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miércoles, 28 de agosto de 2013

Cuba - 3 textos para debatir el nuevo Código del Trabajo


[Tomados de COMPENDIO, boletín electrónico de la Red Observatorio Crítico de Cuba, 27/08/2013]

* Solavaya con este Código

Rogelio M. Díaz Moreno

Me tomó un tiempo, pero al fin terminé de hacer mis anotaciones sobre el Anteproyecto de Código del Trabajo que nos van a encajar en la cabeza a los cubanos. Mis impresiones se resumen con una palabra ¡solavaya!

El Anteproyecto, tal como está redactado, es inconstitucional, discrimina y miente. Pero para realizar una afirmación como esta, hay que estar en condiciones de demostrarlo.

Su primerísimo artículo reza: “El derecho de trabajo [...] se aplica de conformidad con los fundamentos políticos, sociales y económicos regulados en la Constitución de la República. El derecho de trabajo está integrado por el presente Código y la legislación complementaria”. Sin embargo, el proyecto de marras entra en contradicción abierta con la Constitución cubana actual en, como mínimo, dos puntos. El artículo 14 de la Constitución –al que le queda poco, pero todavía está ahí– proscribe, de nuestro país, la relación de explotación del hombre por el hombre. Mientras, el Anteproyecto acepta como natural el ejercicio de actividades económicas de capitalistas privados locales. Esto puede parecer bueno para algunos y malo para otros. En todo caso, no es coherente una ley determinada que viola la Constitución y, al mismo, diga conformarse a ella.

En segundo lugar, en los acápites dedicados a los días feriados o festivos, se declaran los días 25 de enero y Viernes Santo entre los que no vamos al trabajo. A mí me cuadra cualquier dia de pachanga, aunque no dejo de notar que estos parten de una religión particular, la cristiana. Y no tengo nada en contra de esta, pero el artículo 8 de la Carta Magna proclama que las instituciones religiosas están separadas del Estado. Y que las distintas creencias y religiones gozan de igual consideración.

O sea, que el Anteproyecto viola el carácter laico del Estado y discrimina entre las religiones, puesto que una goza de dos días feriados y las restantes, ninguno. Por ejemplo, las personas practicantes de los cultos afrocubanos podrían reclamar, para feriado, el 17 de diciembre, en el que se honra a la divinidad de Babalú Ayé. Ah, pero no; parece que, para lograr un dia festivo, hay que tener un Papa que venga de visita.



Luego, el Anteproyecto no respeta la Constitución, aunque proclame que sí lo hace. Y una de las formas en que la viola, consiste en una discriminación entre personas por sus diferentes creencias religiosas. Tal y como expresamos al principio: es inconstitucional, discrimina y miente.

El mayor cinismo del anteproyecto, por otra parte, puede ser aquella que proclama el reconocimiento y respeto a las tradiciones históricas de organización sindical en nuestro país. Sin ser yo el más calificado, algo he conocido de los muchos movimientos sindicales de corte anarquista o libertario, y sus grandes aportes a la causa de los trabajadores en nuestro país. Y de cómo la oficialista CTC desplazó y anuló toda posible competencia, en connivencia con el aparato autoritario estatal. A cuántos militantes del sindicalismo libertario se les faltará el respeto, entonces, con tal desfachatez; y cuántos trabajadores extraterrestres se creerán la promesa de aceptar gremios que no cuenten con la orientación y el tutelaje estricto y centralizado.

Ahora, quiero regresar sobre el tema de la asimilación de la nueva empresa privada con sus empleados asalariados. Insisto, no deseo demonizar una realidad que, obviamente, es una necesidad histórica y económica. Ahora, sí encuentro preocupantes una serie de posibilidades en el futuro. Recuérdese que con este código se podría tener mucho que ver en los próximos diez, veinte años. Para esos tiempos, nos tememos muchos, la economía capitalista va a estar aún más sólidamente enraizada en nuestro país de lo que ya está. Las empresas privadas habrán crecido y se habrán consolidado. Los arquitectos de las reformas económicas, con su afán de “desatar las fuerzas productivas” favorecen sin tapujos las posibilidades de progresión de aquellas, con el incremento de riqueza y poder correspondiente para sus dueños.

