. En total, se registraron 222 mujeres víctimas de esos hechos.
La mayoría de ellas fueron víctimas de integrantes del Bloque Norte de las Auc, grupo armado que hizo presencia en los departamentos de Magdalena, Sucre, La Guajira, Bolívar, Cesar y Atlántico. Seguido del Bloque Catatumbo, la facción paramilitar que Mancuso creó en 1999 en Norte de Santander. La siguiente gráfica muestra el número de víctimas por bloque paramilitar. Las víctimas del Bloque Norte están concentradas en su mayoría en Magdalena: 41 casos ocurrieron en el municipio de Plato, seguido por Santa Marta, donde se reportaron 23 casos. En Norte de Santander el municipio más afectado fue Tibú, donde se conocen 19 hechos.
Como en el caso de Diana, las mujeres vivieron la violencia como los demás habitantes: eran desplazadas de sus casas, sus familiares fueron asesinados y sus hijos reclutados, pero además debían sufrir en silencio las secuelas psicológicas y físicas que se presentaron en más del 90 por ciento de los casos. Según ha documentado la Fiscalía, en el 64 por ciento de los casos los paramilitares utilizaron la fuerza y una de cada tres mujeres fue amenazada. Ni en sus propios hogares podían estar tranquilas. Así le sucedió a Celia, quien se encontraba en su finca en Plato, Magdalena, cuando al anochecer llegó un grupo de seis paramilitares a su casa y obligaron a su hijo a marcharse con ellos. “Yo les dije que para dónde se llevaban a mi hijo y ellos me dijeron que no era conmigo que me callara la boca, y me amarraron las manos y los pies. Yo les dije que si se lo iban a llevar que me llevaran a mí también”, recuerda Celia. Mientras estaba amarrada, tres hombres la golpearon muy fuerte y abusaron sexualmente de ella. Antes de irse le dijeron que tenía que salir de la vereda con su hijo y la amenazaron diciendo que los podían matar si no lo hacían.
En Magdalena se presentó otro fenómeno: las víctimas fueron obligadas a someterse a cirugías para quedar estériles. Según relataron mujeres afectadas, los paramilitares convocaron a reuniones que dirigía Neyla Alfredina Soto Ruiz, alias ‘Sonia’ o ‘La Sombrerona’, una mujer cercana al jefe paramilitar Rodrigo Tovar Pupo, alias ‘Jorge 40’. “En una ocasión alias ‘Sonia’ nos dijo que nos teníamos que desconectar (esterilizar) porque andábamos como las burras y las puercas pariendo, que teníamos que hacer lo que ella dijera, de lo contrario se desquitaría con nuestra familia, porque ellos eran la autoridad”, recordó una mujer de la región. Un carro las recogió a la madrugada siguiente y fueron obligadas a someterse a un procedimiento quirúrgico. Una de las víctimas asegura que luego de esa operación sufrió una enfermedad pélvica. La Fiscalía ha documentado hasta el momento nueve casos de mujeres que fueron obligadas a someterse a estas cirugías y otras siete que fueron forzadas a abortar.
En Norte de Santander los paramilitares usaron los retenes ilegales que se instalaban en las carreteras para abusar de las mujeres. Así le sucedió a Beatriz*, quien en septiembre de 1999 cuando salía de la Gabarra, el bus en el que se transportaba fue detenido por un grupo de por lo menos 15 hombres del recién creado Bloque Catatumbo. Los ‘paras’ obligaron a Beatriz y a otras siete mujeres a bajarse del vehículo y el hombre que estaba al mando dio la orden “de que escogieran a sus mujeres”. “Me quede bloqueada, solo recuerdo que me llevaron por un camino y por ahí abusaron de mí, ahí habían dos cadáveres en descomposición. Me acostaron en un costal de cabuya y me dijeron que tenía que colaborarles que para eso era la mujer”, recordó Beatriz.
Obligadas a vivir con el enemigo
El ente investigador ha encontrado 22 hechos en los que las mujeres, luego de haber sido violadas, fueron forzadas a convivir con su victimario. Así le sucedió a Paloma, una menor de edad que vivía en la Gabarra, y que era constantemente perseguida por un paramilitar, el hombre le repetía que ella no iba a escapar de él, la situación llegó a tal punto que Paloma prefirió no volver a salir de su casa para no tener que encontrárselo. Su hermano la acompañaba cuando tenía que salir, pero un día tuvo que caminar sola y pasar frente a una oficina que los paramilitares habían instalado en el pueblo. De inmediato la subieron a una camioneta y la llevaron hasta donde estaba su acosador, el hombre le dijo que quería que ella fuera su mujer y que se relajara, Paloma empezó a llorar y el paramilitar abuso sexualmente de ella. Antes de dejarla ir le advirtió que no podía contarle a nadie lo que había sucedido. Unos meses después Paloma se enteró que estaba embarazada, el violador le dijo que tenía que tener el hijo y que debía irse a vivir con él a Tibú, ella lo hizo por miedo a que tomaran represalias contra su familia.
Algo similar le ocurrió a Jennifer, una niña de 13 años que vivía en una vereda de Tibú. Una noche un paramilitar que estaba ebrio la llamó y le dijo que se subiera a su moto, la niña se rehusó y le dio una cachetada, el hombre sacó su pistola y empezó a disparar mientras Jennifer huía. A la mañana siguiente la joven tuvo que huir a Venezuela por miedo a que la mataran. Allá permaneció durante año y medio, y decidió regresar en junio de 2002 a su pueblo cuando pensó que el peligro ya había pasado. Pero una semana después de su llegaba volvió el mismo paramilitar, se le acercó y le dijo que tenía que estar con él a las buenas o a las malas. “Me dijo que si yo no era de él iba a matar a mi hermana”. Ese mismo día la llevo hasta un campamento paramilitar donde él dormía, la golpeó y la violó. “Así ocurrió durante todo el tiempo que estuve ahí, a mi hermana le dijo que no se preocupara que yo estaba bien allá. Yo me resigné”. Jennifer duró en esta situación durante dos años.
Del abuso a la prostitución en La Mesa, Cesar
En los municipios de La Mesa y Astrea, Cesar, los paramilitares fueron inclementes con las mujeres. Muy pocas han confesado los maltratos y sus victimarios se niegan a confesar.
Carmen apenas tenía 14 años cuando llegaron al pueblo los primeros hombres del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc). Ella no comprendía la diferencia que existía entre un soldado, un guerrillero y un paramilitar, pues todos vestían igual. En su inocencia de niña, acostumbrada a la vida campesina de su familia, a sus recorridos todas las tardes por la cancha y las calles de su pueblo, no tenía la experiencia para desviar las miradas incisivas de los paramilitares que al verla pasar le lanzaban frases subidas de tono.
