Kevin Carson
En un programa de la TV norteamericana, John Stossel conversó con el escritor anarcocapitalista David Friedman sobre la posibilidad de “privatizarlo todo” (o sea, todas las funciones gubernamentales). Cuando llegó el momento de abordar el tema de las funciones militares, la discusión se tornó sumamente reveladora sobre lo que significa la “privatización” para buena parte de la Derecha que se autocalifica de libertaria. Stossel señaló que “gran parte del ejército ya está privatizado”, con Halliburton como proveedor de comidas y servicios de lavandería, construyendo facilidades de alojamiento, etc. No solo eso, agregó Friedman, “Todo el tema de armamento está privatizado”. Al fin y al cabo, los ejércitos “no fabrican sus propias armas y tanques y otros instrumentos, sino que los compran a empresas privadas”.
De nuevo, ésto resulta muy iluminador en cuanto a cómo muchos libertarios de derecha conciben lo que es una economía de “libre mercado”. Claro, lo que importa a la hora de determinar cuánto se aproxima una economía al ideal del libre mercado es la porción de los ingresos totales que pasa por manos nominalmente “privadas” (en lugar de las manos de aquellos que están oficialmente en la plantilla del gobierno), ¿no es cierto?.
Pues, no. Un mercado libre no es una sociedad en la que todas las funciones sociales son llevadas a cabo por corporaciones privadas con fines de lucro, sino una sociedad en la que todas las funciones son llevadas a cabo por asociaciones libres y voluntarias. Esto significa que la gente se abastece de los servicios que necesita organizándolos cooperativamente con otras personas por voluntad propia, o persuadiendo a alguien para que los provea voluntariamente. Y nadie es forzado a pagar por servicios que no desea.
Eso sería un mercado libre. Pero no sería capitalismo – es decir, no sería un sistema en el que los capitalistas privados actúan a través del Estado para garantizarse ganancias a través de la intervención coercitiva en el mercado. Los capitalistas no se enriquecen por fabricar cosas o la prestación de servicios. Se enriquecen mediante el control – con la ayuda del Estado – de las circunstancias bajo las cuales se permite a la gente a fabricar cosas o prestar servicios. Si de hecho fabrican cosas o prestan servicios, lo hacen bajo circunstancias cuidadosamente controladas en las que reciben el dinero de clientes involuntarios que son reclutados como consumidores por el Estado, o el Estado limita la capacidad de otras empresas para competir con ellos. Ya sabes, como Halliburton y los contratistas militares. O el seguro médico privado que la gente tiene que comprar bajo Obamacare. En el capitalismo, las empresas privilegiadas ganan dinero cargándole los costos a los demás. Los grandes negocios obtienen sus ganancias externalizando sus costos operativos en el contribuyente.
Halliburton y los contratistas militares son casos extremos, pero en realidad eso es lo que sucede con casi toda la lista Fortune 500. Sus ganancias provienen, mayoritariamente, de los subsidios del gobierno o de derechos monopólicos de varios tipos impuestos forzosamente por el gobierno (como las patentes y derechos de autor) que prohíben a otros competir con ellos.
¿No me crees? Piénsalo un minuto: ¿cuáles son las industrias más rentables del mundo hoy en día? Hay industrias que dependen de la “propiedad intelectual” para restringir la competencia: software, entretenimiento, farmacéuticas, biotecnología, electrónica de consumo, los fabricantes que utilizan el intercambio y la agreagación de patentes para cartelizar mercados, y empresas que utilizan las marcas para controlar la producción subcontratada a talleres clandestinos del Tercer Mundo vendiendo al público por un precio de venta que multiplica muchas veces el costo unitario. Hay industrias extractivas, como la minería, la exploración petrolera y la agroindustria, que operan en tierras robadas gracias al legado del colonialismo y la complicidad de las élites terratenientes locales con las corporaciones occidentales. Ahí quedan incluidas las industrias directamente subvencionadas por el gobierno, como la agroindustria y los contratistas militares. ¿Qué queda?.
Sinceramente, ¿a quién le importa si una corporación como Halliburton es nominalmente “privada” o “estatal”. Si hace su dinero a través de la fuerza ejercida por el Estado en su nombre, no deja de ser una parte del Estado. La única diferencia es que en vez de sólo tener que pagarle a los empleados de la administración pública, los contribuyentes también tienen que alimentar a los accionistas y el resto de los cerditos millonarios vestidos de traje y corbata. Bajo estas circunstancias, en las que el ciudadano paga la cuenta y las personas que realizan la función son de facto funcionarios del Estado de cualquier manera, en realidad sería hasta más sincero realizar la función directamente a través del gobierno en lugar de pasar por la farsa de la subcontratación a un negocio “privado”. Por lo menos habría menos grupos de parásitos que alimentar.
