Como es sabido,
l@s compas anarquistas en la isla, agrupados en el Taller Libertario Alfredo
López (TLAL), forman parte de la Red OC -en la cual también participan otras
expresiones de izquierda que marcan
distancias frente al oficialismo castrista- lo que ha producido resultados
tácticos y coyunturales que han sido valiosos en el esfuerzo por reconstruir
una presencia libertaria organizada en Cuba. Pero como era de esperar, coincidir
en un espacio junto a quienes aún confían en que el cambio social real y
positivo se logra sin eliminar al Estado y con el establecimiento de la democracia,
exige a l@s anarquistas dejar bien claro que para el TLAL el objetivo es la
supresión del Estado y la implantación de la acracia, meta a la cual no se renuncia
ni se renunciará en aras de mantener esa unidad que hasta ahora ha existido en
el OC. De fijar esa postura consecuentemente libertaria es que trata el
documento que sigue, elaborado por un integrante del TLAL, colectivo que nos ha
pedido darle difusión.
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Leche con jugo
de naranja.
Diálogo de un
anarquista del OC con sus amigos demócratas
Por: Marcelo
“Liberato” Salinas.
Es un secreto a
voces que el OC, en una medida considerable, es un proyecto que ha sido
promovido y sostenido por el empeño de
un puñado de anarquistas y por los
vínculos y apoyos internacionales que han recibido de compañeros ácratas en
variadas latitudes.
Concentrados en
superar la abundante propensión al miedo que ha sido dosificada centralizadamente,
y a combatir su contraparte, la viscosa abulia que ha germinado a nuestro alrededor
y dentro de nosotros, así como a llenar pluralmente el vacío que deja la
periódica migración de voluntades, nos hemos empeñado en generar formas de
relacionamiento, de comunicación y de prácticas libertarias y antiautoritarias
y autónomas en nuestro entorno inmediato.
En ese bregar,
trabajo de hormiga con alma de Sísifo, los anarquistas del OC hemos cometido el
desacierto de mostrar una actitud y un uso más reactivo que propositivo
respecto al notable legado del anarquismo en la historia de Cuba, echando mano
de él sólo cuando hemos sido interpelados por los agentes intelectuales-policiales
de la progresía local.
En otras
palabras, hemos tenido el excesivo escrúpulo de no caer en la tentación de
hacer propaganda anarquista, por
respeto fraterno a los demás y por considerar que son las prácticas y los
argumentos, no las arengas, ni el hegemonismo por chantaje emocional, los que
hablan con más elocuencia de una idea.
No obstante, no
desconocemos que existe una difusa pero creciente exigencia, por parte de
aquellos que nos ven con lástima o incluso con simpatía, de dar cuenta de
nuestras ideas, propuestas posibles de
país, contribuciones más sistemáticas que den insumos al debate sobre la
coyuntura en que estamos. A eso se ha dedicado
en los últimos meses con persistencia militante nuestro compañero Ramón García,
pero tendríamos que decir, como otros compas lo han hecho en otras latitudes,
que no remamos a contracorriente para convencer a las masas, sino para impedir
que estas se formen.
Somos propensos
a eso que heterodoxos de la anarquía, así como del marxismo científico de
cuartel han venido denominando la
comunización de la vida, lo cual abarca la economía, la producción de
sentidos, la comunicación, la epistemología y todo etcétera posible. En otras
palabras estamos no sólo por la destrucción de todas las formas de opresión,
sino también contra toda forma de
aleccionamiento masivo o personalizado, no podemos ni pretendemos dar
lecciones, porque no queremos combatir el autoritarismo con un autoritarismo
anarquista.
Tan solo
queremos reflexionar en voz alta sobre cómo podemos ser coherentes con lo que
anhelamos y no desligar los procedimientos de los propósitos. Queremos vivir plenamente la fiesta de la
libertad que nos damos aquí y ahora, con los sentidos expandidos y fulgurantes
por la luz que irradia el hacer de golpe lo que largamente se ha soñado.