Era septiembre de 1998 cuando llegó por primera vez al corregimiento de La Mesa, a 25 minutos de Valledupar y poco menos del Batallón de Artillería La Popa, David Hernández, alias ‘39’, comandante del frente Mártires del Cesar, quien por encargo del mismo Rodrigo Tovar, alias Jorge 40, tenía la tarea de limpiar de guerrilla la zona de La Mesa Azúcar Buena, una extensa región que hace parte de la Sierra Nevada de Santa Marta. “Lo primero que dijo 39 cuando vino a La Mesa fue que iba a poner orden, que cualquiera que se saliera de la línea debía atenerse a las consecuencias y el marido que se portara mal con su mujer y la mujer que se le viera en malos pasos, serían castigados”. Así lo recuerda uno de los hombres que estuvo en esa primera reunión a la que los obligaron a asistir y que se realizó en el colegio del pequeño caserío.
Carmen, ajena a todas esas advertencias y a los fines del grupo armado que había llegado, siguió su acostumbrada rutina de pasear por el pueblo. A finales de 1998 ella fue abordada por un hombre de las Auc, quien le dijo que el comandante ‘39’ la había mandado a buscar. Ella se fue con él a una cita a ciegas, que al final terminó siendo una trampa. “El abuso de mí y me dijo que no podía decírselo a nadie, que si le contaba a mi mamá o a mi papá, o algún otro miembros de los paramilitares, me mataba. Por eso me quedé callada y no se lo dije a nadie”. Ahí terminaron los paseos de Carmen, quien se volvió más callada, pero a la vez más realista. “El pueblo cambió. Ya no era igual. Mataron a varias personas de La Mesa y ya ellos vivían ahí. Controlaban todo”, cuenta esta joven que hoy tiene 29 años, quien ha tratado de recuperar su vida, pues después aquella noche que fue abusada, fue buscada una y otra vez por su victimario sin poder hacer nada. “Un día él me dijo que había otros muchachos que también tenían sus necesidades y que si yo quería podía ganarme una platica. Me dijo que si yo quería, él me hacía las citas y me pagaban por acostarme con ellos”. Así terminó Carmen, prostituyéndose, al igual que otras muchachas del pueblo. No acabó sus estudios y comenzó una vida desordenada, de la que aún se arrepiente: “Si ese hombre no me hubiera violado esa noche, yo no habría entrado en esa vida, pues yo quería estudiar y ayudar a mi familia”.
VerdadAbierta.com visitó el corregimiento de La Mesa y los hombres mayores aseguran que allí no hubo abuso sexual contra las jóvenes porque el mismo ‘39’ advirtió que sus hombres no podían meterse con las jóvenes del pueblo. Lo que no saben estos lugareños es que muchas adolescentes, incluso mujeres casadas, debieron quedarse calladas por la intimidación de las armas. Ellas debían ir hasta El Mamón, un sitio más arriba de La Mesa, cada vez que un paramilitar con cierto rango las mandaba a llamar, petición a la que no podía negarse porque las amenazaban con matar a sus familiares. Muy pocas han denunciado estos delitos y los paramilitares del Frente Mártires del Cesar tampoco los han confesado. En La Mesa las víctimas de diferentes delitos apenas van a comenzar a contar lo que les ocurrió.
Historia de una víctima en Astrea
Diana es una mujer que fue víctima de violencia sexual ejercida por grupos paramilitares que operaron en el municipio de Astrea, Cesar. Después de muchos años de ocurrido el caso, ella se llenó de valor y acudió a la Organización Víctimas Emprendedoras del municipio de Codazzi, a donde se fue a vivir para rehacer su día. El siguiente es su relato. “Vivíamos en una vereda en Astrea, en el año 2002, cuando llegaron unos paramilitares. Yo me encontraba con mi mamá y mis dos hermanos. A mi mamá la golpearon y la obligaron a estar con ellos, la violaron, y a mi hermanito de 12 años lo tenían agarrado dos paramilitares y otros me sujetaron a mí. Cuando ellos empezaron a quitarme la ropa a la fuerza, mi hermano mordió a uno de ellos y el tipo lo pateó y otro lo mató de un tiro en la cabeza. Mi mamá empezó a forcejear con ellos y le dieron varios garrotazos hasta que uno de los paramilitares dijo que ya estaba muerta, mientras tanto, ellos continuaban abusando sexualmente de mí.
Mi otro hermano de ocho años estaba escondido y logró huir a una parcela vecina. Los paramilitares me golpearon tan fuerte que perdí el conocimiento, cuando desperté ya se habían ido y al llegar mi hermano junto con otras personas, se dieron cuenta que mi madre aún estaba con vida. La comunidad hizo un hueco en el patio de la casa y enterraron a mi hermanito y sacaron a mi mamá, a mi otro hermano y a mí hacia Astrea, llamaron a unos familiares a Codazzi y nos trasladaron hasta el hospital de allá, donde mi madre falleció. A mí me llevaron al hospital Rosario Pumarejo de López, en Valledupar, donde los médicos decían que no me aseguraban la vida porque había perdido mucha sangre. Mientras yo estaba hospitalizada, hacían el velorio de mi madre en Codazzi y hasta allá llegaron los paramilitares y se llevaron a mi hermano de ocho años, quien nunca apareció, y le dijeron a las personas que allí se encontraban que el día que yo denunciara me mataban, si era que yo sobrevivía. Lo peor ocurrió cuando mi padre que se encontraba conmigo en el hospital de Valledupar, se enteró de lo que le pasó en el velorio de mi mamá. Se volvió como loco y tomó la triste decisión de salir a buscar a mi hermano en la trocha de Verdecía. Días después apareció muerto. Cuando salí del hospital me refugié donde una prima hermana que ha sido como una madre para mí, pero no volví a hablar por mucho tiempo. Tuve problemas de lenguaje, no me gustaba hablar con nadie, hasta que un día mi prima conoció a la señora de la Organización de Víctimas y me llevó a que hablara con ella, lo primero que me dijo fue que no tuviera miedo que no estaba sola, que ella me podía ayudar y fue así como apenas este año denuncié todo lo que nos sucedió”. En esta Organización más de 30 mujeres se han unido alrededor de los crueles recuerdos de la guerra y temen denunciar sus casos porque aseguran que sus victimarios andan suelto y cerca de ellas.
Las victimas del frente ‘Juan Andrés Álvarez’
En la zona minera del Cesar, donde tenía dominio el Frente ‘Juan Andrés Álvarez’ de las Auc ocurrieron cientos de casos de abusos sexuales contra las mujeres, pero pocos han sido denunciados, pues las víctimas consideran que “ya todo pasó”, y mucho menos son confesados por los ex paramilitares. Una de las víctimas contó su historia a VerdadAbierta.com con el compromiso de no revelar su identidad. Su tragedia comenzó el 14 de enero de 2000 en la finca Macondo, trocha de Verdecía, municipio de Codazzi. La afectada relató lo ocurrido.