[Original en inglés disponible en http://c4ss.org/content/22811; traducción de A. Furth, con correciones de la Redacción de El Libertario]
En un programa de la TV norteamericana, John Stossel conversó con el escritor anarcocapitalista David Friedman sobre la posibilidad de “privatizarlo todo” (o sea, todas las funciones gubernamentales). Cuando llegó el momento de abordar el tema de las funciones militares, la discusión se tornó sumamente reveladora sobre lo que significa la “privatización” para buena parte de la Derecha que se autocalifica de libertaria. Stossel señaló que “gran parte del ejército ya está privatizado”, con Halliburton como proveedor de comidas y servicios de lavandería, construyendo facilidades de alojamiento, etc. No solo eso, agregó Friedman, “Todo el tema de armamento está privatizado”. Al fin y al cabo, los ejércitos “no fabrican sus propias armas y tanques y otros instrumentos, sino que los compran a empresas privadas”.
De nuevo, ésto resulta muy iluminador en cuanto a cómo muchos libertarios de derecha conciben lo que es una economía de “libre mercado”. Claro, lo que importa a la hora de determinar cuánto se aproxima una economía al ideal del libre mercado es la porción de los ingresos totales que pasa por manos nominalmente “privadas” (en lugar de las manos de aquellos que están oficialmente en la plantilla del gobierno), ¿no es cierto?.
Pues, no. Un mercado libre no es una sociedad en la que todas las funciones sociales son llevadas a cabo por corporaciones privadas con fines de lucro, sino una sociedad en la que todas las funciones son llevadas a cabo por asociaciones libres y voluntarias. Esto significa que la gente se abastece de los servicios que necesita organizándolos cooperativamente con otras personas por voluntad propia, o persuadiendo a alguien para que los provea voluntariamente. Y nadie es forzado a pagar por servicios que no desea.
Eso sería un mercado libre. Pero no sería capitalismo – es decir, no sería un sistema en el que los capitalistas privados actúan a través del Estado para garantizarse ganancias a través de la intervención coercitiva en el mercado. Los capitalistas no se enriquecen por fabricar cosas o la prestación de servicios. Se enriquecen mediante el control – con la ayuda del Estado – de las circunstancias bajo las cuales se permite a la gente a fabricar cosas o prestar servicios. Si de hecho fabrican cosas o prestan servicios, lo hacen bajo circunstancias cuidadosamente controladas en las que reciben el dinero de clientes involuntarios que son reclutados como consumidores por el Estado, o el Estado limita la capacidad de otras empresas para competir con ellos. Ya sabes, como Halliburton y los contratistas militares. O el seguro médico privado que la gente tiene que comprar bajo Obamacare. En el capitalismo, las empresas privilegiadas ganan dinero cargándole los costos a los demás. Los grandes negocios obtienen sus ganancias externalizando sus costos operativos en el contribuyente.
Halliburton y los contratistas militares son casos extremos, pero en realidad eso es lo que sucede con casi toda la lista Fortune 500. Sus ganancias provienen, mayoritariamente, de los subsidios del gobierno o de derechos monopólicos de varios tipos impuestos forzosamente por el gobierno (como las patentes y derechos de autor) que prohíben a otros competir con ellos.
¿No me crees? Piénsalo un minuto: ¿cuáles son las industrias más rentables del mundo hoy en día? Hay industrias que dependen de la “propiedad intelectual” para restringir la competencia: software, entretenimiento, farmacéuticas, biotecnología, electrónica de consumo, los fabricantes que utilizan el intercambio y la agreagación de patentes para cartelizar mercados, y empresas que utilizan las marcas para controlar la producción subcontratada a talleres clandestinos del Tercer Mundo vendiendo al público por un precio de venta que multiplica muchas veces el costo unitario. Hay industrias extractivas, como la minería, la exploración petrolera y la agroindustria, que operan en tierras robadas gracias al legado del colonialismo y la complicidad de las élites terratenientes locales con las corporaciones occidentales. Ahí quedan incluidas las industrias directamente subvencionadas por el gobierno, como la agroindustria y los contratistas militares. ¿Qué queda?.
Sinceramente, ¿a quién le importa si una corporación como Halliburton es nominalmente “privada” o “estatal”. Si hace su dinero a través de la fuerza ejercida por el Estado en su nombre, no deja de ser una parte del Estado. La única diferencia es que en vez de sólo tener que pagarle a los empleados de la administración pública, los contribuyentes también tienen que alimentar a los accionistas y el resto de los cerditos millonarios vestidos de traje y corbata. Bajo estas circunstancias, en las que el ciudadano paga la cuenta y las personas que realizan la función son de facto funcionarios del Estado de cualquier manera, en realidad sería hasta más sincero realizar la función directamente a través del gobierno en lugar de pasar por la farsa de la subcontratación a un negocio “privado”. Por lo menos habría menos grupos de parásitos que alimentar.
[Original en inglés disponible en http://c4ss.org/content/22811; traducción de A. Furth, con correciones de la Redacción de El Libertario]
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