Por San Antonio PÉREZ
“La isla de Lampedusa, la más extensa con diferencia (20
km2) de las Islas Pelasgas, está a 200 kms. de Sicilia y a 100 kms. de Túnez.
Es de naturaleza calcárea, y sus costas son altas y carentes de puertos. La
vegetación se encuentra prácticamente ausente y no posee curso alguno de agua.
La actividad tradicional de sus habitantes es la pesca, aunque en los últimos
años se ha producido un cierto desarrollo turístico” (cualquier Enciclopedia)
Poco antes del amanecer del jueves 3.octubre.2013, un barco
que transportaba a unos 500 norteafricanos se hundió a media milla de la isla
de Lampedusa (Italia). Tres pesqueros contemplaron la escena pero pasaron de
largo. La Guardia Costera, la Guardia de Finanzas y la Capitanía del puerto de
Lampedusa tardaron más de dos horas en darse por enteradas del naufragio. Se
salvaron unas 150 personas, la mayoría gracias a otros pesqueros que acudieron
en su auxilio, unas pocas por sus propios medios. En un modélico ejercicio de
observancia estricta de la ley, las modernísimas patrulleras italianas no rescataron
absolutamente a nadie sino que, al contrario, vigilaron para que se respetaran
las infames leyes que promulgó Berlusconi en los años 2002 y 2008, ésas que
convierten en delito toda ayuda a los inmigrantes, sea en la tierra, sea en el
mar.
Pese a las leyes berlusconianas, uno de los pescadores
isleños que las violaron al salvar docenas de vidas declaró que, cuando
llegaron las autoridades al lugar de la catástrofe, “nosotros ya habíamos
subido a bordo a 47 náufragos, pero ellos [los militares y policías] podían
haber ido más deprisa. Cuando volvíamos a puerto cargados de náufragos hemos
visto la patrullera de la Guardia de Finanzas que salía como si fuera de paseo.
Si hubieran querido salvar a la gente, habrían salido con barcas pequeñas y
rápidas. La gente se moría en el agua mientras ellos hacían fotos y videos.
Cuando mi barco estaba lleno de inmigrantes y les pedimos a los agentes que los
subieran a la patrullera, nos dijeron que no era posible, que tenían que
respetar el protocolo. También me quisieron impedir ir al puerto con los
náufragos”.
En la tarde del viernes 4.octubre, el Premier Enrico Letta
anunció a bombo y platillo que los fallecidos (¿) recibirían la nacionalidad
italiana. A la misma hora, la fiscalía de Agrigento procesaba a los 114 adultos
sobrevivientes acusándoles de un delito de “inmigración clandestina” penado con
deportación previo pago de 5.000 euros de multa.
Observados con benevolencia, pareciera que el gobierno y la
justicia de Italia han demostrado una vez más que las autoridades nunca son
competentes. A la vista de medidas tan ostentosamente contradictorias, en la
irredenta aldea gala hubieran repetido aquello de “Estos romanos están locos”.
Sin embargo, una vez repuestos del asombro y del arrebato de santa ira, hemos reflexionado
en busca de alguna oculta razón oficial que haya sido preterida u oscurecida
por lo que a todas luces es un crimen de Estado con todas las agravantes.
Durante días y noches nos hemos estrujado el caletre sin obtener solución
alguna. Si acaso, a cada minuto nos parecía que regalar pasaportes a unos
cadáveres sin identificar era aún más canallesco que encarcelar a sus
familiares vivos. Pero no, eso no podía ser lo que parece: añadir el agravio a
la injuria. Teníamos que encontrar algún rastro de humanidad puesto que los
gobernantes y los fiscales son humanos, ¿no?
A punto estábamos de concluir que los poderes del Estado son
siempre contradictorios entre sí y que sólo los homologa la irracionalidad
cuando, como última esperanza, recurrimos a la lectura de la Palabra de Dios. Y
Ella nos ha iluminado: tratándose de negros africanos condecorar a los muertos
y destruir a los vivos no es hirientemente contradictorio sino cristianísima
coherencia sustentada en una palabra clave: la Gracia. Nos lo demuestra San
Pablo cuando, en su Epístola a los romanos, nos enseña que, con independencia
de sus propias obras, el Hombre se justifica por la gracia de Dios
generosamente otorgada por el Creador. ¿Acaso Italia no se ha justificado
salvando a los muertos mediante una medida de gracia?
