Roberto Yépez
El valor de la moneda está en correspondencia
con la capacidad industrial y agroindustrial interna que produzca los bienes
que en ella se consuman. La falta de una industria y agroindustria nacional que
satisfaga nuestras necesidades es sustituida con el recurso de las
importaciones. Pero importar requiere de divisas que el mercado mundial acepte,
o en su defecto, medios de cambio a los que éste les reconozca algún valor. El
bolívar, que es nuestro medio de cambio con el cual transamos el intercambio de
bienes y servicios, no sirve en el mercado mundial si no es en forma de su
valor de cambio más conocido, el dólar.
Para una economía como la nuestra que
importa el 80% de lo que consume –antes que hacerlo con una producción nacional
al menos a la mitad–, el valor del dólar como medio de intercambio es el que
termina rigiendo los valores con los que se tranzan en el mercado nacional
bienes y servicios. Por más valores oficiales que se impongan al bolívar
respecto del dólar como mercancía de intercambio, su valor real estará
supeditado a la disponibilidad para adquirir todo lo importado o al valor
nacional de su producción efectiva valuada en bolívares. Esto último no ocurre
y lo primero se torna ya insuficiente.
Disponemos de las divisas que el petróleo
nos deja, pero como fuente de ingresos no han servido para que el país disponga
de una industrialización adecuada que a partir de ellas transformen materias
primas e intermedias en bienes que necesitemos. ¿Cuántas veces hemos escuchado
de la necesidad de transformar aguas abajo el acero, el aluminio, otros
minerales, el gas o el petróleo para no tener que comprar afuera lo que otros
países producen a partir de ellas? ¿Cuántas de hacer productivas para una
agroindustria estable nuestras tierras ociosas en manos del latifundio? Del
petróleo entonces disfrutan en mayor medida los que ejercen el poder económico
en el Estado, las miserias las recibimos a cambio los asalariados en forma de
explotación a nuestra fuerza de trabajo o como misiones devaluadas que
preservan una distribución social mayoritaria de la riqueza a favor de una
minoría social, la burguesía. En la quinta república, como en la cuarta, lo que
se sigue preservando es a los dueños del capital.
El gobierno bolivariano se planteó corregir
tal entuerto sin afectar las relaciones de producción existente, o mejor dicho,
sin afectarle el provecho de la riqueza nacional a la minoría social que
controla la economía, esto es, sin tocarles el capital. Con un rimbombante uso
de la palabra “socialismo”, en nada cambió las relaciones sociales existentes
que impiden disponer de una industrialización o una agroindustria propia que
suministre los bienes que necesitamos. Suficiente renta ha producido el
petróleo para acometer tal objetivo pero eso sólo podría haber sido posible
imponiéndose sobre la minoría social que lo usufructúa acumulándolo como
capital. Tal posibilidad no la puede acometer el nacionalismo o la pequeña
burguesía en el marco burgués del Estado, es el papel que deben encarar los
explotados desde su propio gobierno, el de los trabajadores. Hoy, cuando las
divisas provenientes del petróleo le son escasas al gobierno bolivariano, los
que disponemos de un salario, o de una pensión, o de una beca-misión, nos los
desvalorizan abruptamente con una nueva devaluación oficial del 47%. Terminamos
pagando nosotros la crisis que los capitalistas han creado.
La excusa del gobierno bolivariano es que
debe satisfacerle las divisas a la burguesía para que siga importando, y
también a la banca mundial con el pago de la deuda externa y su servicio de intereses
–otra forma de importación pero mucho más costosa–, pero con más bolívares por
dólar a disponer para el gasto público a cambio del petróleo vendido. Se
recurre entonces a la devaluación como una máquina de hacer bolívares sin
destinar las divisas hacia una producción nacional imprescindible y necesaria,
a la par, los bienes importados terminan costando más a lo interno porque la
especulación del comercio jamás reduce precios, y como guinda del postre, los
asalariados terminamos pagando más IVA por todo lo que compremos que no esté
exento del mismo.
El bolívar fuerte, más bien bolívar débil,
como se observa, no tiene con qué respaldarse. En el capitalismo nuestro
sustento de vida la alcanzamos a través de las mercancías (productos) y
servicios, comprados con los bolívares adquiridos como pago (salarios) por el
trabajo que realizamos, si la moneda como intermediaria vale menos, nuestra
capacidad para poder adquirir lo que necesitamos merma de forma equivalente,
por lo tanto nuestro problema es cómo
hacer para respaldar el salario y así cubrir nuestras necesidades básicas.
Nuestra prioridad, con la mayor urgencia, es restituir el poder adquisitivo
mermado con la devaluación, y aún así nos quedarnos cortos porque ya era
bastante inferior a la canasta básica familiar que no podemos satisfacer con un
mísero salario mínimo.
Las leyes que nos favorecen son las que no
se cumplen, las efectivas son las que impiden que podamos tener un salario que
cubra nuestras necesidades. Nuestro problema es cómo contrarrestar eso. Echar a
andar la economía para beneficio de los venezolanos que producimos tiene que
ver con nuestras relaciones de producción, correspondientes o enmarcadas en una
sociedad capitalista, y la alternativa de cambio no reside en que se cumplan
las leyes ni tampoco otras medidas económicas como el aumento de las tarifas de
los servicios públicos: agua, luz, gas, teléfono y transporte; y de la
gasolina.
La gasolina, un privilegio para nosotros
que la producimos para nuestro consumo y exportamos el excedente, es el
combustible esencial para que funcione el transporte de carga y de pasajeros,
individual y colectivo. Un aumento, en respuesta al desequilibrio en que se
encuentra la economía como consecuencias de las relaciones de producción
capitalistas, terminará afectado aún más el salario.
El transporte como servicio es
catastrófico, las dificultades que atentan contra una salida favorable a los
que lo padecemos tienen muchas ramificaciones, pero nada que ver con el precio
de la gasolina; peor aún, su aumento repercutirá en hacer del servicio de
transporte, además de encarecerlo, más catastrófico. El poder de las empresas
fabricantes de vehículos de pasajeros, camiones y gandolas es inmenso, he ahí
el escollo principal. Es un monumento al despilfarro que tras más de 50 años la
industria automotriz lo siga siendo como meros ensambladores e importadores de
los insumos (material CKD).
Un aumento en el precio de la gasolina
sería una vía para destinar hacia pingües negocios capitalistas los recursos de
este subsidio que hace el gobierno Los combustibles alternativos a la gasolina,
como el gas o el diesel, requieren cuantiosas inversiones para producirlos y
distribuirlos. Más lejos estamos para invertir en otras fuentes menos
contaminantes como la electricidad a manera de combustible para automóviles.
Solo el control de los trabajadores sobre
la industria petrolera haría que la producción de gasolina se revirtiera para
beneficio de los trabajadores y el pueblo que poco o nada tiene, por ahora
consigamos con la lucha un aumento general de sueldos y salarios en respuesta
al retroceso económico por la devaluación.
DEBEMOS TOMAR LAS CALLES PARA IMPONER UN
AUMENTO GENERAL DE 50% EN LOS SUELDOS Y SALARIOS
DEBEMOS TOMAR LAS CALLES PARA IMPONER UN
SALARIO MÍNIMO IGUAL AL VALOR DE LA CESTA BÁSICA FAMILIAR
DEBEMOS OBLIGAR A PAGAR A LOS CAPITALISTAS
LOS COSTOS DE LA CRISIS QUE HAN CAUSADO
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