“Yo me encontraba viviendo con mi compañero en la finca Macondo, pues ese era el sitio de trabajo de mi marido. Tenía tres meses de embarazo y cada 15 días me tocaba salir de compras al pueblo (Codazzi). En una de esas salidas, de regreso para la finca tomé un carro como de costumbre y desafortunadamente el carro se varó a pocos kilómetros de la finca, así que me tocó dejar las compras guardadas en un potrero para ir por mi marido para que él las viniera a buscar. Cuando iba llagando a la finca cerca al portón me agarraron tres paramilitares y me obligaron a caminar por largo rato hasta llegar a un lugar lejos de la casa de la finca, me maltrataron, me taparon la boca, me decían palabras groseras como “perra hp” y los tres abusaron de mí. Escuché varias veces mencionar que a uno de ellos le decían ‘El Zángano’. En ese momento, ellos me pegaban fuerte y me repitieron varias veces: “como hables te mueres y a tu marido lo vamos a dejar estampado en la pared”.
Desde ese momento empezaron las humillaciones más grandes de mi vida. Ellos me acercaron hasta un caño cercano a la casa, ahí me dejaron tirada. Me lavé mis partes genitales, trate de fingir para que mi marido no se diera cuenta de lo que me había pasado y al llegar a la finca él me insistía en que le dijera por qué estaba así arrastrada y con moretones en los brazos y piernas y yo le dije que nos habíamos accidentado y que las compras estaban a un lado de la carretera escondidas en un monte. Pero esa misma noche el grupo paramilitar llegó a la finca y se quedó supuestamente por órdenes del dueño de la finca, eran más de 600 hombres. Me tocaba atenderlos, ellos se burlaban de mí y en cualquier oportunidad que tenían me decían que el día que hablara de lo sucedido me arrancarían la lengua.
Así dure alrededor de seis meses, ya no tenía vida íntima con mi marido por lo cual me reclamaba y yo no sabía qué decirle, así que tomé la decisión de dejarlo e irme para Codazzi. Tuve una fuerte discusión con él porque me decía que en ese pueblo no había trabajo y que no iba a dejar el que tenía por caprichos míos. Ese día que discutíamos estaba en la finca alias ‘El Zángano’, se metió en la discusión y preguntó qué pasaba. Mi marido le respondió que yo lo quería dejar porque no quería estar más en el monte, entonces ‘El Zángano’ le dijo: “déjala que se largue, mujeres hay muchas”. Al llegar al pueblo me refugié en la casa de un señor mayor de edad que desde hacía mucho tiempo me había ofrecido su casa ya que el permanecía en el campo.
A los pocos días de estar en Codazzi perdí la memoria, se me adelantó el parto, tuvieron que hacerme una cesárea que se complicó y los médicos decían que podía morir en cualquier momento, pero lograron salvarme la vida y hoy en día tengo problemas de hipertensión, tengo pesadillas y mi hijo tiene problemas psicológicos. Nunca más volví con el padre de mi hijo. Al año de haber tenido a mi niño logré recuperar la memoria gracias a unos talleres a los que asistía con frecuencia para ayudar a mi bebé porque a él también le dan muchas pesadillas. Ya mi hijo tiene 12 años y en las pesadillas lo que ve es guerra, que matan mucha gente y despierta llorando. Nunca me atreví a denunciar este hecho hasta hace poco tiempo”.
Mujeres de Arauca: torturadas y esclavizadas
Los abusos sexuales y la servidumbre fueron una práctica que utilizaron los miembros del Bloque Vencedores contra las mujeres de Arauca. La Fiscalía imputó 12 de estos hechos. Los casos expuestos por la Fiscalía 22 Delegada ante Justicia y Paz e imputados al comandante paramilitar de ese grupo, Miguel Ángel Mejía Múnera, alias ‘El Mellizo’, y a varios de sus hombres, revelan prácticas perversas en contra de las mujeres en desarrollo de la confrontación armada.
Uno de los hechos documentados es el de Olga, de 20 años de edad, quien viajaba desde Yopal a Tame para visitar a sus padres en junio de 2004. El bus en el que se transportaba fue interceptado por paramilitares, quienes se fijaron en esta mujer, la interrogaron, le preguntaron si era informante del Ejército o esposa de un guerrillero y, ante sus respuestas negativas, la retuvieron. La mujer fue amordazada y trasladada a una zona cercana al río Casanare, donde la presentaron ante el jefe paramilitar de la zona, Alexander Acosta, alias ‘Polocho’, quien al saber que ella conocía la zona ordenó que fuera llevada ante el grupo que operaba en Puerto Gaitán y les sirviera de guía.
La joven relató que en ese poblado la presentaron ante Giovanni Contreras, alias ‘El Enano’, quien le aseguró que la salvó, pues habían ordenado su muerte. Al mismo tiempo la amenazó diciéndole que debía ser su compañera sentimental o, de lo contrario, quedaría “a merced de los otros integrantes del grupo”. La mujer contó que durante su retención fue obligada a tener relaciones sexuales con alias ‘El Enano’. También padeció los abusos de un paramilitar identificado con el alias de ‘El Paramédico’. Solo hasta un mes después de su rapto pudo avisarles a sus padres en Tame que estaba con vida. Una vez se desmovilizó el grupo, el 23 de diciembre de 2005, la mujer quedó en libertad, pero siguió ligada sentimentalmente a alias ‘El Enano’. El 24 de julio de 2006, durante los controles médicos de su embarazo, le fue detectado el virus del Sida. Su compañero la habría contagiado. El paramilitar murió en el hospital de Kennedy, en Bogotá, el 13 de diciembre de 2008.
Torturas y abusos para callar la verdad
Victoria, una periodista de 44 años, fue desplazada de Arauca junto con su familia. Los paramilitares la torturaron, violaron y amenazaron. Los integrantes del Bloque Vencedores de Arauca buscaban que les revelara datos de sus investigaciones y sus fuentes. La mujer y su esposo eran propietarios de un medio local. Una noche de noviembre de 2003 Victoria se encontraba en su casa con su pequeña hija y la empleada del servicio. Un hombre tocó la puerta y le pidió que abriera. Al ver que ella se negó, tres desconocidos treparon un muro y entraron por el patio de la edificación. Mientras su empleada pudo resguardarse con la niña en un cuarto, los paramilitares golpeaban a la comunicadora. Luego, uno de los atacantes la amarró de un palo en el patio de la casa, le puso una cinta en la boca y una pañoleta en los ojos.
La víctima relató que uno de los hombres le empezó a preguntar por los documentos que había recolectado durante su labor periodística, revisaron las publicaciones del medio, indagaron sobre sus fuentes y nombres de guerrilleros, “intentado buscar personas del grupo enemigo”. Ante la negativa de la mujer a las exigencias de los paramilitares, uno de ellos la desnudó, la besó y le tocó abusivamente varias partes del cuerpo; también le cortó el labio superior y una de sus mejillas. Victoria fue torturada durante siete horas. Meses después, el comandante paramilitar ‘Monoguerrillo’ la llamó para decirle que debía abandonar el municipio.