Suma teológica
“Todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios
siendo justificados donosamente por su gracia mediante la redención que se
realizó en Cristo Jesús” (San Pablo, Epístola a los romanos, 3: 23,24)
Es obvio que los eritreos y los somalíes que han perecido en
Lampedusa eran todos ellos pecadores. ¿Por su religión? No, porque eran pobres.
Pero no sabemos si estaban justificados por la gracia divina porque no sabemos
cuántos dellos habían abrazado la única y verdadera fe -es decir, cuántos eran
cristianos-. Las sapientísimas autoridades italianas eran conscientes de esta
ausencia de datos teológicos y por ello decidieron lo que decidieron: una
medida de justicia terrenal y una medida de gracia -una de cal y otra de
arena-.
Sobre la primera, nada que objetar. La ley es igual para
todos, sean Agamenón o su porquero [comprobar esta dudosa cita] Los
supervivientes han transgredido la ley por lo que deben ser detenidos,
esposados, encarcelados, multados y deportados. Que, además, sean torturados y
asesinados en su África natal es bastante lamentable pero la culpa recae en
esos países que se independizaron antes de que Europa pudiera terminar entre
los taimados moros y los negros caníbales su gloriosa tarea de democratización
y evangelización –en inglés, The White Man’s Burden-. Los timoratos y los
pánfilos entenderán esta deportación como sadismo puro y destilado pero dura
lex sed lex, la ley es dura pero es la ley.
Sin embargo, la segunda medida merece alguna clase de análisis
bífido entre lo administrativo y lo concerniente al derecho natural o
filosófico:
1) Desde el punto de vista administrativo, es ilegal puesto
que no puede detallarse en todos sus extremos burocráticos. No hay más que
ojear los papeles: varias casillas de los formularios –nombre del occiso/a,
nacionalidad, edad, etc.- quedan en blanco ergo el procedimiento no puede
sustanciarse por ser intramitable y radicalmente inadmisible. Última prueba:
cualquier programa informático lo hubiera rechazado.
2) Visto desde la filosofía del derecho, es irracional
porque no se puede otorgar a los muertos un beneficio pensado para los vivos:
el pasaporte. Y una ley irracional es siempre injusta porque la justicia es
pura razón política formalizada. Y, como enseña la Historia y aplaude el mundo
entero, un Estado europeo no puede ser injusto ergo conceder la nacionalidad
italiana a los fallecidos es absoluta y constitucionalmente ilegal.
¿Por qué ha cometido el gobierno italiano una ilegalidad
manifiesta? ¿Por qué regala el excelso e inmarcesible pasaporte italiano a unos
cadáveres sin nombre? Como apuntábamos antes no es por añadir el agravio a la
injuria: es por confusión teológica nacida de la abundancia del corazón -y, por
tanto, pecado venial-.
Veamos: como fiel acólito paulino, el Gobierno asume que la
gracia lo justifica todo. Concediendo esa medida de gracia pretende emular al
Creador: vana simulación ahogada en su mundanidad pero acreedora al perdón tras
cumplir una leve penitencia; y, por qué no decirlo, también torpe mezcolanza
entre la sacra gracia divina y su imitadora gubernamental, la profana magia
simpática.
Los motivos para esta barahúnda son evidentes: el Gobierno
sabe que ha perpetrado un delito de omisión de socorro con resultado de muerte
y, para hacerse olvidar que los fallecidos no son tales sino asesinados, les
supone vivos. Su argumento no puede ser más ingenuo: vivo el náufrago no hay
delito. Más aún –alardea el Premier-, vivos y con pasaportes, podemos y debemos
llorar a nuestros italianos desaparecidos. Ahora bien, en cualquier república
laica el Derecho ocupa el lugar de la religión con el resultando de que los
derechos son sagrados –el aborto, por ejemplo-. Por lo tanto, en este caso, la
trasgresión del derecho de auxilio seguida de la concesión de pasaportes a los
asesinados convierte la medida de gracia en el delito antes analizado al que
ahora debemos añadir el delito de profanación de cadáver. Lo cual, visto desde
la teología profana o civilizada, es también un sacrilegio.
