Carlos Gabetta
[http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5704]
En el punto al que han llegado las cosas, la única actitud razonable y decente es boicotear el fútbol profesional. No concurrir a los estadios, no verlo por televisión y, en el caso de periodistas e intelectuales, denunciar sistemáticamente la situación.
Al escribirse este artículo, la última noticia en data proveniente de ese mundo era la agresión a un grupo de vecinos que cortaban la Ruta 9, a la altura del kilómetro 42, a causa de un corte de luz que llevaba tres días. Ante el corte, la barra de Colón de Santa Fe, que regresaba a su provincia desde Lanús, sacó sus armas y realizó más de treinta disparos sobre la pequeña multitud, provocando algunos heridos.
El fútbol profesional argentino es hoy por hoy un entramado mafioso de clubes en bancarrota, negocios ilegales, lavado de dinero, publicidad y barras bravas omnipotentes e impunes que se enfrentan entre sí, cometen numerosas agresiones y asesinatos –seis por año en promedio– y hacen peligrosísima la asistencia a los estadios. El presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), Julio Grondona, sigue en el puesto desde 1979, cuando fue nombrado por la dictadura militar.
Desde que el actual gobierno lo dispuso, mediante subsidios exorbitantes (1.200 millones este año), los millones de pobres de este país pueden en buena hora ver gratis por televisión su deporte favorito, mientras su deporte favorito sigue manejado desde el centro hacia la periferia, de arriba abajo y casi sin excepciones, por empresarios de dudosa legalidad, y el conjunto está al borde de la explosión, o de la quiebra. En febrero de 2010, para citar un ejemplo entre centenares, un autobús de simpatizantes de Newell’s fue ¡ametrallado! en Rosario por una barra brava. Un adolescente murió, y las primeras pistas sobre el “proveedor” de armas de guerra apuntaban… a la policía.
Quien quiera enterarse de la extensión, gravedad e impunidad de que gozan las barras merced a sus negocios con dirigentes de clubes, narcotraficantes, intermediarios y la policía no tiene más que ver el notable reportaje de Canal Plus de España, “Con las barras bravas”, realizado en 2012 por el periodista Jon Sistiaga (http://www.youtube.com/watch?v=Zi8HZCFcB5w), pasablemente ninguneado por los medios locales.
Sistiaga, que fue agredido por la barra de Independiente junto a dos policías que lo acompañaban, entrevista a los líderes de las hinchadas más violentas: Boca, River, Excursionistas. Uno de ellos, Chiquitona, fue asesinado a martillazos pocos días después. Otro, sentado en una calle de Isla Maciel, saca una pistola en medio de la entrevista y hace unos disparos al aire, antes de explicar que el poder de las barras consiste en que “con una bomba de estruendo arrojada al campo se suspende el partido”. Después de señalar que hay barrasque llegan a recaudar 60 mil dólares mensuales entre reventa de entradas provistas por los dirigentes, “aprietes”, narcotráfico, “adrenalina tours” para turistas y otros negocios, Sistiaga afirma: “No he encontrado un solo barra brava que sea capaz de decirme la alineación completa de su equipo”.
En un país serio, la AFA estaría intervenida y el campeonato suspendido. Pero aquí, con una sociedad en proceso de lumpenización y un gobierno devenido el principal socio del entramado mafioso, no puede esperarse gran cosa. La propia Presidenta presentó “sus respetos” a las barras “que alientan desde el paraavalanchas sin mirar el partido”. Mónica Nizzardo, fundadora de la ONG Salvemos al Fútbol, sostiene en cambio que “el barra brava es un mercenario que no quiere ver el partido. Está atento al negocio que gira a su alrededor”.
En todo el mundo “pasan cosas”, pero como en tantos otros rubros los argentinos hemos ido más allá, haciendo que un juego bellísimo y universalmente popular, en el que nos destacamos, se convierta en un espectáculo que avergüenza, extremadamente peligroso, delincuencial e impune, ya que oficialmente bendecido.
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