Simón Rodríguez
Porras
A casi quince años de
la llegada al poder del chavismo, y pocos meses después del fallecimiento de
Hugo Chávez, el país transita hacia una nueva etapa de su historia política. El
gobierno se encuentra desprovisto del liderazgo carismático del que se sirvió
para impulsar un proyecto que apostaba al papel dirigente de la burguesía
“nacionalista” y del sector militar. Un estrepitoso fracaso económico y la
acelerada erosión de su base social, han acorralado al gobierno de Nicolás
Maduro, que busca redefinir sus relaciones con la Iglesia Católica, la gran
burguesía y el imperialismo. Las dirigencias de las distintas fracciones en las
que se divide internamente el Psuv coinciden en este empeño, en el que se juega
su permanencia en el poder.
En las bases del
movimiento chavista, las cosas no están tan claras. “Soy chavista, pero no
madurista”, con esta frase se definía a sí mismo un activista estudiantil
durante un discusión acerca de la huelga universitaria, y remataba que cómo él
hay muchos. Si el gobierno de Chávez encontraba cada vez mayores dificultades
para disimular las limitaciones de su proyecto político, el gobierno de Maduro
representa a la misma burocracia sin máscara. Solo el temor a la vuelta al
poder de la derecha proimperialista agrupada en la MUD, logra cohesionar
defensivamente a miles de activistas honestos que apostaron al mal llamado
“Socialismo del siglo XXI”; cada vez son menos los que ven en Maduro, Diosdado
Cabello, y la dirigencia del Psuv, el PCV y los demás partidos del Polo
Patriótico a una dirigencia política capaz de encabezar una revolución
socialista.
Crisis para los de
abajo y bonanza para los de arriba
Los fríos datos de la
economía retratan el fracaso del capitalismo a la bolivariana, al mostrarnos un
estancamiento del crecimiento combinado con una altísima inflación, en un marco
de dependencia absoluta respecto de la monoexportación petrolera. Según el
Instituto Nacional de Estadística (INE), la canasta alimentaria se encareció un
31,3% en los primeros seis meses del año y alcanzó en junio los 2.737
bolívares, por encima de los 2.457 bolívares del salario mínimo. Más de dos
terceras partes de los empleados públicos y trabajadores de las empresas
estatales no pueden cubrir ni la mitad del costo de la canasta básica. Mientras
tanto, crecen las ganancias de las transnacionales que son propietarias de
hasta un 40% de las empresas mixtas petroleras. En el caso de la banca privada,
el sector más parasitario e improductivo de cualquier economía capitalista, las
ganancias crecieron en 53,1% en el último año, ubicándose en casi 20 millardos
de bolívares.
La devaluación
monetaria del 46,5% instrumentada en febrero resultó insuficiente para
equilibrar las cuentas del gobierno. Por ello se implementó en el último
período un mecanismo de subastas de divisas, el Sicad, a través del cual las
transacciones se realizan a un tipo de cambio entre dos y tres veces más caro
que el oficial. Mientras que las mayorías populares se empobrecen por los
efectos inflacionarios de las devaluaciones, la disparidad entre el tipo de
cambio oficial y el mercado paralelo ha sido una fuente colosal de corrupción;
el propio gobierno admite que ha asignado miles de millones de dólares al
sector público y privado para importaciones fraudulentas, y la fuga de
capitales entre 2002 y 2012 se calcula en 144.900 millones de dólares, un monto
apenas inferior al de la deuda externa. La deuda interna supera los 200
millardos de bolívares.
El retrato vivo del
país es el de la decadencia. La tercera parte de la población, más de 9
millones de personas, viven en condiciones de pobreza, dos millones y medio en
la pobreza extrema. El déficit de vivienda afecta a 13 millones de personas.
Más del 95% de las exportaciones son petroleras, pero el descalabro operativo
en las refinerías del país nos ha obligado a importar gasolina y otros
derivados del petróleo. En el campo, el 1% de las propiedades agrarias
concentra el 40% de la superficie agrícola, y esta altísima concentración
improductiva de tierras impide que el país supere la dependencia respecto de la
importación de alimentos. Las empresas básicas del hierro y el aluminio en
Guayana están en una situación deplorable luego de una década de saqueo por
parte de la burocracia del Psuv. La desnutrición infantil crónica se ubica en
15,6% según las cifras oficiales del año 2010. Escasean y se elevan a precios
inaccesibles los productos de primera necesidad. Mientras tanto, se suceden los
debates escatológicos y peleas a puñetazos en la Asamblea Nacional, y las
arengas semirreligiosas en los medios públicos y en las declaraciones de los
políticos de la derecha.
La movilización en
auge
No es sorprendente que
crezca la combatividad de los sectores populares, sobre todo de los
trabajadores. El año pasado, cruzado por dos procesos electorales, se
produjeron más de 5 mil protestas sociales, tres cuartas partes de ellas por
conflictos laborales y exigencias de vivienda. Como respuesta, en el mismo
período el gobierno aprobó una ley antiterrorista fiel a los dictados del Fondo
Monetario Internacional, que califica como “acto terrorista” toda paralización
del transporte, huelga obrera en la agroindustria, o incluso cualquier protesta
que pretenda presionar al gobierno o a las multilaterales para que modifiquen
sus políticas. La utilización del aparato judicial contra las huelgas es un
recurso cada vez más utilizado por el gobierno; un ejemplo de ello son las
demandas interpuestas por estudiantes ligados al Psuv contra la huelga
universitaria, que si bien era convocada por una dirigencia gremial vinculada a
la derecha, no obstante expresaba los justos reclamos salariales de los
profesores universitarios y la defensa de las normas de homologación, una
escala móvil salarial vigente desde la década del 80, que el gobierno se niega
a reconocer.