Pues bien, percibo la redacción del Código de forma tal, que la mayor parte de las obligaciones del empleador, respecto a los empleados, parecen aplicarse a la economía pública o estatal. No me parece muy explícito que el empleador alternativo, el capitalista privado, tenga que ofrecer semejantes derechos a sus propios proletarios. Para el momento presente, puede que esto no impresione mucho, dados los salarios ínfimos que paga el Estado –peor que eso, poco puede haber. Pero para el futuro, con uno o dos millones de asalariados en la ya no tan nueva economía privada, el dichoso código puede convertirse en la envidia de los mayores explotadores que hayan existido.

Se regulan para la empresa pública, insisto, muchos requisitos de derechos laborales, sin explicitarse su pertinencia para el terreno privado. Para aquella, se asienta el contrato colectivo mientras que, en la privada, la contratación es personal. Y si algún proletario de esta última esfera se les pone díscolo a los patrones, pues aquellos contarán con el inciso b del artículo 67: ¡fin de la relación laboral, por iniciativa de una de las partes! Sin que quede ¡ninguna! obligación pendiente. La difamada Walmart pasa más trabajo para despedir su personal que el que van a tener los nuevos patrones explotadores cubanos.

Tal es el engendro que tenemos entre manos. Y la central sindical cubana –quiero decir, su dirigencia– lo promueve con todo el entusiasmo de que es capaz.

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* Cuba y el precio de la apatía en política

Pedro Campos

“El precio de desentenderse de la política es el de ser gobernados por hombres peores” – Platon

Empiezan en Cuba las discusiones del nuevo Código del Trabajo. No basta con opinar, con expresar lo que creemos en las reuniones verticalistas que se desarrollarán. Todos debemos exigir que el proyecto final sea sometido a referendo nacional, libre y democrático, puesto que se trata de un asunto que nos compete a todos.

Desgraciadamente en Cuba, a consecuencia de la política de exclusión del gobierno, muchos dirán: “no me importa lo que ahí se apruebe. Todo lo de este gobierno me es indiferente”.

Grave error. El código del trabajo tiene que ver con todos los ciudadanos.

Recientemente mi amigo y compañero de luchas por el Socialismo Participativo y Democrático, Félix Sautié publicó una crónica sobre la desmotivación que percibe en algunos sectores de la sociedad cubana en relación con la participación en los procesos de cambios que tienen lugar en nuestro país. Y no solo respecto a las modestísimas transformaciones de la “actualización”, sino a los procesos socioeconómicos y culturales generales que sufre Cuba.

Efectivamente, tiene él mucha razón en que no pocos ciudadanos optan por desentenderse de todo ante la imposibilidad de poder influir realmente en esos procesos, los cuales el estado-gobierno-partido trata de controlar como si fueran de su propiedad privada y no competencia de todos y cada uno de los ciudadanos que después vamos a sufrir las consecuencias. Y es que, desgraciadamente, tanta decepción acumulada por los fracasos ante los grandes esfuerzos del pueblo cubano y los pocos avances concretos en el nivel de vida de las mayorías sacrificadas, han terminado por convencer a muchos de que no vale la pena decir ni hacer nada.

La misma burocracia se encargó de propalar el dicho conformista y contrarrevolucionario: “esto no hay quien lo arregle; pero no hay quien lo tumbe”.

Y es precisamente la forma en que se gobierna Cuba hace medio siglo, la que no crea actores políticos sino espectadores, pues todo se ha decidido desde arriba con abuso de los decretos presidenciales.

Quiénes han actuado, proponiendo que se gobierne de otra manera, han terminado todos aplastados por la maquinaria gubernamental, silenciados y excluidos, en el mejor de los casos, cuando no presos o exiliados; mientras que la “política de cuadros” se ha encargado de promover a los leales.

La llamada “dirección histórica” que controla el país, el gobierno, el estado y el partido, desde hace más de 50 años, secuestró la política para sí, y desde entonces, todos los que se atrevieron a tratar de difundir, no ya de hacer, otras políticas diferentes a las suyas, sea en la economía o en otras áreas de la sociedad, fueron y siguen siendo tildados de “contrarrevolucionarios”, “agentes del imperialismo” y toda esa ensarta de maniqueas manipulaciones típicas de los gobiernos de corte neo-estalinista.

Y es que existe una relación directamente proporcional entre un gobierno autoritario, como el cubano, y una débil participación popular en las decisiones.

