Entrevista a Juan Cuvi. Catedrático, militante de izquierda,
exmiembro de Alfaro Vive Carajo
Extraido de boletín Oilwatch
- ¿El gobierno de Rafael Correa ha realizado una verdadera
revolución?
- Para analizar la situación del Ecuador no podemos
deslindarnos de la trayectoria de América Latina y entender ciertamente qué
significa una revolución. Para mí en esta región solo han existido tres
revoluciones con un sesgo de izquierda: la mexicana, la nicaragüense y la cubana.
En Latinoamérica hubo otros procesos que han tratado de profundizar cierta
transformación y destaco el caso de (Salvador) Allende, que buscó afectar las
estructuras de poder en Chile, por eso hubo el golpe de Estado y lo asesinaron.
- Pero en el caso de Correa se planteó una revolución
- La sociedad ecuatoriana estaba harta de la inestabilidad y
anhelaba el retorno al orden político y lo que sucede con Correa no es lo que
mucha gente vendió: la idea que fue un momento de efervescencia social que
buscaba un cambio profundo. En mi análisis lo que sucedió con el triunfo de
Correa fue un salto al pasado.
- ¿En qué sentido?
- La gente quiso recuperar ciertas condiciones económicas,
sociales, políticas... del pasado que implicaba una mínima estabilidad y
regularidad en la economía y, sobre todo, un acceso al consumo que se vio
interrumpido por la ola neoliberal. El éxito de Alianza País fue haber
conectado con el espíritu más conservador de la sociedad ecuatoriana como
orden, disciplina, control, autoridad...
- Y la mayoría de la izquierda participó de ese proceso.
- Yo nunca estuve con ese proceso. Las expectativas desde la
izquierda eran ir a un proceso de radicalización y transformaciones profundas.
De pronto, se toparon con que lo que realmente estaba en juego era una
reconstitución de un viejo sistema capitalista que no había acabado de
modernizarse; hablo de los años 70. Ahora hubo esa oportunidad, pero hay una
visión peligrosamente autoritaria.
- ¿Por qué una parte de la izquierda le sigue apoyando?
- En América Latina desde los años 30 ó 40 hubo una
disposición de la Internacional Comunista de que la revolución ya no era de
carácter socialista sino que había que apuntalar a los gobiernos progresistas.
Es decir, consolidar un proceso capitalista que permitiera avanzar hacia el
modelo socialista cuando existan las condiciones. Por eso los comunistas
colaboraron con la dictadura de (Guillermo) Rodríguez Lara y en este momento
creo que esas versiones son las que están imperando no solo en Ecuador sino en
América Latina. Fue una visión errada y lo sigue siendo porque no es posible
hacer una revolución sino se fundamenta el proceso en la capacidad de la
sociedad de impulsar ese proceso.
- ¿Hay una izquierda que se dio cuenta y se separó?
- Hablar de izquierda es muy complicado ahora. Habría que
dividirla entre tres. Existen sectores que nunca plegamos a este proceso, otros
que impulsaron inicialmente y que fueron los principales mentalizadores y otros
que siguen allí. De estos últimos me parece grave que se tragaron ruedas de
molino por una norma de conducta. Están justificados, apoyando o defendiendo
posturas que en épocas pasadas eran insostenibles como la persecución a los
líderes sociales y las acusaciones.
- Entonces, ¿la revolución ciudadana se volvió más bien una
frase cliché?
- Es un cliché y es vacía por revolución y por ciudadana.
- ¿Y los cambios en seis años que el Gobierno defiende?
- No se puede hablar de transformaciones profundas en el
concepto de la democracia: para que una sociedad sea profundamente democrática
debe tener autonomía de la gente, de los grupos, de las organizaciones... y
cuando veo el proceso de cooptación, de división de las organizaciones que ha
emprendido el actual Gobierno con mucho éxito, eso se contrapone con la
posibilidad de, no hablemos de una revolución, sino de una transformación mucho
más profunda de la realidad ecuatoriana. En el ámbito de la economía el proyecto
de A. País ya se decantó porque hay una fuerte tendencia a priorizar el
pragmatismo en el comercio internacional... En estos seis años la tendencia a
la concentración de la riqueza es por de más obvia.
- ¿La revolución que promociona Correa reúne los requisitos
para ser tal? Se supone que una revolución se hace desde la fuerza, con cambios
drásticos y una participación activa de los sectores menos influyentes de una
sociedad
- No es una revolución, el proyecto actual es una
modernización del capitalismo que sospecho que se ha inspirado en los procesos
de los denominados tigres o dragones asiáticos. Es decir, procesos de
integración de economías pequeñas a la lógica capitalista mundial para
engranarse en estas lógicas. Y eso solo ha sido posible por una vía muy
autoritaria en las que hay una decisión ejecutiva de conducir un país sin mayor
participación de la gente, debate o consensos. Esto está suprimido en el
Ecuador.
- ¿Ecuador ha sido un país de revoluciones?
- Desde la Revolución Liberal no se ha vuelto a vivir una
experiencia de esa profundidad y magnitud.
- La historia republicana también da cuenta de la Revolución
Marcista (1845) o de la Juliana (1925). ¿Cuántas revoluciones reales ha habido
en el Ecuador?