La militarización de
la industria eléctrica y de empresas como Ferrominera, y la detención del
sindicalista revolucionario José Bodas en el oriente del país, forma parte del
mismo cuadro de avance de la criminalización de la lucha sindical. Otro método
represivo que ha adquirido relevancia es el sicariato y las operaciones
paramilitares a cargo de grupos como Muralla Roja, en la región de Guayana,
mafias de la construcción ligadas al Psuv, o la operación conjunta entre
militares y matones ligados al Grupo Anti Extorsión y Secuestro (Gaes) del
estado Zulia, que dio muerte en marzo de este año al cacique yukpa Sabino
Romero, quien encabezaba la lucha contra ganaderos y transnacionales por la
recuperación del territorio indígena en la Sierra de Perijá.
Ante la crisis del
chavismo, ¿qué hacer?
El resultado electoral
de abril, cuando el empresario derechista Henrique Capriles estuvo muy cerca de
derrotar a Maduro, puso por primera vez en una década, y en ausencia de Chávez,
al gobierno en una situación defensiva. En este marco se materializan las
concesiones y pactos en sendas reuniones de Maduro y sus ministros con
representantes de la gran burguesía nacional como Lorenzo Mendoza, de Polar;
con el Papa Bergoglio y la cúpula católica venezolana; con la cabeza del
régimen colombiano, Juan Manuel Santos; así como la reunión del canciller Elías
Jaua con John Kerry, secretario de Estado yanqui, con la intención de
restablecer plenamente las relaciones bilaterales. Si bien el presidente Chávez
protagonizó muchos acercamientos con la burguesía y el imperialismo a lo largo
de sus años de gobierno, esta vez la debilidad del gobierno se hace más patente
que nunca. Maduro llegó al extremo de plantear públicamente la posibilidad de
una alianza entre El Vaticano y el ALBA, bloque centroizquierdista fundado por
Chávez para contrarrestar la propuesta del ALCA, y de otorgar a la Iglesia un
papel protagónico en la administración de un plan de desarme oficial.
La llamada “guerra
contra la corrupción”, no pasa de ser una pantomima a través de la cual se
dirimen los conflictos entre tendencias internas del gobierno con detenciones a
funcionarios medios y altos, mientras se mantienen impunes los más colosales
crímenes, como el caso de las más de 150 mil toneladas de alimentos
descompuestos pertenecientes a la red estatal Pdval descubiertos en el año
2010, o los más de 30 millardos de dólares asignados por Cadivi y el Sitme para
importaciones fraudulentas. De hecho, varios funcionarios que habían caído en
desgracia por escándalos de corrupción estando Chávez en ejercicio de la
presidencia, como Jesse Chacón o Rodolfo Sanz, hoy vuelven por sus fueros de la
mano de Maduro. Las disputas interburocráticas también cobran cuerpo en
estridentes denuncias públicas, como la realizada por Toby Valderrama,
intelectual orgánico chavista encargado de la columna editorial “Un Grano de
Maíz” y la revista “Debate Socialista”, quien publicó en julio un artículo en
el que plantea: “no vamos al Socialismo, al contrario: estamos fortaleciendo el
capitalismo nacional y el internacional... Además de ir al capitalismo, lo
pretenderíamos imponer a sangre y castigo… No pasa un día sin una declaración a
favor de los capitalistas, los altos voceros nuestros se regodean hablando
maravillas del sector capitalista, lo llaman, lo convocan, lo halagan, le crean
condiciones, desde los incentivos con el dólar hasta las llamadas zonas
económicas especiales…”.
Como efecto de esta
crisis, se empiezan a aflojar las amarras sobre los sectores de las bases
chavistas más honestos y combativos. En Industrias Diana, empresa
agroindustrial estatal, los obreros exigen participación en la toma de
decisiones y rechazan la imposición de un nuevo tren gerencial. Decenas de
luchadores sociales rechazan las imposiciones de candidaturas municipales,
incluyendo a los artistas pop y personajes de la farándula promocionados por
Maduro, y se postulan por fuera del Polo Patriótico. El fenómeno tiende a
extenderse a todos los sectores organizados en los que el chavismo ha logrado
estructurarse. Los revolucionarios tenemos el reto de propagar la lección de
que no se puede avanzar hacia la verdadera democracia y la justicia social,
hacia una nueva sociedad sin explotación, de la mano de las transnacionales, de
los latifundistas, las fuerzas armadas burguesas, suscribiendo tratados de
libre comercio como el Mercosur, o transando con el gobierno de los EEUU y sus
aliados. La única manera de impedir que por una vía u otra sean liquidadas las
conquistas sociales obtenidas luego de la derrota del golpe de Estado de abril,
y que al cabo de pocos años vuelva a gobernarnos la derecha puntofijista,
nucleada en la MUD, es reagrupar a esta franja de activistas y luchadores que
se escinden del Psuv y de los partidos del gobierno, para construir juntos una
organización política bajo las banderas de la verdadera revolución social, que
se constituya en alternativa a los dos bloques que actualmente polarizan de
manera artificial al país. Esa es la tarea que está planteada hoy en Venezuela.
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