No podemos olvidar que el autoritarismo y la falta de democracia en Cuba tuvieron su origen en las condiciones militaristas concretas en que triunfó la revolución del 59, en medio de la “guerra fría”, cuando el socialismo predominante era ese estatalista y centralizado, todo lo cual posibilitó que se mostrara la personalidad autoritaria del líder.

Un factor decisivo, en ello, fue que el pueblo depositó ciegamente toda su confianza en él, se conformó con la postergación indefinida de las elecciones democráticas y aceptó primero la “justicia social” que demandaban los comandantes de La Sierra.

Eso no quiere decir que fuera el pueblo el culpable, sino que de su nobleza y entrega, se valió el autoritarismo que aún gobierna Cuba. Los máximos responsables de esa apatía que se observa en no pocos cubanos, no son los que no participan, sino quienes han impedido e impiden la participación, la cual restringen a dar opiniones en el “lugar, tiempo y espacio” que deciden los de arriba.

Pero no podemos resignarnos a que la gente no participe, no opine, no busque formar parte de las decisiones, porque si no estaremos condenados a tener siempre gobiernos autoritarios.

Bertolt Brecht expresó: “El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los frijoles, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.

Si queremos salir adelante, si queremos salir del estado actual de cosas en que se encuentra el país en lo económico, político y social, tenemos que actuar, romper la apatía de los que han perdido las esperanzas, incentivar la participación, la emisión de opiniones, el combate a las violaciones de los derechos de los demás, a las imposiciones, al autoritarismo y desde luego luchar, por todas las vías pacíficas posibles por la libertad de expresión.

Cada cubano debe reconocerse libre de expresar lo que entienda, no importa lo que otros consideren, no importa que existan absurdas disposiciones que impidan la libre y respetuosa expresión.

Cada cubano tiene derecho a exigir su participación en las decisiones, más allá de los debates, que a todos nos conciernen, a reclamar en todos los lugares posibles, en todas las tribunas, en todas las reuniones, su derecho a expresarse libremente, a que las leyes no se sigan dictando como decretos y a que se sometan a la consideración y votación de todos, a referendo popular.

De nosotros, de todos nosotros depende que sigamos viviendo bajo un esquema de opresión generalizada, de un Estado cuya elite burocrática toda lo controla y decide.

Y nadie venga con absurdas acusaciones de que estamos llamando a la subversión, ni nada por el estilo. Estamos llamando al pueblo a exigir pacíficamente su participación en las decisiones. ¿O de qué socialismo se está hablando?

Los trabajadores y el pueblo todo, por su importancia, deben exigir que el código del trabajo sea sometido a referendo popular.

La apatía en política cuesta muy cara.

Socialismo por la vida.

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* El conformismo y la mediocridad ante el nuevo Código del Trabajo

Félix Sautié Mederos

Algunas Los meses de verano en nuestras latitudes caribeñas, con el calor y la humedad medioambiental por encima de sus causes habituales, son propensos para el desánimo y el amodorramiento; es como si la vida se moviera más lentamente y en esos ritmos veraniegos nos encontráramos atrapados e impedidos de ejercer el pensamiento y la acción. Pero también controvertidamente, en los veranos habaneros, de acuerdo con las experiencias del entorno en que vivo, el hacinamiento y las faltas de perspectivas devienen detonantes potenciales que pueden producir efectos en la práctica, contradictorios con esas actitudes de modorra a que me refiero; ello ya ha sucedido, no es mera especulación. En estas circunstancias estacionales, muchos habaneros en las noches se vuelcan sobre el muro del Malecón en búsqueda de nuevos aires marinos; y algunos lo hacen para salir de los tugurios en que viven, los que a veces son tan pequeños y atiborrados de personas de una misma familia, que sus integrantes se tienen que turnar para dormir, pues todos juntos no caben en esos espacios también desbordados, tal y como se presenta el clima en estos meses; no exagero porque vivo en Centro Habana, apenas a dos cuadras en línea recta con nuestro litoral y puedo ver personalmente estas situaciones que planteo.