Extorsionadas y abusadas
Algunos postulados a los beneficios de la Ley de Justicia y Paz del Bloque Vencedores de Arauca confesaron varios secuestros y abusos sexuales de mujeres que eran víctimas de extorsión o que alguno de sus familiares no hacía los pagos exigidos por este grupo armado ilegal. Una de las víctimas es Cristina, de 19 años, quien al momento de los hechos cursaba décimo grado. En marzo de 2004 los paramilitares la retuvieron porque sus padres, dueños de un restaurante, no pagaron las extorsiones. La joven fue amarrada a un palo del patio de su casa y al segundo día de estar allí fue abusada por un hombre identificado como ‘Orlando’. Al tercer día los ilegales se reunieron con su padre y la dejaron en libertad.
Un hecho similar ocurrió con Claudia, una comerciante de ganado y caballos. El 23 de diciembre de 2003 se dirigía de Tame a Puerto Rondón para transportar unas reses y fue interceptada por miembros de las autodefensas que le exigieron pagar una ‘vacuna’ de $250.000, ella se negó argumentando que ya había entregado esa suma cuando salía de Tame. Los paramilitares le ordenaron que les entregará a cambio las 26 reses que iba a recoger en Puerto Rondón. Claudia les entregó el ganado y fue llevada hasta Puerto Gaitán, a un campamento del Bloque Vencedores de Arauca, cuando estaba rodeada de varios hombres fue obligada a caminar desnuda delante de todos. Durante los cuatro días que estuvo retenida recibió choques eléctricos en sus genitales. Claudia relató que logró huir cuando le pidió permiso a sus captores para ir al casco urbano con la condición de que regresaría. La mujer salió desplazada del departamento. Días más tarde los paramilitares empezaron a buscarla y amenazaron a una de sus hermanas si no regresaba, la familiar de Claudia también se desplazó.
Agresiones y servidumbre
El dominio que ejercía el Bloque Vencedores de Arauca sobre los pobladores en aquellas zonas bajo su control era utilizado para satisfacer los apetitos sexuales de sus hombres. La historia de Adriana revela esa imposición perversa de la guerra. La noche del 8 de diciembre de 2002, ella se encontraba durmiendo con su esposo en su vivienda, ubicada en la vereda Feliciano, de Arauca. El hoy postulado, Domingo Garcés, quien estaba embriagado, irrumpió en esa casa sosteniendo una botella de cerveza en una de sus manos y en la otra una granada. Obligó al marido a salir de la vivienda. La mujer se enfrentó a Garcés, pero el hombre la desnudó y la accedió carnalmente. En el forcejeo el agresor perdió el explosivo. La mujer comentó lo sucedido al ex jefe paramilitar ‘Martín’. No obstante, a la semana siguiente este hombre envió a un grupo de mujeres conocidas como ‘Las Paracas’ y a otros miembros del bloque para que golpearan a Adriana y a su esposo. La pareja también fue agredida con un machete. Adriana se desplazó del pueblo. Las intimidaciones de los paramilitares se convirtieron en uno de los motivos de la separación con su esposo.
Otra de las prácticas confesadas por ex combatientes de este grupo armado ilegal fue la retención de trabajadoras de las haciendas donde establecían sus campamentos, para obligarlas a hacer trabajos domésticos. Uno de los casos ocurrió el 22 de junio de 2005, cuando un grupo de paramilitares ocupó el puesto de salud de la vereda Feliciano. Los hombres llegaron encapuchados, luego fueron hasta la casa de la enfermera y la retuvieron. Durante la noche la acusaron de atender a guerrilleros heridos, la amenazaron con cortarle las manos y la agredieron con un machete a ‘planazos’. Un ex paramilitar, conocido con el alias de ‘Mario’ le pegó en la cara con una pistola y le rompió uno de sus labios. Estos golpes le ocasionaron una incapacidad permanente en su rostro. Jorge Luis Gómez Narváez, alias ‘Noriega’, le impidió salir de la vereda.
La mujer, de 58 años de edad, indicó que los paramilitares desmantelaron el puesto de salud, se robaron varios aparatos médicos y utilizaron las sábanas para limpiar los fusiles y sus botas. Durante la ocupación del lugar, también llevaron prostitutas. La enfermera fue obligada a hacer la limpieza y relató que casi todos los días debía “recoger preservativos del piso”. El centro de salud permaneció cerrado hasta el año 2004, cuando uno de los jefes paramilitares y sus escoltas fueron detenidos. La enfermera aprovechó para huir hacia el casco urbano de Arauca.
Otro caso de servidumbre fue el de Patricia, una mujer de origen ecuatoriano, y su hija Adriana, quienes fueron obligadas a trabajar en oficios domésticos para los paramilitares en una finca de Tame. Ambos casos se presentaron en años diferentes, pero en la misma propiedad. La madre, de 41 años, debía lavar, cocinar y coser los uniformes de los integrantes del Bloque Vencedores de Arauca que habían establecido allí una de sus bases militares desde enero de 2001. Patricia era custodiada todo el tiempo por dos hombres y pudo huir del lugar en diciembre de ese mismo año, cuando inventó que debía viajar a Ecuador porque su madre estaba muy enferma. Su hija Adriana, de 23 años, fue obligada a trabajar para los paramilitares en agosto de 2004, cuando éstos volvieron a ocupar la propiedad. Ella tenía seis meses de embarazo y debía cumplir con las mismas labores de su mamá. Tras una semana de permanencia de los paramilitares en el lugar, Adriana tuvo problemas de salud y debió salir de la finca y luego de tener a su hijo se desplazó de Arauca.
[Se ha reproducido aquí apenas parte de un extenso informe sobre el tema, accesible en su totalidad en http://www.verdadabierta.com/los-pecados-de-la-guerra-paramilitar-contra-las-mujeres]
A lo largo y ancho del país las mujeres abusadas, maltratadas y esclavizadas por miembros de grupos paramilitares han comenzado a relatar sus tragedias. No ha sido una tarea fácil. Son historias llenas de dolor, de crueldad, de sevicia. Las acciones militares contra sus cuerpos las marcaron de por vida. De acuerdo con la Unidad de Justicia y Paz, en el 66 por ciento del territorio nacional, es decir, en 21 de los 32 departamentos, los integrantes de grupos paramilitares cometieron delitos sexuales. Hasta el momento por lo menos 624 casos han sido documentados con el fin de imputárselos a los responsables. Las prácticas que hasta ahora se vienen conociendo contemplan el abuso físico y mental, la esclavitud, la servidumbre, el sometimiento a relaciones afectivas indeseadas y el embarazo de menores de edad, entre otras crueldades. De los ataques no se libraron ni las integrantes de las estructuras paramilitares.
VerdadAbierta.com presenta un conjunto de artículos que contienen duras historias, relatadas por sus protagonistas [los nombres se han cambiado por seguridad], que han decidido romper el silencio y expuestos sus experiencias para reclamar verdad, justicia y reparación. Muchos paramilitares callan sus abusos, pero ellas no están dispuestas a seguir en silencio.