Estamos seguros que de esa expansión sensorial saldrá más definido lo que
queremos y lo que no, pero también mejores argumentos para fundamentarlo y
compartirlo con vivacidad y rigor.
Es en tal
sentido que no tenemos objeción alguna a reconocer que hemos abierto un terreno
disponible que se está haciendo baldío para el florecer de las semillas
anárquicas que, con el aroma de los sueños en las manos, se han sembrado. El
rocío tóxico que estamos recibiendo es el
mismo con que envenenaron a las floraciones de comunización de fines de los 80 en Polonia,
Sudáfrica, Bolivia, Euskadi, Chile, Nicaragua y tantos otros lugares, su
nombre de guerra es la democracia.
No sentimos
ninguna vergüenza en decir que somos anti-democráticos, porque no nos
reconocemos como tal dentro de las
fantasías de los ingenieros en realpolitik,
que han hecho escuela describiéndonos a los anti-democráticos, en las versiones
más condescendientes, como casos clínicos que eligen siempre la violencia en
sus relaciones, pequeños tiranos manipuladores, individuos desagradables y poco
dignos de confianza. Achatar las posturas antidemocráticas a esta caricatura
siniestra es una muestra concreta del inmenso poder aleccionador de masas de
las actuales satrapías académicas y universitarias globales y de la descomunal
capacidad de desarme intelectual del régimen de ocio televisivo igualmente
global.
Somos
antidemocráticos no por cuestiones personales, porque nuestros padres nos
golpearon con rigor, ni porque padecemos un egotismo colosal como el de las
estrellas pop que fabrican los medios de incomunicación para masas. No somos
antidemocráticos porque no escuchamos a los demás, ni porque adoramos el cantar
de nuestra voz en público, como le sugirieron a nuestros compañeros Erasmo
Calzadilla y Ramón García unos amigos doctores en ciencias políticas en el
exilio. No somos antidemocráticos porque necesitamos un especialista en
relaciones humanas…
Somos
antidemocráticos porque la democracia con total elegancia y violenta serenidad
ha aniquilado en las últimas décadas, mejor que ninguna tiranía brutal, el
tejido social que necesita el mundo que propugnamos, sin dirigentes ni
dirigidos, sin representantes, ni representados y ha dado lugar a una política,
una economía, un arte, una ciencia separadas del resto de la vida, que han
liquidado la posibilidad de una comprensión global de nuestras decisiones y la
conciencia de sus consecuencias.
La democracia ha
sido fórmula aritmética de urgencia, diseñada por elites emergentes para
corregir las ineficacias de la concentración técnica del poder absoluto en
manos de un individuo y para contener, por las buenas y por las malas, el
impulso sordo de los humillados y ofendidos a borrar las huellas de todo poder coercitivo,
con el rotulillo edificante pero melindroso de “demos-cracia”.
Somos
antidemocráticos porque la democracia en el legítimo empeño de evitar las
dictaduras se ha convertido en una maquinaria universal absoluta, a la que se
le ha atribuido todo el fetichismo, dogmatización
despótica y culto a los especialistas que ello implica, con estrellas
fulgurantes como Norberto Bobbio o John Rawls. Insistimos en distanciarnos de
la democracia porque históricamente esta ha sido uno de los dispositivos con que
el Capital y el Estado han achatado la convivencia cotidiana a su nivel mínimo
imprescindible para que circulen libremente el capital y las mercancías.
El sistema
democrático realmente existente hoy presupone la ausencia estructural de
diálogo entre los candidatos a gobernantes y los gobernados, de los cuales el
sistema democrático solo espera que emitan un voto en total silencio y
aislamiento dentro de una cabina cortinada, como cuando se defeca en una
letrina. La deliberación colectiva entre iguales, el dialogo abierto que permite la búsqueda colectiva, si no de la
verdad, al menos de la decisión más pertinente, es sustituido por el, cada vez
más degradado, debate entre candidatos, del cual se supone que salga una
elección individual esclarecida, lo cual casi irremediablemente se convierte en
un contrasentido.
