Redacción
AK-Press, editorial con sede en Oakland, California, que publica y distribuye libros y medios audiovisuales libertarios, y otros materiales alteradores de la conciencia, recientemente puso a la venta una importante compilación de casi una veintena de trabajos editada por Kristian Williams, Will Munger y Lara Messersmith-Glavin: Life during wartime: resisting counterinsurgency (2013), que expresa la perspectiva del pensamiento anarquista estadounidense sobre los efectos de la contrainsurgencia imperialista al interior de ese país, a partir de dos interrogantes claves: ¿cómo los horizontes culturales y sociales han sido perjudicados por la aplicación doméstica de la contrainsurgencia?, y ¿cómo rebeldes y radicales pueden elaborar estrategias inteligentes para resistir la represión del Estado?
El conjunto de los textos fue producto de varios años de investigación sobre la historia, la teoría y la práctica de la contrainsurgencia, después de que muchos de los autores se reunieron en Portland, Oregon, en 2011, en lo que denominaron "Convergencia contra la Contrainsurgencia", un espacio abierto para activistas e investigadores que han venido trabajando temas de seguridad, represión y la cambiante naturaleza del Estado. La convergencia, de acuerdo con Munger, trabajó un mapeo de los contornos de la contrainsurgencia trasnacional, con el propósito de discurrir estrategias para responder y confrontar desde el anarquismo tanto a la contrainsurgencia como al imperio. Otros capítulos de la obra fueron elaborados por participantes de movimientos sociales que de manera directa resisten y subvierten los aparatos contrainsurgentes.
La introducción a la obra, escrita por Williams, analiza las relaciones entre represión, contrainsurgencia y Estado, partiendo de la hipótesis de que las izquierdas han sido lentas en percibir que la represión no siempre se manifiesta a través de la violencia, sino también por medio del mantenimiento de la normalidad por parte del Estado, movilizando ideología, haciendo concesiones, utilizando incentivos materiales, esto es, cooptación y coerción, que constituyen la base misma de la contrainsurgencia en su objetivo principal de conquistar legitimidad. Si la esencia de la contrainsurgencia es política, se hace énfasis en la inteligencia, la seguridad, el control de población, las operaciones pacificadoras, la propaganda y, sobre todo, en los esfuerzos por ganar la confianza del pueblo. Si el propósito de la contrainsurgencia es mantener el poder del Estado, sus aspectos estrictamente militares, si bien necesarios y siempre recurrentes, son acompañados de instrumentos más suaves y sutiles para lograr el apoyo para las fuerzas gubernamentales. Así, como política interna, el gobierno estadunidense ejerce su control no sólo a través de una red de diversas instituciones estatales, sino también del mundo corporativo que usa sus recursos para limitar libertades políticas, o espiar a opositores, como se demostró en el caso de Edward Snowden, e incluso, a través de organizaciones no gubernamentales o de la llamada sociedad civil, incorporando a la oposición política moderada, cuyos miembros actúan como interlocutores e informantes.
En un apartado intitulado "contrainsurgencia y neoliberalismo", Williams se pregunta: ¿el papel de la contrainsurgencia es limpiar el desorden que el neoliberalismo crea?, o ¿la contrainsurgencia es el camino por el cual se imponen las condiciones del mercado y la estabilidad necesaria para lograr las reformas neoliberales? Indicativamente alude que en América Latina ambos términos están asociados con las llamadas guerras sucias, mismas que han sido utilizadas para precisamente implantar a sangre y fuego el modelo neoliberal en el Cono Sur. Podría pensarse asimismo que la guerra social y el desastre humanitario que sufre México no son más que la forma de imponer la totalidad de las "reformas estructurales", que incluye la privatización de Pemex.
Williams presenta un interesante estudio en el que se analizan 30 operaciones contrainsurgentes recientes y se concluye que el gobierno fue derrotado en 22 de los conflictos (73 por ciento) y prevaleció en ocho (27 por ciento). Otro estudio examina 89 insurgencias que tienen lugar de 1934 a 2008, encontrando que en 28 casos el gobierno fue victorioso, en 25 fue derrotado, en 20 los resultados fueron mixtos y en 16 el proceso estaba en curso en el momento de realizar la investigación. Otro estudioso al servicio de la contrainsurgencia recomendaba democráticamente: "restringir la diseminación de ideas, prevenir que los radicales lleguen a tener influencia, e impedir sus esfuerzos de establecer organizaciones oposicionistas".
Este autor destaca que las fuerzas de seguridad del Estado contrainsurgente han tenido que cambiar en materia de inteligencia, al convencerse de que la causa de los conflictos no es sólo una "conspiración subversiva", sino que deben lograr una comprensión amplia del sistema social, por lo que el Manual de campo 3-24 insiste en que los estrategas militares requieren de científicos sociales, esto es, sociólogos y antropólogos, al servicio de la represión contrainsurgente.
Williams concluye que si en la sociedad se mantiene la desigualdad y la catástrofe ambiental continua, habrá causas para rebelarse. Para enfrentar la contrainsurgencia se debe aprender a pensar como insurgente, reconociendo y asumiendo la complejidad política y estratégica. Cada insurgencia es singular y puede tomar formas muy diferentes de un año al otro. No hay recetas ni fórmulas, pero sí es necesaria una estrategia que corresponda a la realidad que se vive, que no se base en versiones idealizadas de pasadas revoluciones o en algunas utopías futuras y que no asuma una táctica favorita, ya sea pacifista o insurreccional, como artículo de fe. El antídoto para la represión es simple: más resistencia, ampliando las bases de apoyo del movimiento y tomando en cuenta que "para los rebeldes, como para las autoridades, la legitimidad es el principal objetivo".