Abusos sexuales de los hombres de Salvatore Mancuso
Los grupos paramilitares dirigidos por Salvatore Mancuso utilizaron la fuerza y las amenazas para abusar sexualmente de las mujeres, muchas de ellas fueron obligadas a convivir y tener hijos con sus victimarios
A las 8 y 30 de mañana del 30 de octubre de 1998, los habitantes de la vereda El Diamante en Tierralta, Córdoba, corrían por las calles del pueblo para huir de un enfrentamiento entre guerrilleros de las Farc y paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc). Diana, una trabajadora de servicio doméstico, salió por una trocha al borde de una quebrada. Mientras corría, se encontró con una joven de 19 años, ambas continuaron la huida hasta que oscureció. Cuando las mujeres pensaron que estaban fuera de peligro se encontraron con un grupo de hombres armados, que las amenazaron con matarlas si se resistían a tener sexo con ellos. Primero tomaron a la joven de 19 años, pero ella se opuso y le dispararon, luego tres hombres abusaron sexualmente de Diana y la amenazaron con matarla si denunciaba los hechos. El de Diana es uno de los 230 casos de abuso sexual que cometieron los hombres de los bloques paramilitares que estuvieron al mando de Salvatore Mancuso y que la Fiscalía presentó ante magistrados de Justicia y Paz contra este ex jefe paramilitar. En total, se registraron 222 mujeres víctimas de esos hechos.
La mayoría de ellas fueron víctimas de integrantes del Bloque Norte de las Auc, grupo armado que hizo presencia en los departamentos de Magdalena, Sucre, La Guajira, Bolívar, Cesar y Atlántico. Seguido del Bloque Catatumbo, la facción paramilitar que Mancuso creó en 1999 en Norte de Santander. La siguiente gráfica muestra el número de víctimas por bloque paramilitar. Las víctimas del Bloque Norte están concentradas en su mayoría en Magdalena: 41 casos ocurrieron en el municipio de Plato, seguido por Santa Marta, donde se reportaron 23 casos. En Norte de Santander el municipio más afectado fue Tibú, donde se conocen 19 hechos.
Como en el caso de Diana, las mujeres vivieron la violencia como los demás habitantes: eran desplazadas de sus casas, sus familiares fueron asesinados y sus hijos reclutados, pero además debían sufrir en silencio las secuelas psicológicas y físicas que se presentaron en más del 90 por ciento de los casos. Según ha documentado la Fiscalía, en el 64 por ciento de los casos los paramilitares utilizaron la fuerza y una de cada tres mujeres fue amenazada. Ni en sus propios hogares podían estar tranquilas. Así le sucedió a Celia, quien se encontraba en su finca en Plato, Magdalena, cuando al anochecer llegó un grupo de seis paramilitares a su casa y obligaron a su hijo a marcharse con ellos. “Yo les dije que para dónde se llevaban a mi hijo y ellos me dijeron que no era conmigo que me callara la boca, y me amarraron las manos y los pies. Yo les dije que si se lo iban a llevar que me llevaran a mí también”, recuerda Celia. Mientras estaba amarrada, tres hombres la golpearon muy fuerte y abusaron sexualmente de ella. Antes de irse le dijeron que tenía que salir de la vereda con su hijo y la amenazaron diciendo que los podían matar si no lo hacían.
En Magdalena se presentó otro fenómeno: las víctimas fueron obligadas a someterse a cirugías para quedar estériles. Según relataron mujeres afectadas, los paramilitares convocaron a reuniones que dirigía Neyla Alfredina Soto Ruiz, alias ‘Sonia’ o ‘La Sombrerona’, una mujer cercana al jefe paramilitar Rodrigo Tovar Pupo, alias ‘Jorge 40’. “En una ocasión alias ‘Sonia’ nos dijo que nos teníamos que desconectar (esterilizar) porque andábamos como las burras y las puercas pariendo, que teníamos que hacer lo que ella dijera, de lo contrario se desquitaría con nuestra familia, porque ellos eran la autoridad”, recordó una mujer de la región. Un carro las recogió a la madrugada siguiente y fueron obligadas a someterse a un procedimiento quirúrgico. Una de las víctimas asegura que luego de esa operación sufrió una enfermedad pélvica. La Fiscalía ha documentado hasta el momento nueve casos de mujeres que fueron obligadas a someterse a estas cirugías y otras siete que fueron forzadas a abortar.
En Norte de Santander los paramilitares usaron los retenes ilegales que se instalaban en las carreteras para abusar de las mujeres. Así le sucedió a Beatriz*, quien en septiembre de 1999 cuando salía de la Gabarra, el bus en el que se transportaba fue detenido por un grupo de por lo menos 15 hombres del recién creado Bloque Catatumbo. Los ‘paras’ obligaron a Beatriz y a otras siete mujeres a bajarse del vehículo y el hombre que estaba al mando dio la orden “de que escogieran a sus mujeres”. “Me quede bloqueada, solo recuerdo que me llevaron por un camino y por ahí abusaron de mí, ahí habían dos cadáveres en descomposición. Me acostaron en un costal de cabuya y me dijeron que tenía que colaborarles que para eso era la mujer”, recordó Beatriz.
Obligadas a vivir con el enemigo
El ente investigador ha encontrado 22 hechos en los que las mujeres, luego de haber sido violadas, fueron forzadas a convivir con su victimario. Así le sucedió a Paloma, una menor de edad que vivía en la Gabarra, y que era constantemente perseguida por un paramilitar, el hombre le repetía que ella no iba a escapar de él, la situación llegó a tal punto que Paloma prefirió no volver a salir de su casa para no tener que encontrárselo. Su hermano la acompañaba cuando tenía que salir, pero un día tuvo que caminar sola y pasar frente a una oficina que los paramilitares habían instalado en el pueblo. De inmediato la subieron a una camioneta y la llevaron hasta donde estaba su acosador, el hombre le dijo que quería que ella fuera su mujer y que se relajara, Paloma empezó a llorar y el paramilitar abuso sexualmente de ella. Antes de dejarla ir le advirtió que no podía contarle a nadie lo que había sucedido. Unos meses después Paloma se enteró que estaba embarazada, el violador le dijo que tenía que tener el hijo y que debía irse a vivir con él a Tibú, ella lo hizo por miedo a que tomaran represalias contra su familia.
Algo similar le ocurrió a Jennifer, una niña de 13 años que vivía en una vereda de Tibú. Una noche un paramilitar que estaba ebrio la llamó y le dijo que se subiera a su moto, la niña se rehusó y le dio una cachetada, el hombre sacó su pistola y empezó a disparar mientras Jennifer huía. A la mañana siguiente la joven tuvo que huir a Venezuela por miedo a que la mataran. Allá permaneció durante año y medio, y decidió regresar en junio de 2002 a su pueblo cuando pensó que el peligro ya había pasado. Pero una semana después de su llegaba volvió el mismo paramilitar, se le acercó y le dijo que tenía que estar con él a las buenas o a las malas. “Me dijo que si yo no era de él iba a matar a mi hermana”. Ese mismo día la llevo hasta un campamento paramilitar donde él dormía, la golpeó y la violó. “Así ocurrió durante todo el tiempo que estuve ahí, a mi hermana le dijo que no se preocupara que yo estaba bien allá. Yo me resigné”. Jennifer duró en esta situación durante dos años.