A diferencia del
socialismo real, la democracia hoy realmente existente es la única posible y su
única función permanente y tangible es impedir que gobierne el pueblo a través
de la red de asambleas locales multi-temáticas y soberanas,que podrían brotar
casi naturalmente en todos lados, si no existiera el universal dispositivo
policiaco-cultural defomentocientífico de la abulia y la irresponsabilidad masiva sobre
la gestión de las condiciones de nuestra existencia.
No pasamos por alto las notables diferencias
entre democracias como la cubana, la venezolana, la francesa o la
norteamericana. Tomamos nota de que en muchísimos aspectos es preferible que
gobierne Antonio Rodiles a Raúl Castro; que en la academia de las ciencias
sociales presidan Marlen Azor y Aroldo Dilla a Thalía Fung; que en la educación
sea ministro Antonio Chaguaceda y no Hassan Pérez; que en la economía paute normas
Pedro Campos y no Marino Murillo, que en la cultura reine el liberal Rafael
Rojas a su hermano filo-trotskista Fernando Rojas; que Yohanis Sánchez sea
ministra de informática y Comunicaciones y no Ramiro Valdez, pero todos ellos
irremediablemente gobernarán, es decir solamente refrescarán la pantalla de un
programa que se mantendrá incólume, sano y salvo, para seguir funcionando día y
noche para todos aquellos que quieran ser potenciales conductores de masas
dispuestas a ser anestesiadas, con la ilusión de que la democracia cambiará sus
vidas sin esfuerzo, sin responsabilidad alguna, sin involucramiento mítico, sin
entrega amorosa desinteresada, como han venido viviendo hasta ahora, producto
de la alienación instituida que ha convertido hasta el smog en pintoresca
neblina.
No negamos la
función crucial que puede tener en momentos determinados del conflicto social el
poder elegir a los demócratas de cuello y corbata como Rodiles y no a los
gorilas anónimos con charreteras y pistolas eléctricas,
que están entrenando ahora mismo con los fondos sociales que aportan los nuevos
trabajadores por cuenta propia, pero lo que estaríamos eligiendo en ese caso es
el tipo de muerte que nos van a suministrar y no el tipo de vida que queremos
vivir y de lo que se trata es de poder decidir cómo vamos a ejercer nuestra
existencia y no como nos van a regimentar, Rodiles o Raúl, las condiciones de
nuestra defunción social e individual.
Si bien es
cierto que las condiciones sociales que hemos conocido y desde las que estamos
escribiendo ahora se despedazan a una acelerada velocidad, que torna razonable
el empeño por tomar atajos progresistas que nos convierta a los buenos
humanistas en los administradores razonables del caos social que nos han
regalado, desde la cabina de mando humanista no podremos experimentar el mundo
que queremos y menos aún explorar las
potencialidades que a cada paso tozudamente se nos manifiestan.
Frente a los
actuales Lineamientos para la reorganización del capitalismo estatal
cubano y a las hojas de ruta para la instauración de una democracia cubana, modelo
funcional a un capitalismo transnacional siniestro, la fuerza más formidable
que podemos presentar los anarquistas y todos aquellos que pueden todavía
sufrir razonablemente nuestro país delirante, habitación aislada de este
hospital psiquiátrico global, es la voluntad mancomunada, fraternal, trabajosa
y libre de todos los que quieran reapropiarse de sus condiciones de vida,
autogestionarla asambleariamente, con paciencia y amor, para garantizar que ni
los demócratas de cuello y corbata ni los de bota y fusil encuentren espacio ni
en nuestros deseos, ni en nuestras vidas. Para que las bellas mercancías
disponibles en el mercado de Carlos III, no hagan incomprensible y monstruoso
el sentido de nuestras vidas.
¡Patria sin
Estado, pueblo organizado!
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