[Versión de artículo publicado originalmente en el diario La Jornada (México), el 16/08/2013]
El conjunto de los textos fue producto de varios años de investigación sobre la historia, la teoría y la práctica de la contrainsurgencia, después de que muchos de los autores se reunieron en Portland, Oregon, en 2011, en lo que denominaron "Convergencia contra la Contrainsurgencia", un espacio abierto para activistas e investigadores que han venido trabajando temas de seguridad, represión y la cambiante naturaleza del Estado. La convergencia, de acuerdo con Munger, trabajó un mapeo de los contornos de la contrainsurgencia trasnacional, con el propósito de discurrir estrategias para responder y confrontar desde el anarquismo tanto a la contrainsurgencia como al imperio. Otros capítulos de la obra fueron elaborados por participantes de movimientos sociales que de manera directa resisten y subvierten los aparatos contrainsurgentes.
La introducción a la obra, escrita por Williams, analiza las relaciones entre represión, contrainsurgencia y Estado, partiendo de la hipótesis de que las izquierdas han sido lentas en percibir que la represión no siempre se manifiesta a través de la violencia, sino también por medio del mantenimiento de la normalidad por parte del Estado, movilizando ideología, haciendo concesiones, utilizando incentivos materiales, esto es, cooptación y coerción, que constituyen la base misma de la contrainsurgencia en su objetivo principal de conquistar legitimidad. Si la esencia de la contrainsurgencia es política, se hace énfasis en la inteligencia, la seguridad, el control de población, las operaciones pacificadoras, la propaganda y, sobre todo, en los esfuerzos por ganar la confianza del pueblo. Si el propósito de la contrainsurgencia es mantener el poder del Estado, sus aspectos estrictamente militares, si bien necesarios y siempre recurrentes, son acompañados de instrumentos más suaves y sutiles para lograr el apoyo para las fuerzas gubernamentales. Así, como política interna, el gobierno estadunidense ejerce su control no sólo a través de una red de diversas instituciones estatales, sino también del mundo corporativo que usa sus recursos para limitar libertades políticas, o espiar a opositores, como se demostró en el caso de Edward Snowden, e incluso, a través de organizaciones no gubernamentales o de la llamada sociedad civil, incorporando a la oposición política moderada, cuyos miembros actúan como interlocutores e informantes.
En un apartado intitulado "contrainsurgencia y neoliberalismo", Williams se pregunta: ¿el papel de la contrainsurgencia es limpiar el desorden que el neoliberalismo crea?, o ¿la contrainsurgencia es el camino por el cual se imponen las condiciones del mercado y la estabilidad necesaria para lograr las reformas neoliberales? Indicativamente alude que en América Latina ambos términos están asociados con las llamadas guerras sucias, mismas que han sido utilizadas para precisamente implantar a sangre y fuego el modelo neoliberal en el Cono Sur. Podría pensarse asimismo que la guerra social y el desastre humanitario que sufre México no son más que la forma de imponer la totalidad de las "reformas estructurales", que incluye la privatización de Pemex.
Williams presenta un interesante estudio en el que se analizan 30 operaciones contrainsurgentes recientes y se concluye que el gobierno fue derrotado en 22 de los conflictos (73 por ciento) y prevaleció en ocho (27 por ciento). Otro estudio examina 89 insurgencias que tienen lugar de 1934 a 2008, encontrando que en 28 casos el gobierno fue victorioso, en 25 fue derrotado, en 20 los resultados fueron mixtos y en 16 el proceso estaba en curso en el momento de realizar la investigación. Otro estudioso al servicio de la contrainsurgencia recomendaba democráticamente: "restringir la diseminación de ideas, prevenir que los radicales lleguen a tener influencia, e impedir sus esfuerzos de establecer organizaciones oposicionistas".
Este autor destaca que las fuerzas de seguridad del Estado contrainsurgente han tenido que cambiar en materia de inteligencia, al convencerse de que la causa de los conflictos no es sólo una "conspiración subversiva", sino que deben lograr una comprensión amplia del sistema social, por lo que el Manual de campo 3-24 insiste en que los estrategas militares requieren de científicos sociales, esto es, sociólogos y antropólogos, al servicio de la represión contrainsurgente.
Williams concluye que si en la sociedad se mantiene la desigualdad y la catástrofe ambiental continua, habrá causas para rebelarse. Para enfrentar la contrainsurgencia se debe aprender a pensar como insurgente, reconociendo y asumiendo la complejidad política y estratégica. Cada insurgencia es singular y puede tomar formas muy diferentes de un año al otro. No hay recetas ni fórmulas, pero sí es necesaria una estrategia que corresponda a la realidad que se vive, que no se base en versiones idealizadas de pasadas revoluciones o en algunas utopías futuras y que no asuma una táctica favorita, ya sea pacifista o insurreccional, como artículo de fe. El antídoto para la represión es simple: más resistencia, ampliando las bases de apoyo del movimiento y tomando en cuenta que "para los rebeldes, como para las autoridades, la legitimidad es el principal objetivo".
[Versión de artículo publicado originalmente en el diario La Jornada (México), el 16/08/2013]
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