Del abuso a la prostitución en La Mesa, Cesar
En los municipios de La Mesa y Astrea, Cesar, los paramilitares fueron inclementes con las mujeres. Muy pocas han confesado los maltratos y sus victimarios se niegan a confesar.
Carmen apenas tenía 14 años cuando llegaron al pueblo los primeros hombres del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc). Ella no comprendía la diferencia que existía entre un soldado, un guerrillero y un paramilitar, pues todos vestían igual. En su inocencia de niña, acostumbrada a la vida campesina de su familia, a sus recorridos todas las tardes por la cancha y las calles de su pueblo, no tenía la experiencia para desviar las miradas incisivas de los paramilitares que al verla pasar le lanzaban frases subidas de tono.
Era septiembre de 1998 cuando llegó por primera vez al corregimiento de La Mesa, a 25 minutos de Valledupar y poco menos del Batallón de Artillería La Popa, David Hernández, alias ‘39’, comandante del frente Mártires del Cesar, quien por encargo del mismo Rodrigo Tovar, alias Jorge 40, tenía la tarea de limpiar de guerrilla la zona de La Mesa Azúcar Buena, una extensa región que hace parte de la Sierra Nevada de Santa Marta. “Lo primero que dijo 39 cuando vino a La Mesa fue que iba a poner orden, que cualquiera que se saliera de la línea debía atenerse a las consecuencias y el marido que se portara mal con su mujer y la mujer que se le viera en malos pasos, serían castigados”. Así lo recuerda uno de los hombres que estuvo en esa primera reunión a la que los obligaron a asistir y que se realizó en el colegio del pequeño caserío.
Carmen, ajena a todas esas advertencias y a los fines del grupo armado que había llegado, siguió su acostumbrada rutina de pasear por el pueblo. A finales de 1998 ella fue abordada por un hombre de las Auc, quien le dijo que el comandante ‘39’ la había mandado a buscar. Ella se fue con él a una cita a ciegas, que al final terminó siendo una trampa. “El abuso de mí y me dijo que no podía decírselo a nadie, que si le contaba a mi mamá o a mi papá, o algún otro miembros de los paramilitares, me mataba. Por eso me quedé callada y no se lo dije a nadie”. Ahí terminaron los paseos de Carmen, quien se volvió más callada, pero a la vez más realista. “El pueblo cambió. Ya no era igual. Mataron a varias personas de La Mesa y ya ellos vivían ahí. Controlaban todo”, cuenta esta joven que hoy tiene 29 años, quien ha tratado de recuperar su vida, pues después aquella noche que fue abusada, fue buscada una y otra vez por su victimario sin poder hacer nada. “Un día él me dijo que había otros muchachos que también tenían sus necesidades y que si yo quería podía ganarme una platica. Me dijo que si yo quería, él me hacía las citas y me pagaban por acostarme con ellos”. Así terminó Carmen, prostituyéndose, al igual que otras muchachas del pueblo. No acabó sus estudios y comenzó una vida desordenada, de la que aún se arrepiente: “Si ese hombre no me hubiera violado esa noche, yo no habría entrado en esa vida, pues yo quería estudiar y ayudar a mi familia”.
VerdadAbierta.com visitó el corregimiento de La Mesa y los hombres mayores aseguran que allí no hubo abuso sexual contra las jóvenes porque el mismo ‘39’ advirtió que sus hombres no podían meterse con las jóvenes del pueblo. Lo que no saben estos lugareños es que muchas adolescentes, incluso mujeres casadas, debieron quedarse calladas por la intimidación de las armas. Ellas debían ir hasta El Mamón, un sitio más arriba de La Mesa, cada vez que un paramilitar con cierto rango las mandaba a llamar, petición a la que no podía negarse porque las amenazaban con matar a sus familiares. Muy pocas han denunciado estos delitos y los paramilitares del Frente Mártires del Cesar tampoco los han confesado. En La Mesa las víctimas de diferentes delitos apenas van a comenzar a contar lo que les ocurrió.
Historia de una víctima en Astrea
Diana es una mujer que fue víctima de violencia sexual ejercida por grupos paramilitares que operaron en el municipio de Astrea, Cesar. Después de muchos años de ocurrido el caso, ella se llenó de valor y acudió a la Organización Víctimas Emprendedoras del municipio de Codazzi, a donde se fue a vivir para rehacer su día. El siguiente es su relato. “Vivíamos en una vereda en Astrea, en el año 2002, cuando llegaron unos paramilitares. Yo me encontraba con mi mamá y mis dos hermanos. A mi mamá la golpearon y la obligaron a estar con ellos, la violaron, y a mi hermanito de 12 años lo tenían agarrado dos paramilitares y otros me sujetaron a mí. Cuando ellos empezaron a quitarme la ropa a la fuerza, mi hermano mordió a uno de ellos y el tipo lo pateó y otro lo mató de un tiro en la cabeza. Mi mamá empezó a forcejear con ellos y le dieron varios garrotazos hasta que uno de los paramilitares dijo que ya estaba muerta, mientras tanto, ellos continuaban abusando sexualmente de mí.
Mi otro hermano de ocho años estaba escondido y logró huir a una parcela vecina. Los paramilitares me golpearon tan fuerte que perdí el conocimiento, cuando desperté ya se habían ido y al llegar mi hermano junto con otras personas, se dieron cuenta que mi madre aún estaba con vida. La comunidad hizo un hueco en el patio de la casa y enterraron a mi hermanito y sacaron a mi mamá, a mi otro hermano y a mí hacia Astrea, llamaron a unos familiares a Codazzi y nos trasladaron hasta el hospital de allá, donde mi madre falleció. A mí me llevaron al hospital Rosario Pumarejo de López, en Valledupar, donde los médicos decían que no me aseguraban la vida porque había perdido mucha sangre. Mientras yo estaba hospitalizada, hacían el velorio de mi madre en Codazzi y hasta allá llegaron los paramilitares y se llevaron a mi hermano de ocho años, quien nunca apareció, y le dijeron a las personas que allí se encontraban que el día que yo denunciara me mataban, si era que yo sobrevivía. Lo peor ocurrió cuando mi padre que se encontraba conmigo en el hospital de Valledupar, se enteró de lo que le pasó en el velorio de mi mamá. Se volvió como loco y tomó la triste decisión de salir a buscar a mi hermano en la trocha de Verdecía. Días después apareció muerto. Cuando salí del hospital me refugié donde una prima hermana que ha sido como una madre para mí, pero no volví a hablar por mucho tiempo. Tuve problemas de lenguaje, no me gustaba hablar con nadie, hasta que un día mi prima conoció a la señora de la Organización de Víctimas y me llevó a que hablara con ella, lo primero que me dijo fue que no tuviera miedo que no estaba sola, que ella me podía ayudar y fue así como apenas este año denuncié todo lo que nos sucedió”. En esta Organización más de 30 mujeres se han unido alrededor de los crueles recuerdos de la guerra y temen denunciar sus casos porque aseguran que sus victimarios andan suelto y cerca de ellas.
