Rafael Uzcátegui
Desde la muerte de
Hugo Chávez un estado de desconcierto se ha apoderado del país, especialmente
para las diferentes fuerzas políticas que, inercialmente, continúan apostando
al escenario electoral, la “legitimidad” de contar con mayoría de votos, como
resolutivo providencial de la profunda crisis instalada entre nosotros. ¿En qué
momento nos encontramos? Tras la muerte de Hugo Chávez existe el proceso de mutación
de un poder unipersonal a uno representado por una cúpula dirigente, en un
contexto signado por el desplome de popularidad del proyecto bolivariano –cuyo
dato más visible fueron los votos obtenidos por Nicolás Maduro el pasado 14 de
abril, el peor resultado electoral bolivariano hasta ahora en su historia-,
severos cuestionamientos a la dirigencia de los dos bandos políticos en pugna y
una aguda crisis económica. El gobierno tiene a Nicolás Maduro como figura
principal hacia fuera, pero con su autoridad y capacidad de liderazgo
cuestionado a lo interno del bolivarianismo. Maduro ha intentado balancear esta
debilidad haciendo peso con la jefatura cubana, mientras es presionado desde
diferentes flancos por los cuadros altos y medios de las Fuerzas Armadas
venezolanas, ubicados en estratégicos puestos de control civil desde donde
controlan todas las mercancías, legales e ilegales, que circulan por el
territorio. Mientras el partido oficial, PSUV, comienza a transitar los
vericuetos de los enfrentamientos intestinos, un Ejecutivo sin fuerza para
promover el otrora arrollador proyecto del “Socialismo del Siglo XXI” intenta
ganar tiempo de supervivencia: radicaliza en apariencia su discurso político
mientras establece puentes con el empresariado privado para el aumento de la
producción de alimentos, intentando desactivar uno de los principales vectores
de descontento: El desabastecimiento.
Frente a esta
situación ¿cuáles serían los escenarios posibles? Visualicemos dos. En el
primero el Madurismo logra permanecer 6 años en un contexto de altos precios
petroleros que le permiten, intermitentemente, inyectar recursos al tejido
clientelar de las misiones sociales. Controlando los canales institucionales
que permiten a su gobierno mantener un barniz democrático, apoyado en la
disciplina –y la corrupción- de las Fuerzas Armadas y en un sector del
empresariado privado, logra mantener a raya a sus críticos con los apelativos
al “golpismo”, “el sabotaje” y “la traición”. En este escenario la figura de
Hugo Chávez mostraría su efectividad como mito fundacional y cohesionador de
buena parte del bolivarianismo.
Sin embargo, consideramos que es el segundo escenario el de mayor probabilidad de ocurrencia. En este, el chavismo experimenta una crisis terminal que a mediano plazo pondrá fin a su hegemonía del control político del país. La intensidad de la crisis económica cataliza o ralentiza la implosión del movimiento bolivariano mientras las diferentes tendencias ventilan denuncias de corrupción de sus contrarios. El sector más prágmatico del chavismo partidista establecerá canales de diálogo con un sector de la oposición, en aras de su longevidad en la administración futura de espacios de poder estatal. En cualquiera que sea el sentido que adopte la defenestración de Nicolás Maduro, los militares tendrán un papel protagónico y si la ingobernabilidad lo motiva, un sector promovería su renuncia mediante un golpe de Estado “constitucionalista”. En esta posibilidad quien sustituya a Maduro puede ser o un vocero de la oposición –no necesariamente Capriles- o un representante del chavismo, en una recomposición del cuadro político partidista que ha dejado atrás las coaliciones GPP y MUD.
Los retos, los dilemas
Quienes creemos que
son los movimientos sociales de base quienes transforman realidades y no los
gobiernos, debemos apostar al fin de la hegemonía del bolivarianismo por la
sencilla razón que no permite la emergencia de identidades políticas diferentes
a las dictadas por la polarización chavismo – antichavismo. Además, representa
una continuación, y no una ruptura, de la crisis estructural del país como
consecuencia de su modelo estatista de economía primario exportadora de
recursos energéticos.
Consideramos que en
estos momentos de transición hacia el post-chavismo son varias las tareas que
debemos realizar colectivamente, para incidir en el mediano plazo. En primer
lugar la recuperación plena de la autonomía y beligerancia de los movimientos
sociales, decidiendo por nosotros y nosotras mismas cuáles son las maneras de
organizarnos, cuáles son nuestras demandas y como nos vinculamos a otros
movimientos en preocupaciones comunes, sin perder la capacidad de
autoconvocatoria, funcionando de manera autogestionada, rechazando las
mediaciones y sin electoralizar nuestras luchas, rechazando ser plataformas
para ningún partido político.
Lo anterior sólo será
posible con la superación de la polarización, ajenos a las falsas
ideologizaciones y trabajando de manera inteligente y audaz por la recuperación
de un tejido social que orbite en función de nuevos referentes políticos y
estando atentos a la irrupción de nuevas sensibilidades y formas flexibles de
organización para la acción.
Los retos no son
únicamente en la acción directa, sino también en el plano teórico, debiendo
incidir en el aumento de la masa crítica y la capacidad de realizar
diagnósticos propios, ampliando la
capacidad de análisis y discurso y, cosa no menos importante, ubicando
correctamente la genealogía del movimiento popular mediante una recuperación
histórica alérgica al discurso oficial de los viudos de la Cuarta y Quinta
República.
Este proceso de
reflexión debe acometerse con la humildad necesaria, aprendiendo de una década
de sectarismos inmovilizantes e ideologizaciones delirantes, estimulando la
creación de nuevas iniciativas sociales cuyos emprendimientos concretos
desborden la fosilización y limitaciones de las organizaciones políticas
tradicionales de izquierda y derecha.
Nuevos tiempos, nuevas subjetividades
La infantilización
retórica de la disputa polarizada ha evitado la incorporación en la discusión de
temas estructurales así como de las reales necesidades y deseos de amplios
sectores de la población. Debemos recuperar década y media de estancamiento y
regresividad en el debate, incorporando temas medulares que están siendo
abordados en toda la región. El primero de ellos es la vigencia del modelo
extractivista de desarrollo, a despecho de sus consecuencias sociales y
ambientales y, en Venezuela, como garante de una cultura sociopolítica cuyo eje
es la renta petrolera. Esto nos lleva a una segunda cuestión que es el manejo
colectivo de los llamados “bienes comunes” –agua, aire, ambiente sano- y la
emergencia de un necesario espacio público no estatal. Las situaciones de los
grandes conglomerados en las ciudades, incluyendo la seguridad ciudadana y la
violencia, ha promovido el desarrollo de una “ecología urbana”, que trata sobre
el debe ser de las relaciones del hombre con su contexto citadino, el llamado
“derecho a la ciudad” y a una calidad de vida con dignidad. Otros temas tan
pendientes como urgentes serían los derechos de las llamadas minorías sexuales,
así como la integración regional desde abajo.
La crisis económica
es la variable imponderable que amenaza con desatar tempestades en el país. Sin
embargo, el sentido de cualquier cambio dependerá de la actuación de personas
no alineadas en la polarización inmovilizante en amplios movimientos sociales,
autónomos y beligerantes, que sirvan como contrapesos a la influencia de las
Fuerzas Armadas y los acuerdos desde arriba de las vocerías políticas
institucionalizadas que simularán cambiarlo todo para que nada cambie en
realidad. Informemos, activemos y organicemos. Hagamos olas.
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