Armando Chaguaceda
En
política los extremos suelen conducir al cierre de la razón y, en ocasiones, de
la sensibilidad humana. Hace unas horas leí un texto de Mario Vargas Llosa ( http://elpais.com/elpais/2013/04/18/opinion/1366295994 _942751.html),
en el cual el laureado escritor hacía una suerte de elogioso obituario a la
recién fallecida Dama de Hiero, Margaret Thatcher. Mientras lo hojeaba, vi como la
mudez de Vargas Llosa ante los costos y víctimas de las políticas tatcheristas
llegaba a alturas siderales. Recordándome que si un socialista degradado puede
derivar al estalinismo, desde un liberalismo a ultranza es fácil pasar a
posiciones neoconservaduras, difícilmente compaginables con la democracia y la
justicia.
Ciertamente,
me ha provocado un profundo rechazo leer esta crónica de alguien tan inteligente
e informado; de un intelectual al que, aún sin comulgar con la totalidad de sus
ideas, suelo disfrutar como escritor y al cual he aprendido a admirar por sus
posturas consecuentes como hombre público, por su frontal enfrentamiento al
clan Fujimori y sus acertadas críticas al dogmatismo de izquierda. Pero cuando el
escritor señala que “… Cuando la Dama
subió al poder Gran Bretaña se hundía en la mediocridad y en la decadencia,
deriva natural del estatismo, el intervencionismo y la socialización de la vida
económica y política, aunque, eso sí, guardando siempre las formas y respetando
las instituciones y la libertad (…) Ella
puso en marcha un programa de reformas radicales que sacudió de pies a cabeza a
ese país adormecido por un socialismo anticuado y letárgico que había
desmovilizado y casi castrado a la cuna de la democracia y de la Revolución
Industrial, la fuente más fecunda de la modernidad” creo asume una postura acrítica
y cómplice con la figura y legado de la fallecida política británica.
Estremece
que el Premio Nobel no haya contemplado, en su conmovedor relato, a los
millares de familias y pueblos arrojados a la pobreza por las políticas neoliberales
de la premier, o a las decenas de activistas sociales y líderes sindicales que
sufrieron todo el rigor represivo de su gobierno. Tampoco a las aventuras de
política exterior que apoyó la inquilina de Downing Street, como el estrecho
apoyo a la dictaduras de Pinochet en Chile –mencionada escuetamente en la
crónica- y el Apartheid en Sudáfrica. Sólo espero que ese Estado de Bienestar
que, en horripilante cuadro de decadencia, nos pinta el creador peruano, sea
merecedor de algún pedazo de sus afectos, aunque sólo sea por el hecho de haber
constituido el piso de equidad y desarrollo humano de cientos de millones de
europeos en la postguerra.
Por
suerte, en el Viejo Continente, existen aún ciudadanos e intelectuales que –a
despecho del novelista hispano, de la burocracia de Bruselas y de los banqueros
de Dusseldorf- pueden ofrecer otra lectura del legado neoconservador y proponer
formas viables de defender y hacer avanzar al asediado Estado de Bienestar. Por
estos días he tenido también la posibilidad de conocer dos textos [i]
donde se clarifican y debaten algunas de las tensiones que afectan a la
políticas progresista; las mismas que constituyeron el blanco predilecto de la
euforia privatizadora de la Dama de Hierro. En uno estos trabajos,
Peter Taylor destaca cómo la izquierda debe responder de manera competente a los
desafíos de la crisis económica, abordando los temas de cara a la opinión
pública y desarrollando políticas generosas e incluyentes, a pesar de las
restricciones existentes. Y reconoce que si las desigualdades han aumentado en
las tres últimas décadas, la perspectiva puede ser la de incrementarse aun más,
revirtiéndose la tendencia redistributiva
y justiciera de la posguerra, para deleite de los neoliberales.
El autor destaca un
conjunto de políticas públicas progresistas, que operan a macronivel y micronivel,
susceptibles de mejorar la vida de las sociedades, los grupos y los individuos.