Las victimas del frente ‘Juan Andrés Álvarez’
En la zona minera del Cesar, donde tenía dominio el Frente ‘Juan Andrés Álvarez’ de las Auc ocurrieron cientos de casos de abusos sexuales contra las mujeres, pero pocos han sido denunciados, pues las víctimas consideran que “ya todo pasó”, y mucho menos son confesados por los ex paramilitares. Una de las víctimas contó su historia a VerdadAbierta.com con el compromiso de no revelar su identidad. Su tragedia comenzó el 14 de enero de 2000 en la finca Macondo, trocha de Verdecía, municipio de Codazzi. La afectada relató lo ocurrido.
“Yo me encontraba viviendo con mi compañero en la finca Macondo, pues ese era el sitio de trabajo de mi marido. Tenía tres meses de embarazo y cada 15 días me tocaba salir de compras al pueblo (Codazzi). En una de esas salidas, de regreso para la finca tomé un carro como de costumbre y desafortunadamente el carro se varó a pocos kilómetros de la finca, así que me tocó dejar las compras guardadas en un potrero para ir por mi marido para que él las viniera a buscar. Cuando iba llagando a la finca cerca al portón me agarraron tres paramilitares y me obligaron a caminar por largo rato hasta llegar a un lugar lejos de la casa de la finca, me maltrataron, me taparon la boca, me decían palabras groseras como “perra hp” y los tres abusaron de mí. Escuché varias veces mencionar que a uno de ellos le decían ‘El Zángano’. En ese momento, ellos me pegaban fuerte y me repitieron varias veces: “como hables te mueres y a tu marido lo vamos a dejar estampado en la pared”.
Desde ese momento empezaron las humillaciones más grandes de mi vida. Ellos me acercaron hasta un caño cercano a la casa, ahí me dejaron tirada. Me lavé mis partes genitales, trate de fingir para que mi marido no se diera cuenta de lo que me había pasado y al llegar a la finca él me insistía en que le dijera por qué estaba así arrastrada y con moretones en los brazos y piernas y yo le dije que nos habíamos accidentado y que las compras estaban a un lado de la carretera escondidas en un monte. Pero esa misma noche el grupo paramilitar llegó a la finca y se quedó supuestamente por órdenes del dueño de la finca, eran más de 600 hombres. Me tocaba atenderlos, ellos se burlaban de mí y en cualquier oportunidad que tenían me decían que el día que hablara de lo sucedido me arrancarían la lengua.
Así dure alrededor de seis meses, ya no tenía vida íntima con mi marido por lo cual me reclamaba y yo no sabía qué decirle, así que tomé la decisión de dejarlo e irme para Codazzi. Tuve una fuerte discusión con él porque me decía que en ese pueblo no había trabajo y que no iba a dejar el que tenía por caprichos míos. Ese día que discutíamos estaba en la finca alias ‘El Zángano’, se metió en la discusión y preguntó qué pasaba. Mi marido le respondió que yo lo quería dejar porque no quería estar más en el monte, entonces ‘El Zángano’ le dijo: “déjala que se largue, mujeres hay muchas”. Al llegar al pueblo me refugié en la casa de un señor mayor de edad que desde hacía mucho tiempo me había ofrecido su casa ya que el permanecía en el campo.
A los pocos días de estar en Codazzi perdí la memoria, se me adelantó el parto, tuvieron que hacerme una cesárea que se complicó y los médicos decían que podía morir en cualquier momento, pero lograron salvarme la vida y hoy en día tengo problemas de hipertensión, tengo pesadillas y mi hijo tiene problemas psicológicos. Nunca más volví con el padre de mi hijo. Al año de haber tenido a mi niño logré recuperar la memoria gracias a unos talleres a los que asistía con frecuencia para ayudar a mi bebé porque a él también le dan muchas pesadillas. Ya mi hijo tiene 12 años y en las pesadillas lo que ve es guerra, que matan mucha gente y despierta llorando. Nunca me atreví a denunciar este hecho hasta hace poco tiempo”.
Mujeres de Arauca: torturadas y esclavizadas
Los abusos sexuales y la servidumbre fueron una práctica que utilizaron los miembros del Bloque Vencedores contra las mujeres de Arauca. La Fiscalía imputó 12 de estos hechos. Los casos expuestos por la Fiscalía 22 Delegada ante Justicia y Paz e imputados al comandante paramilitar de ese grupo, Miguel Ángel Mejía Múnera, alias ‘El Mellizo’, y a varios de sus hombres, revelan prácticas perversas en contra de las mujeres en desarrollo de la confrontación armada.
Uno de los hechos documentados es el de Olga, de 20 años de edad, quien viajaba desde Yopal a Tame para visitar a sus padres en junio de 2004. El bus en el que se transportaba fue interceptado por paramilitares, quienes se fijaron en esta mujer, la interrogaron, le preguntaron si era informante del Ejército o esposa de un guerrillero y, ante sus respuestas negativas, la retuvieron. La mujer fue amordazada y trasladada a una zona cercana al río Casanare, donde la presentaron ante el jefe paramilitar de la zona, Alexander Acosta, alias ‘Polocho’, quien al saber que ella conocía la zona ordenó que fuera llevada ante el grupo que operaba en Puerto Gaitán y les sirviera de guía.
La joven relató que en ese poblado la presentaron ante Giovanni Contreras, alias ‘El Enano’, quien le aseguró que la salvó, pues habían ordenado su muerte. Al mismo tiempo la amenazó diciéndole que debía ser su compañera sentimental o, de lo contrario, quedaría “a merced de los otros integrantes del grupo”. La mujer contó que durante su retención fue obligada a tener relaciones sexuales con alias ‘El Enano’. También padeció los abusos de un paramilitar identificado con el alias de ‘El Paramédico’. Solo hasta un mes después de su rapto pudo avisarles a sus padres en Tame que estaba con vida. Una vez se desmovilizó el grupo, el 23 de diciembre de 2005, la mujer quedó en libertad, pero siguió ligada sentimentalmente a alias ‘El Enano’. El 24 de julio de 2006, durante los controles médicos de su embarazo, le fue detectado el virus del Sida. Su compañero la habría contagiado. El paramilitar murió en el hospital de Kennedy, en Bogotá, el 13 de diciembre de 2008.