- En política se utiliza el concepto de revolución, no solo en
el Ecuador. Hay que definir lo que implica una revolución y eso representa un
colapso de un sistema, no solo de un Régimen. Yo estuve en Nicaragua entre 1978
y 1980 y allí se vino abajo una estructura. No había Estado, no había Policía,
no había ministerios..., todo funcionaba de una forma caótica porque se planteó
una transformación total.
- El mundo cambia continuamente, ¿cómo entenderse en la
actualidad una revolución?
- Ese es el debate. Al menos América Latina está en otro
momento y es necesario un debate sobre el nuevo modelo de la sociedad que
queremos. En este libro (El país que queríamos, de su coautoría) hablamos que
el Sumak Kausak (Buen Vivir) debe ser pensando y profundizado para ofrecerle al
país y a la región una sociedad poscapitalista viable porque el sistema
capitalista vive una crisis profunda y resulta que nosotros nos estamos
insertando en esa lógica.
- ¿Los llamados gobiernos de izquierda de Latinoamérica de la
última década (Hugo Chávez, Evo Morales o Lula da Silva) libraron verdaderas
revoluciones?
- No. En Venezuela y Bolivia hubo una tendencia fuertemente
populista que generó muchas ilusiones. Son cuadillismos autoritarios que
generan la ilusión de cambio y de transformación. Sí han generado algunas
iniciativas y obras, que dan la idea de integración de los sectores excluidos.
El caso de Brasil es diferente. En ese país nunca se habló de revolución, sino
de modernización... Ni Lula ni Mujica ni Bachellet han puesto esos membretes de
revolución.
- ¿En los países donde se desencadenó la llamada Primavera
Árabe hubo revoluciones?
- Más que revoluciones fueron hechos de rebeldía de pueblos
que llegan a hartarse de modelos autoritarios. Eso da la tónica de los límites
de ciertos regímenes que estaban basados en el autoritarismo.
- ¿Una revolución se hace sin cambiar la matriz productiva de
un país y manteniendo las mismas lógicas rentistas de nuestra economía?
- No. Por eso le hacía una diferencia entre una revolución y
una transformación profunda y lo digo porque históricamente las revoluciones
que conocemos siempre han ocasionado una convulsión de la sociedad y hechos de
violencia. Ahora no es viable esa posibilidad en la región, pero sí tiene
oportunidad una transformación profunda de la sociedad desde la legalidad. El
cambio de matriz productiva que se promueve desde las altas esferas del
Gobierno es pura ficción porque en la práctica se está fortaleciendo el alineamiento
con las demandas de las transnacionales.
- ¿Qué tipo de cambios deberían proponerse para el país?
- En este libro ('El país que queríamos') tiene una gran
cantidad de cartas y propuestas de los sectores de izquierda. Entre las
propuestas está cambiar el modelo de acumulación porque la economía del país no
puede seguir basándose en la extracción de recursos naturales porque entramos
en una espiral autodestructiva. Ahora mandan una reforma a la Ley Minera para
facilitar la extracción en zonas frágiles, eso se realiza a cambio de recursos
que no son convenientes. No se plantea una alternativa económica distinta.
Desde el lado político no se puede transformar profundamente un país sino se
profundiza la democracia. Y este Gobierno cada vez es más autoritario y
elitista, un ejemplo es el modelo de educación superior.
- ¿Cuál es su propuesta desde esa mirada de izquierda?
- Voy a decir algo que les va a asustar a muchos. Este
momento, plantearse el concepto de redistribución de la riqueza es obsoleto.
Ahora hay que pensar en el concepto de la reapropiación de los procesos
productivos. Cuando hablamos de redistribución estamos empeñándonos a un Estado
que tiene que realizar este proceso.
- ¿Cómo hacerlo?
Con una mayor participación de la sociedad y mayor poder de
decisión. No se puede seguir esperando que sea el Estado el que decida quién va
o quién no. Deben existir procesos de fortalecimiento de la sociedad, de la
base social, de todos los espacios productivos... para que vayan influyendo y
obligándole al Estado a definir estrategias. Eso sería una transformación de
fondo. ¡Cómo es posible que haya campesinos muy empobrecidos que sigan
produciendo lo mismo que hace 100 años, solo para exportar y que otros en el
exterior saquen los mayores réditos!
- ¿Y para lograrlo?
Se necesita una democracia muy profunda y una sociedad
autónoma con gente que sepa que vive por sí misma. Eso es contrario a los
gobiernos populistas, que son los que más atentan contra las transformaciones
profundas porque generan dependencia.
- ¿En este concepto de reapropiación se basa una revolución o
una transformación?
- Quisiera que fuera posible hacerla desde un proceso de
construcción democrática. No es fácil porque ese proceso va a afectar muchos
intereses. Creo que sí sería una revolución. Ahora tenemos un capitalismo
desaforado a escala global que no solo no quiere sino que no puede detener este
proceso de acumulación sino de expoliación de la riqueza mundial. Si se da este
cambio sí se transformaría la matriz productiva.
Hoja de vida
Su formación. Docente y director de Fundación Donum. Exlíder
de Alfaro Vive Carajo. Excandidato al Parlamento Andino.
Su punto de vista. La última revolución en América Latina
fue la Sandinista de Nicaragua, en 1978.
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