En el macronivel los temas principales tienen que ver con la reducción de los
cortes, el estimulo a la demanda y el gasto de infraestructura, medidas que
suponen el accionar decisivo del Estado: proyectos ecológicos en áreas como la
generación de energía, transporte público y vivienda, el apoyo a la economía
social, nuevas regulaciones bancarias y financieras internacionales así como
sistemas tributarios progresivos. En el micronivel las iniciativas abarcan el
gasto público enfocado como inversión social; la construcción de solidaridad y
la promoción de una lógica de la predistribución -que aborda las desigualdades
en su origen, a través de intervenciones del Estado en la operación de los
sistemas de mercado para reducir la desigualdad de ingresos- por sobre la redistribución
-basada en el empleo de la recaudación fiscal para proporcionar bienestar a los
desfavorecidos- que ha sido emblemática en los Estados de Bienestar.
Por su parte Josep
Ramoneda nos previene de la preocupante impotencia de la política democrática
para poner límites a unos poderes económicos descontrolados, mismos que
convierten las quiebras en negocios para sus propietarios y directivos. Nos
habla de una hegemonía conservadora, donde las instituciones democráticas están
secuestradas por las élites y el papel de los ciudadanos se reduce al voto
periódico. En ese esquema, la soberanía recae, cada vez más, en poderes
externos al sistema político (bancos, burocracias supranacionales) y la
sociedad se disuelve en un individualismo posesivo, del tipo proféticamente
señalado por McPherson décadas atrás. El pensador español nos advierte también
de la necesidad de que la izquierda, a la vez que revisa y defiende su legado
socialista, recupere lo bueno de la tradición liberal del secuestro conservador
a que la derecha la tiene sometida.
Las
reflexiones apuntadas en estas obras nos proveen, a despecho de las loas de
Vargas Llosa al tatcherismo, de nuevas herramientas para confrontar la necedad
de un pensamiento neoliberal negado –como alguna vez lo estuvo el estalinismo-
a revisar y asumir sus errores y fracasos. Nos posiciona contra la lógica de un
realismo político que, desconfiando de la naturaleza humana, apela a que de la
sumatoria de las iniciativas individuales (e individualistas) se producirá un
equilibrio mágico, un consenso social y político. O sea, contra quienes nos
venden el mito que el egoísmo parirá equidad, que la competencia desenfrenada
generará solidaridad, y la búsqueda de ganancias impulsará el desarrollo
social. Y contrabandean la (falsa) idea de que el mercado es eficaz y eficiente
para proveer bienes y servicios, incluidos aquellos que, por su naturaleza,
deben sustraerse a la lógica subyacente a la ley del valor.
Estos
autores nos previenen contra la cíclica y cínica rotación de “profesionales de
la política” –del sector público al privado y viceversa–, circulación que les
garantiza a no pocos bandidos una alta probabilidad de sobrevivencia y lucro
personales. Nos alerta contra la insuficiente exposición pública y castigo
penal a los políticos venales, que permite a las elites dominantes “reciclar”,
de tiempo en tiempo, a sus representantes más impresentables, desgastados en el
juego político.
Estas
obras, en suma, constituyen un canto de protesta contra los males de nuestros
tiempos y gobiernos. Contra la desresponsabilización de un Estado respecto a sus
obligaciones con la ciudadanía, ciudadanía cuya participación es interpretada
como mero insumo para mejorar la eficacia de la gestión pública –cada vez más
tacaña y precaria- timoneada por “gerentes políticos eficaces, donde las
demandas de la gente deben adaptarse a los declinantes recursos estatales.
Contra los parlamentos controlados por poderes mediáticos o empresariales y los
partidos autorreferentes que representan grupos de poder alejados de ideologías y militancias, Contra la corrupción de las democracias
realmente existentes, donde las asimetrías de recursos entre las élites y los
ciudadanos se saldan con particular saña sobre las mayorías trabajadoras o
desempleadas. Contra la peligrosa confusión de república y bazar, acción
política y campaña de mercadeo, que tanto amenaza los futuros del
posliberalismo.
[i] Me
refiero a Peter Taylor-Gooby, El trilema de la izquierda. Políticas públicas
progresistas en tiempos de austeridad, Policy Network, London, 2012 y Josep
Ramoneda, La izquierda necesaria. Contra el autoritarismo posdemocrático, RBA
Libros, Barcelona, 2012.
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