En suma, el Gobierno italiano ha pretendido hacer una gracia
y le ha salido una mueca y es que sustituir a Dios en estos pecaminosos tiempos
de descreimiento ciudadano conlleva un alto precio silogístico. Pero así es
Europa: para los fundamentalistas una potencia hipócrita y leguleya, un bunker
al que llega el humanitarismo mediante medidas de gracia que luego resultan ser
insultantes e ilegales y una plaza fuerte tan decaída como el uranio que
derrama sobre las cabezas de los infieles.
Pero nosotros, muy alejados de todo integrismo civil o
religioso, encontramos en la Palabra paulina argumentos absolutorios para las
buenas obras que acarrean algún pecadillo original así como refugio espiritual
para la Roma moderna, la península más cristiana de la cristianísima Europa.
Celebremos el don de la Sacra Palabra:
“Si Abraham fue justificado por las obras, tendrá motivos de
gloriarse, aunque no ante Dios… así es como David proclama bienaventurado al
hombre a quien Dios imputa la justicia sin las obras” (Romanos, 4: 3,6)
Tranquilos, pues, pueden estar los jerifaltes italianos: el
Creador no les pedirá cuentas de sus injusticias sino de su fe. Item más,
delante del Supremo Juez, de poco les servirán sus buenas obras –si las hubiere
o hubiese- porque lo único que importa después de Armagedón es la
bienaventuranza por la fe. Y en ello coinciden tanto los católicos romanos como
los herejes nórdicos y, quizá, incluso los eslavos ortodoxos. A fin de cuentas,
este penoso naufragio ha servido, al menos, para ratificar que, loado sea el
Señor, ¡Europa es paradigma de Cristiandad!
Suma cristiana
A los réprobos les parecerá que el tal Pablo de Tarso
(Tarsus, hoy Turquía), como judío que era, redactaba con observancia de la más
trabajosa incoherencia y hasta quién sabe si bajo los efluvios de algo, quizá
del sobaco de alguien o, simplemente, de la rotura de los jugos gástricos:
¡sean anatema! ¿Cómo menospreciar a aquel en cuya sabiduría encontró solaz el
mismísimo Lutero?
En efecto, mal que les pese a esos teólogos de mercadillo
que sólo buscan la división entre los cristianos, Lutero encontró la clave de
su prédica en la doctrina paulina de la justificación por la gracia y por la fe
en la gracia. A mayor abundamiento, doctrina ejemplo del mejor pragmatismo
puesto que no se dispersa en menudencias como el cómputo de las obras, razón
por la que ha sido acogida con entusiasmo en esta Europa regida por leyes que
los ateos calificaran de sumamente impías basándose por puro desfallecimiento
de la Razón en un hecho anecdótico: que sólo sabe ser humanitaria trasgrediendo
su propia ley. Olvidan los relapsos que, siendo ello aproximadamente cierto,
esta minúscula mancha es el precio que ha de pagar por la unidad de la fe
cristiana siendo éste un hecho -éste sí-, de incalculable valor. Tan valioso
como para estar en la raíz de un prodigio: que los católicos de su meridión
coincidan con los herejes del septentrión. En tiempos de segmentación europea,
con un obama blanco en el Vaticano, ¿no es maravilloso que a la cabeza de la
otra Europa esté la hija de un sacerdote luterano?
A la postre y gracias a Dios, la sabiduría paulina es
observada religiosamente por sus feligreses europeos, sean de la iglesia que
sean. En el miserable plano de las minucias terrenales podrán disentir pero, en
lo que importa, en la fe cristiana, todos ellos coinciden en seguir al Padre de
la Iglesia. Por ejemplo, cuando proclama como artículo de salvífica fe:
“Todos han de estar sometidos a las autoridades superiores,
pues no hay autoridad sino bajo Dios; y las que hay, por Dios han sido
establecidas de suerte que quien resiste a la autoridad, resiste a la
disposición de Dios… Es preciso someterse no sólo por temor al castigo, sino
por conciencia. Por tanto, pagadles los tributos, que son ministros de Dios
ocupados en eso” (Romanos, 13: 1-2, 5-6)
Que unos cuantos negros sumergidos no nos distraigan de esta
enseñanza primordial. El desdichado incidente objeto de estas líneas sólo ha
podido ocurrir en una Europa exhausta por sus esfuerzos para atesorar a buen
recaudo el patrimonio material, espiritual y humano de los pueblos menos
favorecidos por el Señor. Es perdonable que, estresada como está, haya caído en
la tentación de exhibir su cristianismo esencial.
Laus Deo.
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