Torturas y abusos para callar la verdad
Victoria, una periodista de 44 años, fue desplazada de Arauca junto con su familia. Los paramilitares la torturaron, violaron y amenazaron. Los integrantes del Bloque Vencedores de Arauca buscaban que les revelara datos de sus investigaciones y sus fuentes. La mujer y su esposo eran propietarios de un medio local. Una noche de noviembre de 2003 Victoria se encontraba en su casa con su pequeña hija y la empleada del servicio. Un hombre tocó la puerta y le pidió que abriera. Al ver que ella se negó, tres desconocidos treparon un muro y entraron por el patio de la edificación. Mientras su empleada pudo resguardarse con la niña en un cuarto, los paramilitares golpeaban a la comunicadora. Luego, uno de los atacantes la amarró de un palo en el patio de la casa, le puso una cinta en la boca y una pañoleta en los ojos.
La víctima relató que uno de los hombres le empezó a preguntar por los documentos que había recolectado durante su labor periodística, revisaron las publicaciones del medio, indagaron sobre sus fuentes y nombres de guerrilleros, “intentado buscar personas del grupo enemigo”. Ante la negativa de la mujer a las exigencias de los paramilitares, uno de ellos la desnudó, la besó y le tocó abusivamente varias partes del cuerpo; también le cortó el labio superior y una de sus mejillas. Victoria fue torturada durante siete horas. Meses después, el comandante paramilitar ‘Monoguerrillo’ la llamó para decirle que debía abandonar el municipio.
Extorsionadas y abusadas
Algunos postulados a los beneficios de la Ley de Justicia y Paz del Bloque Vencedores de Arauca confesaron varios secuestros y abusos sexuales de mujeres que eran víctimas de extorsión o que alguno de sus familiares no hacía los pagos exigidos por este grupo armado ilegal. Una de las víctimas es Cristina, de 19 años, quien al momento de los hechos cursaba décimo grado. En marzo de 2004 los paramilitares la retuvieron porque sus padres, dueños de un restaurante, no pagaron las extorsiones. La joven fue amarrada a un palo del patio de su casa y al segundo día de estar allí fue abusada por un hombre identificado como ‘Orlando’. Al tercer día los ilegales se reunieron con su padre y la dejaron en libertad.
Un hecho similar ocurrió con Claudia, una comerciante de ganado y caballos. El 23 de diciembre de 2003 se dirigía de Tame a Puerto Rondón para transportar unas reses y fue interceptada por miembros de las autodefensas que le exigieron pagar una ‘vacuna’ de $250.000, ella se negó argumentando que ya había entregado esa suma cuando salía de Tame. Los paramilitares le ordenaron que les entregará a cambio las 26 reses que iba a recoger en Puerto Rondón. Claudia les entregó el ganado y fue llevada hasta Puerto Gaitán, a un campamento del Bloque Vencedores de Arauca, cuando estaba rodeada de varios hombres fue obligada a caminar desnuda delante de todos. Durante los cuatro días que estuvo retenida recibió choques eléctricos en sus genitales. Claudia relató que logró huir cuando le pidió permiso a sus captores para ir al casco urbano con la condición de que regresaría. La mujer salió desplazada del departamento. Días más tarde los paramilitares empezaron a buscarla y amenazaron a una de sus hermanas si no regresaba, la familiar de Claudia también se desplazó.
Agresiones y servidumbre
El dominio que ejercía el Bloque Vencedores de Arauca sobre los pobladores en aquellas zonas bajo su control era utilizado para satisfacer los apetitos sexuales de sus hombres. La historia de Adriana revela esa imposición perversa de la guerra. La noche del 8 de diciembre de 2002, ella se encontraba durmiendo con su esposo en su vivienda, ubicada en la vereda Feliciano, de Arauca. El hoy postulado, Domingo Garcés, quien estaba embriagado, irrumpió en esa casa sosteniendo una botella de cerveza en una de sus manos y en la otra una granada. Obligó al marido a salir de la vivienda. La mujer se enfrentó a Garcés, pero el hombre la desnudó y la accedió carnalmente. En el forcejeo el agresor perdió el explosivo. La mujer comentó lo sucedido al ex jefe paramilitar ‘Martín’. No obstante, a la semana siguiente este hombre envió a un grupo de mujeres conocidas como ‘Las Paracas’ y a otros miembros del bloque para que golpearan a Adriana y a su esposo. La pareja también fue agredida con un machete. Adriana se desplazó del pueblo. Las intimidaciones de los paramilitares se convirtieron en uno de los motivos de la separación con su esposo.
Otra de las prácticas confesadas por ex combatientes de este grupo armado ilegal fue la retención de trabajadoras de las haciendas donde establecían sus campamentos, para obligarlas a hacer trabajos domésticos. Uno de los casos ocurrió el 22 de junio de 2005, cuando un grupo de paramilitares ocupó el puesto de salud de la vereda Feliciano. Los hombres llegaron encapuchados, luego fueron hasta la casa de la enfermera y la retuvieron. Durante la noche la acusaron de atender a guerrilleros heridos, la amenazaron con cortarle las manos y la agredieron con un machete a ‘planazos’. Un ex paramilitar, conocido con el alias de ‘Mario’ le pegó en la cara con una pistola y le rompió uno de sus labios. Estos golpes le ocasionaron una incapacidad permanente en su rostro. Jorge Luis Gómez Narváez, alias ‘Noriega’, le impidió salir de la vereda.
La mujer, de 58 años de edad, indicó que los paramilitares desmantelaron el puesto de salud, se robaron varios aparatos médicos y utilizaron las sábanas para limpiar los fusiles y sus botas. Durante la ocupación del lugar, también llevaron prostitutas. La enfermera fue obligada a hacer la limpieza y relató que casi todos los días debía “recoger preservativos del piso”. El centro de salud permaneció cerrado hasta el año 2004, cuando uno de los jefes paramilitares y sus escoltas fueron detenidos. La enfermera aprovechó para huir hacia el casco urbano de Arauca.
Otro caso de servidumbre fue el de Patricia, una mujer de origen ecuatoriano, y su hija Adriana, quienes fueron obligadas a trabajar en oficios domésticos para los paramilitares en una finca de Tame. Ambos casos se presentaron en años diferentes, pero en la misma propiedad. La madre, de 41 años, debía lavar, cocinar y coser los uniformes de los integrantes del Bloque Vencedores de Arauca que habían establecido allí una de sus bases militares desde enero de 2001. Patricia era custodiada todo el tiempo por dos hombres y pudo huir del lugar en diciembre de ese mismo año, cuando inventó que debía viajar a Ecuador porque su madre estaba muy enferma. Su hija Adriana, de 23 años, fue obligada a trabajar para los paramilitares en agosto de 2004, cuando éstos volvieron a ocupar la propiedad. Ella tenía seis meses de embarazo y debía cumplir con las mismas labores de su mamá. Tras una semana de permanencia de los paramilitares en el lugar, Adriana tuvo problemas de salud y debió salir de la finca y luego de tener a su hijo se desplazó de Arauca.
[Se ha reproducido aquí apenas parte de un extenso informe sobre el tema, accesible en su totalidad en http://www.verdadabierta.com/los-pecados-de-la-guerra-paramilitar-contra-las-mujeres]
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