En Centro Habana y en La Habana Vieja, en cuyo corazón urbano se encuentra la Estación Central de Ferrocarril, recalan los que viajan desde las provincias en búsqueda de nuevas oportunidades, principalmente los del Oriente del país donde las penurias resultan ser mayores aún que en la Capital de todos los cubanos. Son muchos, y sucede como si los habaneros emigraran para el exterior y los orientales vinieran para La Habana. En esta última ciudad capital, este verano 2013 no es distinto a los de otras ocasiones, estamos transitando por las mismas circunstancias en medio de un mal muy extendido: el conformismo, cargado de mediocridad y simulación que nos invade desde hace mucho tiempo y que deberíamos romper para poder salir adelante; porque aunque la vida consciente de nuestro presente actual nos induce a que para cada persona en su individualidad es sólo una y estamos llamados a vivirla y aprovecharla consecuentemente, tampoco por ello no deberíamos permitir que nuestra existencia terrenal pueda perderse inútilmente para siempre en la inmensidad del futuro y enfrentarnos, en consecuencia, contra todo lo que pueda enajenarnos.

Entre tanto transcurren estas coyunturas veraniegas, repetidas cada nuevo año en el quehacer cotidiano de los cubanos y especialmente de los habaneros, nuestra prensa local se hace eco de las campañas del momento, entre las que destaca el debate de un Nuevo Código de Trabajo que se ha sacado a discusión por la dirección del país, como parte del proceso previo al XX Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) a celebrarse próximamente y que, según se expresa en el Editorial del periódico Trabajadores del pasado 15 de julio, titulado "Orden, disciplina y eficiencia", deberá realizarse a partir de esos objetivos en todos los centros laborales del país, y ahora diariamente los vemos reseñados en los telediarios locales con su acostumbrado enfoque triunfalista.

En una primera impresión, debo decir que considero que no es sólo "orden, disciplina y eficiencia" lo que se debería buscar con el nuevo Código Laboral, pienso que con esta consigna central, detrás de la cual se van los que el Che denominó como los "alabarderos del pensamiento oficial", no se tiene en cuenta lo que en mi criterio debería ser el principal objetivo de un Código del Trabajo: la Justicia laboral y el resguardo tanto de los deberes como los derechos de los trabajadores, porque para hablar sólo de orden, disciplina y eficiencia tendríamos que poner en primera instancia las desidias, el centralismo, el autoritarismo y los erráticos procesos de planificación y ejecución laboral de las administraciones estatales que, con su excesiva burocracia y lamentable corrupción, han desmotivado y desinteresado generalizadamente a los trabajadores cubanos de los procesos de sus centros de trabajos, en lo que según se expresa en un muy mencionado dicho popular, "ellos hacen como que nos pagan y nosotros hacemos como que trabajamos". Lo que perfectamente podríamos interpretarlo como una respuesta de sutil protesta al sistema de trabajo establecido en el país, que criminaliza y no contempla en la práctica concreta cualquier manifestación colectiva de desacuerdo o protesta de índole laboral, identificándola generalizadamente como una acción política desconocedora del criminal bloqueo a que estamos expuestos y que se hace coincidir con los enemigos del país.

Este proceso de debate en asamblea de trabajadores, es preciso sacarlo del conformismo y la mediocridad que ya se ha hecho habitual entre nosotros; y en este orden de pensamiento, quiero expresar mi total coincidencia con el artículo publicado por mi fraternal compañero de sueños por un Socialismo Participativo y Democrático Pedro Campos, con el título "Debemos exigir que el nuevo código del trabajo sea sometido a referendo" y el exergo que expresa que "La apatía en política cuesta cara".

Como referencia a lo que expreso, cito brevemente el planteamiento central de mi amigo Campos para información de mis lectores: "Empiezan en Cuba las discusiones del nuevo Código del Trabajo. No basta con opinar, con expresar lo que creemos en las reuniones verticalistas que se desarrollarán. Todos debemos exigir que el proyecto final sea sometido a referendo nacional, libre y democrático, pues se trata de un asunto que nos compete a todos. Desgraciadamente en Cuba, a consecuencia de la política de exclusión del gobierno, muchos dirán 'no me importa lo que ahí se apruebe. Todo lo de este gobierno me es indiferente'. Grave error. El Código del trabajo tiene que ver con todos los ciudadanos."

Es preciso que no se pase por alto este proceso de discusión como consecuencia del conformismo y la mediocridad, hay que dejar atrás esas rémoras y actuar en consecuencia. Así lo pienso y así lo expreso, con mis respetos por la opinión diferente y sin querer ofender a nadie en particular.

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