Para
quienes fuimos víctimas de los señalamientos criminalizadores del señor Mario
Silva, representa un alivio su reciente salida de la pantalla, a raíz de la
difusión de un audio en donde enfiló el verbo que lo caracterizaba hacia
diferentes personajes de su propio bando. Silva nunca ocultó su relación con
los órganos de inteligencia del Estado venezolano –alguna vez, incluso, exhibió
orgulloso un reconocimiento otorgado por el Sebin-, y en sus programas era habitual
la transmisión de intervenciones de comunicaciones privadas de diferentes
actores sociales y políticos del país, prohibido por la Constitución, lo cual
formaba parte del arsenal “argumentativo” disparado en contra de los elementos
que según su criterio había que neutralizar. Para quienes trabajamos los temas
de Derechos Humanos ser nombrados en el estelar nocturno de la televisión
estatal era un presagio de los episodios de criminalización de nuestro trabajo,
lo cual en muchos de los casos desembocaron en agresiones contra la integridad
de los activistas.
No hay que
olvidar que esta suerte de paramilitarismo mediático siempre contó con el aval
no sólo de altos funcionarios del Estado venezolano, sino la complicidad y
aprobación de un sector del propio oficialismo de base. El propio presidente
Chávez señaló a Silva como ejemplo del “periodismo necesario”, el ex ministro
de comunicación Izarra expresó que era una pieza clave de la construcción de la
“hegemonía mediática” y era común escuchar a militantes del bolivarianismo
celebrar las “ocurrencias” nocturnas del programa de televisión. Si bien el
programa “evolucionó” en sus formas, énfasis y métodos durante el largo tiempo
que estuvo en el aire, desde sus inicios siempre fue claro que su objetivo sería
desprestigiar a los críticos gubernamentales. El inicio de su transmisión bajo
la gestión de la dirección del Canal 8 por parte de Vladimir Villegas, siempre
será una mancha que acompañará la trayectoria de este periodista, quien después
sufrió los propios embates del monstruo que ayudó a crear.
Salvando
las distancias y reconociendo especificidades, el único paralelo en la región
que recordemos fue el fenómeno de la llamada “prensa chicha” auspiciada por el
siniestro Vladimiro Montesinos durante el gobierno de Alberto Fujimori en el
Perú. Como se recordará, una serie de periódicos a muy bajo costo, cuyo
contenido sensacionalista y con generosidad de bustos, piernas, apariciones de
ovnis y milagros protagonizados por imágenes religiosas se encargaba de señalar
y desprestigiar sistemáticamente a los críticos de los excesos y atrocidades
fujimoristas, marcando incluso a los posibles objetivos de la represión estatal
y la actuación de iniciativas paraestatales como el tristemente conocido “Grupo
Colina”. Aunque “La Hojilla” o similares continúen en la parrilla del canal
estatal, la ausencia de Silva deja un vacío que, aunque sea imitado, nunca será
lo mismo. Afortunadamente. @fanzinero
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